SILBIDOS DE UN VAGO 14 – Vargas Llosa, los Fujimori y la frase del presidente – Por Noé Jitrik

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SILBIDOS DE UN VAGO 14 – Vargas Llosa, los Fujimori y la frase del presidente – Por Noé Jitrik

Recuerdos de una conferencia en Inglaterra sobre verosimilitud y el cruce con Vargas Llosa; la literatura japonesa y Los Fujimori como encarnación del más estrepitoso sueño de los inmigrantes; y la crítica a Alberto Fernández, de tirios y troyanos, por su frase alusiva a los indios, la selva y los barcos. Una nueva entrega de los Silbidos de  Noé Jitrik.

Por Noé Jitrik*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Hace más de cincuenta años, en 1969, mi entonces amiga Jean Franco, que por extrañas razones creía en mí, me organizó una gira de conferencias en Inglaterra. Me quedan tres o cuatro anécdotas que me gusta recordar, pero no ahora. Una de ellas, sin embargo, es oportuna: fue una charla que ofrecí en el King’s College que, acabo de enterarme, es una de las universidades más “elitistas” de Londres. Mi tema, si no recuerdo mal, era vagamente teórico, la relación que existe entre los personajes de las novelas y el lenguaje que les es atribuido. Supongo que se trataba de verosimilitud pero no estoy muy seguro de que ahora esa cuestión me resulte apasionante, yo estaba en los pininos de una preocupación teórica, o teorizante, y, por lo tanto, es muy posible que balbuceara aunque, no obstante, mis balbuceos iban un poco más allá de lo que pensarían sobre tan dramático asunto quienes me estaban escuchando. Uno de ellos era Antonio Cisneros, a quien había conocido en Cuba y que me acompañó a comprar un saco en una tienda de Oxford Street, creo, donde una mujer se estaba probando algo semidesnuda, indiferente al mundo que la rodeaba; otro era Mario Vargas Llosa, a quien yo había conocido un poco antes en Buenos Aires y que asistió a mi charla. Me discutió un poco pero con pertinencia, tuve la fulgurante sensación de que era alguien con quien yo podría hablar de valores en común, Cuba, García Márquez y hasta de los Beatles y, sobre todo, de literatura. Me invitó a comer, lo que era una especie de desafío en esa ciudad; estaba con su mujer que, me enteré posteriormente, era también su tía, Edipo y casi Yocasta, un circuito familiar perfecto.

Un par de años después me crucé con él en Alemania, puede ser que fuera Berlín u otra ciudad, era un congreso o no sé qué. Lo vi, a lo lejos, en un grupo formado por editores alemanes muy potentes y algunos admiradores, supongo. Pasó a mi lado, siguió viaje, razón por la cual decir que “me crucé” es propio y correcto. Muy traducido, muy comentado, muy aplaudido, no hay como ser un “niño bien” para recibir un trato semejante del destino, ayudado por su resonante alejamiento de Cuba y a partir del entonces aborrecible castrismo. La suerte quiso que no nos viéramos nunca más pero, desde luego, no he dejado de enterarme de la que le tocó a él, figura cada vez más actor central de ese sector de la sociedad planetaria que llamamos “derecha” porque somos bondadosos y no queremos dejarnos arrastrar por los adjetivos. La última, apoyar a la heredo nipona Keiko, un proyecto de delincuente o un delincuente liso y llano, otro ejemplo de éxito, Dios nos libre, en esa parte del mundo que huele a muerto. Los Fujimori encarnan el más estrepitoso sueño de los inmigrantes, entrar a un país del que no se sabe nada para llegar a ser dictador, millonario, destructor. Y, lo más descabellado todavía, ser votado y apoyado por mayorías que contemplan, casi con indiferencia o resignación, las desmesuradas locuras de estos personajes, remedos trágicos de Ubu Roi o del Señor Presidente, la literatura latinoamericana es fecunda en tales engendros. Vargas Llosa los apoya, faltaba más.

Si de japoneses se trata no puedo no evocar a varias escritoras que conozco, dejo de lado a los que pude haber conocido en otros lugares. Me deslumbraron Anna Kazumi Stahl, María Claudia Otsubo, Amalia Sato, fui amigo de María Kodama y de todas me queda una línea de discreta delicadeza, un saber de la existencia que me liga a lo que pude conocer de la gran literatura y el cine japonés. Un no querer imponerse y no intentar seducir sino deslizarse en toques armonioso, como las flores que describe Kazumi o los poemas de Otsubo. Creo comprender qué movió a mi querido Oscar Montes, que había asistido a mis clases en Córdoba, a  entregarse a ese mundo, aprender la lengua, traducir a algunos clásicos e introducir a gente como Kenzaburo Oë a México. El ser de esas escritoras se recorta en la prosa de Kawabata o del exquisito Tanizaki: remiten a una cultura refinada, tanto que no se puede entender el culto a la muerte y a la violencia que llevó a ese pueblo a la destrucción y, luego, no aquí, en Japón, a una impiadosa claridad capitalista. Raro, silencioso, modales floridos, eso que se percibe en Kazumi y en Otsubo y que se diría producto argentino, comprensión de un otro modo que algunos perseguimos.

