Coronavirus y soledad: El desgarrado circuito de los afectos – Por Carlos Zeta

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Coronavirus y soledad: El desgarrado circuito de los afectos – Por Carlos Zeta

Estos tiempos de Coronavirus y aislamiento nos empujan, sostiene Carlos Zeta en este artículo, a recurrir a una epidemia -la soledad- para vencer a una pandemia: el virus como amenaza insoportable hacia una soledad globalizada. Tal vez por eso, afirma Zeta, buscamos la épica de este combate en las redes silenciosas e invisibles que salvan la vida comunitaria en los barrios, en las villas, en las ignominiosas y aberrantes soledades del mundo, que empujó a una parte de lo humano a que no puedan entrar en ninguna de las contabilidades del sistema.

Por Carlos Zeta*

(para La Tecl@ Eñe)

 

En un excelente artículo de La Tecla EñeExperiencia del desastre y vindicación de la política«),[1] Claudio Véliz propone, entre otras reflexiones de sumo interés, pensar el quiebre en las disposiciones subjetivas, en las modalidades de la percepción colectiva y en el circuito de los afectos que hubo conquistado cuerpos y psiquis con pretensiones (ya no hegemónicas sino) totalitarias, que solicita el sombrío panorama de la pandemia.

Su propuesta me llevó al mes de enero de 2018, cuando quien por entonces era la primera ministra británica (Theresa May) anunció la creación de un Ministerio de la Soledad. Entre los fundamentos de aquella decisión, May señalaba que la soledad es uno de los males que acecha a la sociedad contemporánea, tan perjudicial para la salud como fumar quince cigarrillos al día. Al frente de ese organismo fue nombrada Tracey Crouch, quien tenía la dura tarea de lidiar con una problemática que afectaba al 13,7% de la población total de ese país.

En los tiempos de la hiperconexión que proporcionan internet y las redes sociales, solo en el Reino Unido, en aquellos años, se calculaba que la mitad de los ancianos de 75 años vivían solos: unos dos millones de personas. La mayoría pasaba días, incluso semanas, sin ningún tipo de interacción social. El objetivo no era asumirlo desde sus complejas tensiones teóricas y/o filosóficas, sino como un problema de salud pública, puesto que sus consecuencias son concretas: aumenta el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares, diabetes, artritis y depresión, entre otras enfermedades. Hay estudios que muestran afectaciones al sueño y al sistema inmune, y algunos especialistas proponen que se incorpore un análisis del nivel de soledad a toda evaluación médica inicial, para considerarla junto a otros factores de riesgo como el tabaquismo y malos hábitos alimenticios.

Hay mucho para decir/pensar/reflexionar al respecto. ¿Quién no le ha cantado loas, alguna vez, a la soledad? ¿Quién no la ha reclamado para sí como un tiempo y un espacio en el que ser sin las arduas exigencias del mundo? Emerson la consideraba una “protección contra la mediocridad”. Virginia Woolf la celebraba así en Las olas: “¡Loado sea el cielo por la soledad que me ha librado de la presión de las miradas, de la solicitación de los cuerpos, de la necesidad de las palabras y de las mentiras!”.

Hay quienes hemos insistido en pensarla como una manifestación de la lógica criminal de una deriva particularmente siniestra de la fase del capitalismo cuya primera oleada comenzaba (y no hay aquí ninguna casualidad) precisamente en el Reino Unido. La entronización del individuo, es decir, la estética sublimada del solo, del meritorio, del individuo que se hace a sí mismo y así se realiza, el consumismo extremo como pretensión vacía de “llenar el vacío social”, la subjetividad colonizada… ¿cómo podía no tener consecuencias?

Cuando el primer ministro británico, Boris Johnson, debió ser llevado a terapia intensiva tras empeorar su cuadro de coronavirus, fue inevitable pensar en la crueldad poética de que fuese justamente el máximo referente del gobierno inglés quien cayera en la siniestra soledad de una cama de terapia intensiva.

Daniel Bernabé, en su libro La trampa de la diversidad[2] dedica varias páginas a explicar cómo fue el proceso que implantó y normalizó el neoliberalismo en nuestras sociedades. La Dama de Hierro, alias con el que se conocía popularmente a Thatcher, preguntada en 2002 en una cena organizada por Conor Burns, miembro del Partido Conservador, sobre cuál creía que era el mayor logro de su carrera política, contestó: «Tony Blair y el nuevo laborismo. Obligamos a nuestros oponentes a cambiar su forma de pensar». Thatcher confirmaba con su respuesta la teoría política de la ventana de Overton.[3]

Estos días son oscuras pisadas de dios,[4] digo ahora, citando al poeta Pablo Dumit, y ellos nos empujan —entre otras tantas cosas— a recurrir a una epidemia (la soledad) para vencer a una pandemia: el virus como amenaza insoportable hacia una soledad globalizada. Tal vez por eso buscamos la épica de este combate en el aplauso unánime, en el grito y el canto compartidos en los balcones, en la comunión de la música y de la poesía que tejen su trama colectiva en millones de mensajes, en el refugio tibio del arte y de lxs artistas, en las redes silenciosas e invisibles que salvan la vida comunitaria en los barrios, en las villas, en las ignominiosas y aberrantes soledades del mundo, que empujó a una parte de lo humano a que no puedan entrar en ninguna de las contabilidades del sistema. Se trata, en suma, de una conversación casi secreta, silenciosa, en la lengua de una tradición nacional-popular que late hace décadas en esa secreta intimidad llamada pueblo. Un vínculo laboriosamente construido en resistencias ejemplares, en combates imprescindibles, en días felices de plazas compartidas, en días amargos de dientes apretados y ollas populares, y en esta soledad comunitaria que expresa que el amor es también una forma de la inteligencia. La sociedad profunda conversa, así, con un gobierno que comprende que no hay otra contabilidad que la de las vidas en peligro ni otra economía que no hunda sus raíces en un humanismo no contingente.

Terminemos esta parrafada con García Márquez, el 12 de octubre de 1982, cuando ante las autoridades de la Academia Sueca, en ocasión de recibir el Premio Nobel de Literatura, decía:

«Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: “Me niego a admitir el fin del hombre”. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra».

 

Referencias:

[1] Véliz, C. (2020): “Experiencia del desastre y vindicación de la política”, en La Tecla Eñe, ver: https://lateclaenerevista.com/experiencia-del-desastre-y-vindicacion-de-la-politica-por-claudio-veliz/

[2] Bernabé, D. (2018): La trampa de la diversidad, Akal, Buenos Aires.

[3] La ventana de Overton describe como una ventana estrecha el rango de ideas que el público puede encontrar aceptable, y establece que la viabilidad política de una idea se define principalmente por este hecho, antes que por las preferencias individuales de los políticos. Para cada momento, esta “ventana” incluye un rango de políticas aceptables —de acuerdo con el clima de la opinión pública— que un político puede recomendar sin ser considerado demasiado extremista para poder ocupar o mantener un cargo público. Introducir conceptos que salgan de ese rango, “rompe” la ventana y desplaza el “sentido común”, llevándolo (según sea el caso) más hacia la derecha o más hacia la izquierda.

[4] Dumit, P. (2015): Alavez. Antología intervenida, UNDAV Ediciones, Avellaneda.

 

Buenos Aires, 8 de mayo de 2020

*Editor, docente.

1 Comment

  1. Omar Llanes dice:

    Brillante!!!