SILBIDOS DE UN VAGO 17 – De la seducción/conducción a la reducción – Por Noé Jitrik

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SILBIDOS DE UN VAGO 17 – De la seducción/conducción a la reducción – Por Noé Jitrik

'El asesinato de César', pintado por Vicenzo Camuccini en 1804.

'El asesinato de César', pintado por Vicenzo Camuccini en 1804.

Por un lado intentamos seducir, por el otro nos seducen. La palabra, por otro lado, es prima hermana de “conducir” y, más lejos, de “abducir” y de “reducir”. ¿Será por ese lado que hay que comprender la literatura? ¿O la política? Una nueva entrega de los Silbidos de Noé Jitrik.

Por Noé Jitrik*

(para La Tecl@ Eñe)

En la extraordinaria película de Buñuel, La vía láctea,  dos caminantes que intentan llegar a Santiago de Compostela, luego se verá que en vano, pernoctan una noche en una posada y a punto de comer aparece un cura que quiere contarles una historia, un milagro. Todos los parroquianos, los caminantes y hasta dos guerrilleros, que hicieron un alto, lo escuchan pero, intranquilo, a cada rato dice “Escúchenme bien”, como temiendo que los ocasionales oyentes se distraigan o, más aún, que no sigan el hilo de la narración. Siempre me interesó la frase: todo narrador pide que lo escuchen, si insiste es porque no siempre sucede, la atención, lo escribí alguna vez, no se compra ni se vende, se presta y es difícil que haya devolución. En suma, para que se entienda y acepte lo que uno quiere contar, es preciso que se lo escuche. Eso está claro pero ¿por qué no se lo escucharía cómo él quiere? Puede ser porque no lo sabe contar o porque no es interesante o porque no viene al caso o porque los oyentes se sienten obligados a escuchar o porque rechazan lo que se les quiere transmitir, debe haber muchas razones. Eso también está claro pero hay otro aspecto del asunto; si lo que se cuenta es interesante, si quien cuenta lo hace bien, la pregunta que sigue es ¿qué trata de obtener? Antes de responder, cada oyente puede quedar prendado, por ejemplo convertirse a la religión que se le está narrando, o bien puede sospechar de lo que el buen contador quiere obtener, que se lo vote en las próximas elecciones, que se le compre algo, que se le haga un préstamo, que quiera demostrar una inocencia y muchas otras cosas: depende de la relación que se quiere establecer. Si se trata de amores, por ejemplo, el objetivo es sin duda la seducción que, sin duda también, fracasa si no se “escucha bien”. Y la palabra, seducción, mejor dicho, la instancia de la seducción, no tiene buena prensa, tanto que ha dado origen a un experto en ese terreno, el “seductor”, personaje temible de todos los dramas. Se diría que el seductor quiere dos cosas; una, obtener lo que tiene como propósito, y la otra, demostrarse que puede hacerlo aunque en muchas ocasiones ni siquiera le importa demasiado. Complejo espectro, tiene muchas facetas pero no debería ser minimizada la importancia de esta consideración: así actuamos y así nos va, por un lado intentamos seducir, por el otro nos seducen. La palabra, por otro lado, es prima hermana de “conducir” y, más lejos, de “abducir” y de “reducir”. ¿Será por ese lado que hay que comprender la literatura? ¿O la política? 

