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En la tarde del último sábado 27 de febrero, la oposición al gobierno de Alberto Fernández colgó bolsas mortuorias en la histórica Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Se cruzó un límite impuesto por la democracia. La derecha opositora marcó la cancha donde quiere disputar el año electoral y su  después: en el campo de una latencia de muerte impiadosa que persiste en esta nación que habitamos.

Por Jorge Giles*

(para La Tecl@ Eñe)

 

En la tarde del último sábado 27 de febrero, la oposición al gobierno de Alberto Fernández colgó  bolsas mortuorias en la histórica Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada.

Cada una de ellas con nombres relevantes de la vida política argentina.

Llovieron las quejas, los lamentos y el repudio generalizado del sector de la sociedad siempre sensible a la defensa de la vida y los derechos humanos.

Sin embargo, desde el lado institucional y mediático de la oposición, apenas esbozaron una ligera molestia pero…terminaron justificando la presunta performance del terror. Así estamos en la Argentina.

No alcanza con que nos quejemos, nos lamentemos y repudiemos aquel hecho macabro. Es necesario, en primer lugar, no dejar que lo sucedido se caiga de la agenda del debate público, habida cuenta de la gravedad que le asignamos. Por varias razones distintas y complementarias.

La derecha en el mundo viene demostrando cómo se aprovecha de la pandemia y sus consecuencias, para rehabilitar y exacerbar sus políticas xenófobas y racistas de siempre. Sólo que esta vez intentan, desde ese posicionamiento del odio, construir un nuevo sentido común que empuje a la sociedad hacia un abismo igual o semejante al de las peores horas sufridas por la humanidad; fascismo, nazismo, dictaduras latinoamericanas mediante.

No estamos exagerando. Está pasando ahora mismo. Y no digamos, como algunos decían ingenuamente en los años setenta: “en la Argentina es imposible una dictadura como la de Pinochet”. No sólo fue posible; fue más trágica.

Sabemos de las diferencias entre una etapa política y otra. Sabemos de las relaciones de fuerza a nivel social. Pero también sabemos que nuestra historia enseña que es un error fatal dejar que crezca el huevo de la serpiente allí donde se manifieste.

Hay una latencia de muerte impiadosa en esta nación que habitamos. Hay un odio atávico a todo lo que sabe a nacional y popular, peronista, feminista, marxista, el mundo LGBTIQ+.  Ese odio no se extingue; puede aletargarse por algún tiempo, pero ante determinadas circunstancias y estímulos, se expresa en toda su obscena y cruel desnudez.

“Lo peronista” representa, para la derecha nativa, aquello que para la derecha europea son los gitanos, los  judíos, los negros africanos, los inmigrantes, los sudacas. Y así como el fascismo de mitad de siglo XX construyó a su enemigo antes del zarpazo mortal de Hitler y Mussolini, habrá que advertir entonces que en nuestro continente están lanzadas las fuerzas de la derecha más feroz bajo el mismo esquema de ataque a la democracia.

Construido “el enemigo”, van por su aislamiento social y su posterior aniquilamiento; por las circunstancias que hacen al perfil de nuestro país, no necesariamente será un aniquilamiento físico, pero sí moral, cultural y político.

Sucedió recientemente con Bolsonaro y con Trump, agitadores con mucho poder, que estimularon el odio contra el diferente como forma de llegar a conquistar el Estado.  

Algo se rompió esa tarde del último sábado de febrero de 2021. Se cruzó un límite impuesto por la democracia. La derecha opositora marcó la cancha donde quiere disputar el año electoral y su  después. Están convencidos que deben radicalizar sus posiciones; para ello se muestran explícitamente referenciados en la muerte, justo en este país donde ya hubo 30.000 bolsas mortuorias con cuerpos ultrajados en su interior y donde se apilaron, esas bolsas, con los cadáveres de hombres, mujeres y niños, muchos niños, después del bombardeo a Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. La misma plaza, el mismo odio.

Los que tenemos la piel marcada por aquellos dolores, no podemos olvidarnos de Videla advirtiendo  mucho antes del 24 de marzo de 1976 que “si tenemos que matar a un millón de personas lo haremos” y al general golpista Ibérico Saint Jean afirmando que “primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores, después a los indiferentes y por último a los tímidos”.

El ministerio de educación de la dictadura difundió en 1976 un Instructivo para “detectar subversivos en la enseñanza de los hijos”. Un párrafo es suficiente: “el llamado “trabajo grupal”, impulsado por la subversión, sustituye la responsabilidad personal y puede ser utilizado para despersonalizar al chico, acostumbrarlo a la pereza y facilitar así su adoctrinamiento. Para erradicar esta pesadilla, los padres deben participar, vigilar y presentar las quejas que consideren convenientes”

Eso se llama construcción del sentido común. No son excesos verbales ni exabruptos ni jolgorio derechista. En los países de la América Latina, la derecha se convierte rápidamente en fascista cada vez que se siente amenazada por un gobierno al que llaman populista.