 

Jair Bolsonaro le respondió a Alberto Fernández con una foto en Twitter y una palabra: “Selva” | Política | La Voz del Interior

 

Mucho ruido en torno a la frase que, en mal momento, pronunció Alberto Fernández: tirios y troyanos, progres y reaccionarios formaron filas para criticarlo, atacarlo, menospreciarlo. Por atrás, todos los críticos partían de una convicción, la de que la palabra ”indio” era denigratoria, cómo decirles indios a los mexicanos. Doble mala memoria: por un lado, el adjetivo “mexicano”, que viene de “mexica”, es absolutamente indígena y, por el otro, existe una entidad oficial llama “Instituto Indigenista” que se ocupa, justamente, de valorizar y rescatar esas culturas que fueron atropelladas por los españoles, sólo que no pudieron hacerlo del todo, esas culturas resistieron, están presentes y al mestizarse dieron lugar a lo que hoy se denomina “mexicanos”. Conclusión en favor de Fernández: debe haber tenido, subconcientemente, la idea de que lo español es lo sobrepuesto, la moral del vencedor, al revés de lo que se le atribuyó como metida de pata. Y en la Argentina, nadie puso el grito en el cielo ni lo recuerda cuando Agustín Cuzzani estrenó una obra que se titulaba “Los indios estaban cabreros”, Juan Manuel de Rosas dirigió una campaña contra “los indios pampas, ranqueles, tehuelches y lo que venga”, Lucio Mansilla publicó sus notas con el título de “Una excursión a los indios ranqueles”, alguien compuso un encantador chamamé que habla de una “indiecita”, quizás todos ellos habrían debido poner “pueblos originarios” para tranquilizar a las buenas conciencias que parecen olvidar que la identidad nacional, tan celosamente defendida por los nacionalistas de comienzos del siglo XX, es lisa y llana herencia española, continuada después como definitoria de la argentinidad. Y en cuanto a “selva” brasileña, más o menos lo mismo, no significa “salvaje” sino ámbito, eso que, en paralelo a lo que hicieron los españoles, hicieron los portugueses que se implantaron con toda su energía esclavizante y genocida en esos territorios: enfrentarse a esa historia conduce a recuperar un origen: esos presuntos salvajes fueron reducidos, casi exterminados pero acaso subsistan elementos que explican la belleza de sus gentes, el encanto de su música, ese modo de vida que el rudimentario Bolsonaro está casi logrando destruir, muy ofendido con Fernández porque hace brotar la palabra “selva” para designar a los brasileños. Y, por fin, “el descendimiento” de los barcos que, a los cien años del alud inmigratorio, modificó muchas cosas en la Argentina; permitió olvidar el último genocidio y el gigantesco robo de la tierra, pero, como compensación, trajo el socialismo, generó una clase obrera y también una nueva burguesía y sacudió, en parte, la cultura que penosamente estaba tomando forma. Son muchas cosas: la frase de Fernández las convoca, el episodio no es trivial, el tema de la identidad no está para nada resuelto ni hace falta hacerlo. Para pensar todo esto, creo, sería bueno dejar de lado el verbo “ser” convertido en sustantivo, y apelar al gerundio “siendo” que, me parece, explica un poco mejor adónde vamos, sin olvidar las culpas originarias, admitiendo un presente endeble pero, al mismo tiempo, una voluntad. Semejante a los procesos nacionales que pidieron siglos en los países europeos y asiáticos para llegar a no tener que preguntarse por quién se es y reconocerse en lo que se ha llegado a ser.

 

Buenos Aires, 6 de agosto de 2021.

*Crítico literario, ensayista, poeta y narrador.

4 Comments

  1. Mirian dice:

    Una nota muy elocuente y bella

  2. Graciela Berti dice:

    Hacía mucho tiempo que no leía una nota que me gustara tanto…

  3. Cristina Fernández dice:

    Leo a Noé Jitrik, me gusta mucho lo que escribe; lo conocí en México, en el exilio, naturalmente, como suele suceder en estos casos, el a mi no me conoce. Qué bueno su artículo. Gracias La Tecla.