Horacio González puso en escena un pensar que se desplegaba y replegaba pulsado por azares meditados. Su muerte disemina la responsabilidad de seguir pensando. Volver a leer sus páginas para interrogar cómo hacerlo. Retomar sus zigzagueos para aprender de los desvíos. Entregarse al vértigo de pensar con la amorosa concentración que le conocimos.