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Todo el país está contra la pared, apretado por la macroeconomía y la pandemia, y el Gobierno no puede evitar estar en la primera fila de esta apremiante situación. En unos meses la gestión va a examen y su resultado disparará sobre la evolución futura de la política. Ricardo Rouvier sostiene que si se marcha hacia una incipiente normalización macroeconómica, sumando la confianza en el presidente que se ubica por encima del 40%, y acompañado por los enojados y desilusionados que votan gobernabilidad, la victoria del Frente de Todos podría producirse.  

Por Ricardo Rouvier*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Todo el país está contra la pared, apretado por la macroeconomía y la pandemia, y el Gobierno no puede evitar estar en la primera fila del apriete. Hecho repetido en nuestra historia, por razones propias o ajenas: Alfonsín, Menem, De la Rúa son algunos ejemplos. Todos los indicadores de la macro se alinean hoy contra la consolidación de Alberto Fernández como titular del Ejecutivo, y del Frente de Todos como unidad articulada en el gobierno. 

En unos meses la gestión, en esa situación tan incierta, va a examen y su resultado (una cosa es sacar un 10 y otra aprobar con un 4) disparará sobre la evolución futura de la política. El gobierno lucha por mantenerse a flote frente a tanta amenaza, y una oposición que intenta volver sobre su propio legado a pesar de su gestión económica. El 40% del 2019 de Juntos por el Cambio alimentó un imaginario alrededor de lo que se consideró un triunfo, dentro de una derrota.  Hoy,  ese número no se sostiene, se ha caído, y la esperanza principal está puesta en que el Gobierno naufrague ante tanto oleaje.

Si bien todavía no tenemos las candidaturas, el panperonismo sigue constituyendo la fuerza política que parte del piso más alto. Es quien ha ganado más elecciones. Paradójicamente está encabezada por una dirigente, CFK,  que es la que más votos reúne pero la que también posee un techo que limita su incremento, y ese techo es un obstáculo para avanzar hacia el hegemonismo. El sendero que va del kirchnerismo hacia obtener consenso en el no kirchnerismo sigue obstruido.

Es posible que la campaña oficial tenga como ejes la gestión de la lucha antipandémica y la lucha por la reactivación y contra la inflación. Por lo tanto, la clave será la correspondencia entre lo dicho, lo prometido y su realización o no. En ese camino tan angosto el Gobierno transita, a veces  con fragilidad discursiva, aunque el presidente reitera ejercicios de autoridad.

El techo que tiene el panperonismo y su mejor candidata, Cristina Kirchner, abre la oportunidad a cualquier oposición, que ha ganado cuando el peronismo estaba fragmentado, ya sea una alianza de centro o más a la derecha como lo es Juntos por el Cambio. En la última elección legislativa del 2017, Cambiemos obtuvo en todo el país 41,75%; dos meses después, la clausura del jolgorio financiero y la reforma previsional, señalaron el comienzo del fin. Se observa que el número obtenido se acerca significativamente a lo conseguido en la elección general presidencial del 2019. Esto puede marcar la medida del consenso opositor al peronismo/kirchnerismo.  Se destaca que en la provincia de Buenos Aires en el 2017, los resultados fueron muy diferentes al promedio nacional, demostrando, a pesar del revés, que el peronismo mantenía su bastión más preciado en el conurbano. Eran tiempos en que algunos peronistas, hoy anónimos, pensaban en la continuidad de Macri para asegurar sus dominios territoriales o acuerdos sindicales. Esto indica que así como hay una porción del electorado infiel, hay también alguna dirigencia que se ajusta más al poder vigente que a principios doctrinarios. Como casi no hay Partidos la puerta giratoria está habilitada sin pudor.

La evidencia estadística condiciona al peronismo a unirse para ganar, a pesar de su invertebración. En estos momentos, y a pesar de las negativas condiciones de la coyuntura para este o cualquier gobierno, las posibilidades de que pueda ganar el oficialismo existen; considerando inclusive los distritos en que uno  proyecta una victoria de Juntos por el Cambio. Pero la oposición no logra reunir tanta negatividad hacia el gobierno de Alberto Fernández que pueda provocar serias heridas en los lugares electoralmente claves. No hay nada en la ciudadanía, hasta ahora,  que anticipe algún masivo “abandono” del voto, a pesar del descenso de imagen de la gestión. Porque en el análisis que realizamos mantenemos relativamente constantes a un conjunto de variables. Esto no sería así si sufriéramos un “Rodrigazo” o algo parecido, con fuerte efecto en la gobernabilidad. Por eso decimos “relativamente constantes” porque estamos viendo una inflación más alta de lo previsto, y la incertidumbre de un rebote pandémico sobre la confianza pública y la economía.  Hasta donde llegan estas negatividades, pero creemos que no van a romperse los diques.

Esta oscilación que muestra nuestra historia electoral que convierte a un perdedor en ganador y viceversa, tiene que ver con un sector flotante de la ciudadanía que actúa por encima de las parcialidades y que se apoya, principalmente, en la sanción de la gestión. Esta porción pragmática de la sociedad va creciendo, porque las afinidades ideológicas o partidarias descienden. 

En la actualidad, tenemos pisos diferentes según fuerza política, y eso favorece al panperonismo. No hay un empate estratégico, ni antes ni ahora, pero es cierto que un Partido puede verse favorecido porque suma  a los enojados o desilusionados (victoria de Macri en el 2015, victoria de AF en el 2019).

