La vida de Lisandro de la Torre alternó entre la naturaleza y la cultura, entre la soledad y el compromiso político, entre su estancia cordobesa de Pinas y el Congreso. La memoria -involuntaria y voluntaria- de esa vida y de tantas otras malogradas por la injuria de la historia, nos provee de un anacronismo crítico en el que inspirar -sin repetir- la acción que se enfrenta al avance de la insignificancia.