El 27 de octubre próximo se cumplirán diez años de la muerte del presidente Néstor Kirchner. Martín Piqué propone en esta nota un ejercicio de reflexión: Interrogarnos acerca de qué prioridades trazaría Kirchner si estuviera presente como testigo y protagonista en esta actualidad de la Argentina 2020. Para ello, Piqué acude a voces autorizadas como las del publicista, empresario y militante político Jorge ‘Topo’ Devoto; del ex diputado nacional Carlos Kunkel y del especialista en política internacional, Marcelo Brignoni.
Por Martín Piqué*
(para la Tecl@ Eñe)
Hace casi diez años, en la mañana de un miércoles feriado, todos esperábamos al censista cuando una noticia partió en dos al país. “El tipo que supo”, el que construyó los cimientos de lo que sería el ciclo político y económico más largo desde la recuperación de la democracia, había muerto. Desde entonces se escribió mucho sobre Néstor Kirchner. Se analizó su liderazgo, inicialmente resistido, como primus inter pares del peronismo. Se lo nombró en actos, discursos, canciones, libros, películas. Se lo mencionó en acusaciones judiciales y en spots de campaña. Se lo abordó como fenómeno político a partir de una multiplicidad de enfoques. Siempre con intencionalidades contrapuestas. Desde el periodismo de guerra que lo combatió–con el odio reservado para los enemigos más temidos, aquellos que están, diría Fito Páez, “a la altura del conflicto”- hasta un culto a la personalidad espontáneo y agradecido, pero que aplana la riqueza de la condición humana, con sus claroscuros, para contribuir al mito. Una década después, con un gobierno peronista que administra una situación de crisis incluso más grave que la recibida en mayo de 2003, las acciones llevadas a cabo por Kirchner en el mandato fundacional (2003/2007) cobran otro sentido, otra actualidad. Otra urgencia.
El peronismo –el país todo- es afecto a las preguntas contrafácticas. Es el sueño de reescribir la historia para mejorarla, para quitarle los traumas, para que ganen los buenos. Si Evita viviera, ¿qué sería? ¿Qué hubiera pasado si el General decidía enfrentar militarmente el golpe en septiembre de 1955? ¿Cómo hubiera sido el tercer gobierno de Perón si los montoneros no lo desafiaban en el triste desencuentro en la Plaza? Reactualicemos la saga con un interrogante, un ejercicio de imaginación, inspirado en el clima de época: ¿qué opinaría Kirchner, qué consejos daría, qué prioridades trazaría, si estuviera presente como testigo y/o protagonista en esta actualidad de la Argentina 2020? ¿Cómo se movería o qué recomendaciones haría el ex presidente y fundador del kirchnerismo en un país atravesado por la pandemia del Covid-19, la escasez de reservas en el BCRA, la renuencia a liquidar los dólares de las cosechas por parte del complejo agro-exportador, el sostenimiento de la estrategia beligerante del Grupo “¿qué te pasha?” Clarín, la desestabilización en curso y en diversos frentes de una oposición política y empresarial decidida a tirar del mantel a cualquier costo, con tal de propinar un golpe del que el Frente de Todos no pueda sobreponerse?
A la hora de gobernar Kirchner entendía lo que estaba en juego. Lo que se veía y lo que permanecía desde las sombras. No se confiaba. Si el ex gobernador de Santa Cruz se caracterizaba por un atributo, era el de sospechar, recelar. Su acción estaba guiada por la máxima de nunca pecar de ingenuo ni creerse más poderoso de lo que es. Lo acusaban de paranoico, pero el dirigente de apellido difícil que venía del sur había asimilado como pocos, sin disimulo ni hipocresías, la naturaleza volátil, nunca definitiva, siempre acechada por amenazas, intrigas y operaciones, del poder legítimo que detenta un presidente electo en un país periférico, endeudado, defaulteado, con un establishment trasnacionalizado y un sistema de medios concentrado que se asume como ariete y tropa de infantería de esos intereses. Una anécdota de los primeros días de Kirchner en la Casa Rosada valida aquella autopercepción cruda y realista. “Que no se den cuenta que somos tan pocos”, dicen que dijo, palabras más palabras menos, en una de aquellas jornadas frenéticas de mediados de 2003 en las que, a fuerza de hiperactividad, sorpresa y decisionismo, estaba arrancando todo.
