La cuarentena recluye a la población en sus domicilios, las calles quedan desiertas, las caras son irreconocibles detrás de los barbijos, las ciudades privadas del bullicio de sus niños en el espacio público, el miedo al virus y a un futuro nebuloso exhibe lo mejor y lo peor del género humano. Vienen días duros, superiores a los muy intensos de este doloroso presente. Empezó el siglo XXI, parido por una hecatombe planetaria. Lejos ha quedado aquel tiempo que considerábamos normal, aunque transitáramos un mundo y un país con serios problemas y creciente desigualdad. Hasta se podría decir lo que Alejandro Dumas pone en boca de uno de sus personajes: “Qué felices fuimos el tiempo en que éramos tan desgraciados.”