 

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Ya no están los genocidas blindados; pero la cría civil de aquella dictadura, sigue operando. Y no podemos convivir sumisamente con quienes niegan la vida en democracia. Dentro de la ley, todo;  fuera de la ley, nada. 

La Argentina ya vivió la experiencia de la mutación de un comité partidario en un “comando civil”  que salía a cazar peronistas. Estamos hablando de hechos que, por ser parte de nuestro bagaje histórico, debieran recordarse a la hora de analizar la realidad que afrontamos.

En términos políticos esa derecha irá ocupando todo el espacio posible para aumentar su volumen electoral y su capacidad de maniobras desestabilizadoras de la democracia. La perspectiva parece ser la profundización de un antagonismo creciente entre esas fuerzas, dirigidas y manipuladas por el macrismo en cualquiera de sus versiones, los grandes medios hegemónicos de comunicación y los instrumentistas del quirófano judicial, de un lado; del otro, un Frente de Todos que deberá actuar inteligente y rápidamente para representar todo el arco social que se identifique con una democracia participativa, una cultura popular y un ejercicio activo y permanente de la memoria colectiva.  

No quedará lugar para pretendidas representaciones del “centro” ideológico. Del centro hacia la izquierda del espectro político, el Frente gobernante deberá tener políticas que los representen a todos y todas. Y eso hay que hacerlo ahora, no por ser un año electoral, sino porque estamos en pandemia y en tiempos de pandemia e incertidumbres es sabido que anidan los peores fantasmas. La disyuntiva es de hierro: gana la muerte o gana la vida; gana el olvido o gana la memoria.

Si elevamos la vista para mirar el mundo nos encontraremos con escenas diarias de confrontación social por variados motivos, pero casi siempre cruzadas por el denominador común de enfrentar a quienes defienden la vida y la salud de los pueblos y los negacionistas que pugnan por imponer sus desvaríos anti vacunas.

El mundo está en plena transformación.

Estados Unidos, sumido en la peor crisis política social desde su conformación como nación, afronta el desafío de impedir que las consecuencias de su puja interna provoquen la escisión de algunos estados, incluida la probable desintegración como nación. El imperio norteamericano se desmorona ante el avance de un mundo que es cada vez más multipolar, pese a su oposición. Y con un dato novedoso e impactante que marcará toda esta etapa: esta vez el multilateralismo es traccionado y conducido por China y Rusia.

Lo que está en juego es el destino de la humanidad misma. Por eso mismo, si algo se rompió aquella tarde de febrero, el Estado deberá impedir con la fuerza legítima que le otorga la ley y la Constitución, cualquier atisbo de semblanza pro-genocida.

Nos queda como hombres y mujeres de a pie, recrear la memoria diariamente, fortalecer el “Nunca más”, defender los derechos humanos sin renunciar un centímetro todo lo construido en democracia y defender y fortalecer al gobierno nacional para ejecutar una por una las decisiones expresadas ante el Congreso de la Nación por el presidente Alberto Fernández.

Hay que crear comunidad allí donde estemos y nos pretendan fragmentar socialmente. Hay que volver a recrear la idea de que somos un pueblo, una nación, una patria grande, sabiendo que la pandemia vino para quedarse mucho tiempo. Podríamos tranquilizarnos diciendo que el virus del Covid-19 es un suceso extraordinario y que luego de la vacunación masiva volveremos a nuestra vieja “normalidad”. Lo siento; pero si así se piensa es porque no se entiende que esta pandemia es apenas un indicador de que el planeta ha dicho “basta”.

O cambiamos el mundo mejorando las condiciones de vida; o los que descienden de aquellos que arrojaban  cadáveres al río y al mar, ganarán la partida. No nos merecemos ese final. Pero tampoco nos merecemos, por historia y por convicción democrática, hacernos los desentendidos y los superados con los que apuestan al odio y la muerte.

 

Buenos Aires, 6 de febrero de 2021.

*Periodista y escritor. Su último libro publicado es «Mocasines, una memoria peronista», editado por la cooperativa Grupo Editorial del Sur (GES)

1 Comment

  1. Sofía Koval dice:

    MUY buen artículo,sobre todo para los que carecen de memoria.
    Me gustaría que no quede en el olvido este acto nefasto.Creo que debe haber más presencia del Gobierno.Lo considero un acto contra la democracia.Los dirigentes de la oposición apenas esbozaron unapalabra.

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