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La sonrisa de Pétain (Los colaboracionistas como dialoguistas) – Por Julián Axat

Julián Axat reflexiona en este artículo sobre las formas del dialoguismo colaboracionista con anuencia civil y política en el escenario argentino actual. El límite siempre cercano dentro de la oposición misma es la delgada línea entre aquellos que ceden y los que resisten la imposición de un sistema contrario a los intereses populares.

Julián Axat reflexiona en este artículo sobre las formas del dialoguismo colaboracionista con anuencia civil y política en el escenario argentino actual. El límite siempre cercano dentro de la oposición misma es la delgada línea entre aquellos que ceden y los que resisten la imposición de un sistema contrario a los intereses populares. 

Por Julián Axat*

(para La Tecl@ Eñe)

 

«Céline es un excelente escritor, pero un perfecto cabrón»

Bertrand Delanoë

 

En estos últimos días, en los que el FMI viene exigiendo un pacto con la oposición, vengo pensando en el didactismo. Estar en un lado y no en el otro como elección moral, y no en la zona política de los matices y la complejidad del decir. La política es un gris, pero cuando el modelo económico y social imperante exige llevar a última instancia sus designios a costa del sufrimiento de los débiles, los matices ya no interesan. Nace este didactismo conceptual. Los que estando del otro lado de ese modelo, dialogan y ceden, colaboran con los que imponen recetas de sufrimiento, jugando a suceder, pero también asumiendo el riesgo de hundimiento político. En adelante, pido disculpas por este deliberado didactismo, asumo que reduciré cierta complejidad en función de las coyunturas por venir. Tampoco me referiré a un partido político o persona en particular, hablaré de modos o estructuras de hacer y moralidades de asumir.

La palabra colaboracionismo deriva del francés collaborationniste, término atribuido a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el enemigo. Entendida como forma de traición, se refiere a la cooperación del gobierno y de los ciudadanos de un país con las fuerzas de ocupación. La actitud opuesta al colaboracionismo es representada históricamente por los movimientos de resistencia, de lucha popular contra el opresor.

El término fue introducido durante la República de Vichy (1940-1944) en la Francia ocupada, por el propio Mariscal Pétain que, en un discurso radiofónico pronunciado el 30 de octubre de 1940, exhortó a los franceses a colaborar con el invasor nazi. Posteriormente la palabra pasó a designar la actitud de gobiernos de países europeos que apoyaron la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

Los «colaboracionistas” suelen serlo por diferentes motivos: por afinidad ideológica, por simpatía, o por coincidencia en los objetivos, aunque también pueden serlo por especulación en tanto sacar ventaja de los tiempos para, luego, traicionar al propio adversario a quien se le rindió pleitesía. Por último pueden ser colaboracionistas por coacción o incluso por miedo ante una amenaza específica. Por lo general, los colaboracionistas esperan obtener ganancias, enriquecimiento o favores de su oponente.

Pensando en la actualidad, no se trata de banalizar o extrapolar a la política un concepto directamente relacionado, como dijimos, con la complicidad del régimen nazi en momentos de ocupación; sino en todo caso, reflexionar sobre formas de anuencia civil y política emparentados a aquel concepto, en función de una banalidad de menos maldad, aunque no por ello menos cruel.

La complicidad civil al régimen del terror también es pariente del colaboracionismo, y eso lo sabemos de las dictaduras que vivimos apoyadas por gran parte de la sociedad civil; esa forma de complicidad es también la indolencia cívica, el silencio intelectual, la perdida de solidaridad por el otro, pero como dice Norbert Bilbeny, también del idiotismo moral que padecen –por adormecimiento- nuestras sociedades contemporáneas frente al neoliberalismo, plagadas de indiferencia –la indiferencia es también una herramienta de poder- por el padecimiento ajeno y la situación de condena al que son arrojados los más vulnerables.

El colaboracionismo en las democracias latinoamericanas actuales no es solo idiotismo moral de muchos ciudadanos indiferentes del dolor de los demás que votan a gobiernos de derecha, también debe buscarse en su pariente de responsabilidad institucional y representativa. Es decir, ya no la ciudadanía, sino aquellos que accediendo a un cargo político institucional  utilizan o ceden sus posiciones obtenidas en función de un mandato popular y, en el curso del mismo, lo traicionan o renuncian a él, realizando actos contrarios y hasta expresamente antipopulares. En este caso me referiré a los que no están en el gobierno, sino aquellos que son oposición.

Hoy se viene denominando como “racional”, “dialoguista”, “sensato” o “responsable” a aquellos opositores que ceden y acuerdan posiciones con el gobierno de turno, en función de políticas que más tarde tienen consecuencias negativas sobre los sectores vulnerables; especialmente aquellas que implican recortes del gasto social. El dialoguismo colaboracionista aparece como una garantía de gobierno, no entorpece al gobernante, y por lo tanto es una herramienta política funcional a las políticas neoliberales, blindadas por esos medios y corporaciones.

Cuando el gobierno no logra los acuerdos parlamentarios necesarios o no alcanza con sus propias filas, la prensa hegemónica exige una pátina de sensatez colaboradora a los opositores desde el supuesto juego de realismo político. Quienes colaboran con la gobernabilidad y otorgan  status quo, realizarían actos de responsabilidad y generosidad política que trascienden las miserias partidistas, y –en ese sano juego de la arena que sería la democracia madura- se tratan de meros adversarios circunstanciales, más no de enemigos.  En todo caso, el enemigo de ese esquema pasa a ser el que se queda afuera del pacto connivente, el que elige la resistencia y con su rechazo, marca las consecuencias de esa política sobre los sectores vulnerables.

