Los ojos del gorila son los ojos del odio. Ese odio iracundo, de sangre parda, atravesada. Un odio cada vez más sofisticado, más salvaje, que no cicatriza y supura hondo, en carne viva. Tanto odio cansa. Pero tal vez amanezca sobre el horizonte el parto fulguroso de una candidata que brote luminosa en la próxima primavera.