Si la dirigencia política de nuestro país insiste en este delirio megalómano de permanencia en sepia, Milei y sus dueños estarán agradecidos y nuestro país se parecerá cada día más a Perú y a su exclusión social obscena, pero con una “macroeconomía ordenada”.
Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)
A pocos días de la brutal represión del miércoles último frente al Congreso Nacional, promovida por la operación de contrainteligencia del gobierno que tiene a Javier Milei como vocero, la que simulo grandes disturbios “opositores”, surgen una serie de interrogantes imprescindibles para intentar entender el proceso que atraviesa la Argentina y buscar herramientas e ideas que permitan revertir este tristísimo presente.
Existen innumerables palabras de la lengua de Cervantes para describir el gobierno actual, pero tal vez el lunfardo nos proporcione mejores aproximaciones. El gobierno de Milei es básicamente berreta. Mas allá de que a ese adjetivo calificativo se le pueden agregar muchos más.
Tan berreta, inconsistente y cruel como fuera el gobierno que le sirve de base e imitación, el de Alberto Fujimori en Perú. No son ni Hayek ni Milton Friedman ni la escuela austriaca, ni Murray Rothbard ni el multiverso libertario, el norte de Milei, es el Perú de Fujimori.
Los orígenes del triunfo de Fujimori en Perú tampoco son muy disimiles a lo sucedido en nuestro país,
Alberto Fujimori, un ingeniero agrónomo de ascendencia japonesa y ajeno a la política peruana, fundó en 1989 el partido Cambio 90 con el que se impondría inesperadamente como presidente del Perú en las elecciones de 1990.
Fujimori decidió entonces una severa política de ajuste, que pasaría a la historia como el «fujishock» y que implicó la desaparición de los subsidios estatales, la desregulación del transporte de cargas y personas, la privatización masiva de empresas públicas y la expansión de la desocupación. El entonces ministro Juan Hurtado Miller, un Toto Caputo peruano, fue el encargado de comunicarlo al país. El 7 de agosto de 1990, enunció las medidas y cerró su intervención con una frase que todavía resuena en la memoria de los peruanos que vivieron aquellos duros años: “Dios nos Ayudara”.
La apelación a “Las Fuerzas del Cielo”, como se puede ver, de nuevo no tiene nada.
El 5 de abril de 1992 el presidente Fujimori anunciaba por televisión que había ordenado la disolución del Congreso, una “reorganización por decreto del poder judicial” y la creación de un “gobierno de emergencia y reconstrucción nacional ante la violencia de izquierda”.
Fujimori justificó su acción por la actitud “obstruccionista” del Congreso, que, decía, ponía trabas a las medidas necesarias para enderezar la economía del país. Algo casi idéntico a los discursos de los partidarios del influencer de la Casa Rosada.
De aquel autogolpe defendido por Estados Unidos y el poder económico peruano, surgiría en 1993 la nefasta Constitución Política del Perú, en vigencia desde entonces y elaborada por un Congreso Constituyente constituido a dedo que produjo este texto promulgado por el propio Fujimori el 29 de diciembre de aquel año.
Esa Constitución del 93 es la Biblia del poder económico argentino y de sus empleados libertarios que ocupan hoy los despachos oficiales.
Así siguió Fujimori destruyendo el Perú con una oposición alquilada que fingía serlo (cualquier coincidencia con Argentina no parece casual) hasta que en el año 2000 estalló un escandalo de corrupción que dejó al descubierto cómo Vladimiro Montesinos, el Santiago Caputo de Fujimori, filmaba cómo les entregaba dinero a congresistas opositores para corromperlos y tenerlos sodomizados con la amenaza de difusión posterior de esos videos (Kueider no parece un pionero).
Con la aprobación de la Constitución del 93 y la cooptación definitiva del Poder Judicial, ya ni Fujimori ni Montesinos eran necesarios para el poder económico, y se los sacarían de encima para digitar hasta nuestros días presidentes fantoches que duran un tiempo breve hasta que son destituidos y encarcelados.
Este es el modelo para Argentina y lo más probable es que aún “el León” no se haya dado cuenta que es solo un peón de un tablero, que ni siquiera sabe dónde se encuentra.
Igual, es bueno reflexionar acerca de este desastre que atraviesa nuestro país y en el que nadie de la elite política, académica, institucional y empresarial, cree tener ninguna responsabilidad, pero el huevo de la serpiente que nos condujo a este presente tiene varias escalas previas.
La pretendida “singularidad argentina”, tan mencionada para explicar nuestras virtudes, aplica, sin embargo, para explicar nuestras tragedias. No hay otro país donde sus fuerzas armadas hayan bombardeado la casa de gobierno y matado decenas de civiles como aquí en 1955. El caso del Chile de Salvador Allende es lo único que se le puede asemejar, pero no en esa magnitud.
Dieciocho años de democracia de ficción, con el principal partido popular proscripto y con una constitución ilegal redactada por una dictadura que, sin embargo, estuvo vigente hasta 1994.
Una dictadura que asesinó y desapareció ciudadanos actuando con altos niveles de consenso popular, el que luego fue “olvidado” por una “sociedad inocente” sorprendida por el genocidio.
Gobiernos insolventes en huida en medio de caos social y político y presidentes impresentables como Carlos Menem, encargado de destruir el Estado Peronista con el consenso del propio peronismo, seguirían luego.
Una Constitución, la de 1994 donde desde Alfonsín a Menem y desde Carrió a Chacho Álvarez, Horacio Rosatti incluido, estuvieron de acuerdo en crear la institución del Decreto de Necesidad y Urgencia convirtiendo al Poder Legislativo en un mamarracho institucional, descartable y sin funciones de poder reales, hoy aprovechado al extremo por Javier Milei.
Más tarde vendrían gobiernos olvidables, con la sola y exótica excepción del gobierno de Néstor Kirchner, el único presidente a la altura del Movimiento Popular de Argentina entre Perón y nuestros días.
Toda la dirigencia política que condujo a este presente de Milei nos habla como si hubiéramos estado viviendo en Disneylandia y Milei encabezara un ejército invasor.
A pesar de todo esto, el grueso de esa dirigencia se sigue viendo a sí misma irreemplazable y cuando es abandonada por la pérdida de adhesión popular, suele dedicar sus últimos años a obturar y evitar cualquier tipo de renovación.
Si la dirigencia política de nuestro país insiste en este delirio megalómano de permanencia en sepia, Milei y sus dueños estarán agradecidos y nuestro país se parecerá cada día más a Perú y a su exclusión social obscena, pero con una “macroeconomía ordenada”.
Los que nos trajeron hasta acá difícilmente sean los que no puedan sacar de este lugar de oprobio y exclusión.
Es hora de cambiar para sobrevivir como país.
Buenos Aires, 17 de marzo de 2025.
*Analista político
1 Comment
Excelente y acertado su análisis. Modestamente pienso, cuando estoy de buen humor, que así como el gobierno del payaso, entró en su caída precipitada, nuestros presuntos representantes políticos también caerán en picada, por corruptos unos y por insolventes, la mayoría. Creo que si bien el modelo Fujimorista le cae bien al estafador-narco que nos gobierna, no creo que sea aceptado, al menos por la mitad del pueblo argentino. No tener dirigentes aptos, es angustiante, pero suponer que otros no tomarán su lugar, es el principal error del payaso y el «círculo rojo».