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Dolor Familia: Los Desgarros del Encierro – Por Osvaldo Fernández Santos

Resulta urgente la implementación de una campaña pública de esclarecimiento y concientización sobre la violencia física y sexual durante el aislamiento social, entendiendo que algunas organizaciones feministas la han propuesto.

Por Osvaldo Fernández Santos*

(para La Tecl@ Eñe)

 

El aislamiento, paradójica y eficaz medida para cuidar al otro y cuidarnos ante la pandemia del coronavirus, nos atraviesa de modos disímiles y con consecuencias diferentes. La referencia excede la singularidad subjetiva, desde la cual inexorablemente transitamos la vivencia inédita para la mayoría.

Las condiciones materiales para la diversidad vivencial, provienen principalmente de dos fuentes: la económica y la del entorno inmediato conviviente.

No se transita del mismo modo el encierro en los hogares de clase media, media-alta, y alta, que en las viviendas de los sectores precarizados donde son acuciantes el hacinamiento, el hambre, la dificultad para acceder al agua potable, la necesidad de la changa diaria como condición sine qua non para la comida del día. La dimensión del malestar sobrante es impermeable a la cuarentena.

El hogar dulce hogar del instituido patriarcal, estalla en silencio ante la emergencia, constituyendo una encerrona trágica para las mujeres sometidas a la violencia machista, y para niñas, niños, y adolescentes maltratados, fundamentalmente para lxs abusadxs sexualmente.

La noción de encerrona trágica desplegada por Fernando Ulloa, en relación a la asimetría de poder y la perversión puesta en juego en la escena de la tortura, describe de manera precisa el dolor familia de las víctimas de la violencia patriarcal durante la cuarentena. La caída del tabú del incesto, no discrimina clases sociales. La crisis potencia las violencias, el aislamiento opera como un centro de detención, la tortura se vehiculiza como abuso sexual, golpizas certeras o humillaciones infinitas.

Los 14 femicidios perpetrados en el tiempo transcurrido desde el comienzo del aislamiento domiciliario, de alguna manera, denuncian lo desgarrador del encierro obligatorio con el victimario. El incremento del 60 % en los llamados a la línea 144 contra la violencia de género, marca el nivel de la espesura de las masacres leídas como tragedias.

Los femicidios acaecidos durante la cuarentena, alarman con dilate. Conmueven por un lapso la conciencia social, alguna conciencia social, tornándose más temprano que tarde en una noticia más. Una muerte más, un femicidio más, hasta volver al coronavirus que recuerda nuestra finitud, y puede ser el encargado de certificarla.

Los abusos sexuales intrafamiliares, incestuosos por definición porque son ejercidos por adultos significativos de los que las niña/os dependen, quedan facilitados por el encierro compartido. La asimetría de poder, se acrecienta por el incremento objetivo de las condiciones materiales que apuntalan la vulnerabilidad subjetiva. El silencio, la imposición del secreto por la amenaza o la manipulación afectiva propios de la dinámica vejatoria, resulta simétrica al cono de silencio mediático. La negación del horror -en tanto toma de noticia pero no de conciencia- se retroalimenta con el pavor al coronavirus.

Lo siniestro, lo familiar que se torna repentinamente horroroso, emergerá con una desmesurada potencia cuando pase el aislamiento. Hoy teje la trama de la cotidianeidad en los hogares incestuosos.

Según datos estadísticos de la OMS, una de cada cinco mujeres, y uno de cada trece varones, son victimizados sexualmente durante la infancia. La abrumadora mayoría de los abusos sexuales ocurren dentro del ámbito familiar.

Sería ingenuo pensar que los crímenes basales de la cultura patriarcal, pueden ser superados durante la cuarentena, lo cual no implica que no se puedan desplegar estrategias político-sanitarias-legales-solidarias para enfrentarlos.

Resulta urgente la implementación de una campaña pública de esclarecimiento y concientización sobre la violencia física y sexual durante el aislamiento social, entendiendo que algunas organizaciones feministas la han propuesto.

La campaña debería ser masiva e incluir símbolos rápidos para la solicitud de ayuda, extendiendo -para partir de lo dado- la idea del “barbijo rojo” impulsada por el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) como código de socorro, a todos los comercios.

Asimismo, considerando la especificidad de los abusos sexuales contra niñxs, el formato de los dibujos animados podría ser una vía regia de acceso a la problemática, por medio de un guion alegórico que desanude la lógica del silencio, e instituya un emblema social para el pedido de ayuda. De tal modo se operaría en diferentes planos: el esclarecimiento de la población, el aporte a lxs niñxs de simbolizaciones de transición para propiciar cierta elaboración de lo real inmetabolizable del abuso, la facilitación representacional para la descaptura del secreto, así como la instauración de una señal de alarma consensuada que pueda ser leída rápidamente por el prójimo. El prójimo en la doble acepción de próximo y semejante.

Completando el dispositivo con la intervención eficaz del poder judicial,  arbitrando medidas cautelares de cuidado.

Los gritos del silencio pueden y deben ser escuchados.

 

Buenos Aires, 6 de abril de 2020

*Psicólogo-Psicoanalista.

1 Comment

  1. Graciela dice:

    Necesario y urgente introducir en el discurso esta otra epidemia!!!