Cine: S4D3 de Raúl Perrone o la sociedad careta – Por Hernán Sassi

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Cine: S4D3 de Raúl Perrone o la sociedad careta – Por Hernán Sassi

Hernán Sassi analiza la última película de Raúl Perrone, S4D3, presentada hace días en el 5to Festival de experimentación audiovisual en Brasil. Episódica, compuesta por cuadros para una exposición, S4D3 es zapada perruna, cine en estado puro.

Por Hernán Sassi*

(para La Tecl@ Eñe)

 

“No lamento mucho que desaparezca el Ancien Régime”.

Marqués de Sade, Correspondencia.

 

I.

 

“¡Cómo fingen la religión, la virtud, la moral, y cómo ese rostro, dulce en apariencia, le sirve para engañar mejor todavía!”.

Marqués de Sade, La Marquesa de Gange

 

Desde el primer día en que dio a luz un fotograma –un “fotograma” raro, en video, porque él ya empezó sadeanamente, haciendo del vicio (el VHS) una virtud (del cine)–, el perro de Ituzaingó nos mostró cuán careta es eso que llamamos sociedad, que no quiere ser comunidad, de ahí que sean visibles sus miserias, siempre expuestas a cielo abierto –a ese que mira el perro desde siempre, también acá–, aunque nunca asumidas, menos cuando un artista –ya “un profesor emérito del crimen”, como era Sade para Michelet; ya un perro que huele mierda como todo perro, pero también, dado que se trata de un cineasta, más de una flor– mete el dedo en la yaga.

Como esa decadente sociedad del Ancien Régime a la que evoca, ese gran burdel que era la Francia previa al ascenso de la burguesía, esa clase social no menos prostibularia, la secuencia inicial de S4D3, presentada hace días en el 5to Festival de experimentación audiovisual en Brasil, es un baile de máscaras, a cada cual más esperpéntica e irreal. Entre ellas, está la de Gastón Pauls, alguien valiente ante la farándula careta, pues es quien asumió que estuvo encerrado en las mazmorras de la merca y no sólo salió, sino que se pone en riesgo –no faltará el imbécil que lo señale como “el merquero”– para que otros no caigan. Seres libres, su programa de entrevistas en Crónica TV, es indicio de esa valentía, una valentía que es también la de Perrone al convocar a un paria de esta sociedad careta, de seres ruines, o más bien sádicos, que gozan con el dolor ajeno, mostrándose ajenos al dolor del otro.

En esa secuencia, Pauls (¿es Sade?, ¿es su padre libertino?, ¿es el tío que lo educó, cura y también libertino?) deambula ido como estaba cuando le daba a la merca (¿el perro evoca a Sade, y al mismo tiempo, al dolor padecido por el actor?; si es así, no es la primera vez que en una secuencia este perro “mata dos pájaros de un tiro”), y propios y extraños en la farándula del cine y de la TV hacían lo mismo, pero la careteaban e, incluso, lo cual es peor, sermoneaban. Deambula ido entre rostros que fingen “religión, virtud y moral” como es usual en una sociedad careta.

 

 

II.

 

“Es el tipo de imagen producida lo que determina la narración, y no al revés”.

Raúl Ruiz, Poética del cine

 

“Convertirse en el amo único del universo. Este es el resumen […] de las aspiraciones secretas que anidan en el corazón de todo hombre civilizado”.

Rousseau, Discurso sobre la desigualdad

 

¿Por qué el cine, el verdadero, ese que deja imágenes-preguntas e imágenes-llama, el que se mete en la memoria con escenas que queman, inquietan y hasta molestan, no es masivo? Porque el mal llamado público (no les importa un carajo la esfera pública, ¿por qué seguir llamándolo “público”?) prefiere la papillita en la boca al misterio. Ese público se molesta porque en el cine de David Lynch hay actores/actrices con cabeza de ratón que interactúan como si nada pasara. Se molestarán porque aquí hay uno con cabeza y andar equino. Les fastidia el misterio. Eso es menos lamentable que su destierro de la escena, no sólo cinéfila. Que no haya deseo de misterio es ya haber perdido.