Hay un dialoguismo colaboracionista de aquellos que deben sostener posiciones de gobierno y gestión, y no les queda margen de resistencia sin poner en juego su gobernabilidad en términos de recepción de partidas de dinero. Estos serían, por pacto fiscal, los dialoguistas por coacción que ceden en función de su gobernabilidad y no por generosidad. Claro que no dejan de ser oportunistas en su terruño, su futuro está marcado por la tensión de ceder y negociar, pero también por colaborar para subsistir y –la esperanza- de renacer.

Siempre hay indicios que se dejan entrever, podemos pensar que hay opositores que son colaboracionistas dialoguistas porque cierran acuerdos entre bambalinas y –en ese toma y daca- consiguen a la postre, beneficios puntuales; están los que reciben carpetazos escondidos que dejan las fuerzas oscuras de los servicios secretos y por no quedar embarrados en su carrera política ante el escrache mediático, juegan con poco margen, parecen más oficialistas que opositores. El límite es delgado y el juego político del colaboracionismo ficcionado de dialoguismo, aun mas acotado.

Pues cuando vemos el destino de aquellos oponentes que asumen la resistencia y son perseguidos por el llamado lawfare (el uso bélico actual del sistema judicial y mediático para encerrar a sus oponentes no dialoguistas-colaboracionistas) es demasiado evidente que si algunos no son tocados, y no caen en el colaboracionismo, es porque existe algo escabroso de ser negociado y no rechazado. Los que se salen del pacto dialoguista ante la presión oficial, claro que asumen riesgos y costos, pero quedan ya de lado de la línea que los medios hegemónicos definen  como de una radicalidad o retorno al pasado.

Los dialoguistas racionales colaboracionistas por afinidad ideológica también son posibles, pues entre oficialismo y la oposición siempre hay un punto gris en el que los imaginarios y compromisos económicos, sociales y hasta culturales conviven como simple banalidad del mal. Si aun dentro del llamado populismo actual está la derecha y la izquierda, en el mismo sentido, la colaboración y el dialogo puede tener a sus adeptos intermedios de dos sistemas políticos distintos. En definitiva, aun en esa zona gris de lo ideológico, son siempre los más vulnerables los condenados de la tierra que pagan las consecuencias.

Ya lo dijimos al comienzo, no se trata de ser esquemáticos, sino didactistas;  esta clasificación deja a la vista que el límite siempre cercano dentro de la oposición misma (pongamos por caso el partido, los sindicatos, sectores de la pequeña y mediana empresa, etc.) es la delgada línea entre aquellos que ceden y los que resisten la imposición de un sistema contrario a los intereses populares. Esa delgada línea también conlleva al problema de la “traición”, y el mito del traidor y del héroe, diría Jorge Luis Borges, de la que el peronismo no es ajeno, ni tampoco el radicalismo, ni la izquierda.

El partido de gobierno tantea entre dialogar hacia dentro y hacia afuera, primero finge hacerlo, recalcula y lo hace,  pone-saca y pone a los que construyen puentes. La crisis y el tiempo –el desgaste de su capital político- le van mostrando que necesita un pacto de “la Moncloa”,  no solo para asegurar su impunidad, sino para dar aval y confianza a las condicionalidades externas. Es la aparente renuncia sectorial en la puja, pero cuya realidad es en el fondo un ajuste crudo sobre los que menos tienen y el aseguramiento de la ganancia de los más concentrados.

En los momentos más complejos, cuando se exige salvar el modelo y permitir la continuidad política del gobernante, hay sectores de los sectores de la oposición que son interpelados como garantes de fin del ciclo político constitucional. ¿Cuál es el límite de esa garantía? ¿Se levanta la mano en favor de cerrar un ciclo político por generosidad, cediendo a las convicciones y encima sobre el bienestar de las mayorías?

En esta suerte de pacto fáustico, los colaboracionistas dialoguistas pueden aparecer como los garantes de la transformación exigida, y si no tratan de poner palos en la rueda, puede ser también porque algunos apuestan -tarde o temprano- a ser recambio que exija el establishment. ¿Pero luego, el pueblo les cree?

En razón de este didactismo conceptual del que venimos abusando, no nos queda por pensar que el riesgo de colaborar demasiado es, parecerse demasiado, y que el fondo de una crisis de gobierno -con la pérdida de legitimidad e imagen- es devoradora de una oposición que lo ha cedido casi todo hasta llegar a un pacto de la Moncloa sobre los designios de un pueblo empobrecido.

Entonces, si ya sabemos cuál fue el destino de Pétain y los suyos, en términos de collaborationniste y resistencia, ya sabemos la lección de la historia. 

 

Buenos Aires, 4 de julio de 2018

*Poeta y abogado.

3 Comments

  1. Sara Berlfein dice:

    Nos vemos el 9 de julio en la 9 de julio!!!!

  2. Griselda Paiva dice:

    ¡Excelente y muy claro!
    Es muy sutil el límie entre el colaboracionismo y la complicidad. Hay temas sobre los cuales no se puede ceder, derechos que no se deben perder.

  3. Alfredo seydell dice:

    Julián, esto es material valiosisimo para comprender la realidad. Excelente! Muchas gracias. Alfredo Seydell