Ricardo Rouvier propone en este artículo una reflexión sobre las expectativas para el 2022 y sostiene que el peronismo constituye el puente entre el siglo pasado y el actual, y que por su experiencia está obligado a encargarse de la tarea que imponen los desafíos de los tiempos.
Por Ricardo Rouvier*
(para La Tecl@ Eñe)
El futuro tiene por lo menos varios componentes temporales; uno es lo que vendrá que se va generando en el aquí y ahora, la evolución de ciertas líneas de producción material, generación de pensamientos y producción de sentido. El otro factor es lo que finalmente va a realizarse en el momento en que el futuro se haga presente. Cuando más largo el tiempo, los puntos comunes entre fechas comparadas se hacen escasos. Por ejemplo: la realidad mundial de hoy vista desde la primera guerra mundial deja al descubierto más lo inesperado que lo común entre ambos períodos. La falta de linealidad afecta la expectativa; por los saltos, rupturas, fracturas, dentro de una sucesión que se supone como una continuidad normal. En el camino, hay un aspecto destructivo, es aquello que va a quedar enterrado en su tiempo, luego de permanecer un tiempo en la realidad. El peronismo puede sufrir un zozobra en su andar si no navega con instrumental actualizado. Esto que decimos se comprueba cuando vemos la disminución de clivaje, entre los jóvenes, del peronismo.
El corto plazo, (el eterno presente de la postmodernidad sin proyecto) se devora al planeamiento y por lo tanto un camino racional hacia el futuro. También genera la creencia en la continuidad de la coyuntura, como si la historia irrumpiera y se agotara en el mismo momento. La prevalencia de ella afecta seriamente la edificación de un futuro y la demanda profunda, muchas veces no consciente, de contar con una política de Estado.
El proceso histórico que abarca los tiempos se caracteriza por el antagonismo permanente de los centros de poder, según épocas, entre sí. Cada contendiente quiere más poder: militar, económico, tecnológico, del que tiene.
La hegemonía cultural occidental carece de una finalidad trascendente. No está Dios, ni tampoco hay un destino comunitario para darle un sentido a la existencia. Por lo tanto, el futuro es sepultado con el final de la modernidad y las rebeldías colectivas quedan ensambladas en la no continuidad. Mientras, la otra superpotencia, China, interpela al tiempo mostrando su supervivencia ideológica (El 25/12/91 Gorbachov dio por terminado los 74 años del socialismo real al anunciar su renuncia como Presidente y disolver el bloque de la URSS de 15 naciones) La República Popular acentúa su identidad señalando “la política socialista con características chinas”. Claro, la segunda parte de la definición es la clave que puede abrir sorpresas.
Toda prospectiva es falible, aunque se invista de la religiosidad de la profecía, o apele a la ciencia y a la tecnología, cuya causa inicial es el no saber (el Covid 19 nos llama la atención sobre lo que creíamos que controlábamos) y de la aproximación emocional del deseo, como uno de los motores de la conducta humana. Muchas veces anticipamos lo que emocionalmente queremos que suceda. Esto puede comprender un arco amplio entre el imaginario sobre la proximidad del fin de la primera cuarentena, hasta que la clase obrera tome el poder.
Durante la etapa de la Resistencia una de las consignas era “Perón Vuelve” que respondía a un deseo de gran parte del pueblo (se generaron leyendas como la del “avión negro”). Sin embargo ocurrió, (muchos peronistas no lo esperaban luego del fallido regreso del ´64); pero, finalmente en el ´72 se produjo el retorno. Pero, ni el contexto, ni Perón, ni la relación de fuerzas, ni las modalidades de la lucha eran las mismas. El tiempo había hecho su trabajo.
Otra fuente constitutiva del tiempo es el pasado, la reconstrucción que realiza la memoria, lo que imprime consciente o inconscientemente constituyendo nuestra historia personal y social. También el sentido común hace uso de lo predictivo, y tiene los componentes propios del dominio de los valores, entre los cuales sobresale la tradición. Muchas veces la arquitectura que imaginamos del futuro es un pasado que termina realizándose en nuestra capacidad de soñar, pero nunca se constata en un futuro concreto que se va corriendo minuto a minuto.
Nuestra propuesta o nuestro proyecto político está cargado de pasado, y ese pasado actúa, muchas veces, como un imperativo hacia el diseño de un futuro. Hay fragmentos, rastros del pasado que, posiblemente, no regresen, pero pueden flotar cristalizados en la propia subjetividad. Muchas veces rema en contra, e inútilmente, de lo que son tendencias civilizatorias dominantes. Por ejemplo, la ineficacia de la resistencia al empoderamiento femenino, a la diversidad sexual, etc. En política, también hay estructuras construidas en el siglo XX cuya vigencia permanecen en los relatos, aunque ya no haya materialidad para su realización. Son palabras, conceptos liberados en el espacio que diagnostican el presente y se lanzan al futuro, pero son registros en el tiempo sin vigencia. El gran tema de la política es cómo articular el discurso del Príncipe con su realización en el reino. El gran problema de la política nacional y popular en nuestro país es lo mismo.