El cine es sueño, no vigilia. Si al cine se lo toma como remedo de esto último, es porque ha ganado la dictadura del argumento que impuso Hollywood, esa que rige, a fuerza de estímulo perpetuo, en la hipnosis de las series, el discurso dominante de estos días, el aparato de captura que nos toca.

Como en un sueño, como en todo el cine de Perrone, en cada secuencia de S4D3 no sabés dónde prestar atención, o dicho de otro modo, cuál es un elemento importante (una mujer se desploma, una pareja baila un tango, dos susurran al fondo, una tiembla en primer plano, la banda toca y alguien sufre en la mismísima Torre Eiffel), cuál secundario, lo cual no quiere decir que todo valga lo mismo, aunque sea democrática la puesta del film dado que es fiel a la de todo sueño. También como en un sueño, el inicio y el final son clave (de sentido y misterio). La secuencia final, en la que una mujer está a merced de un hombre, no es menos sugestiva que la primera. Si ésta evoca a Sade, aquélla al adjetivo que quedó a él aunado.  

El sueño es imagen, y además, banda sonora. Sin diálogos, S4D3 pide al oído que escuche susurros en francés y en alemán, esa lengua del diablo según dijo alguien; canto gregoriano, teclados y sintetizadores, rock, música clásica y electrónica; pero también  sonidos con efecto “de revés” (como cuando alguien busca escuchar al demonio, ¿o a Sade no se lo tuvo por tal y ese es un modo de aludirlo?) o efecto de ir en reversa (como cuando se busca dar un paso atrás, volviendo al origen del cine, para dar dos adelante como hace últimamente Perrone).

Episódica, compuesta por cuadros para una exposición (de lo careta que es la sociedad, aunque no solamente), S4D3 es zapada perruna, cine en estado puro. Como la literatura de Sade, el film de Perrone tiene viñetas de pedagogía de la crueldad. Como aquella obra inasimilable, acaso sirva para que la sociedad se haga cargo de que, antes que las buenas intenciones, a ella la mueve el deseo de pisotear al otro no menos que el goce de verlo sufrir. Sadismo al palo es eso que llamamos sociedad, y Sade todo un filósofo y hasta un precursor de Freud y su principio del placer y su pulsión de muerte.

Vástago de la Ilustración (compañero, no solo de celda, de Voltaire, Rousseau y Diderot) antes que mero provocador, que lo fue, Sade nunca quiso excitar, sino convencer (la idea es de Ronald Hayman, uno de sus biógrafos, no el mejor). Satélite desprendido de esa estrella fugaz que fue el cine en su estado más puro –cuando, con las vanguardias, el séptimo arte se asumió sueño e ilusión, y no narración lineal y transparente–, el perro no quiere entretener, sino, en este caso, echar luz (¿un perro iluminista?) en este burdel del hombre civilizado disfrazado con leyes y normas de conducta para el “buen vivir”.

Veinte años en cana pasó Sade (algunos en la Bastilla previo a que fuera polvorín), muchos en un asilo de indeseables en Charenton. No podía hacer otra cosa (vejar mendigos, torturar prostitutas, escribir novelas pornográficas, o más bien, obras de una filosofía que no podía ser comprendida) más que todo aquello lo que lo llevara a la reclusión. Perrone no puede más que filmar y montar, todo lo que lo lleva a esa reclusión autoimpuesta en Ituzaingó, que no es refugio para el solipsismo, bien se ve, sino “laboratorio” (así le llama él) para pintar una aldea –que es también el mundo– cada día más hedionda.

Nuestro Sade del suburbio, no lamenta que desaparezca esta sociedad careta con sus imposturas y su vida pautada y sin accidentes. No lo lamenta, pero como la literatura de Sade, ese moralista al que se lo juzgó por inmoral, con su cine contribuye para que esta sociedad cambie algún día.

 

Buenos Aires, 7 de julio de 2021.

*Docente de Historia Social Argentina (UNDAV), de cine (FLACSO) y de distintas materias del profesorado de lengua en instituciones del Conurbano. Autor de «Cambiemos o la banalidad del bien» (Red Editorial) y de «La invención de la literatura. Una historia del cine» (en prensa), entre otros libros.

1 Comment

  1. Grande 3l M43stro P3rrone !! Lo admiro hasta el infinito.Cine puro Arte Visual .maravilloso y sincero.👏👏👏

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