Juan Chaneton sostiene que el ajuste que está implementando el ministro de Economía Sergio Massa será de utilidad para el próximo eventual gobierno de derecha, y que la presencia de Massa en el gabinete del Frente de Todos obtura, por ahora, la concreción de un neoliberalismo tardío.
Por Juan Chaneton*
(para La Tecl@ Eñe)
Tengo para mí que las cosas no siempre salen tan mal como uno espera. También, que hay derrotas honorables: son aquellas en que el vencedor tiene la fuerza y al derrotado le asiste la razón. El problema, aquí, se complica un poco pues no hay sujeto a quien atribuirle la posesión de esa razón. El sujeto político en sentido transhistórico ha sido siempre el explotado, es decir, el esclavo, el siervo y el obrero, pero la globalización ha fulminado la presencia de la clase subalterna que luce hoy difuminada en una suerte de serialidad líquida (que el sociólogo ha bautizado «movimientos sociales»), o bien se exhibe resignada a una tasada y formal existencia sindical administrada por una orgánica confederal que huele, cada día un poco más, a rancio y obsoleto, por no decir a podrido.
Sin embargo, sólo ahí, en esa realidad sufriente y vulnerable, cuya vida ha sido hasta hoy objeto de conocimiento más de la sociología que de la política, sólo ahí vive, en estado de latencia, el opuesto existencial del sistema político en crisis recurrente que Sergio Massa ha venido a administrar.
Pero si se cree que modificando el organigrama de gestión de la administración centralizada y descentralizada del Estado van a tener comienzo de solución los problemas estructurales de la economía y de la sociedad argentina en su conjunto, se trata de un error, en el mejor de los casos.
El fracaso de Massa no sería, si ese fuera el caso, el fracaso del pueblo argentino. Sobre todo, no sería el fracaso de sus trabajadores, de su clase media, de sus «planeros», que suman, entre todos, muchos millones de seres humanos, muchos millones de argentinos que son los que, potencialmente, estarían en condiciones de sostener un proyecto de país justo y soberano.
En todo caso, el ajuste con vaselina que está implementando el flamante ministro tendrá una utilidad: será una utilidad para el próximo eventual gobierno de la derecha, ya que es el comienzo de un trabajo sucio que le quedaría por completar a esa presunta nueva administración del macrismo, cualquiera sea la versión en que advenga a partir de diciembre de 2023. Si Massa «triunfa», será porque ha podido conducir la crisis política hasta su punto de relevo. Sería, así, el triunfo de la derecha. Y para la derecha el nudo de la cuestión reside en hacer el equilibrio justo midiendo bien las intensidades del apriete. Que Massa fracase le resulta esencial para ganar en 2023, pero que no fracase tanto como para tener que anticiparse a pilotear un «estado de excepción» inmanejable.
La caterva de ortodoxos que no quisieron subirse al incierto tren del ocasional fanático del Tigre Football Club, revela las preferencias ideológicas de Massa tanto como los suplentes a que debió apelar ante el vacío. Si la sociedad percibe que es Massa el que hace un ajuste al que Cristina siempre se mostró reticente, ella quedará en buena posición para el caso de que al ministro de Economía no le vaya del todo bien. En caso contrario, ya se sabe: la catástrofe. Pero si lo primero, ¿quién gana en octubre del año que viene? Macri o Cristina. Larreta o Cristina. Bullrich queda afuera, pues si hubiera plafond para que sea ella la candidata es porque lo hay para que el «halcón» ungido sea el propio dueño del circo y no la trapecista. Lo mejor sería, si de aritmética electoral se tratara, que el candidato de la derecha fuera el inmobiliario jefe de Gobierno, pues el rechazo que suscita en las propias filas del macrismo potenciaría a Milei con el resultado de la división de las fuerzas de la oscuridad neoliberal.
Pero si no va quedando otra que Cristina se ponga al hombro el futuro, ese futuro no admitiría medias tintas. Habrá que ir por muy poco menos que el todo, dejando sólo un adarme de ese todo como muestra de que se respetan las reglas de una democracia siempre defectuosa y a la que el programa político, si genuinamente popular, debería aspirar a transformar. A transformar esta democracia. Que seguirá siendo capitalista porque el capitalismo, hasta que la globalización se agote, seguirá siendo, por un buen tiempo histórico, la teología ordenadora de los asuntos humanos.
Mientras tanto, Petro en Colombia y Lula en Brasil, que vienen a sumarse a presencias fantasmáticas preexistentes (Bolivia, Honduras, Venezuela, Nicaragua), insinúan la configuración en la región de un progresismo inasimilable en términos geopolíticos para unos Estados Unidos en el límite de sus posibilidades frente a una China más y más cercana a Rusia lo cual, dicho sea también, es uno de los frutos amargos que ha cosechado el decadente hegemón después del viaje de Pelosi a Taiwán.
