El gobierno no es el poder, esto está claro. Pero, con localizar dónde está el poder no alcanza para transformar la realidad. Ricardo Rouvier sostiene en esta nota que un gobierno de contenido nacional y popular tiende, y eso lo diferencia, a darle lugar a la intervención del Estado, como máxima institucionalidad de la sociedad política, para atacar o limitar los procesos de concentración y centralización del capital que incrementan las desigualdades y afectan el patrimonio nacional. Pero, además, debe poner en marcha la organización democrática de los sectores populares con el objeto de anteponer poder frente al poder instituido. Son dos tareas: gestión y construcción política.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
El camino democrático implica aceptar sus reglas, entre otras, someterse al veredicto de los electores que otorgan legitimidad y continuidad al régimen. El pueblo no gobierna sino a través de sus representantes, reza el distanciamiento propio de la democracia indirecta, que se convierte en una oportunidad de grieta entre las necesidades de las sociedades y su realización. Prueba de este distanciamiento fue expresado por el ausentismo en las PASO; luego, en menor medida en la elección general, y el voto a posiciones iconoclastas de derecha o de izquierda.
La escasez no solo define a la economía como ciencia sino también a la política. Las elites políticas se han convertido en una nueva aristocracia en paralelo con la evolución de la acumulación desigual de la riqueza. Y esas élites aportan a la construcción de la subjetividad, que separó masa de pueblo, pueblo de clase, y clase de individuo. Convirtió al sujeto de cambio, en sujeto de consumo, y generó millones de descartados. Para los cuales creó la seguridad social para mantenerlos como tales, y salvar el alma sistémica. ¿Dónde está la escasez, entonces? Está en la insuficiente satisfacción de la sociedad civil con la sociedad política.
El Estado y su burocracia dominan los dispositivos de ejecución, aprobación y aplicación de las leyes, y la elección y el procedimiento de los jueces. Este modelo político se estructura en la sociedad civil sobre la base de un contrato implícito, que supone, entre otras cosas, legalizar el triunfo de unos sobre otros. Desde la modernidad, el propósito es evitar la guerra entre todos, por lo tanto la ley es privativa del vencedor. Esto es el gobierno, y como sabemos el poder es otra cosa. Esa otra cosa está en la sala de máquinas del sistema, que asegura la base material, la reproducción y la evolución de cada época: la continuidad hegemónica.
Por ahora, no hay asalto al Palacio de Invierno, ni Comuna de París (decimos por ahora debido a la posibilidad desconocida del retorno en espiral de la historia). Ese cambio no ha sido aún metabolizado por sectores reformistas que le imprimen revolución a lo que es transformación democrática, y que incluye la posibilidad de construir alternativas intrasistémicas.
Pero, localizar dónde está el poder no significa que la política, la economía, las ideologías, la cultura, la comunicación son un mero reflejo de su causa. Pero su margen de innovación tiene un límite: dichos órdenes no deben poner en cuestión el latido del corazón.
El músculo representa la propiedad de los procedimientos de la producción y reproducción de riqueza y ese es el punto vital. La política como las otras estructuras tienen autonomía relativa, como diferenciación de épocas anteriores, lo que permite un juego entre instituciones que es más complejo que antes. Y más complejo que cuando comenzó la etapa burguesa en la historia. La ciencia y la tecnología están a la cabeza del desarrollo y logran satisfacer las demandas de dominación que garantiza los procesos de reproducción ampliada del capital, y los límites de ese conocimiento se extienden según el ritmo de las necesidades. La tecnocracia no es otra cosa que la respuesta desde el conocimiento aplicado a la resolución de los problemas que surgen de la autoproducción del sistema. Los mecanismos de dominación son siempre los mismos: consenso y coerción; pero varían sus modalidades, lo que permite verificar que el progreso existe, usufructuado por algunos y nunca por todos, pero ahí está a la vista de los que no pueden ingresar al sistema.
Es imprescindible que esta dialéctica entre super e infra, metáfora del marxismo, sea revisada evitando el determinismo, y el economicismo; y avanzando hacia un más profundo conocimiento del poder. Hay una base indudable, inamovible que hemos llamado la sala de máquinas; pero en la cubierta del barco ocurre la conquista o no del gobierno y sus posibilidades actuando dentro de la democracia en que se puede facilitar u obstaculizar el dispositivo de creación de riqueza, que produce y se reproduce sin fin. Si se limita la especulación financiera, si se adoptan posturas autonómicas, se estimularán las distancias entre lo que el sistema promete y el colectivo reclama. O sea, la hegemonía no es el paraíso: hay luchas, disputas, competencia, pero lleva seis siglos de existencia.
