Marco Teruggi nos envía un informe sobre Venezuela a un mes de las elecciones presidenciales. Teruggi sostiene que los comicios parecían impensables, o casi, hace un año atrás, cuando el país era una sucesión de trincheras, asaltos y plomo con el Palacio de Miraflores como objetivo.
Por Marco Teruggi*
(para La Tecl@ Eñe)
El 20 de mayo habrá elecciones presidenciales en Venezuela. Parecía impensable, o casi, hace un año atrás, cuando el país era una sucesión de trincheras, asaltos y plomo con el Palacio de Miraflores como objetivo. También lo era sostener que el chavismo llegaría con tres elecciones ganadas -constituyente, municipales, gobernaciones- los pronósticos a su favor, que Nicolás Maduro tendría ante sí a un pastor evangélico, Javier Bertucci, y un traidor recientemente derrotado en las urnas, Henry Falcón. La política no es matemáticas y Venezuela no encaja en manuales.
La derecha llega con una superposición de derrotas, incapacidades estructurales, descrédito en las masas. Pocos creen en su dirigencia agrupada en el Frente Amplio Venezuela Libre, Soy Venezuela, o como pieza solitaria en campaña. Los primeros son la reagrupación de pedazos rotos de la Mesa de Unidad Democrática, desde Acción Democrática hasta Primero Justicia, Voluntad Popular, con la incorporación subordinada de partes de lo que fue denominado chavismo crítico, con la intención de mostrar una nueva amplitud. Su planteo público es recuperar la democracia, lograr elecciones justas. En privado apuestan centralmente a la estrategia golpista/intervencionista. Los segundos, principalmente Vente Venezuela y Antonio Ledezma, sostienen que no habrá solución posible a través de la vía electoral. Esos dos agrupamientos no presentan candidatos para el 20 de mayo. Falcón decidió aprovechar ese vacío para lanzarse como pieza solitaria -¿al vacío también?- con su propuesta de dolarización de la economía.
El cuadro nacional, las miserias opositoras, son importantes para entender por qué el chavismo tiene mayores oportunidades en votos. La derecha no tiene liderazgos genuinos, alternativa de país, su violencia del 2017 volvió a poner sobre la mesa quiénes son.
El problema es que el centro de gravedad del conflicto no reside en Venezuela. El análisis de los derroteros opositores permite entender una parte menor del asunto. Sus decisiones no son muchas veces suyas, en particular cuando es financiada de manera directa, como los 16 millones de dólares que recientemente le aprobó el gobierno norteamericano -eso es solo lo público-. El epicentro del conflicto está en el frente internacional, dirigido por los Estados Unidos, con sus aliados de la Unión Europea, y los gobiernos subordinados del continente. Ahí se planifican las tácticas, la dirección central de los ataques, la construcción de sus escenarios, actores, ángulos de tiro.
Así como el enfrentamiento ha desbordado el cuadro nacional y tiene centro de operaciones en el exterior, también la lógica del conflicto del enemigo abandonó lo democrático -una tendencia en marcha en el continente- y se encuentra en los territorios de la guerra no convencional que busca periódicamente desenlaces por la vía que sea posible. Las elecciones presidenciales deben analizarse en ese cuadro.
La apuesta seguramente sería electoral en caso de haber tenido con qué. Los Estados Unidos, al leer la debilidad de la derecha, optaron por vaciarlas. Rompieron la mesa de diálogo con el gobierno en República Dominicana a principios de año, apostaron por aumentar el bloqueo sobre la economía de manera articulada con sus aliados/subordinados con la amenaza del embargo petrolero, continuar el intento de aislamiento diplomático, demonización comunicacional mundial, y preparar nuevos asaltos en función de cómo evolucionen las variables que impactan en simultáneo. Todas las posibilidades están en desarrollo.
Retirarse de las presidenciales no significa que no desarrollen política para ese escenario. La estrategia del vaciamiento es la del no reconocimiento internacional de los resultados, y el argumento de la pérdida de legitimidad de origen del gobierno ya que estaría basado en un fraude. Eso abriría las puertas a nuevas acciones que serían legales al estar frente, ahora sí, a una dictadura. Ese planteo ha venido en desarrollo desde el año pasado, con el ensayo fracasado del gobierno paralelo, del cual queda el Tribunal Supremo de Justicia ilegal -por completo desconocido entre la gente en Venezuela- que según la derecha sería el auténtico. No es casualidad que haya vuelto a aparecer mediáticamente en estas semanas, de la mano con la prófuga ex Fiscal General -que se fotografía con el ex presidente colombiano Álvaro Uribe- y la Asamblea Nacional en desacato, con la línea de enjuiciamiento del presidente para no reconocerlo -nuevamente- y, afirman, destituirlo. Se trata de una acción pensada para el frente exterior: ¿cómo piensan materializarlo en lo nacional?
No es la única política ante las elecciones: la otra es intentar actos de fuerza para conmocionar al país. El caso más reciente es la operación Gedeón II, donde fue desmantelada una célula que preparaba acciones con explosivo sobre puntos neurálgicos como el Consejo Nacional Electoral, y la comandancia de la Guardia Nacional Bolivariana, ligada a su vez con la trama de Oscar Pérez -presentado como mártir por la mediática internacional- quien en julio pasado había disparado sobre el Ministerio de Relaciones Interiores Justicia y Paz y lanzado granadas sobre el Tribunal Supremo de Justicia. No se trata solamente de vaciar sino de llegar a los comicios en las peores condiciones, impedirlas, y, de darse, que haya la menor participación posible.
