Restablecer el vínculo del decir con el hacer, así como insistir en que ese decir se anude con actos políticos significantes, probablemente sea hoy uno de los desafíos fundamentales para la construcción de una alternativa política a la, por estos días y en apariencia infranqueable, hegemonía libertaria.
Por Pablo Boyé*
(para La Tecl@ Eñe)
“Mejor que decir es hacer”, dijo el general Perón y marcó una línea fundamental para la praxis política de quienes se inscriben en el ismo que lleva su nombre (y también para aquellos que gustan citarlo sin sentido de pertenencia). Posiblemente, incluso en el pliegue y despliegue de esa misma frase, en su elevación del hacer por sobre el decir, Perón entendía como nadie la imbricación ineludible entre el uno y el otro. Sin embargo, ay, la fractura.
En nuestros días, el hacer en política se comprende en gran medida en eso que llamamos gestión, una palabra que ensalzamos pero que no deja de ser una herencia de la tecnocratización de la política, del quehacer político entendido sólo como práctica gerencial y administración de recursos (y una palabra, al mismo tiempo, que día a día ocupa más espacio en nuestro hacer cotidiano, como en la cada vez más invocada gestión de las emociones). Desde un punto del arco ideológico -y, para el caso, supo muy bien el macrismo en sus inicios profundizar esta idea que ya venía instalándose desde los años ochenta-, gestionan los profesionales, los supuestamente asépticos, los que arman equipos y resuelven problemas. Desde el otro extremo, gestionar como el ejercicio de la puesta en marcha de una batería de políticas públicas que materializan la idea de un Estado presente.
La gestión, entonces, por encima de las diferentes formas de la palabrería: el discurso, el marketing, el tweeteo incesante o el carácter de ser un entrevistado permanente en los medios de comunicación, entre una larga fila de etcéteras. Llevar esa bandera todavía hoy es digno de honra (¿quién no prefiere a ese intendente que, aunque en las antípodas ideológicas, al menos gestionaba?), pero también cabe reflexionar sobre las consecuencias de esta escisión, la que hay entre el decir y el hacer, y preguntarnos si acaso su vínculo, más que el de ser las caras contrapuestas de una misma moneda, no es el de un entramado fino. Si no hay un tejido inconsútil entre ambos, en el que decir-hacer se constituye como un bordado que integra pero va más allá de solamente pensar qué decimos sobre lo que hacemos y cómo decimos lo que hacemos.
“El decir verdadero”, reflexionaba Sergio Caletti, es aquel “que pugna por la representación de lo futuro fallando en el calce al que anhela con lo que todavía no es”. Es complejo, hay que leerlo varias veces, masticarlo con paciencia, enseguida volvemos.
Decir es hacer y lo que hacemos produce sentido. O sea: el decir construye mundo y los hechos significan. En general, intuitivamente o por marco teórico, lo sabemos y solemos repetirlo hasta el hartazgo. Pero, bajo la guía de esta premisa, están quienes descuidan la comunicación, en un sentido instrumental, sobre lo que hacen, y también los que piensan que en el orden del discurso se resuelven todas las disputas y desigualdades realmente existentes. En torno a esto último, tal vez el problema hoy sea que, en el marco de la sociedad digitalizada, así como el hacer en política devino hace tiempo en gestión, el decir pareciera verse reducido a apenas opinión, difusión, la mayoría de las veces chicana, titulares vacíos, bait.
Retomando, Caletti nos propone que política es “el litigio incesante entre dicentes por la representación de lo común y de las diferencias”. A Caletti le interesa pensar el lugar de los sujetos en la política y cómo la política se inscribe, en tanto agonística, en la discusión pública sobre la construcción de nuevos horizontes que integren las diferencias que son constitutivas de lo social. Para los sujetos -siempre colectivos- de la política, decir es entablar una disputa por la representación, hacer visibles sectores sociales que aparecían ausentes, “dirimir diferencias y resolver mañanas”.
El decir político es, de este modo, un decir poiético, ese término griego que nos habla de un producir vinculado con la creación artística pero que también va más allá (o, en todo caso, establece la ligazón que hay entre el arte y la política). Porque construye futuro o nuevas formas de mirar el presente, y en ese sentido falla constantemente, porque el futuro y lo nuevo son incertidumbre y contra la incertidumbre no nos queda otra que seguir cimentando en el aire del porvenir, una y otra vez, otros mundos posibles sin correr la vista de lo imposible, y luchando por ellos.
Sin dudas, las dificultades micro y macroeconómicas, el contexto geopolítico y otros elementos contextuales pueden y deben invocarse para densificar el análisis, pero este sinuoso camino por el que el decir y el hacer han transitado durante los últimos años en la política argentina -a veces entrecruzándose y otras alejándose de forma irremediable- tal vez podría ayudarnos a interpretar al menos una dimensión de lo que viene sucediendo con las diferentes experiencias de gobierno recientes.
De manera que: de la primera vez en la historia democrática argentina en que un mismo movimiento político como fue el kirchnerismo logra el apoyo popular en tres mandatos consecutivos y fracasa electoralmente en 2015 aun sosteniendo una vigorosa gestión de políticas públicas con foco en la inclusión social y el fomento del consumo; pasando por un gobierno de Mauricio Macri que, aunque centrado en un decir pautado desde agencias de marketing y plagado de conceptos vacíos de contenido, podría emparentarse con el de Alberto Fernández en el sentido de que ambos triunfaron con una campaña en la que lograron construir una alternativa de futuro (“pobreza cero” / “vamos a levantarnos de las cenizas”) y un sentido de articulación colectiva (“la unión de los argentinos” / “un país que va a empezar por los de abajo”), que luego dilapidarían escindiendo por completo sus decires de sus haceres; hasta, finalmente, el actual gobierno de Milei, que logra articular decir y hacer de una forma tal que, por ahora, deja fuera de juego a cualquiera que se proponga como oposición.
Quizás sea necesario que el hacer político se entrelace con un decir donde se retome la idea de poiesis y representación de lo común; de lo contrario, inevitablemente, los límites que se impondrán serán siempre las cuatro paredes grises y subterráneas de la gestión. Gestionar es administrar recursos, en el mejor de los casos implementar políticas públicas que pueden ser más o menos progresivas, pero sin un sentido de construcción de horizontes compartidos. Restablecer ese vínculo del decir con el hacer, así como insistir en que ese decir se anude con actos políticos significantes, probablemente sea hoy uno de los desafíos fundamentales para la construcción de una alternativa política a la, por estos días y en apariencia infranqueable, hegemonía libertaria.
Buenos Aires, 25 de febrero de 2025.
*Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA)