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POSTEMILLAS: Del hombre sin barbijo al homo domesticus – Por Vicente Muleiro

Por Vicente Muleiro*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Postemilla. 1: Absceso que supura. 2. Punta visible de un tumor.

 

El hombre sin barbijo. Por suerte el barbijo deja la mirada libre. Y esto permite observar al tan esperado hombre nuevo, aunque no estaba en los planes que fuera parido por una pandemia.  Como era de prever el reestrenado sapiens tiene mucho del antiguo, aún del cavernícola. Entre las joyas antropológicas está ese señor –sí, suelen ser machitos- que camina sin tapaboca exhibiendo el orgullo de su desmarque. La mirada desafiante lo delata: “decíme algo, si tenés los cojones que tengo yo”. La sub-especie  abre incógnitas: ¿tiene al otro como rival genérico? ¿tiene solo a sus pares construidos como enemigos ya que no interpela hacia arriba sino en la igualadora vía pública? ¿Está diciendo “soy malo y me gusta serlo?”. Hacen recordar a ciertos nichos ecológicos feroces que muestra Animal Planet donde aparecen bestias en sempiternos estados amenazantes para vivir a salvo… pero en este caso ¿de quién?  Entre las especulaciones posibles hay una que suena verosímil y que acaso abarque a todas: el hombre sin barbijo es un cagador cagado.

                                                                                                 *

Un cruce. A va caminando por la vereda y B viene sin barbijo en dirección contraria. Como siempre suele hacerlo, A toma la distancia social recomendada. B no respeta esa distancia, más aún, se aproxima peligrosamente A y le dice con aire ofendido:

– Tranqui, bolú, no tengo el virus.

– Yo sí -le responde A. Se quita el barbijo y tose.  

                                                                                                **

Homo domesticus. He aquí al urbano invisible. El ser de la transición analógica-digital. El avispado de cuello abierto que súbitamente tuvo que arremangarse y a quien el bollo para el pan casero le queda más pegajoso que un chicle aplastado contra el asfalto veraniego. El que rápidamente pasó de los blancos paneles led y el zumbido cibernético a la luz cálida de la cocina. Recibamos al reciclado héroe de las nuevas multitudes, a los/las/les que no enganchan bien las sábanas, a los que se asombran de que ya está sucio lo que se limpió recién. A los que se saltan un paso entero de la receta culinaria de la web y contemplan, consternados, esa baba intragable y sospechosamente espumosa que asoma bajo la tapa de la olla. Las/los/les que tienen los ojos irritados por el amoníaco y el cloro y que, mientras se los refriegan contra toda recomendación recuerdan, zas, que llueve hace una hora y la ropa sigue colgada afuera.

                                                                                               ***      

La clase un cuarto. La confianzuda voz de la radio quiere ayudar. La chica de la FM nos dice que en casa podemos armar nuestro circuito runner. Se pone como ejemplo: ella arranca del baño, rodea su dormitorio, va por el pasillo y llega al cuarto de su hijo al que, de paso, despierta; retorna al pasillo y combina con otro que da al living: vuelta olímpica al living; unos pasos por la cocina de ahí al balcón pasando por el lavadero. Punto final con anaeróbicos al aire libre si hay buen tiempo. Lo hace quince veces sin parar todas las mañanas. La locutora gym cree que la audiencia posee los mismos metros cuadrados que ella. No sabe que, antes de la cuarentena, se calculaba que el 60 por ciento de la población argentina habitaba la clase un cuarto, un limbo entre la clase media-media y los sectores bajos, tras el desplome de ingresos  generado por el macrismo. Ahí suele haber menos pista de atletismo. Y otras corridas, claro.

 

Buenos Aires, 9 de mayo de 2020

*Escritor, dramaturgo, poeta y periodista.

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