El escritor Martín Kohan indaga en esta nota sobre la ausencia en los debates/discusiones de la pregunta hoy más corrosiva: “¿por qué?”. Kohan sostiene que aún frente a los discursos delirantes o disparatados es necesaria una refutación crítica que habilite una respuesta efectiva a esa pregunta sencilla pero potente.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
El falso azar de los algoritmos me llevó la otra noche, en la red, a una escena extractada de un programa televisivo. Una escena de diálogo que, en cierto modo, me sorprendió. Ante la atenta mirada esférica de Luis Novaresio, conversaban Mercedes Ninci y Javier Milei. El tramo que se extractaba correspondía al momento en el que Mercedes Ninci le hacía saber a Milei las cuatro sílabas de lo que pensaba de él. Una palabra: “Delirante”. Pero a ese expeditivo pronunciamiento, Milei respondió a su vez con una pregunta corta y efectiva, simple y contundente, la pregunta hoy por hoy más lacerante, más urticante, más corrosiva. La miró con rara fijeza y le dijo sencillamente: “Pero ¿por qué?”.
Corren tiempos en los que se supone a menudo que las cosas tienen solamente dos lados y que hay que optar por uno o por otro; o bien, peor aún, vegetar con languidez en las aguas tibias del “medio”. Como yo no pienso así, me adelanto a puntualizar que no comparto las posturas políticas de Milei ni tampoco las de Mercedes Ninci. Estos tiempos que corren suelen ofrecer, además, apenas dos alternativas de intervención respecto de los personajes públicos: bancar / bardear. Es otra cosa, sin embargo, lo que de esa escena me interesó. Me interesó la pregunta que formuló Javier Milei (la pregunta, no las flojas invocaciones de autoridad que siguieron a continuación). Dijo solamente así: “Pero ¿por qué?”. Y antes de retomar su especialidad, que no es sino la verborragia, logró callar y quedarse mirando, a la espera de respuesta.
La respuesta demoró y, cuando llegó, no pasó del balbuceo. Y es que la pregunta que introdujo Milei tocó un punto por demás sensible del estado de cosas hoy por hoy predominante en los intercambios discursivos. Las réplicas a lo que algún otro dijo suelen desbarrancar hacia psicologismos berretas (interpretaciones fabuladas a distancia que desvían hacia la especulación subjetivista lo que no quiere o no puede ser una refutación de ideas) o estancarse sin remedio en adjetivos que califican o descalifican al otro o lo que el otro dijo, suponiendo que apostrofar (en lo posible, con esdrújulas) y rebatir pueden ser equivalentes.
Pero no: no lo son. Y entonces Milei no contrarrestó el adjetivo “delirante” con otro adjetivo hostil (por ejemplo, “basurera”). Hizo otra cosa: preguntó por qué. Y así perturbó por cierto, al menos durante un instante, ya no a Mercedes Ninci, que no era más que contingencia, sino el hábito generalizado de ya no fundamentar lo que se dice. Tal vez el legado mayor de nuestra formación educativa (tanto y tanto que se clama hoy por la educación, aunque a veces no quede claro el motivo) sea esa ajustada indicación que tantas veces remataba las consignas: “Justifique”.
¿No fue eso, en cierto modo, lo que Milei le dijo a Ninci? Sea, se postula que hay delirio. Pero, ¿no sabemos, acaso, por “La loca y el relato del crimen” de Ricardo Piglia por lo pronto, que es posible, y hasta necesario, dar sentido al sin sentido: detectar ahí una verdad imprevista y hasta involuntaria, ignorada pero patente? El delirio puede cobrar por otra parte la forma aparente de un razonamiento hilado y solvente, sobre todo en estos tiempos en los que se tiende a suponer que cualquier abundancia de datos o tecnicismos garantiza que hay certeza. Y el discurso de los economistas se hace fuerte en esta clase de producción de efectos, ¿o no fue acaso bajo ese formato que Domingo Felipe Cavallo (esa otra mirada fija) logró hacer que prosperara y durase esa singular alucinación colectiva: que un peso podía valer exactamente lo mismo que un dólar?
Tal vez el punto de inflexión para este recorrido pueda situarse en aquella exposición ofrecida en 1996 por Carlos Menem, Presidente de la Nación por entonces, acerca del cohete, la estratósfera y el viaje a Japón en una hora y media. Una especie de prueba piloto (una prueba piloto de resultado exitoso) sobre la posibilidad de salir a decir cualquier cosa sin que trajera consecuencias (o que las trajera, pero positivas: entusiasmo, aprobación, divertimento). Un alto grado del componente “cualquier cosa” (no la mentira política, tampoco la demagogia, tampoco la fraseología hueca, tampoco la promesa incierta; sino esto otro: la cualquier cosa), sin costo ni reprensión. Algo así como una verificación empírica de que el disparate cabal estaba por así decir admitido y hasta podía resultar atractivo, no necesariamente porque fuera a ser creído o a ser tomado en serio.
