Como los avances en política de género, la Educación Sexual Integral es un paso adelante. Pero abordar la sexualidad desde las emociones es hacerlo desde un prisma reaccionario que conspira contra las mejores intenciones.
Por Hernán Sassi*
(para La Tecl@ Eñe)
I.
Nunca hablé de sexo en casa. Daba vergüenza entre quienes te conocen más que vos. No era para menos. Ausente mi padre por su partida tan prematura, me crié, para decirlo con Pavese, “entre mujeres solas”. Mamá, hermana mayor y mi melliza fueron mi red de contención y triángulo de las Bermudas.
Conocí qué es el período mucho antes que mis compañeros y viví de cerca el tránsito a la adultez que ellas afrontan con la intensidad con que nosotros, sin ritos de pasaje como el de los pantalones largos, nos aferramos a eternas charlas intrascendentes y a bromas pesadas que nos acompañan hasta el último día. Como sea, yo sabía qué les pasaba a ellas en materia de sexualidad, pero no a mí.
Desde el jardín de infantes hasta los dieciséis, que entré a la nocturna y como esclavo en McDonalds, fui a un colegio de hermanos corazonistas severos hasta la cachetada y el campanazo en la cabeza.
Que recuerde, sólo una vez se habló de sexo desde ese púlpito que era el frente del aula. “Charla sobre preservativos” fue el tema de una clase relámpago, y luego comprendí, no tan de compromiso.
II.
A excepción de la tecnológica, la de los feminismos contemporáneos es la única utopía en pie que, en mi caso, provocó cambios de hábito como padre y pareja, y me reveló el machismo que se había impreso en los programas de historia de la literatura moderna que dictaba, donde brillaban por su ausencia escritoras que incluso admiraba como lector.
Desde hace un tiempo me doy el gusto de abordar a Safo, Virginia Woolf, Sara Gallardo, Marosa Di Giorgio, Armonía Sommers, María Moreno, Ana María Shua y Clarice Lispector, algunas de las cuales conocí por Ana Amado y Nora Domínguez, pioneras en abordaje de género en la Facultad de Filosofía y Letras, donde en los noventa, cuando cursé la carrera para ser docente de literatura, aún no se salía del enfoque patriarcal que primó en los estudios literarios desde que existen.
Aunque cueste creerlo, los diseños curriculares, cambiados ayer, han sido impermeables a los feminismos de esta generación. En el del Profesorado de Prácticas del lenguaje, por ejemplo, no figura la mujer como contenido a abordar, ni siquiera en la literatura moderna. Pero toda regla tiene su excepción y ella es el énfasis puesto en la sexualidad, celebrado por muchos docentes, y por prácticamente la totalidad de los estudiantes, que ha generado controversia en familias y hasta amparos de asociaciones de la sociedad civil, trinchera de la feligresía conservadora.
Confesionario, escuela, diván: el cuerpo da que hablar. Según Foucault, desde el Siglo XVIII el sexo del estudiante fue un problema público. Desde entonces, no solo los padres y madres, también gabinetes psicopedagógicos, médicos, y desde ya, docentes, prescribimos preceptos morales que incumben a la sexualidad. Demarcar qué hacer y qué no en este rubro, ahora veo, era el objetivo tanto de la clase sobre preservativos como del cura en la confesión semanal.
De modo que había educación sexual en la escuela de los ochenta. También la hay actualmente. Solo que hoy genera revuelo.
III.
Un día le pregunté [a la tía Nené] porqué no cumplió con el deber de esposa. Ella respondió que no convenía dialogar temas íntimos conmigo […] y que ya habría tiempo más adelante para tratar asuntos picantes y sucios.
Las primas de Aurora Venturini
Llevaba tiempo ser hetaira o geisha, formar parte del gineceo o ser prostituta por un día en Babilonia. Relatos orales, manuales de sexo y hasta recetas de cocina servían de aprendizaje en lo que hoy llamamos sexualidad, que incumbe algo más que el acto sexual.
En las últimas décadas, niñas que aún no entraron en la pubertad se maquillan, visten y bailan como muchas mujeres adultas. Dado que la niñez, como período, es una invención del Siglo XVIII, a quien vivió antes de esa época, lo que hoy llamamos el “perreo” de una niña no le resultaría extraño. Lo extraño es la nula preparación para la vida adulta y que familias, de toda extracción social, que legitiman que sus hijas se exhiban como objeto de deseo desde muy temprana edad, pongan el grito en el cielo cuando en la escuela hacemos foco en la sexualidad a través de la literatura.
Lolita armó revuelo. La novela cuenta la obsesión de un hombre con una niña de doce que perrea a conciencia, como las estudiantes de Claudine en la escuela de Colette. La diferencia de edad de los personajes de Nabokov es similar a la de los protagonistas de El amante de Marguerite Duras. Pero en Lolita, quien rememora esa relación, es un hombre, no del Siglo XIX –como San Martín, que no le llevaba menos edad a su esposa de la que Humbert le lleva a Lolita–, sino del Siglo XX. De ahí el revuelo y la censura a aquella novela, de las mejores del autor.
