¿Por qué dejamos de hablar de las masas? – Por Sebastián Plut

“Francis Bacon”, Obra de Alexandre Mury.
Estamos de todos nosotros hasta los cojones – Por José Luis Lanao
9 agosto, 2022
Foto: Presidencia de la Nación.
No viene por el medio, viene por la derecha – Por Juan Chaneton
12 agosto, 2022

¿Por qué dejamos de hablar de las masas? – Por Sebastián Plut

Foto: Archivo General de la Nación.

Foto: Archivo General de la Nación.

El psicoanalista Sebastián Plut desarrolla en esta nota la siguiente hipótesis: La supresión y la descalificación de la noción de masa expresa el efecto de la intrusión de la ideología neoliberal dentro del campo popular.

Por Sebastián Plut*

(para La Tecl@ Eñe)

“Tenemos que inferir que la psicología de la masa

es la psicología más antigua del ser humano”

Sigmund Freud

Pensar sobre nosotros mismos

Cuando arribamos a una conclusión sabemos que la tarea no finalizó, sino que debemos proseguir con otros interrogantes. Esta exigencia puede seguir tres orientaciones globales: profundizar en las hipótesis ya construidas, rectificarlas, o bien definir caminos complementarios para el avance.

Durante años nos ocupamos de analizar la subjetividad neoliberal; es decir, definimos en qué consiste el neoliberalismo e intentamos describir la mente de sus votantes: por qué y en qué creen, la función del odio, su apatía cívica, su tendencia a votar contra sí mismos, la eficacia del egoísmo, etc.

A su vez, hace un tiempo llamé la atención sobre un capítulo algo menos considerado en nuestras investigaciones: la subjetividad popular. La literatura de referencia es generosa en cuanto a teorías sobre el populismo, el Estado, etc., pero hay un cierto vacío en las investigaciones sobre la subjetividad de quienes adhieren y votan en el campo nacional y popular.

En esta hora, en que la fragilidad del progresismo resulta ostensible, cuando las vivencias de fracaso y desesperanza cobran intensidades inquietantes, se tornan urgentes los interrogantes sobre nosotros mismos. No le resto un milímetro a la potencia que posee el neoliberalismo ni a la gravedad del daño que produce a diario. Sin embargo, en simultáneo con los análisis sobre ello, debemos sumar la reflexión sobre el campo popular. Solo si también pensamos sobre los propios pensamientos y actos, si nos interrogamos sobre lo que aún nos desconcierta, y revisamos nuestras premisas y lo que ellas dejan de lado, los caminos se abrirán con algún norte promisorio.

Si Evita viviera

En 1951 Eva Perón afirmó: “lo que a mí me preocupa es que pueda retornar en nosotros el espíritu oligarca”, frase que contiene una profunda reflexión. En efecto, su observación no consiste meramente en indicar que de las propias filas puede surgir un traidor, que del propio grupo puede emerger alguien que, una vez que tenga poder, direccione su esfuerzo en el sentido del enemigo. Creo que su observación pone el acento en un desenlace menos visible, un desarrollo subjetivo que no transita necesariamente por el camino de las expresiones manifiestas. Me refiero a que el retorno del espíritu oligarca expresa una de las consecuencias posibles de la figura del opresor: la consiguiente posibilidad y eficacia de una identificación reprimida con él, es decir, una identificación que no es conciente ni advertida.

En países que en el pasado fueron colonizados es pertinente indagar el destino de las identificaciones que decantaron como tradición superyoica. Es posible, entonces, conjeturar al menos tres modos de identificación: quienes conservan la identificación con el oprimido; quienes ostentan la identificación con el colonizador; y quienes desarrollan la identificación con quienes se rebelaron, quienes resistieron y lucharon.

Mientras los primeros perciben un mundo natural, en el cual no corresponde modificar ni cuestionar el orden establecido, los segundos sostienen una posición de extranjería, se colocan en el lugar del personaje exterior que vino a apropiarse de lo ajeno. Los terceros, finalmente, son quienes advierten el cuadro precedente, vivencian las injusticias y mantienen el deseo de modificar la realidad.

Sin embargo, el mapa de alternativas no es tan sencillo ya que ningún sujeto es una unidad. Más bien, como propuso Freud, en cada quien coexisten diferentes corrientes psíquicas, cada una de ellas correspondiente a diversos deseos, defensas, ideales e identificaciones. Dichas corrientes psíquicas pueden entrar en pugna, tal como se ha estudiado, por ejemplo, en los migrantes o en los pueblos de un territorio que ha sido colonizado. En tales casos, pues, afectos como la injusticia o la humillación colectiva pueden dar lugar a rasgos de carácter comunitario en que se combinan una identificación con el origen y ciertos ideales. No obstante, en algunos miembros de la comunidad aparecen otras aspiraciones e ideales que entran en conflicto con el espíritu comunitario, ya que, por ejemplo, para los primeros la identificación con el origen puede quedar repudiada a partir de sentimientos como la vergüenza. Todos estos elementos, a su vez, pueden seguir caminos diversos a través de las generaciones.

La identificación neoliberal

El terreno de la subjetividad, entonces, no constituye una cartografía de límites precisos, bien definidos. Así lo expuso Fromm, hace poco menos de un siglo, al estudiar los nexos entre subjetividad e ideología en obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich. En este sentido, si el análisis de la subjetividad populista ha quedado parcialmente desatendido y resulta necesario abordarlo, también es imperioso considerar la presencia de una identificación con la derecha en aquellos que, aun de forma manifiesta y vigorosa, se oponen al neoliberalismo. No me refiero a los traidores ni a quienes desisten de sus convicciones, sino a un fenómeno más complejo, quizá más imperceptible: asumir que podemos quedar intrusados por la ideología neoliberal y desarrollar, en consecuencia, alguna brumosa identificación.