Cuando se dice que el peronismo enfrenta desafíos, o se habla de actualizar al peronismo, se consideran los cambios mundiales, regionales y nacionales, y se considera que el contexto se ha modificado al punto que lo estratégico y sobre todo lo táctico no puede ser idéntico al 1950, ni a los ´60 y ´70. Las guerras han terminado, ahora se solicita la asistencia urgente de la inteligencia.
El carácter rizomático de la evolución cuestiona toda visión binaria de la realidad. Lo binario corresponde a lo agonal; a la lucha descarnada, que puede ser armada, contra un enemigo a vencer. Ahora, si suponemos erróneamente que las etapas en la historia son series perfectas y que el enemigo es claro y diáfano (o peor, creer que nosotros somos claros y diáfanos), nos perdemos de reconocer rastros, deslizamientos, líneas de fuga que van apareciendo en el devenir.
La imposición del pasado en el presente es una falla que comprende a todo el arco ideológico. El pasado adopta diversas máscaras; una es la nostalgia, que forzada por el ritual transmuta lo pretérito en presente. Es una manera de recuperar lo perdido. El costado místico del peronismo lo pone en un lugar de excepcionalidad totalizante que se funde con la Patria, con la Nación.
Apuntamos a tener una aproximación mejor a la complejidad de la evolución histórica. Si creemos que con Macri viene el neoliberalismo y que se va cuando deja el gobierno es subestimar al neoliberalismo. Creer que cuando gobernamos el pueblo es feliz, es subestimar la felicidad. Hay que pensar en términos de construcción, cuando se gobierna se tiene la oportunidad de impulsar a la sociedad a la política como instrumento de cambio y organizar a los diversos sectores para agregar fuerza a la potencialidad social, y avanzar con reformas profundas. Es decir, que tener el gobierno, que no es tener el poder, puede influir en acelerar o desacelerar los procesos neoliberales o su contrario. Hoy, ninguna fuerza política nacional (ni propia ni la de los otros) puede asegurar una dirección política, cultural a toda la sociedad como para inaugurar una nueva historia, por eso el pasado es un buen jarrón para tirarse por la cabeza como se hace en una lucha tan feroz como impotente en las redes.
El lenguaje político es como un cuchillo, puede servir para cortar el pan o el dedo. Con la misma herramienta se puede decir mucho, o nada, se puede establecer un ordenamiento, una puesta en marcha, una direccionalidad. Y luego de enunciar la convocatoria (todos los días los dirigentes nos invitan pero no nos dicen ¿adónde?); o confiar en el espontaneísmo de las bases, o tomar el otro camino, el de la organización con la ayuda de los dirigentes locales y particulares. Queda claro que el asunto es comprometer las palabras con la realización. Sin duda falta un liderazgo global. Hoy, lo mejor es que sea el Presidente, porque encaja con la centralidad del gobierno. Y si no es posible que lo haga una mesa de conducción, que abarque al peronismo y a la coalición gobernante.
El peronismo constituye el vehículo propicio de este puente entre el siglo pasado y el actual, y por su experiencia está obligado a encargarse de la tarea que imponen los desafíos de los tiempos. Su oponente histórico descansa cómodo sobre el poder hegemónico mundial, el capitalismo y el individualismo. El modelo de capitalismo ya lo conocemos y tiene, justamente, a la concentración como su consecuencia natural.
Esta derecha no tiene ninguna propuesta a la sociedad que implique una transformación de la propia sociedad. Que el dominio mundial no haya definido un futuro y navegue en la incertidumbre no es un problema para la derecha vernácula, que está más preocupada por la coyuntura, y de permanecer situada dentro de la geopolítica norteamericana.
Hablamos del poder continuamente pero nos quedamos con el gobierno. Aunque no hay que despreciarlo; la reforma es para una mayoría de los ciudadanos, no para todos, pero si para una mayoría democrática que imponga sus valores: la soberanía dentro de la globalización, la solidaridad en la producción, al individuo realizado en comunidad y una construcción armónica entre Capital, Trabajo y Estado. Hay que convertir la abstracción discursiva, grata a los oídos de la militancia, en una fuerza política transformadora del hoy hacia el mañana. Que el pasado no nos someta en su ensoñación, y que el presente sea el esfuerzo realista por actuar en la etapa histórica en la que estamos, y no en la que nos gustaría estar.
Buenos Aires, 28 de diciembre de 2021.
*Lic. en Sociología. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.