La Independencia que nos falta – Parte II – Por Mario de Casas

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La Independencia que nos falta – Parte II – Por Mario de Casas

En la segunda entrega de La independencia que nos falta, Mario de Casas sostiene que la formula del desarrollismo debe invertirse: no era “la industrialización” la que iba a romper el atraso ganadero, sino la ruptura del estancamiento ganadero -y primario en general- lo que hubiese hecho posible un desarrollo industrial autónomo.

Segunda entrega

En la segunda entrega de La independencia que nos falta, Mario de Casas sostiene que la formula del desarrollismo debe invertirse: no era “la industrialización” la que iba a romper el atraso ganadero, sino la ruptura del estancamiento ganadero -y primario en general- lo que hubiese hecho posible un desarrollo industrial autónomo.

Por Mario de Casas*

(para La Tecl@ Eñe)

                                                           Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres;

juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no

daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma,

hasta que se hayan roto las cadenas que nos oprimen por voluntad

del poder español.

Juramento de Simón Bolívar ante Simón Rodríguez. Roma, 1805.

 

Habíamos iniciado una crítica al concepto de subdesarrollo directamente ligada al problema de la cuestión nacional, que se presenta cuando un pueblo aspira a constituirse plenamente como nación y hay una valla que le impide alcanzar esa realización, su autonomía.

La primera incongruencia del análisis desarrollista consiste, según lo que hemos visto, en ocultar la fuente misma del subdesarrollo, es decir, la inserción de economías dependientes en el sistema de la economía mundial imperialista. La segunda, en encarar la caracterización interna del subdesarrollo y concebir el combate para superarlo en términos de insuficiencia técnica, frente a la cual se requeriría más capital -léase capital extranjero- y mejores métodos e instrumentos de trabajo. Este enfoque ha llegado hoy al paroxismo con el especioso discurso sobre la “brecha tecnológica” y el famoso “know how”.

El subdesarrollo se definiría entonces como pura insipiencia y no como el predominio de estructuras económico sociales que frenan e impiden el desarrollo.

Esta curiosa concepción ha sido causa de históricos equívocos. Se pueden dar distintos ejemplos. Como cuando, frente a la crisis crónica de la ganadería argentina, se sostuvo que la producción de carnes no aumentaría si no se hacían previamente inversiones en infraestructura; o cuando no se explicó por qué, si el país  disponía de un potencial instalado para la producción de maquinaria agrícola en gran escala, esta rama industrial soportó una larga parálisis desde la última dictadura hasta fines de los ´90, que la limitó a trabajar al 40% o menos de su capacidad por falta de demanda, demanda que sí existió y se mantuvo para una producción técnicamente similar pero de bienes de consumo suntuario como los automóviles: la composición de la demanda no es independiente de la estructura socioeconómica y de las decisiones políticas de un país, que a su vez determinan el destino productivo o improductivo del excedente nacional, relación que vale para el desarrollo de importantes innovaciones técnicas que requerirían modestas inversiones.

Considerando su carácter esquemático, la fórmula desarrollista puede y debe invertirse: no era “la industrialización” la que iba a romper el atraso ganadero, sino la ruptura del estancamiento ganadero -y primario en general- lo que hubiese hecho posible un desarrollo industrial autónomo. La distancia tecnológica que nos separa de los países de capitalismo avanzado es consecuencia de decisiones políticas. Lo decisivo es la incapacidad del orden ahora fortalecido por el macrismo para sortear una diferencia que justamente los meros datos técnicos -recursos naturales, centros de investigación, experiencia industrial, etc.- no muestran insuperable.

Con estas reflexiones hemos llegado al meollo de la cuestión nacional. Situación que se ha dado en distintas circunstancias en el curso de la historia moderna, según que el pueblo en cuestión a) tenga que soportar el yugo colonial directo porque no ha conquistado todavía la independencia nacional; b) esté disgregado porque aún no consigue su unidad política o c) haya superado la etapa colonial pero el yugo subsista bajo otra forma: una dependencia estructural de tipo económico-social. Éste último es nuestro caso y el de todos los países del subcontinente con los que, en realidad, deberíamos conformar una nación en el sentido moderno del término.

