Una racionalidad sin sentimientos puede conducirnos a una terrible insensibilidad ante el sufrimiento de los demás, echándole la culpa a los vulnerados/as de su propia desdicha. Emociones sin razones, sin argumentos, sólo pueden dejarnos en el lugar de la víctima que aprendió a gozar sufriendo, y resulta funcional al discurso del otro que la castiga una y otra vez con diferentes enunciados.