La actitud de Kirchner era la de un mandatario que se asumía como “presidente inesperado”, como lo bautizaría tiempo después un periodista y politólogo que eligió esa definición como título de un libro. Desde ese punto de partida, Kirchner buscaba todo el tiempo ampliar los márgenes de autonomía y poder propio. ¿De qué modo? Con decisiones que sorprendían, que generalmente implicaban algún riesgo y que se implementaban sin consultar ni anticipar la jugada a los factores que buscaban condicionarlo. Algunas de esas medidas eran más graduales, digamos tiempistas, otras más confrontativas. Si el editor de La Nación, Claudio Escribano, le pronosticaba apenas un año de mandato, él respondía con la denuncia del apriete para dejarlo en evidencia más un fuerte cuestionamiento al propio diario. Si Eduardo Duhalde le quería imponer a Roberto Lavagna como compañero de fórmula, Kirchner elegía sobre el vencimiento de las listas a otro dirigente de perfil más centrista o moderado para complementar el binomio –el porteño Daniel Scioli- y le daba la primicia a Clarín para la tapa del domingo, pero a último momento de la tarde/noche del sábado, con las ediciones a punto de cerrar, ordenaba filtrar el dato también a Página/12.
Kirchner gobernaba con vértigo y realismo. Quería iniciar un ciclo largo de crecimiento económico y distribución de la riqueza (su eslogan de campaña en 2003 estaba lejos de toda épica maximalista, apenas proponía “un país normal”). Se ha dicho y escrito mucho que llegó al gobierno con el respaldo del 22% de los votantes, con más desocupados que votos, pero así y todo se las ingenió para fundar con su impronta una etapa del peronismo bastante prolongada para la montaña rusa de la política argentina. Su preocupación era generar empleo, contribuir para que la economía repuntara y creara trabajo, y por eso le encargó al coordinador de la Cumbre de Mar del Plata de 2005, Jorge Taiana, que incorporara esa idea como consigna oficial del encuentro hemisférico que sepultó al ALCA. “En la situación actual, Néstor hubiera dicho probablemente que la política social es la política económica y no el reparto de comida. Es una idea importante para aplicar en esta etapa, para salir de esta lógica de pensar que la pobreza se soluciona, digamos, repartiendo polenta. Porque un peronista de ley se preocupa porque la gente tenga trabajo y autonomía económica y no por incluirla en 150 planes sociales distintos”, dice sobre este punto el jefe de Gabinete de la presidencia del Parlasur Marcelo Brignoni, quien en la etapa inicial del kirchnerismo revestía como diputado provincial de Santa Fe asignado por el propio Kirchner a la construcción de la -luego frustrada- transversalidad.
Los primeros años de Kirchner partían de un punto crítico pero que en cierto modo favorecía la creación de empleo y la recuperación del ingreso. La salida de la Convertibilidad y la devaluación asimétrica (combo necesario pero no por eso menos traumático) habían dejado bastante margen para mejorar los salarios, porque el consumo estaba paralizado o directamente destruido, los sindicatos debilitados y las paritarias parecían una pieza de museo. Aquellos fueron los tiempos de los aumentos salariales por decreto, tanto para el empleo público como para el trabajador privado. Una modalidad a la que algunas voces emblemáticas y de mucho peso proponen apelar nuevamente para afrontar esta situación de emergencia. “Yo estoy segura que Néstor, hoy, en esta coyuntura, aumentaría el sueldo por decreto a todos los que están exponiendo su vida en la pandemia: camilleros, choferes, las mujeres que lavan los pisos y sirven la comida, los pibes jóvenes que están ayudando en todos lados, los médicos, los científicos, las médicas, las biólogas, las investigadoras, a todos los que están trabajando en esta pandemia tremenda y nos están dando todos los días un poco de su vida. Néstor les aumentaría el sueldo y no les daría 5 mil pesos (por el bono para el personal de la salud anunciado por el ministro Ginés González García, que el gobierno extendió por 90 días) que, la verdad, a mí me dieron vergüenza”, acicatea Hebe de Bonafini.