Ahora bien, cabría considerar un error (un error que en su momento creo haber cometido) limitarse a desestimar este tipo de intervenciones, ya sea por su inconsistencia manifiesta, ya sea por su fuerte efecto hilarante. Es verdad, son disparates. Y es verdad, suelen dar risa. Pero puede que con descartar y con desestimar no resulte suficiente. Puede que además sea preciso desmontar, desarticular (o, como solían decir los derrideanos, deconstruir). Y no en términos de, para el caso, una refutación específica sobre cohetes y estratósferas, sino en términos de un abordaje crítico de la propia modalidad discursiva. Un abordaje crítico que habilite una respuesta efectiva a esa pregunta sencilla pero potente: ¿por qué? Que la respuesta a ese porqué cobre forma y contenido, y permita contrarrestar la eficacia por demás verificable del dislate en sus distintas versiones. Sobre todo en tiempos en los que, nuevas tecnologías mediante, esa clase de formulaciones cuentan con una caja de resonancia mucho mayor, si es que no, más fuertemente, con correas demasiado aceitadas de transmisión y reproducción.
Hay lógicas que, aceleradas, terminan llevando al delirio, y hay delirios que, sin dejar de serlo, responden a una cierta lógica; que toman una posible verdad y la extreman hasta el absurdo, o que ofician puros dislates que alojan mal o bien una esquirla de verdad posible.
El asunto, en cualquier caso, es que, además de señalarlo, podamos eventualmente explicar también por qué.
Buenos Aires, 27 de septiembre de 2021.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.
10 Comments
Me temo que, planteado de esa manera el enfrentamiento no tenga salida porque se trata de dos discursos que no tienen nada en común, ambos son afirmativos y descansan en valores antagónicos: si Ninci hubiera respondido al por qué diciendo porque no explica sino que impone podría haber avanzado puesto que el delirio es lo que carece de explicación. Si el encuentro se hubiera producido frente a un psicoanalista se lo podría desconstruir pero el escenario era otro y razonar cuando quien habla no razona no lleva a ninguna parte. Imaginemos: un nazi afirma que hay que eliminar a los judíos: el antagonista dice que «es delirante» y el nazi responde como Milei; si el antagonista es más fuerte encierra al nazi en un loquero pero como el nazi lo era ningún pedido de explicación podía detenerlo. Parece un problema de análisis de discurso pero para quienes respetan las condiciones de un intercambio de discursos, no entre quien razozna y quien grita.
Excelente reflexión. Es necesario tomar en serio esos discurso, explicar por qué y donde se halla su inconsistencia.
Gracias, Estela. Presumo que, si se llegara a acertar en esa crítica, otros discursos de la «libertad» revelarían su inconsistencia también, aunque no luzcan en principio tan «delirantes».
Mucho me temo que, por más que se acometiera una explicación del por qué, muy probablemente se estaría frente al riesgo de alguna forma de sofisma. Y no olvidar que mediante éste, todo, absolutamente todo tiene explicación.
Noé querido, gracias por el comentario. Diría lo siguiente: para un «intercambio discursivo», en efecto, tiene que haber puntos en común, incluso un mismo plano; para una desarticulación, en cambio, que es más del orden del metadiscurso, las condiciones requeridas son otras y hasta puede ser preciso que no haya un mismo plano. Por lo demás, una intervención de esa índole no estaría dirigida a Milei, porque no se trata de una conversación privada (como la del caso que proponés, la del psicoanalista), sino de una conversación pública (en la televisión, ante los televidentes) y de una conversación política (dirigida a los votantes). Podemos tomar incluso el caso que indicás, que es el más extremo posible: el del nazismo. ¿Qué otra cosa, sino una desarticulación de su discurso, su ideología, su mitología emprendieron por caso Adorno y Horkheimer?
Cuando en Italia el fascismo publicó el Manifesto della razza, la comunidad judía pensó «Aquí algunas cosas son imposibles».
El fascismo había funcionado como una anestesia, nos había privado de sensibilidad.
Este artículo niega el peligro. Negarlo nos estupidiza.
Luego del Manifesto della razza vinieron los campos de destrucción.
Pero en ese caso, Fernando, la desarticulación podría consistir precisamente en eso: en establecer por qué es un sofisma.
Este hijo sano de la derecha no delira, y sus padres lo saben. Y sonríen y ante sus pedidos de atención lo llaman y lo retan, y él dice por qué. Porque yo lo digo, debió contestar mamá y sanseacabó.
Para mi lo sustancial no es la respuesta que da Milei ya que también podría haber contestado : «Si ¿ y qué? » (no podría causar asombro una respuesta de ese tipo argumentando que hubo tantas personalidades en distintos ámbitos que se destacaron y también se las llamó delirante) Me parece que el tema central es que ante la pregunta no hay devolución de la otra parte y queda como un agravio gratuito lo que se afirmó. Caer en palabras o frases descalificadoras es no profundizar en la gravedad que tienen este tipo de discursos .
Saludos !
Rocco, no entiendo el comentario. ¿Cuál sería la negación, si digo expresamente que no hay que desestimar esa postura? ¿Cuál sería la negación, si digo expresamente que hay que desarticularla?