Esteban Rodríguez Alzueta aborda en esta nota la figura de Sergio Berni, y afirma que Berni es el engranaje grotesco de sectores de una dirigencia que sigue coqueteando con el punitivismo; un personaje inventado por la televisión, a la altura del peor periodismo televisivo que lo celebra todas las noches.
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
(para La Tecl@ Eñe)
Empiezo como terminé el último artículo que escribí para El Cohete a la Luna sobre el actual Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Dije, parafraseando a Marx: Berni es víctima de su propia concepción del mundo, el payaso serio que ya no toma a la realidad nacional por una comedia, sino a su comedia por la realidad nacional.
El payaso es un personaje circense tributario del bufón del rey. El payaso que cada gobernante tenía cerca para que le cantase las cuarenta, lo que pensaba y sentía el pueblo al que nunca veía. El bufón tenía el privilegio de la verdad, siempre y cuando esa verdad estuviese revestida de un aire burlesco. El bufón se movía con patente de corso, por eso todo lo que decía quedaba en el ámbito de la farsa, y si el rey no se tomaba la comedia en términos personales, no había revancha y el bufón podía seguir con su show.
A principio de siglo XX, el poeta y dramaturgo francés, Alfred Jarry, construyó un personaje grotesco pero absurdo: el rey Ubú. Jarry fue un personaje erudito y excéntrico, mentor de la patafísica, una suerte de pseudo-ciencia que competirá con el dadaísmo. Las obras que componen la serie Ubú (Ubu Rey, Ubú cornudo, Ubu encarcelado y Ubú en la colina) es el antecedente inmediato del teatro del absurdo. Ubú es un personaje que le costó muchos abucheos pero también muchos aplausos. Ubú rey es una reescritura de Shakespeare en clave comedia satírica. Ubú es el rey rechoncho vestido de cuero que se tragó el personaje del payaso y empieza a comportarse como un auténtico payaso.
Para Jarry la comedia era el tono para pensar al poder contemporáneo, cada vez más grotesco, un poder excesivo y absurdo, donde la violencia se confunde con el goce. Lo había dicho Marx en el mismo artículo que citamos arriba: la historia se repite, primero como tragedia y después como parodia. Personajes que emulan a sus antepasados, que se visten y hablan como sus ancestros, que usan sus clichés y toman prestados sus consignas, para, con esos disfraces, representar la nueva escena de la comedia local.
Sobran ejemplos: Trump, Bolsonaro, Putin, Boris Johnson. Las versiones criollas y minusválidas hay que buscarlas en las figuras de Mauricio Macri y Alfredo Olmedo pero también en la de Sergio Berni. De hecho Berni compite y abreva en Macri y Olmedo, se hace eco de sus trayectorias, sus gestualidades, sus retóricas. Berni es un personaje excéntrico y patotero, una suerte de supermacho, siempre disfrazado para la ocasión.
El poder ubuesco –nos enseñó Foucault en Los anormales– es un poder que solo pueden ejercer caricaturizándose, al abrigo de un lenguaje aniñado, balbuceante o marcial pero que habla el idioma del miedo. Un poder que solo saben ejercer a través de la descalificación explícita de quien lo ejerce, escupiendo para arriba: Berni desautorizando al presidente Alberto Fernández, riéndose de la ministra Sabina Frederic, invalidando al gobernador Axel Kiciloff. De hecho Kiciloff es una suerte de chirolita de Berni, Berni es el político que tiene a upa al gobernador. Berni es el poder ridiculizado, abyecto y ridículo, un personaje que se presenta disfrazado, modelado como un payaso bufón.
Berni no es un accidente y tampoco una avería de la gobernabilidad sino su cara más grosera, sin correccionismos políticos; el engranaje grotesco de sectores de una dirigencia que sigue coqueteando con el punitivismo, jugando a la demagogia, que se excita y especula con el dolor ajeno, un personaje inventado por la televisión, a la altura del peor periodismo televisivo que lo celebra todas las noches.
Se cuenta que en 1911 cuando se estrenó Ubú rey, asistió el poeta y dramaturgo irlandés, William Butler Yeats. Años después reviviría aquella noche en su autobiografía, en un par de líneas que se convertirían en una profecía: “Después de Mallarmé después de Paul Verlaine, después de Gustave Moreau, después de Puvis de Chavannes, después de nuestra propia poesía, después de todo ese color sutil y esos ritmos nerviosos, ¿qué más es posible? Después de nosotros, el dios salvaje”. Termino, y lo hago como comienza la primer obra que Allfred Jarry dedica a Ubú: Mierda!
La Plata, 2 de julio de 2020
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad y Vecinocracia: olfato social y linchamientos.
4 Comments
No sé- Tiene malos modos con la gente (su sello militar evidentemente) No es ubicado en sus declaraciones (Y se lo fomentan pelotudos como el Gato en CN5) Pero oí de él que está y pone el cuerpo donde estan los problemas, sobre todo en los sectores marginados, y es efectivo a la hora de relolverlos. Lo cual no es poco.
¿Berni forma parte de los «sapos» que, debemos tragarnos? Es posible que así sea. Es una mezcla rara como bien expresa el autor
Berni es el personaje vedettezco y político que tiene dos encantos: el show y el tirar la piedra y esconder la mano, para decirlo mejor, le gusta provocar y quedar como el intelectual de la seguridad publica y el supermacho salvador de los humildes. La pregunta es, nos sirve?
Hola. No soy tan leída. No entiendo qué le parece Berni en esta etapa. No leí a Foucault… ni esa novela de 1911. Está bien para usted que esté en el FRENTE de Todos?