“El 25% del poder”
Si una de las premisas de la praxis de Kirchner era su preocupación permanente por las amenazas y la capacidad de erosión del poder económico, el santacruceño actuaba en consecuencia: asumía como un deber constante de su administración saber distinguir -en la práctica, con astucia y en defensa propia- la diferencia entre ejercer el gobierno y tener (todo) el poder. No por casualidad la propia Cristina Fernández llegó a decir en una entrevista radial que “identificar el poder con estar en el gobierno es una burrada”. Fue en el año 2017, durante la campaña por la que compitió como senadora, en el marco de un imperdible diálogo con la ‘Negra’ Elizabeth Vernaci en la emisora Radio Con Vos. “Un presidente del 100% (que haya obtenido la totalidad de los votos) tendría el 25% del poder”, graficó entonces CFK. Kirchner tenía incorporada esa limitación en cada uno de sus movimientos. Era un obsesivo de la acumulación de poder y tenía razón. Porque los gobiernos populares tienen siempre la cancha inclinada (en contra). Kirchner tenía, también, una indisimulable aprensión ante el riesgo de pérdida de autonomía que implicaba para un gobernante que su actividad política, que sus campañas electorales, fueran patrocinadas por los grupos económicos que financian campañas y que luego se quieren cobrar el apoyo incidiendo sobre las políticas públicas. De hecho, en los albores de 2003, el gobernador santacruceño –que provenía de una provincia esencialmente hidrocarburífera- llegó a ser nombrado por algún respetado columnista de domingo como “el candidato de Repsol”. Pero la relación con la petrolera española nunca fue la de subordinación lineal, como sí ocurre con otros encumbrados dirigentes argentinos y ciertos conglomerados industriales o de telecomunicaciones –Techint y Clarín, por caso- con domicilio en paraísos fiscales. Su condición de hombre del sur, conocedor al detalle de las actividades del gas y del petróleo, lo conectó desde el primer momento con una estrategia de gobernabilidad: la base de sustentación del gobierno debía incorporar en su seno grandes actores productivos.
En enero de 2010, durante su visita a los estudios de la TV Pública como invitado central del programa 678, Kirchner soltó una frase que fue muy comentada entre la militancia. Ante una consulta con tono a reproche del panelista Orlando Barone, el por entonces diputado y ex presidente defendió la decisión de haber mantenido al economista Martín Redrado durante mucho tiempo al frente del BCRA. “En ese momento, cuando nosotros negociábamos una quita de la deuda de 70 mil millones de dólares, cuando la Argentina venía del default y nos tenían una desconfianza absoluta, ¿a quién iba a poner yo, Orlando? ¿Al flaco (Carlos) Kunkel? Esto tiene que ver con la acumulación de poder y con las relaciones de fuerzas”, explicaba en aquella oportunidad con paciencia y cierto afán pedagógico. Eso sí, aunque se manejara con táctica y midiera los tiempos, Kirchner también entendía que el nacionalismo popular tenía adversarios históricos que tratarían de derribarlo o hacerlo fracasar de la forma que sea. “En la situación actual yo creo que Néstor hubiera dicho que los comandos civiles del ’55 y los grupos de tareas del ’76 no desaparecieron, solamente están replegados, con lo cual no se puede ser ingenuo con eso”, acota en ese sentido el santafesino Brignoni.