Hay días en los que sería higiénico no leer los diarios; enterarse de catástrofes y fenómenos aberrantes más que hacernos partícipes de verdades o hacernos conocer qué ocurre en el mundo, nos vacía o nos sugiere o indica, depende, que son o pueden ser síntomas de algo peor que está por suceder, más que el hecho asestado, presentado como uno entre tantos. Importa ahora lo de los síntomas, a los que se suele no darles importancia: la tiene, me parece. Y yendo a lo concreto, por ejemplo me deja perplejo que un anciano asesine a su esposa, igualmente provecta, sea por locura u odio o fatiga, después de una vida vivida juntos. Tiendo a creer que interpreta algo de lo que en determinados sujetos penetra de un exterior agresivo y peligroso y que no se comprende de inmediato muy bien. ¿Y no quiere decir nada que se haya descubierto en la Patagonia que ochenta y nueve guanacos hayan sido descubiertos muertos, sin que se indique por qué algo tan cruel ha podido suceder, eran bellos e inocentes, ¿no quiere decir un escalofriante episodio como éste que en algún lugar se preparan formas de destrucción desconocidas? O ¿no es raro que un puma esté tan orondo descansando en un glaciar? Me aterran estos episodios, y ni hablar del anuncio de que el siniestro corona virus podría ser cosa del pasado pero que dejará herederos que perfeccionarán su obra, como buenos hijos de familias acaudaladas. Para tranquilidad de mis prójimos, no se trata de paranoia sino de literatura: Shakespeare, nada menos, me proporcionó esa imagen en una inolvidable escena de Julio César: una leona da a luz en una calle de Roma, sale sangre en lugar de agua en una fuente y otros raros fenómenos hasta que César entra al Senado donde lo nombrarán Emperador y se cerrará su destino, lo acuchillan, incluso interviene su ahijado, el “noble Brutus”, “Tú también, hijo mío”, dice agonizando, frase que pasó a la historia. Cosas extrañas, inesperadas e imprevisibles, incluso han sucedido en los días previos a elecciones en la Argentina, un jubilado que se suicida en la escalinata de un edificio público, una inundación, un incendio donde no debía haberse producido. No se puede adivinar, pero no se puede dejar de sentir un halo frío, en muchas ocasiones la historia se anunció de esas maneras y terminó por tomar formas inesperadas, se las puede presentir.

El viento que acaricia el prado, de Ken Loach.

Época rara es ésta, no sabemos cómo negociamos con el encierro, un encierro no querido ni impuesto pero necesario, terapéutico, lo que no quita que sea pesado y que los días sean una especie de pantano que hay que atravesar mediante varias tácticas, leer, escribir, cocinar, dormir, hacer gimnasia, hablar por teléfono, tirar papeles obsoletos, recordar, recursos que se van agotando hasta llegar al silencio. Ver películas desobedeciendo la tiranía de la televisión: cada vez que estoy frente al aparato pienso en los geriátricos, se me representa la imagen de los que están sentados mirando con los ojos y el alma vacíos, sin esperar nada, lo que significa esperar la muerte. Escaparse y buscar otras cosas, hablar más allá de lo contingente, dejar de lado cómo se estira el tiempo de la omnipresente pandemia y su pariente homofónico pandemónium, y buscar elementos más sólidos y contundentes.

Eso fue ver una película de Ken Loach, El viento que acaricia el prado, que remite a un tema pre, post y sobre pandémico, casi un universal pero que afecta sobre todo a las izquierdas que en el mundo han sido y probablemente seguirán siendo. Los ingleses, crueles y arrogantes, ocupan  Irlanda y los irlandeses empiezan a defenderse y a contratacar: poco a poco el movimiento crece, dos hermanos lo protagonizan. Son implacables con los ingleses y con los irlandeses que aflojan y traicionan, fusilan a quienes deberían haber si no exculpado al menos perdonado, para los traidores si esos justicieros ganan serán peores que los ingleses. Ganan, los ingleses ceden, hay un tratado, uno de los hermanos, héroe libertario, lo acepta, el otro se opone y, dramáticamente, se enfrentan; el primero entra en el juego institucional, Irlanda es ya un país, con un gobierno y un ejército, los antiguos terroristas tienen grados militares y los que se oponen se han convertido en enemigos: el hermano devenido jefe militar fusila al hermano terrorista y llora abrazando el cadáver: ¿habrá llorado Stalin cuando supo que por fin su orden de matar a Trotsky se había cumplido? Así parece ser la lógica de las revoluciones, se tragan a los revolucionarios: unidad contra un enemigo, divisiones cuando el triunfo deviene institucionalidad, son dos lógicas: así fue cuando la revolución francesa y la rusa y la mexicana, España, cuántos héroes de la revolución acabaron en el paredón y, enfrente, pelotones dirigidos por otrora camaradas de una lucha que resultó triunfante. La película es dolorosa y la pregunta acecha, ¿es mejor no emprender una lucha y esperar que las fuerzas sociales resuelvan las contradicciones por pura gravitación o emprenderla a sabiendas de que puede tener un final así de amargo?

Buenos Aires, 23 de octubre de 2021.

*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.

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