Los autores de este artículo sostienen que la cultura de la cancelación se organiza en función de cánones morales políticamente correctos. Cada uno de esos gestos cancelatorios son cristalizaciones apologéticas de lo “políticamente correcto” que constituye una forma sutil de ejercer la censura y evitar las querellas. Afirman que esa censura está basada en el correccionismo que es, también, una manera de balizar los debates ajustándolos a patrones morales que erosionan o debilitan los intercambios. La cultura de la cancelación, entonces, está hecha de exclusiones. Es una manera de anular al otro, descalificarlo hasta la neutralización, y deportarlo si es necesario. Las cancelaciones no están hechas de derecho de réplica. Una persona cancelada es una persona proscripta hasta que el olvido, si tiene suerte, haga su trabajo paciente o vengan otros vientos.