Roque Farrán reflexiona en este artículo sobre las conductas aparentemente irracionales de quienes se manifiestan sin barbijo o incluso llegan a realizar una quema pública de los mismos, y postula que más allá de la explicación clásica de negación y proyección que se da ante la pandemia, el trasfondo es todavía más grave y opera sobre la misma constitución del sujeto.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
Ante las conductas aparentemente irracionales de quienes se manifiestan sin barbijo, en plena pandemia, o incluso llegan a realizar una quema pública de los mismos, se ha ensayado una explicación clásica: operan mecanismos de negación y proyección. Quisiera postular que, allende esos mecanismos típicos ante lo real, el trasfondo es todavía más grave y opera sobre la misma constitución del sujeto.
La paranoia es la subjetividad dominante de la época y la envidia (o el resentimiento) la tonalidad afectiva concomitante que la acompaña. Lacan en dialogo con los surrealistas había planteado que el conocimiento era paranoico; el “sujeto del conocimiento” lo es esencialmente porque su posición se basa en la desconfianza estructural: la in-creencia en lo simbólico y el Otro supuesto engañador. Todo delirio se teje y prolifera en esa grieta abierta en el Otro del cual no se puede asumir, en consecuencia, su esencial inconsistencia; como se necesitan reaseguros fuertes, ante la fragilidad constitutiva denegada, ahí mismo se consolida la rigidez de los delirios persecutorios. Afectivamente moviliza a este sujeto solo la reacción, el resentimiento y las alegrías del odio: que al Otro le vaya mal lo pone contento, incluso si atenta contra sí mismo, porque un sujeto que no confía y no se apropia de sus verdades, con conocimiento de la causa estructural que lo constituye, no puede investir afectivamente su potencia de obrar. Por eso es clave, para contrarrestar los efectos subjetivos del conocimiento delirante que refuerza la lógica de gobierno neoliberal, constituir un “sujeto ético-político” que medite en esto: 1) podemos constituir un registro simbólico que haga cuerpo, apropiándonos de preceptos y enunciados de tradiciones dispares que impliquen materialmente nuestra forma de actuar y vivir, esto es, incorporando una verdad que nos transforme y no se base en la reacción delirante respecto del Otro; 2) podemos investir nuestra potencia de obrar en cada gesto, por pequeño que sea, y confiar en la transmisión y composición que eso genera en quienes no se resienten ni alegran por odio, esto es así, porque en esencia el amor vence al odio. La fortaleza implica firmeza y generosidad, como decía Spinoza, deseo y apertura; no rigidez y reacción.
Estoy pensando más en el “sujeto del conocimiento” cuyos límites muestra Foucault en La hermenéutica del sujeto, que en las tempranas formulaciones lacanianas; porque mi tesis es que la generalización de este sujeto, incluso en los modos de desinformación actuales, promueve de todo menos la transformación y cultivo de sí a través de la incorporación de verdades. No es un problema de educación, como suele decirse, sino de formación (ethopoiesis); el sujeto de la sociedad de conocimiento actual es estulto por definición (aunque sea profesional o técnico capacitado): pasa de una cosa a otra sin poder concentrarse verdaderamente en ejercicios de meditación. Foucault nos muestra claramente qué implicaba la meditación para los filósofos antiguos, nada que ver con una mera reflexión pasatista o “poner la mente en blanco”:
“En primer lugar, meletan es hacer un ejercicio de apropiación, apropiación de un pensamiento. En consecuencia, no se trata en absoluto, con respecto a un texto dado, de hacer el esfuerzo consistente en [preguntarse] qué quiso decir. El sentido no es para nada el de la exégesis. En el caso de esta meditatio se trata, al contrario, de apropiarse [de un pensamiento], convencerse de él tan profundamente que, por un lado, lo creemos verdadero, y por el otro podemos repetirlo sin cesar, repetirlo tan pronto se imponga la necesidad o se presente la ocasión. Se trata, por consiguiente, de actuar de manera tal que esa verdad se grabe en la mente a fin de poder recordarla ni bien sea necesario, y a fin, también, como recordarán, de tenerla prokheiron (a mano) y, por ende, convertirla de inmediato en un principio de acción. Apropiación que consiste en hacer que, a partir de esa cosa verdadera, uno se convierta en el sujeto que piensa la verdad y, a partir de ese sujeto que piensa la verdad, llegue a ser un sujeto que actúe como corresponde. Ése es el sentido del ejercicio de meditatio.”
En un análisis, por ejemplo, se podría postular que la verdad de la que debe apropiarse un sujeto la constituyen aquellos enunciados inconscientes restituidos en la lectura del analista, quien no interpreta ni explica, sino apenas nombra para que aquél incorpore y se transforme por la fuerza de la verdad en cuestión. No hay verdades objetivas o trascendentes, sino las que portan y son capaces de so-portar los sujetos en su (trans)formación. Pero eso no basta. En términos políticos, no podemos contentarnos con los análisis individuales: tenemos que habilitar múltiples instancias de formación a partir de un cambio radical en la concepción de cómo se constituyen los sujetos, considerar la importancia de los afectos que los orientan, y cómo apropiarse de autores y tradiciones de manera práctica, ello ligado al cuidado y al uso no meramente academicista pero tampoco caprichoso. Las prácticas de lectura, estudio y escritura pueden ser sostenidas a través de múltiples dispositivos que no reproduzcan la captura o dependencia de figuras o voces privilegiadas.
Córdoba, 7 de septiembre de 2020.
*Filósofo