El protagonista, un “monstruo” y “pervertido”, según propia autoincriminación, tuvo una infancia feliz en la que su padre, además de leerle clásicos como Don Quijote y Los miserables, le enseñó a nadar, a esquiar y le “suministró toda la información que consideró necesaria sobre sexo”. Esa información no distaba de la suministrada en las charlas sobre preservativos, de perfil profiláctico como las de toallitas en colegios de chicas de hace unas décadas.
El tiempo pasó, para bien, dándonos la posibilidad de hablar de sexualidad en el aula. No fue magia, sino efecto de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) promulgada en 2006 en Argentina. Su petición de principios y demarcatoria de conductas a inculcar abarca el cuidado del cuerpo y de la salud, la atención al afecto y las emociones, el respeto a la diversidad, la perspectiva de género, y el ejercicio de derechos sexuales y reproductivos. En ella, antes que en la que se conoce como “Ley Filmus”, se concentra “la” política pública que dejó tras su paso el kirchnerismo en educación. Capacitación docente, jornadas obligatorias en escuelas, millones de libros distribuidos, y la firme decisión de docentes y directivos hicieron que pibes y pibas cuenten en el aula con algo más que el silencio o el consejo circunstancial sobre “asuntos picantes y sucios”.
IV.
Me dijo que para una niña de doce años es más pecado dejarse “fornicar” por los muchachos, porque para matar se necesita un cuchillo o un revólver, mientras que para pecar con muchachos basta con pensar que ya es pecado.
La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig
Eligieran El contrato social, Juvenilia o Privilegiados, libro de lectura obligatoria en las escuelas durante el primer peronismo, era potestad de los educadores decidir los materiales, y a nadie se le ocurría si quiera atender a una familia si no estaba de acuerdo con alguno. Concentrada en la crianza, la familia no opinaba sobre la educación, asunto que concernía a la escuela.
Mi mamá no tenía idea de lo que yo leía para Lengua y literatura. Empleada municipal al amparo del Estado Benefactor, disponía de más tiempo que cualquier madre sobre-explotada de hoy y apenas se ocupaba de revisar más que el boletín e ir a las pocas reuniones de padres que había. Nunca supo que leímos El matadero de Echeverría y La traición de Rita Hayworth de Puig, obras que, en su retrato de la sexualidad, espantarían a la derecha reaccionaria de ayer y a la igualmente reaccionaria, pero orondamente iletrada de hoy. De enterarse, no hubiera dicho nada. Mi vieja confiaba en la escuela con un ahínco que en la actualidad no tienen padres y madres, estudiantes, autoridades de toda extracción ideológica, e incluso, muchos docentes.
Hoy importa menos que la escuela haya perdido su sentido transformándose en un depósito de pibes y pibas, a que en el aula se lea una novela que diga “pija” y “culo”. La prueba es el revuelo que se armó con Cometierra. El chat de mamis y papis explotó de quejas. Bastó encender la mecha con la captura de una página de la novela de Reyes para que aparecieran denuncias de ONGs de papis y mamis. Se coronó el escándalo con un Twit de la vicepresidenta, y lectura de la obra de escritoras y escritores en defensa de la cultura.
El revuelo lo armó una de las mejores novelas de los últimos años, de las, contadas con los dedos de una mano, que los y las adolescentes leen con un entusiasmo inusual, y no precisamente porque en ella haya escenas de sexo (hay solo una y consentido), sino más bien, entre otras buenas razones, porque pibes y pibas se identifican con adolescentes que crecen sin un adulto que los mire –para ver si se maquillan o no y para qué; si están pegados al celular o no y para qué–, o peor, con uno que, cuando los mira, se escandaliza con aquello que los entusiasma, la buena literatura.
De la fábula a la tragedia, de la novela realista al relato gauchesco, la literatura ha servido de educación sentimental. Ofrece una palabra contraria a la que aúna sexo y pecado, una que, muchas veces, falta en casa. Hay quienes deberían agradecer antes que espantarse.
V.
¿Qué te gusta más leer? […] ¿Toda la biblioteca de tu padre?
Claudine en la escuela de Colette
En el siglo pasado, fruto del proyecto alfabetizador iluminista, no era inusual que una familia de la clase trabajadora contara con una modesta biblioteca, más bien dos: con libros para adultos una; y con relatos infantiles –de la Colección Anteojito, de Tor y algún tomo de enciclopedia– la otra.