El concepto de nación

La contribución más importante de los marxistas al estudio de la nación fue llamar la atención sobre la estrecha relación que había entre el ascenso del capitalismo y la cristalización del Estado-nación. Sostuvieron que el avance del capitalismo destruía los mercados autárquicos, cortaba sus lazos sociales específicos y abría el camino para el desarrollo de nuevas relaciones sociales y formas de conciencia. “Laissez faire, laissez aller”, el primer grito de guerra del comercio capitalista, no condujo en sus primeras etapas a la globalización generalizada, pero generó las condiciones para el despegue de las economías de mercado más allá de las antiguas estructuras comunitarias. 

La nación no es cualquier tipo de comunidad. Es una formación relativamente nueva en la historia. Las formas antiguas de comunidad, por ejemplo la Ciudad-estado o los Imperios multinacionales, realizaban totalizaciones políticas que no tenían las características de las modernas naciones.

Lo que caracteriza a las naciones que se van formando en la edad moderna e irrumpen en el proceso revolucionario de fines del siglo XVIII y el siglo XIX, es un grado determinado de cohesión comunitaria que está dado por la unidad de un territorio y una lengua común amalgamados por el desarrollo del mercado interno. En otras palabras, una comunidad que ha roto las barreras feudales y el aislamiento, y ha logrado una unidad cimentada en la generalización del intercambio y, por lo tanto, en el avance del capitalismo. La consolidación del Estado-nación se explica por cuanto el capitalismo, la forma más abstracta de control de la propiedad, requería por encima de todo un sistema de leyes que sacralizara la propiedad privada y un Estado que asegurara su cumplimiento.              

En aquel contexto, en los países sometidos o disgregados, la democracia -oposición al absolutismo político- se hacía nacionalista, patriótica; el nacionalismo germinaba entre los sectores más significativos del pueblo: campesinos, artesanos y pequeño-burgueses de las ciudades, industriales y comerciantes. Todos ellos veían en los príncipes y las aristocracias no sólo a los enemigos de la patria, sino también a los tiranos y explotadores.

El gran articulador de este movimiento fue la burguesía, que exigía un régimen liberal y representativo porque el individualismo político complementaba y protegía el liberalismo económico basado en la competencia, la libre contratación y la libertad de trabajo e industria, indispensables para el desarrollo fabril y comercial. Por eso mismo la burguesía pugnaba por asegurarse el mercado interno, e impulsó tanto los casos de independencia nacional como los de unidad nacional tardía -Alemania e Italia- en la Europa del siglo XIX.

Nuestra cuestión nacional

En cambio, lo que ha caracterizado a la cuestión nacional en Hispanoamérica hasta nuestros días es que no ha sido impulsada por el crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, sino por un factor externo: la tajante división del mundo capitalista en un centro imperialista y una periferia colonial o semicolonial. La periferia de la que formamos parte entra periódicamente en crisis como consecuencia de múltiples formas de opresión, económica, política e ideológica. No ha habido un crecimiento de la burguesía en el marco del orden capitalista, como clase que genere por lo menos los cimientos para la realización del objetivo estratégico de la unidad y efectiva independencia nacional latinoamericana.

En el caso argentino, el proceso de industrialización -modo de acumulación necesario para la maduración capitalista de una formación social- adquirió cierto desarrollo a partir de la crisis mundial de 1929. Pero ese proceso, forzado por las circunstancias y materializado a través de medidas defensivas, no fue de carácter nacional, sino cerrada y claramente clasista, conducido por la oligarquía terrateniente.

Mendoza, 25 de febrero de 2018

*Ingeniero civil. Diplomado en Economía Política, con Mención en Economía Regional, FLACSO Argentina – UNCuyo

2 Comments

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