La pregunta es qué pasará luego del 20 -con una posible victoria de Maduro- además del recrudecimiento de las líneas de ataque en marcha. Algunos indicios se han dado en estas semanas. Uno de ellos es el intento detenido de conspiración dentro de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, donde fueron arrestados seis tenientes coroneles, un primer teniente y dos sargentos, pertenecientes al Movimiento de Transición a la Dignidad del Pueblo, con fuerza en el Batallón Ayala, uno de los principales del país, situado en Caracas. La apuesta hacia el formato clásico de Golpe de Estado está presente, lo financian, lo invocan voceros y medios de la derecha.
Otra hipótesis de resolución sería una acción de fuerza a través de vías fronterizas, con montaje de escenarios de falsa bandera, que abrirían las puertas a una escalada, o con el argumento de la crisis humanitaria. Antonio Ledezma, en línea con Julio Borges, se lo imploraba al vicepresidente norteamericano en Lima, el mismo día de los bombardeos a Siria. Para saber la viabilidad de eso es necesario indagar en los laberintos del poder colombiano, y evaluar hasta qué punto, junto a los Estados Unidos, estarían dispuestos a desatar un escenario de esas características, con desenlace incierto en tiempo y resultados. Lo planifican, no hay duda.
La pista más fuerte parece estar en el bloqueo económico y las consecuencias que trae. El cerco aprieta cada vez más fuerte, en las sanciones a quienes comercien con Venezuela, la acción central de los bancos, el contrabando masivo de billetes -que recibió un golpe recientemente con la operación Manos de Papel-, los gobiernos que se pliegan a la estrategia norteamericana. El país tiene una matriz económica dependiente del comercio exterior, y de los cinco primeros países de los cuales se importa, el primero es los Estados Unidos, y tres son parte del Grupo de Lima, es decir el espacio de unión de los gobiernos de derecha del continente contra la revolución ante los fracasos de la OEA. Un ejemplo, los medicamentos: se comercia 34% a los Estados Unidos, 10% a Colombia, 7% a España, 5% a Italia, otro 5% a México, 3% a Brasil. El bloqueo impacta de lleno en la población, y ese es su objetivo. Las alianzas con China, Rusia, el lanzamiento de la criptomoneda Petro, son movimientos para romper el cerco.
El plan de colapso de la economía -dicho en esos términos por los Estados Unidos- puede conducir al inicio de la acción bajo paraguas de la crisis humanitaria, o desencadenar reacciones populares violentas, espontáneas, de reflejo de ahogado ante una asfixia que se siente por partes. Ninguna de las dos desembocaduras se ha dado hasta el momento, la segunda no es una necesidad, la política, se dijo, no es matemáticas. La estrategia contra Venezuela sigue empantanada en el mismo punto: cómo lograr el desenlace.
¿Qué significa para el chavismo ganar elecciones en ese contexto? Estabilizarse en el gobierno, ganar tiempo, no perder un poder político que sería utilizado como espacio desde el cual desatar una revancha histórica a puertas abiertas.
Mientras, el cotidiano popular es de una adversidad cada vez más aguda: dificultad para conseguir efectivo, desplazarse, comprar los productos que aparecen a precios hiperinflacionarios, conseguir medicamentos, vivir sin comprar y revender algo de manera especulativa o conseguir dólares con algún familiar fuera del país. Parece por momentos un país que se detiene de a poco, por sectores, sufre una nueva metamorfosis en las subjetividades. Es evidente que la tarea central del gobierno, del chavismo como movimiento, es la de estabilizar la economía. ¿Cómo? Ahí la pregunta, dificultad, alimentada por la complicidad de la corrupción que se instaló en áreas vitales como la industria petrolera y las importaciones, es combatida desde la nueva Fiscalía General.
El chavismo parece en condiciones de ganar no solamente por las derrotas acumuladas de la derecha, sino porque llega de manera unida, representa una base de cerca del 30% de la población, es quien, en este contexto, busca soluciones -así sean paliativas- a las dificultades. La derecha no está en los barrios populares, allí se encuentra el chavismo, en políticas de gobierno y/o organización popular bajo consejos comunales, consejos locales de abastecimiento y producción, comunas, colectivos. El asunto ha sido y es de clase. El problema es que ese contexto material, sumado a errores políticos de dirigencias del chavismo propios de la vieja política, no permiten poner en marcha un espíritu electoral en el país: la campaña no emerge, no se siente en las calles, falta un mes para los comicios.
Lo central -salvo acción repentina de fuerza- es, como muchas veces en Venezuela, lo que vendrá post elecciones, ya que la guerra reorienta sus tácticas según resultados electorales pero no se detiene. Allí está no solamente el centro de gravedad internacional sino también la forma en cómo se abordarán los nudos estratégicos económicos y políticos. Sobre este punto la revolución tiene contradicciones expuestas, como es en el caso de la tierra, su tenencia y producción, la pulsión entre avanzar con corrección de errores o restaurar. Un dilema que encierra debates estratégicos, y no es en abstracto sino en estas circunstancias de economía en guerra.
Venezuela es una necesidad continental. Lo que acá pasa impacta sobre el horizonte americano, su retroceso, empate o avance. Los Estados Unidos lo tienen claro. Votar a Maduro es una lealtad necesaria con nuestra propia historia, nuestras posibilidades por venir.
Caracas, de abril de 2018
*Periodista y poeta
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