Antes de llegar a la pubertad, muchas chicas hojeaban la biblioteca prohibida. Eso le ocurrió a los diez años a una de mis estudiantes que se le había animado a La guerra del fin del mundo y luego a Cien años de soledad, novela que la decidió a ser profesora de literatura. Me confió que un día, a la edad de Lolita, sacó del anaquel Sexus de Henry Miller. El título era una invitación y la obra, otro modo de escapar de la familia, que es lo que, hasta no hace mucho, quería todo adolescente.
El tiempo pasó, para mal, alterando el vínculo entre adultos e hijos/as a cargo. Si el/la hijo/a temía perder el amor de papá y de mamá, ahora son estos quienes temen perder el amor de sus hijos y prefieren ser sus amigos antes que cumplir la función que les cabe. También se invirtió el morbo de leer lo prohibido. Quienes no leen literatura tienen curiosidad por saber qué leen –solo en la escuela– sus hijos; y lo que es peor, tienen miedo de que la literatura cambie su orientación sexual; tal el poder nocivo que confieren a la literatura.
Salvo como decoración en casas de country, desaparecieron las bibliotecas en el hogar. Quedan las de las escuelas, barricada de la cultura letrada, más por inercia y mero conservadurismo, que como resistencia a una colonización algorítmica que negamos, sobre todo los docentes, añorando el paraíso perdido en el que la escuela ocupaba un lugar central en la sociedad y no éramos ni criticados por papis y mamis, ni reemplazados por la Inteligencia Artificial o un Youtuber.
Sarmientino como el peronismo histórico, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires confía en la lectura. Distribuyó miles de libros en las escuelas, entre otros, Cometierra. La novela, entre tantas otras muy buenas, integra la colección de Identidades bonaerenses y es material recomendado para trabajar la ESI, una temática que ha desplazado a la construcción de ciudadanía que había sido central desde el retorno a la democracia. Sin exagerar, si se apuntan los libros distribuidos en escuelas e institutos de formación docente, la desplazó en proporción de 10 a 1.
La escuela actual repone una palabra que falta en casa y sobra en los medios. Recomendar por redes el uso de pornografía, como hizo previo a asumir un funcionario del gobierno de Milei, no parecería que ayude en esta materia. Por el contrario, que la ESI sirva, entre otras muchas cosas, para alertar sobre el abuso intrafamiliar y del embarazo prematuro, flagelos de la clase trabajadora, no es un logro menor y sí, una política a profundizar.
En el contexto de avance de la ESI en la escuela, es previsible la reacción conservadora, más aún en días de su auge a escala global, cuando, en sintonía, el gobierno argentino desmantela toda política de género y vota en contra de la iniciativa para eliminar la violencia contra las mujeres. En EE.UU., por ejemplo, cuna de la libertad de expresión, donde no fue censurada ni siquiera Lolita, hay lista de libros prohibidos en las escuelas; en su mayoría, con temática racial y LGTB. Este nuevo Index es repetición de la reacción conservadora ante la liberación sexual de los 60. La campaña “salven a nuestros hijos (de la homosexualidad)” es tan vieja como la homofobia. En Argentina se esconde bajo el cíclico “Con los chicos no”.
Pier Paolo Pasolini combatió la reacción conservadora en los 60-70. Católico, estaba en contra la despenalización del aborto que se debatía entonces. Para no llegar a él, proponía, para las escuelas de la clase trabajadora, lo que hoy llamamos ESI. Pero como marxista, que también era, advirtió que el prisma progresista era un complemento, antes que el opuesto, del conservador.
Lo obsceno, para Pasolini, no era lo que escandalizaba a los santurrones, esto es, que se hable de sexualidad en el aula; sino que se haya roto el lazo entre padres e hijos a manos del hedonismo consumista, un nuevo fascismo que imponía una lengua que sepultaba toda tradición y legado. Lo que él llamaba “neo-capitalismo” no es otra cosa que el neoliberalismo desde el cual, aunque cueste creerlo, también leemos literatura y hablamos sobre sexualidad en el aula.
VI.
“Ironía del dispositivo: nos hace creer que en ello reside nuestra liberación”.
Michel Foucault, Historia de la sexualidad
De los estoicos al psicoanálisis, del budismo al cristianismo, lo que sobran son ejercicios para templar el carácter y domar las pasiones. Llamarlas emociones, como es usual en la Posmodernidad, es algo más que bajarles el precio. Unas y otras corresponden a órdenes distintos. Compárese la alegría con la envidia o la avaricia y la tristeza con el rencor o el amor, y se verá la diferencia. La emoción es momentánea; la pasión, duradera. Una es pura superficie; la otra, herida abierta. Una de las dos impone una ética. Y esa es toda la diferencia.
La película Intensamente cuenta la historia de una niña a la que padece el desarraigo tras la mudanza que han decidido sus padres. Ripley debe transitar un duelo, desprenderse de esa parte suya que queda con los vecinos del barrio de la infancia y los amigos del colegio que acaso no verá más. El filme se hace eco del imaginario emocional difundido en las empresas y que se trasladó a la escuela. La solución, enviada desde un “centro de control” (cerebral), es tan fácil como la que proponen los manuales de autoayuda o la medicalización compulsiva a temprana edad: basta dosificar un poco de alegría para contrarrestar la tristeza. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? ¿Y cómo no se nos había ocurrido abordar la sexualidad con una resolución así de mágica?
En educación, la derecha enseña a “gestionar las emociones”; el progresismo, propone “alojarlas”. La distinción no es semántica, sino epistemológica, es decir, ética. No es lo mismo hablar de emociones que de pasiones, pecados o pulsiones. En materiales bibliográficos, tanto para el aula como los que sirven de fuente en diplomaturas de esta especialidad, la ESI se enfoca en las emociones y propone una pedagogía del amor, la ternura, el consenso y la tolerancia.
Si bien la ESI no supone un retorno al higienismo ni a la visión confesional del sexo, desde ya, a las cuales se propone superar, sus planteos siguen anclados en el perfil biológico del que nunca se movió la escuela para tratar la sexualidad. La diferencia es que ahora son las neurociencias, que plantean una simbiosis nunca bien explicada entre neuronas y emociones, desde las que pensamos tanto desórdenes psíquicos como cuestiones relativas a la sexualidad.
Es un paso adelante considerar la “dimensión psicosocial de la sexualidad”, como planteamos desde la ESI, pero la idea de sexualidad que se exhibe en cuadernillos de trabajo para el aula o de estudio en las postítulos del área, es una idea no conflictiva propia de esta era no trágica, la del capitalismo tardío. En materia de sexualidad, parecería que solo es cuestión de llamar a las cosas por su nombre, ponernos de acuerdo y empatizar con el otro. La armonía vendrá por añadidura. Basta con hablar de sexualidad en el aula para que todo se resuelva. Es un planteo esotérico afín a la autoayuda neoliberal, una forma de eludir la sexualidad, que siempre es conflictiva.
“Si se cede en las palabras, se cede en los hechos”, decía Freud. Haber cambiado pulsiones por emociones deja en evidencia lo que, en el enfoque de la ESI, sobre todo en diseños curriculares, brilla por su ausencia: Freud. Fue él quien enseñó que la sexualidad no es sinónimo de genitalidad, algo central en el planteo de la ESI. Fue Freud quien planteó una antítesis con la neurociencia de entonces, si se me permite el anacronismo, en su descubrimiento del aparato psíquico y de la neurosis infantil; y fue él quien postuló nuestro carácter bisexual sin el cual no podríamos trabajar en el aula sobre las diversidades sexuales como hacemos desde la ESI.
Como tantos, Freud es cancelado por machista. Convendría no tirar el agua de la bañera con el bebé dentro. El retorno del biologicismo contra el que peleó Freud (basarnos en las neurociencias no es otra cosa) y la negación del psicoanálisis como paradigma para pensar la sexualidad conforman una posición reaccionaria. Que al pito le llamemos pito y al culo, culo; no nos aleja de los santurrones. Dicho de otro modo, hablar de emociones no supone liberación alguna. Es, ni más ni menos, la “astucia del dispositivo” de nuestra era.
Aunque nos cueste aceptarlo a quienes estamos a favor de la ESI, volvemos a ocupar el lugar del objetor de conciencia. La convicción de estar del lado del Bien y la prédica de normas morales, como la tolerancia al otro y a la diversidad, sobre todo, nos acercan al cura del que nos creíamos lejos.
Si volvemos a tomar en serio el paradigma freudiano –al que ha sido tan afecta la cultura porteña– y hacemos a un lado las emociones, la literatura será guía mucho más provechosa para una educación sentimental que no termina nunca. Además de mejores lectores de literatura, dejaremos de estar parados en el mismo lugar en el que se para la derecha para hablar de la sexualidad en el aula.
Referencias:
[1] https://pen.org/report/beyond-the-shelves/
[2] Macey, D. Las vidas de Michel Foucault, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 458.
[3] Pasolini, P. P. Escritos corsarios, Bs As., Red Editorial, 2022.
[4] Pommier, G. Cómo las neurociencias demuestran el psicoanálisis, Bs. As., Letra viva, 2010.
Lomas de Zamora, 9 de marzo de 2025.
*Prof. y Dr. en Letras, y Mag. en Comunición y Cultura, es docente en profesorados del Conurbano, ensayista y crítico de cine. Publicó Hoteles. Estudio crítico (2007), Cambiemos o la banalidad del bien (2019), La invención de la literatura. Una historia del cine (2021). Estuvo a cargo de El Nuevo Cine murió (2021) y prologó Escritos corsarios de P. P. Pasolini (2022). Su último libro esditado es «P3RRON3. El Corsario».