Siguiendo con este esquema señalamos el error que iguala a Macri, con Alberto Fernández, o a Cristina en función de la prevalencia del sistema económico de base. Es una ingenuidad suponer que la concentración económica se detiene porque asume tal o cual Partido o Coalición. Sí; hay prevención o resistencia respecto del populismo por parte del poder económico, porque no se abandona el territorio de la ganancia así porque sí.
Un gobierno de contenido nacional y popular tiende, y eso lo diferencia, a darle lugar a la intervención del Estado, como máxima institucionalidad de la sociedad política, para atacar o limitar los procesos de concentración y centralización del capital que incrementan las desigualdades y afectan el patrimonio nacional. Pero, además, debe poner en marcha la organización democrática de los sectores populares con el objeto de anteponer poder frente al poder instituido. Son dos tares: gestión y construcción política.
Hay que construir otro poder instituyente para la toma de conciencia de las energías del país que se encuentran ahogadas (la desigualdad y la pobreza frenan los procesos productivos) por la forma que van adoptando los mercados si uno los deja en estado espontáneo. Eso agudiza la situación de dependencia, gobierne quien gobierne.
Es necesario advertir que un peligro real en la evolución reformista es que las instituciones de cambio como las centrales de trabajadores, los movimientos sociales, las organizaciones estudiantiles, culturales, etc., puedan mimetizarse con el desenvolvimiento adecuado de las superestructuras a la telaraña del poder. El límite entre la reforma y la nada es angosta, y esto es peligroso porque la conducta de uno puede ser funcional a su adversario.
La derecha o centro derecha se siente mucho más cómoda con el esquema de poder existente, y los mecanismos de construcción de la realidad. La tarea mayor, el esfuerzo mayor, es el de los reformistas y no de los que se sienten en el umbral de su casa a mirar el automatismo sistémico.
Es un error muy extendido creer que porque accede al poder Alberto Fernández o Néstor o Cristina Kirchner, el modelo neoliberal deja de existir en el país, sin comprender que la sala de máquinas sigue funcionando, y que se detiene si uno rompe las máquinas o les corta la energía que determinan su funcionamiento. Se difunde la idea que la época del neoliberalismo se agota en los cuatro años de Macri, confundiendo lo que es soporte o plataforma del sistema con su producido. Este error subestima al sistema hegemónico, y sobreestima la potencia del subsistema político en el alcance de la transformación. Por eso, es necesario profundizar el estudio del vínculo entre infra y superestructura, discordancia de la historia, lo inarmónico y las contradicciones en los procesos en las fuerzas políticas y sus fracciones.
Un buen ejemplo de la relación entre lo estructural con el subsistema político lo encontramos en “El 18 brumario de Luis Bonaparte” de Marx cuando dice que la Revolución Francesa fue la “gran revolución política de la burguesía que abrió paso al despliegue sin trabas de las relaciones sociales capitalistas, un cambio social cualitativo, determinante, del que ya no se podía volver atrás. Por eso cuando vino la restauración monárquica, no pudieron cambiar las relaciones sociales de producción.”
El consenso del sistema no es el mismo que el consenso de una propuesta política de una coalición o Partido. Esto último otorga razón al voto; a su encierro superestructural. El voto no es revolucionario, queda dentro de la cárcel de cristal de los consensos de superficie, pero es una parte imprescindible de la democracia, desde donde se puede contar con los dispositivos para acceder al poder subterráneo. Ese es el camino del poder de la democracia hacia el poder real, en tiempos pasivos de la historia.
Por ejemplo: la Economía Solidaria que comprende el cooperativismo y el mutualismo, en alianza con las pymes y las empresariales de origen nacional, pueden constituirse como una fuerza social destinada a evitar la propagación de la que son víctimas: la concentración económica. Este es un interés sectorial que rápidamente adquiere la lógica del interés general. Impulsan la extensión del empleo formal y el desarrollo de las fuerzas productivas.
Según información de la agencia oficial Télam (2 de julio del 2021), el cooperativismo representa el 10% del PBI. Sin embargo, no tiene equivalencias en el discurso público, y no solo desde la centro derecha, sino tampoco, en forma suficiente, en el Frente de Todos. Y es una herramienta de acumulación social de poder contra la concentración y la centralización factible de impulsar alternativas dentro de este régimen. Cuando se habla de la Economía Solidaria se la entiende mal como sinónimo de seguridad social, y se está evitando considerar la alternativa de producción y empleo, bajo el cuidado ambiental. Esta inhibición no es casual, es parte de una subjetividad subordinada a la deificación del interés individual. Y verificamos, como si fuera casualidad, que la praxis de cualquier fuerza política va en paralelo con su fuerte personalización. O sea, que la política también se concentra.