Un pragmático que en las pulseadas de poder, a pesar del riesgo, salía para adelante.
¿Qué diría, en definitiva, ese Kirchner obsesionado por la consolidación del (relativo) poder propio y la ampliación del campo de lo posible (en el doble sentido de fortalecer la primacía de la política para hacer frente a la capacidad de veto del establishment y mejorar las condiciones de vida de las mayorías) ante las encrucijadas que enfrenta hoy el Frente de Todos? Dejemos la respuesta en dos hombres que lo conocieron mucho y que lo trataron durante décadas, tanto la intimidad como en su faceta pública. Se trata del publicista, empresario y militante político Jorge ‘Topo’ Devoto (uno de los productores de ‘NK’, el documental sobre la vida de Kirchner que dirigió Adrián Caetano) y el dirigente peronista de la provincia de Buenos Aires y ex diputado nacional Carlos Kunkel. “Néstor Carlos Kirchner tenía como claros objetivos la consolidación de un proyecto de crecimiento con justicia social en el país y a partir de allí condicionaba sus accionares políticos, yendo muchas veces en alianza con sectores que no eran muy afines pero que podían garantizar el acompañamiento de lo indispensable para la consolidación. ¿Qué nos diría? Lo mismo que nos dijo en el último año de su actividad, de su actuación: ‘Cuiden a la presidenta coraje’, refiriéndose a Cristina. Hoy nos diría ‘cuiden a la vicepresidenta coraje’. Eso es lo que tenemos que hacer los peronistas, y bregar permanentemente por la unidad. Acompañar a los que están en las distintas gestiones de gobierno y respaldarlos. Ese acompañamiento, ese respaldo, tienen que traducirse en dos formas: no hacer críticas hacia afuera, que son aprovechadas por los que pretenden sembrar la división dentro del campo nacional y popular, y no ser obsecuentes hacia adentro, diciéndoles a los ejecutores directos las cuestiones que creamos convenientes formularlas como críticas. Pero adentro todo, para afuera unidad monolítica. Para evitar que los enemigos de la patria y del pueblo argentino logren su objetivo de hacer fracasar este nuevo intento de reconstrucción que estamos llevando adelante”, exhorta Kunkel, quien conoció a Kirchner a principios de los ’70 en la Universidad Nacional de La Plata. En aquel tiempo el santacruceño era estudiante y el propio Kunkel referente de la FURN (Federación Universitaria para la Revolución Nacional), agrupación cercana a Montoneros.
Ex propietario de una agencia de publicidad, Devoto imprimió los afiches que usó Kirchner para competir como candidato a intendente de Río Gallegos en 1987. “Una cosa es la coyuntura del conflicto con las patronales (agropecuarias) del 2008 y otra es la pregunta sobre qué haría Néstor hoy”, arranca el ‘Topo’ a la hora del primer balance. “Creo que si estuviera entre nosotros llamaría a la unidad total del peronismo. Y creo que a algunos cabos sueltos que están por ahí y que hacen daño Néstor los hubiera contenido. Él tenía una capacidad diferente de negociación con muchos factores de poder en la Argentina. Hoy llamaría a la unidad nacional y estaría pensando alguna impronta de movilización virtual, a distancia. Y no tengo duda de que el primer día en que se levante la pandemia, él alentaría a movilizarse y poner un millón de personas en la calle, algo que obviamente lo hará el gobierno, el peronismo, el Frente de Todos. Pienso en el Néstor que no retrocedía, que avanzaba, que siempre iba al frente. Aventurarse a lo que haría hoy es, valga la redundancia, aventurero. Pero si tengo su imagen congelada y tengo que responder, digo: ‘Néstor avanzaría’.”
Buenos Aires, 22 de septiembre de 2020.
*Periodista. Co-conductor del programa radial «Vayan a laburar» que se emite por la AM750.