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Carta VIII a Ricardo Forster – Las crisis del Neoliberalismo – Por Jorge Alemán

La expresión “crisis de la hegemonía neoliberal” según Alemán, se refiere a cómo estas crisis afectan a los modos de representación político y no al neoliberalismo como una racionalidad que se rehace una y otra vez en su producción sistemática ilimitada.

La expresión “crisis de la hegemonía neoliberal” según Alemán, se refiere a cómo estas crisis afectan a los modos de representación político y no al neoliberalismo como una racionalidad que se rehace una y otra vez en su producción sistemática ilimitada.

Por Jorge Alemán*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Querido Ricardo: a partir de nuestra última y breve conversación en Buenos Aires te envío este apunte sobre la cuestión que nos concierne.

La expresión “crisis del Neoliberalismo” insiste en distintos autores y está presente en muchos foros de debate. Por mi parte, creo que merece ser despejado a qué nos referimos con dicha expresión. Para esto no tengo más remedio que referirme a una distinción, que a mi juicio es clave, aunque admito que la misma es discutible, a saber la diferencia entre el Poder y sus dispositivos, y las construcciones hegemónicas de lo Político. La expresión “crisis de la hegemonía neoliberal” condensa de un modo pertinente este problema. Esta expresión se suele utilizar para referirse a las distintas crisis de representación políticas bajo el neoliberalismo. Por ejemplo, las típicas crisis de los llamados bipartidismos, la emergencia de nuevas fuerzas políticas “antipolíticas”, la presencia del odio xenófobo en la conformación de una nueva ultraderecha. Todos estos fenómenos hablan de una “crisis de representación” sintomática, dado el carácter acelerado de las operaciones del capitalismo en su mutación neoliberal. En cierta forma, admito que estas nuevas rupturas con respecto a la política clásica sí se corresponden con los problemas de gobernabilidad que el poder neoliberal despliega, o dicho de otra manera, las dificultades que tiene el neoliberalismo para estabilizarse institucionalmente. Ahora bien, las crisis afectan a los modos de representación político y no al neoliberalismo como una racionalidad que se rehace una y otra vez en su producción sistemática ilimitada. En este aspecto, las crisis políticas sólo testimonian el carácter cada vez más ingobernable que un orden como el neoliberal exige para su reproducción ilimitada. Pero de estas “crisis de representación” no se deduce, al menos de un modo inmediato y necesario, que emerja un proyecto que tenga el propósito de poner límites al funcionamiento del engranaje neoliberal. En cierta forma estas crisis dan testimonio de que también en la política se produce lo que ya ha sucedido en el orden micropolítico a nivel de las familias, la vida en común y las experiencias constitutivas del sujeto, en donde las brújulas que amarraban a la vida con el sentido se han comenzado a disolver. El poder neoliberal no sólo no está en crisis, sino que aprovecha las crisis para su permanente reproducción. De la misma manera, los nuevos modos de malestar en los sujetos son incorporados a los nuevos juegos del mercado, véase la epidemia mundial de depresión y pánico y su reverso en la proliferación infinita de libros de autoayuda o fármacos. La política se vuelve entonces un espectáculo de la impotencia para construir un principio articulador hegemónico frente al poder de acumulación y concentración financiera neoliberal y la aceleración que caracteriza a dicho proceso del Capital.

Esta diferencia entre la crisis de representación política y el poder neoliberal merece ser sostenida para no dar lugar a ciertos espejismos políticos con respecto a las distintas crisis que en distintas ocasiones sobrevienen. Éstas no conducirán, por sí mismas, a una transformación del neoliberalismo. Otra cuestión es, y esto sí es importantísimo, pensar las lógicas populares emancipatorias, analizando por un lado el neoliberalismo y por otro sus manifestaciones sintomáticas. Porque en este aspecto sí debemos admitir que en un punto extremo la sucesión interminable de crisis y de gobernabilidad que acompañan la marcha del neoliberalismo puede finalmente afectar al núcleo de su poder. Pero esta hipótesis no está en absoluto confirmada. Por ahora, un proyecto político de vocación emancipatoria no puede identificarse con las expresiones sintomáticas y políticas del neoliberalismo, aunque las debe saber interpretar. Por ello, hoy más que nunca es clave diferenciar las experiencias populares que desean frenar la marcha neoliberal, de las nuevas emergencias de los nacionalismos, movimientos identitarios, retóricas supuestamente proteccionistas o antioligárquicas, que normalmente en nuestras culturas dominantes se designan como “populismos”, designación que, como sabés muy bien, la considero un error teórico-político. Incluso muchos teóricos de la izquierda conciben al populismo como una consecuencia directa del neoliberalismo, confundiendo estas crisis de representación a las que vengo aludiendo con el populismo. A mi juicio, y en esto debo insistir, sólo hay populismo si es de izquierda, si mantiene su apuesta emancipatoria y si intenta redefinir a partir de la experiencia de lo común un nuevo tipo de universalidad. Es decir, no acepto la expresión “populismo de derecha”. Las expresiones que yo designaría con el término “neofascismo neoliberal” sí son consecuencias de las crisis de representación bajo el neoliberalismo y son puramente reactivas.

Los movimientos nacionales y populares no le oponen al Neoliberalismo un retorno imaginario a una identidad perdida o a una esencia amenazada, sino la invención de un lugar común para distintas prácticas que promuevan en la sociedad otra cosa que el tedio neoliberal o las reacciones puramente afectivas y especulares contra el mismo y que finalmente lo consolidan.

 

Madrid, 6 de septiembre de 2018

2 Comments

  1. Sara Berlfein dice:

    Yo creo que Perón era un populista de derecha Ser populista o sea ocuparse del bienestar del pueblo debería ser el interés de todo politico

  2. Norman Cruz dice:

    ¡Excelente! Ya desesperaba de que algún analista o pensador diera e la tecla de algo que para mí siempre fue muy evidente: «El poder neoliberal no sólo no está en crisis, sino que aprovecha las crisis para su permanente reproducción». ¡Sí, señores! El PODER neoliberal no está en crisis. Por el contrario: tras cada una de estas «crisis» ese poder se acrecienta… Lo único que podría debilitar ese poder sería la construcción real de un poder contraneoliberal. Y muy acertado también el criterio sobre el «populismo».

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