Nos asomamos a las jornadas electorales recientes sabiendo, por lo que hemos dicho, que el camino de las urnas separa al gobierno de los factores de poder que están exentos del veredicto electoral. Esto no impide que muchos votantes concurran a las urnas a elegir un cambio radical hacia la justicia social.
El peronismo, con sus variantes, que integra el Frente, es la fuerza política más poderosa que fundó la Argentina moderna, y qué desde la política, dio lugar a la expansión económica y la integración social, a través de la industrialización, empoderamiento de la clase trabajadora, la urbanización; en definitiva, la superación del modelo agroexportador. Generó un sueño revolucionario que todavía se mantiene (aunque su compromiso y nivel merece otra nota) De allí que buena parte del discurso público desde los dirigentes, pero sobre todo de sus militantes, refieren a un Perón propio y amenazan con el trasplante del sistema. Pero, en realidad, el peronismo conlleva en su impronta la promesa transformadora y el desmentido de la misma.
El voto peronista del 14 de noviembre fue el más bajo de su historia. Su componente principal fue el voto kirchnerista que explica el 33,87%. El voto duro ha resistido la avanzada de Juntos y el descenso propio, pero no ha impedido, salvo en la tercera sección electoral, desbordar hacia el interior, incluidos los distritos en que no ganó. Esto pone en peligro el dominio de los dirigentes locales sobre sus territorios y aleja la posibilidad de reforma. El continuo éxito del kirchnerismo en la populosa región bonaerense, ratifica su geopolítica del conurbano, pero también reitera su dificultad para crecer en la olvidada clase media. El peronismo más ideologizado es el que más inhibiciones presenta en pescar en la laguna de al lado.
Entre la elección presidencial del 2019 y la elección legislativa del Frente, se registraron cinco millones cien mil votos menos. Más allá que ambas elecciones no son completamente equivalentes, sí se puede decir que la pareja presidencial no pudo retener una parte importante de los votos. Si el peronismo mantiene el 30% es competitivo, pero tiene pocas posibilidades de acceder al gobierno el 2023, excepto si se da una recuperación muy significativa de la gestión del gobierno de AF. Recuperación sería restaurar la actividad productiva, disminuir la desocupación, bajar la pobreza, disminuir la inseguridad y parar la inflación. Todo eso durante los próximos dos años. ¡!Nada menos!!
Si volvemos a leer los resultados desde el esquema histórico que hemos desplegado en esta nota, decimos que hubo un voto antisistema que quedó refugiado, como pasa en otros países, en la derecha de corte liberal y autoritaria; con un moderado crecimiento de las fracciones de izquierda. A eso hay que agregarle el significativo ausentismo que expresa la desilusión de parte de la ciudadanía sobre el subsistema.
Hubo ausencias de propuestas de cambio profundo, porque el escenario estuvo dominado por la coyuntura, y la orientación dominante se focalizó en la gestión y disparó el voto castigo. Hace dos años apuntó a Macri y ahora giró la sentencia hacia el gobierno de A. Fernández. El poder siguió inaccesible y seguro; le alegraron los resultados que ponen más lejos a los que quieren meter las narices donde no deben.
Sin duda hay inquietudes de las multinacionales sobre la situación de nuestro país en el marco de la dependencia y post-pandemia; por la reducción del mercado interno, la presión impositiva, la normalización macroeconómica, para mantener o recuperar la tasa de ganancia. La experiencia histórica indica que se hacen negocios con las guerras, con las pandemias y con la recesión de los países también; aunque esos negocios tengan la forma de enclaves acotados para algunos.
Es indudable que la concentración achica la oferta horizontal de los mercados favoreciendo el avance vertical, por eso muchos países cuentan con una legislación que sanciona los monopolios u oligopolios, de dudosa aplicación.
Otra consecuencia de la proyección electoral es que un retorno de la coalición Juntos al gobierno en el 2023 retrasaría las reformas que debe emprender el actual gobierno nacional. Ahora, el Frente que ha estado ocupado en la lucha antipandémica y en la resolución de la situación financiera y económica, y en sus disputas internas, todavía no ha convocado, si retóricamente, a transitar contra la concentración y a favor de la producción nacional, y a una democracia que cumpla sus promesas.
Con todo por hacer, el Presidente ha prometido una larga deuda que tiene el peronismo con sus afiliados: el voto. La dedocracia, como el clientelismo y el nepotismo, son modalidades del subsistema político, copiada de la etapa oligárquica que dominaba la superficie de la política antes que llegara el vendaval del ´45.
Buenos Aires, 26 de noviembre de 2021.
*Lic. en Sociología. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.