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Genealogía (criolla) del racismo – Por Angelina Uzín Olleros

Foto: NA.

Angelina Uzín Olleros sostiene en este artículo que cuando un ex presidente y “líder” de un sector de la oposición hace referencia a la raza superior, lo hace desde un racismo ampliado y profundizado que se traduce en una versión local y lamentablemente actual de un “racismo de Estado”.

Por Angelina Uzín Olleros*

(Especial para La Tecl@ Eñe)

No hace mucho tiempo que el concepto de “raza” se desligó del color de la piel, sin embargo persisten discursos que alimentan los racismos actuales donde existe la convicción de la existencia de diferentes razas y, por este motivo, las declaraciones sobre los alemanes como “raza superior” a propósito del próximo mundial de fútbol en Qatar, resuenan peligrosas y obligan a quien enuncia esa afirmación a enviar un tweet con las correspondientes disculpas.

A estas declaraciones dichas como al pasar se suman una serie de enunciados que construyen una secuencia ideológica de ciertos sectores de la escena política argentina: los niños pobres que nunca llegarán a la universidad; los barrios marginales atravesados por la droga y la delincuencia; la necesidad de bajar la edad de imputabilidad para asegurar a la sociedad normal que prontamente el individuo peligroso será castigado y encerrado.

El anzuelo por el que muere el pez que busca alimento para su subsistencia, en estos casos, es el descuido por pronunciar palabras sin preparar debidamente el libreto, quizás porque ya no hace falta que los intelectuales de turno asesoren a los que están en carrera evitando que erren en sus expresiones. Aquí se percibe un doble juego, la materialidad del discurso nunca antes estuvo tan patente en el oído de los medios de comunicación, pero al mismo tiempo no logra tener un efecto profundo cuando se habla desde argumentos racistas, sexistas, clasistas. Abundan ejemplos de elecciones presidenciales en las que el ganador llegó a la meta diciendo lo que pensaba, sin filtros, sin cuidados, sin perspicacia.

Las contradicciones ya no encuentran tampoco una solución dialéctica, existen, están, se acrecientan; desde la política se ataca a la política, desde la democracia se niega la democracia, desde la libertad se censura la libertad. Hay quienes se disculpan, otros ni siquiera eso, en el olvido que persiste con la vorágine de entrevistas, de chicanas, de descalificaciones, se crea el backstage del “imprudente saber”, o de la “razón indolente” como la nombra De Souza Santos, un fenómeno que aparece al cobijo de todas las versiones del Emotivismo y, al mismo tiempo, no siente nada.

A este panorama se suma un personaje que destaca sin sonrojarse que Hitler bajó el índice de desocupación y que seguramente Videla hizo cosas buenas también; nuevas y múltiples versiones “criollas” de la banalidad del mal, a las que se agrega el hecho que ciudadanos y ciudadanas creen que no son peligrosas ni dañinas, que están en la misma frecuencia de un guión de novelas o series en voga. Aquí, llegados a este punto, el concepto de “racismo” se amplía, se consolida, se instala en tantos hilos como redes pueda tejer.

No es banal que los representantes, los gobernantes, los que ocuparon u ocupan asientos en las cámaras de diputados y senadores, los que hoy son propuestos para el Consejo de la Magistratura, (bueno aquí otra contradicción: el republicanismo local que maneja “políticamente” y a discreción el Poder Judicial…) digo: no es banal que sean racistas.

Michel Foucault sostenía que la guerra fue concebida desde los orígenes de la era moderna y durante el siglo XVII como guerra de razas, reconstruyendo ese registro discursivo para mostrar que el tema de las razas iba a ser retomado por lo que él denominó “racismo de Estado”.

“Me parece que uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX es aquel mediante el cual el poder se hizo cargo de la vida. Se trata de una toma de poder sobre el hombre en tanto que ser viviente, es decir de una especie de estatalización de lo biológico, o por lo menos de una tendencia que conduce a lo que se podría llamar la estatalización de lo biológico.” Afirmación que traída a nuestros días toma un cariz importante luego de la pandemia y bajo los actuales índices de pobreza.

Continúa Foucault: “Creo que una de las transformaciones de más peso en el derecho político del siglo XIX consistió, no tanto en sustituir el viejo derecho de la soberanía     – hacer morir o dejar vivir – por otro derecho nuevo. El nuevo derecho no cancelará al primero, pero lo penetrará, lo atravesará, lo modificará. Tal derecho, o más bien tal poder, será exactamente el contrario al anterior: será el poder de hacer vivir y de dejar morir. Resumiendo: si el viejo derecho de soberanía consistía en hacer morir o dejar vivir, el nuevo derecho será el de hacer vivir o dejar morir.”

Todos los comentarios antidemocráticos, excluyentes que se cocinan al calor del desprecio por los otros y otras, son racistas, incluso la frase utilizada por una política de carrera que trató de “desclasada” a la vicepresidenta. No es inocente que un importante sector de la política argentina sea racista y que ocupe lugares de poder en, precisamente, los poderes de la tan citada “república”.

Nuevamente Foucault: “¿Qué es propiamente el racismo? En primer lugar, es el modo en que, en el ámbito de la vida que el poder tomó bajo su gestión, se introduce una ruptura, la ruptura que se da entre lo que debe vivir y lo que debe morir.” Continúa más adelante: “En el régimen nazi se asiste pues al desencadenamiento del poder homicida y del poder soberano a través de todo el cuerpo social. Pero se manifiesta aquí también otro fenómeno fundamental. Porque la guerra es puesta explícitamente no sólo como un objetivo político para obtener cierto número de recursos, sino también como una especie de fase final y decisiva que corone el conjunto.”

Recordemos también todos los argumentos acerca del “pobrismo” y de la necesidad de implosionar el conurbano bonaerense, o en una versión más liviana “llevarlos al sur” donde todavía no hay suficiente población para eliminar. “La sociedad nazi generalizó de modo absoluto el biopoder, y también el derecho soberano de matar. Los dos mecanismos, el clásico, más arcaico, que daba al estado derecho de vida y muerte sobre los ciudadanos, y el nuevo mecanismo del biopoder, organizado en torno a la disciplina, a la regulación, coinciden exactamente. Por lo tanto se puede decir que el estado nazi hizo absolutamente coextensivos el campo de una vida que él organiza, protege, garantiza, cultiva biológicamente y el derecho soberano de matar a cualquiera.” Foucault sintetiza lo siguiente: “Con los nazis tomó cuerpo una coincidencia  entre un biopoder generalizado y una dictadura absoluta…”

Por eso cuando un ex presidente y “líder” de un sector de la oposición; un diputado, un senador, la presidenta de un partido, una ex diputada, un candidato firme al Consejo de la Magistratura, hablan en estos términos: racistas, en un racismo ampliado y profundizado, en un racismo renovado; lo que proponen es un “racismo de Estado” en versión local y, lamentablemente, actual.

Paraná, 18 de noviembre de 2022.

*Dra. Ciencias Sociales. Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos. UNGS/UADER.

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