Hoy en día, con la extensión de las relaciones capitalistas de producción a todo el orbe, los temas de política exterior han pasado a ser centrales. Sin embargo, en nuestro país hay progresistas cristinistas que ejercen el periodismo, la política y/o el panelismo y que, no obstante su cristinismo, abominan de China, de Rusia, de Cuba, de Venezuela, de Nicaragua y de Irán. Es lo mismo que decir que son kirchneristas-cristinistas en materia de política interior pero juegan para Washington-Tel Aviv en temas de geopolítica y geoestrategia. Hay que saber que esto no es un oxímoron, es ideología.
Massa y el macrismo juegan para «occidente» en este punto. Pero si Massa gana esta partida, el macrismo verá obturado su acceso al poder del Estado en octubre de 2023. Contradicciones en el campo enemigo, diría Mao Tse Tung. Aun cuando otra contradicción operante, por lo menos en potencial, es la presencia de Alberto Fernández, el presidente de la Nación, nada menos, a quien nadie da por presente a estas horas. Pero está presente. Y es un animal político. No desesperar de que pueda sorprender sería una muestra de prudencia. Massa es su subordinado.
Con todo, son muchos los que sienten que mejor que le vaya bien a Massa. Si se hunde, se hunden las esperanzas por mucho tiempo. Si se hunde y se hunden, con esta nueva experiencia, todos los que en el Frente de Todos, se hallan a la izquierda de Massa, el relevo que se vislumbra en la sociedad y en las calles no será ni Belliboni y el trotskismo, ni Grabois y el asistencialismo filoconfesional, será la extrema derecha macrista la que volverá y será millones, millones de empujados a la banquina para siempre. Y no habrá necesitado, así, esa derecha, recurrir a su naipe en la manga: el fascismo de mercado de Milei-Espert.
Pero, ¿es posible que a Massa le vaya bien y, en simultáneo, le vaya bien al pueblo? Si Massa «es de ellos», como dicen o dijeron algunos, esos «ellos» son, en primer lugar, el FMI y los factores económicos que, en la Argentina, abogan siempre por endeudarse con el Fondo y por honrar rigurosamente esas deudas: la SRA, ADEBA y AEA. Estos «ellos» son los que compran dólares a mansalva cada vez que quieren desestabilizar a un gobierno e instalan en la coyuntura unas corridas espeluznantes y una inflación fuera de control. Si Massa no pudiera controlar la inflación habría que mirar allí.
El gasto público como porcentaje del PBI se halla excedido, según perora la ortodoxia, en un 11 o 12 %. Para eliminar ese margen hay que generalizar un fuerte aumento de tarifas, suprimir el 90 % de los planes sociales, y… llamar a los bomberos. Es el «programa de máxima» de la derecha. El otro, también es de máxima, pero con disimulo y apelando a la siempre ubicua CGT. Es el de Larreta & Co.
Ya ha habido un anuncio. No saben qué hacer para ajustar. Les quieren sacar los planes pero sin que se les note el desprecio al pobre para eludir, de ese modo, consecuencias electorales indeseadas. Exprimen el magín y se les ocurre algo nuevo cada día: ahora, el que no va a la escuela pierde el plan, pierde los once mil pesos (¡…!). Eso sí, la presencialidad en las escuelas de CABA es del 70 %, es decir, que hay un 30 % que no asiste. Es grave. ¿Y por qué no van a la escuela? ¿Porque prefieren ir a bailar? ¿O quedarse a disfrutar de la «canaleta de la droga», como dijo, en un acceso de racismo explícito, el radical Sanz? ¿O porque no tienen zapatillas? ¿Duermen de noche? ¿Tienen frío? ¿Les hacen bullyng sus compañeros cuando los ven macilentos y harapientos? Todo eso, ¿tendrá algo que ver en el deficitario presentismo que acusa la gestión de Soledad Acuña, la ministra de Educación, que expone su inepcia proponiendo la quita de dinero a los que carecen de dinero para lo elemental y celebrando haber encontrado el pretexto para ir contra los planes que Carolina Stanley, dicho sea de paso, supo conseguir?
Obtura -todavía- la presencia de Massa en el gabinete del Frente de Todos la concreción de un neoliberalismo tardío, ya sea que éste venga en formato colombofilia o transfigurado en cetrería, palomas o halcones, lo mismo da.