Los abandonadores tienen que ver con el fracaso de la gestión. Como la cultura coyunturalista existe no sólo en el estamento de la política sino también en la sociedad civil, la evaluación sobre los resultados de la gestión se hace sobre efectos que tienen más que ver con los intereses que con los proyectos, en un corto lapso de tiempo.

En definitiva, la política nacional contemporánea se ha vuelto bipolar reproduciendo la dicotomía entre peronismo/antiperonismo. Los intentos de tercerización o avenida del medio  fueron experimentadas y fracasadas por derecha, o por centro-izquierda. Hoy esa posibilidad intermedia está cooptada tanto dentro del Frente de Todos, como de Juntos por el Cambio y es absorbida por las fuerzas troncales, pero obtienen pequeñas ganancias políticas de usufructo individual.

El peronismo con su trayectoria histórica ha impedido, a su manera, la conformación de un Partido de Derecha sólido, doctrinario y competente en lo electoral. Circula una definición interesante y controversial, “el peronismo es la mejor derecha en la Argentina”. Si esto es así, completaría el horizonte general con la frase “peronistas son todos”, porque también el peronismo sería la forma que adopta la izquierda en nuestro país, lejos de la topografía eurocéntrica. Néstor Kirchner decía “… a la izquierda nuestra, está la pared”.  Este arco está en el Frente, y en el gobierno, donde se observa que el presidente con mucho esfuerzo y dificultades trata de mantenerse en el camino de la moderación; camino que acaba de ser ratificado por el Ministro Guzmán.  Una vez más, el peronismo vuelve a someterse a prueba, y cuenta a favor con un consenso que siempre lo pone a tiro de la victoria.

La oposición que hace ostentación de republicanismo y democracia agrupa hoy a un partido nuevo de centro-derecha que no crece. El PRO (que remite a la experiencia UCEDE) y al radicalismo (al más antiguo que no entusiasma, y que remite al balbinismo y que mantiene enclaves provinciales de poder. Su pensamiento dominante no se ha actualizado, y se mantiene lejos del compromiso social de Alfonsín. La UCR parece una estatua de mármol que simboliza principios y normas del liberalismo decimonónico. Hoy carece de una figura nacional que pueda competir con Macri. Ese aspirante, para competir con el ex presidente, surgirá del propio seno de la centro derecha, con pasado peronista y que hoy están señalando las encuestas.  

Las diversas estrategias en los últimos años para ganarle al panperonismo han incluido desde la focalización de Macri como el mejor exponente del antipopulismo, tratando de capturar a dirigentes cuya cuna es el peronismo y fueron entusiasmados por Menem y después ignorados por Néstor y  Cristina; Santilli, Frigerio, Ritondo, son algunos de ellos. Lo que ocurrió en el período anterior es que sobre la hipótesis de que el peronismo moría en la hoguera de la ex presidenta, en la preparación política del macrismo, la política estuvo ausente, y por lo tanto la tentación hacia dirigentes peronistas se fundaban únicamente en que la identidad arrastrara votos para su caudal.

En momentos de alza de popularidad y posibilidad electoral, los avances alcanzaron al flotante Hugo Moyano, al Momo Venegas y al inefable Barrionuevo  y varios dirigentes sindicales más. Todos sacan la cuenta, pero la historia indica que hay que tener un puente hacia algunas de las orillas del peronismo para tener cierta posibilidad. Sin embargo, una mirada profunda indica que la derecha o centro derecha sobre la que se apoya, siempre tiene que ver con las estructuras subterráneas que nos ubican en la subordinación ante la hegemonía internacional. Por supuesto, que no es sencillo romper con esta estructura de dominación mundial, mucho menos cuando la frialdad de la historia diseña sólo caminos reformistas o acostarse con el enemigo.

Hoy todas las fuerzas políticas, sin excepción, están atadas por la amenaza del corto plazo. La tasa de inflación es la principal, la cuestión distributiva, la lucha antipandémica, las cuestiones judiciales, la negociación de la deuda  y el control sobre el tipo de cambio. Es decir, nadie está pensando ni planificando para 20 o 30 años, aunque una gran mayoría manifiesta que es necesario, sobre todo los que vienen de tradición peronista acostumbrados a escuchar o hablar sobre el proyecto nacional.

El Frente, en el despliegue de la campaña venidera, no evitará involucrar al Gobierno anterior como causa del estado actual de situación. Aunque sería más objetivo remitir históricamente la crisis  desde que el peronismo perdió el gobierno en 1955 y fue instalándose en un lugar en un mundo que está hegemonizado por el capitalismo, la democracia liberal y el individualismo, lejos de la tercera posición y sin poder superarse al capitalismo presente y dominante, sustituido por una tercera posición llamada justicialismo. Desde ese momento el peronismo lucha por encontrarse consigo mismo, pero tiene diversos espejos en cuales mirarse. La rebelión por la justicia social quedó distante pero invocada en cada ritual. El peronismo, en su amplitud movimientista y promisoriamente revolucionaria, adoptó los defectos del sistema partidocrático y por eso enfatizó la política sin participación, la rosca, y terminó negociando con el poder detrás del trono. Este carácter dual explica la interna continua en que vive la fuerza política más importante de la historia nacional.

La posibilidad, hoy lejana, de una derrota del Frente interpelaría su propia identidad. Con el peligro de que el panperonismo vuelva a su momento invertebrado. Si se marcha con una incipiente normalización macroeconómica, sumando la confianza en el presidente que se ubica por encima del 40%, y acompañados por los enojados y desilusionados que votan gobernabilidad, la victoria del Frente podría producirse.  

 

Buenos Aires, 15 de febrero de 2021.

*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.

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