Esa extraña deriva que ha tenido el conflicto social y político en la Argentina no ha sido, ni mucho menos, rayo en cielo sereno, como aquel que entronizó a Luis Bonaparte. Sólo ha sido para el asombro. Quizás nada iguale la elocuencia del símbolo, de este símbolo: Heller abrazado a José Luis «petroquímica» Manzano, como lo supo nombrar, hace ya varios lustros, el periodista Horacio Verbitsky. El símbolo revela lo que el signo oculta. Y lo que revela este símbolo es la certeza de que estos maridajes obscenos, que hacen befa del dolor cotidiano de un país con el 50 % de pobreza, son de la esencia de un sistema político pensado para el engaño y no para empoderar a los que lo sufren.
Pero el asombro no excluye el diagnóstico. Lo que acontece en la coyuntura expresa que la derecha comienza a sellar la derrota de sus enemigos. La derecha viene por un ajuste que, si no en formato Massa con riesgo alto de fracaso, será con otro formato, con el verdadero y apetecido, con el que esperan contar a partir de diciembre de 2023 si este relevo de circunstancias no «está a la altura», como le deseó la oligarquía campera a Massa a pocos días de asumir.
Massa aumentra el precio del boleto, el precio del transporte que usa el pueblo. Ajuste. Massa aumenta tarifas de gas y luz. Ajuste. Massa pretenderá reducir los montos por planes sociales. Ajuste. Massa ha anunciado que el titular de un plan entrará a trabajar a una empresa; que ésta se hará cargo de parte el salario, de la ART y de la obra social; la diferencia la pagará el Estado. Al cabo de un año, el trabajador decide: se queda en la empresa o se vuelve al plan. Yo, en la Argentina de hoy, me volvería al plan, qué duda cabe. Quedarme en la empresa es un salto al vacío. Tengo que creerle al patrón que me dice que me quiere mucho y mañana me echa a la calle. Y andá a conseguir trabajo con el estatus de ex planero. Me echa ahora que no tengo antigüedad, porque de eso nada dijo el «superministro». Nada dijo acerca de si la empresa asumirá los años como titular de un plan para computarlos como antigüedad del trabajador. Massa -en línea con los intereses y la ideología patronal- le está proponiendo al trabajador que abandone la seguridad de su familia rifándola a la buena voluntad del empleador. Cuando, al cabo de un año, este trabajador decida volver al plan, Clarín y La Nación mostrarán encuestas de las que surgirá, de manera inequívoca, que estos vagos y mal entretenidos no quieren trabajar, así este país no va a salir adelante, etcétera, etcétera. Eso es ajuste. Massa les va a recortar las partidas dinerarias a las provincias. El Tesoro Nacional no puede perder. Formosa y Chaco, sí; si siempre fueron pobres y ya están acostumbrados a la pobreza, ahí. Además, no hay muchos votos en esas zonas marginadas. En Provincia, sí. Y aquí está el problema. Cómo se hace para quitarle recursos a Buenos Aires y, simultáneamente, ganar la elección del año que viene, that is the question. Menos caminos, menos cañerías, menos cloacas, más calles de tierra, más barro y agua servida y… asunto arreglado. Eso es ajuste. Y así se pierde en octubre/23.
Y el punto jubilaciones. Una guerra del cerdo inclemente, aquí. Los viejos no sirven para nada más que para aumentar los gastos y las incomodidades. Esto está dicho en términos foucaultianos en la ya célebre página 13 de la primera revisión del acuerdo con el FMI: por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice. Y lo que «se dice» (lo que dice el Fondo en esa carilla 13) es lo siguiente: “Se prevé que el gasto en jubilaciones disminuya como porcentaje del PBI, en consonancia con la fórmula de indexación existente … actualizaciones discrecionales de las jubilaciones también deben evitarse (adiós a los bonos para compensar un poco la inflación; este reciente es fulbito para la tribuna y es el último, y es misérrimo y, por eso, es una burla) … Y se debe iniciar el trabajo en la preparación de opciones de reforma para fortalecer de forma duradera la equidad y la sostenibilidad del sistema de jubilaciones”, concluye el FMI en la página 13. Reforma del sistema previsional, eso es. Y por ese ajuste viene Massa.
Para ajustar, nada mejor que Flavia Royón, hija putativa de Gustavo Sáez, el gobernador de Salta y, ambos, de Sergio Massa. A los tres, barras y estrellas los circundan, como sangre que gotea, de las heridas que el pueblo de este suelo, no llorará sin dar pelea, y que me perdone Olegario Andrade. En todo caso, el ajuste ya no será obra ni de Bernal, ni de Basualdo, ni de Darío Martínez. Será obra de Massa.
A propósito: ajustar en serio por el lado de la política y de las jubilaciones de privilegio es una opción siempre a mano de quien, veraz y sinceramente, quiera hacerse cargo del problema. Pero ya Alberto y, antes que él Macri, amagaron con el tema que no resultó ser sino una nueva efusión de fuegos artificiales.
Si la gente no tiene comida pero igual da la vida, ¿qué hacer?, ¿hasta dónde debemos practicar las verdades? Hasta donde dice Grabois, parece. Pero no más allá. Más allá es aceptar la indigencia. Porque Grabois no es ningún maximalista. Se conforma, sólo, con que no haya más indigencia, aunque haya pobreza. Como buen cristiano, acepta la pobreza, pero no más. Se lo dijo a Alberto hace poco. Si no alcanza para que no haya más pobreza, por lo menos que no haya mendigos en la Argentina, que es un país rico. Le faltó aludir a los cuatro climas, como una vez disertó el economista Mario Firmenich. El salario básico universal que reclama Grabois es eso: pobreza sí, indigencia no. Si se va del Frente de Todos, Grabois haría muy bien. No obstante, es más que respetable lo que hace Grabois. Ante cualquier crítica periodística, tratándose de él, debe presumirse, iuris tantum, la buena leche.
Un hombre (Massa) identificado con las ideas del Pro antes que con las del peronismo. Un auténtico infiltrado, pero el peronismo es precisamente eso, un conglomerado donde la derecha siempre tuvo campo orégano para ingresar disimulada o no tanto para obtener allí lo que de otro modo le resultaba esquivo: el apoyo popular. Remember Menem. Y Massa es, asimismo, eso. Su «misión» es el programa de coyuntura que la derecha ha elaborado para acceder al gobierno y lanzarse a derrotar, definitivamente, al movimiento popular: conducir la gestión, sin desmadres ni sobresaltos, para que las elecciones de octubre de 2023 se puedan llevar a cabo entregando el gobierno a un relevo que viene a sepultar al pueblo sin hipocresías asistencialistas y alineado, en la escena global, en términos de seguidismo absoluto a los intereses geopolíticos y geoestratégicos de «occidente», es decir, de los Estados Unidos.
Hoy gobierna un Frente de Todos tocado en su línea de flotación. Se ha abierto un interregno bajo la mirada desconfiada de AEA, ADEBA y SRA, y La Nación, el diario, celebra. Celebra que la realidad en movimiento ofrece una oportunidad nada casual, sino anhelada con deseo y buscada con paciencia de orfebre: que el gobierno llegue con muletas o que deje las cosas en estado de excelencia como para, a partir de diciembre de 2023, le puedan decir y demostrar al pueblo argentino que deberá arrodillarse para siempre, que ya no habrá líderes ni «lideresas» que los salven, ni siquiera que los defiendan, porque ellos, al final de esa historia que comenzó con el siglo XX y que tuvo mojones de ira y crimen como aquel de junio del ’55, han llegado para quedarse. Para quedarse en democracia. Para quedarse en Estado de derecho. Para quedarse en división de poderes. Para quedarse en el ejercicio y el comando de esta triple consola. De esta triple trampa. Tres tristes trampas.
No son ellos los culpables. Nadie es culpable de realizar sus intereses históricos. Y la derecha hace eso. Los culpables que cargan con una parte de la culpa son los que cuando pudieron optar por el servicio, lo hicieron por la prebenda, los que hicieron de la frivolidad el contenido más denso de su saga pública, los que creían que después de ellos el diluvio. Cuando vuelva el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza, ellos estarán en el grupo de los que, ni pobres ni ricos, seguirán sin conocer el frío y, además, a la espera de volver.
Pero con Cristina enfrente y en la calle o con Cristina presa no se puede gobernar. Lo que viene es la pelea. Y la pelea no sólo se llevará puestos a los unos, sino también a los otros. Todo llega. Con la Historia no pudo Fukuyama. Tampoco podrán las deshoras y el desasosiego de un tiempo de inclemencias que, porque es un tiempo histórico, es, también, un tiempo transitorio.
Buenos Aires, 12 de agosto de 2022.
*Abogado, periodista y escritor.
2 Comments
Excelente síntesis. Ningún político, Peronista o gorila, podría oponer una coma, a su análisis. Pero no pueden, porque son ellos los condenados. Creo que el empate hegemónico, ya esta roto y es un mito, porque los defensores del Pueblo, como Ud. bien dice , no quieren pasar , ni hambre ,ni frio. El cambio solo se dará con la caída del Imperio. Y a no desesperar, que no es lejano.
Es eso, Apico, precisamente: paciencia, mucha paciencia; política, mucha política; y como dices: no desesperar. Todo llega … Abrazo … J. Ch.