Hay dos elementos, particularmente, que funcionan como vía para este desenlace: el desaliento y la incredulidad. Ambos, en efecto, cumplen un rol determinante en la posición de quienes adhieren al neoliberalismo e, incluso, configuran la base para el odio, ya que este último es la forma que tienen de rescatarse de aquellos estados. Tanto uno como otro atentan contra las convicciones, y no por nada el discurso neoliberal impone la vivencia de que nada es creíble, que nada vale la pena, promoviendo de modo persistente un estado de desgano y la imposibilidad de confiar.

A su vez, ¿no seguimos, excesivamente y de atrás, la agenda instalada por la derecha? A partir de las constantes falsas noticias que instalan, ¿no estaremos inadvertidamente creyéndoles, o identificándonos con ellos, cuando suponemos que debemos cuidarnos de todo lo que digamos, cuando nos flagelamos ante algún exabrupto propio, cual si de eso dependieran los ataques de la derecha? A cada paso con un mínimo de desacierto o de radicalización de las propuestas, de inmediato salimos a decir “no les demos letra”, aunque, más bien, parece que somos nosotros quienes tomamos sus letras. ¿No es notable que, por momentos, queramos demostrar que no somos lo que dicen que somos? ¿No hay algo del goce identificatorio, como ya dije, en que hayamos dedicado más páginas a escribir sobre la subjetividad neoliberal que sobre la subjetividad populista?

Veamos lo que suele ocurrir, por ejemplo, cuando en un programa televisivo confrontan dos políticos, uno de derecha y otro del campo popular. Si el tema en debate es la inseguridad, el orador neoliberal se apura a exhibir su rostro más violento, al punto de proponer la pena de muerte a manos de la policía, “cárcel o bala”, etc. De inmediato, el político progresista reacciona, se ve obligado a diferenciarse de su adversario y, en consecuencia, se enfoca en las premisas garantistas y en la comprensión psicosocial de quien comete un delito. Lo que deseo subrayar no es que dichas premisas sean erróneas, sino que en tales situaciones el político popular solo responde a lo que expresa el político neoliberal, queda determinado por la agenda de este último. Con ello, si sofoca o excluye de su discurso toda referencia en el sentido del castigo al delito, deja un espacio vacío y, sobre todo, elige no representar o expresar la cuota de sadismo justiciero que hay en parte de la sociedad. En consecuencia, esos componentes quedan librados a una serie de exutorios arbitrarios y a enlazarse con quienes proveen de una retórica que les sea propicia. Desde ya que no propongo que el populismo se transforme en ejecutor de los deseos violentos que puedan anidar en el alma humana, sino considerar de qué modo se puede tender a que los impulsos vengativos encuentren un cauce en el que sentirse representados y, a su vez, amortiguados.

Algo similar sucede en los debates económicos, sobre todo cuando se trata del individualismo/egoísmo. El neoliberal despliega naturalmente sus ideas sobre la libertad de mercado, la presunta falacia de la relación entre necesidades y derechos, la importancia de que cada uno mire su propio ombligo, etc. Si bien nuestra retórica destaca la importancia de lo colectivo y de la solidaridad, también debemos encontrar la expresión pública de lo singular. Quizá haya muchos que necesiten que se les hable como individuos, que no sientan de modo constante y culpabilizante el imperativo de pensar en el otro. De nuevo, no estoy poniendo en cuestión los principios que nos guían, sino que en muchos debates la posición del político popular solo se despliega como respuesta al político neoliberal dejando de representar aspectos que también debería considerar. Es decir, aun cuando se manifiesta oponiéndose, construye su respuesta solo en virtud de la agenda del primero.

Hablemos de las masas

Algo especialmente llamativo sucedió con el concepto de masa: pese a ser un término entrañable en la tradición de los movimientos populares, un significante que ha estado anudado íntimamente al colectivo de los trabajadores y al peronismo, no solo fue dejado de lado sino que fue objeto de desvalorización y crítica por parte de intelectuales del progresismo. No menos curioso resulta que parte de las críticas provienen de psicoanalistas, de una lectura particular del célebre texto freudiano (Psicología de las masas y análisis del yo). Todo ello condujo, paradójicamente, a que desde el campo popular se diga de las masas lo mismo que han señalado, históricamente, los pensadores conservadores. Para decirlo de otro modo, y vuelvo a los psicoanalistas: lo que afirman sobre las masas responde más a la opinión de Le Bon que a las hipótesis de Freud.

Por ejemplo, se ha formulado que la masa se unifica por vía del odio y que, invariablemente, constituye un conjunto homogéneo. A su vez, se subraya que se trata de grupos de sujetos hipnotizados, cuyo rendimiento intelectual es bajo y que solo procuran someterse a la autoridad que el líder despliega por vía de la sugestión, líder cuya figura sería objeto de idealización.

Si bien las afirmaciones precedentes podrán leerse en Freud, decir que esas son sus hipótesis sobre las masas solo es posible si se realiza una lectura parcial, simplificada y sesgada. Por el contrario, si no caemos en una mirada reduccionista, sin mucha dificultad hallaremos que Freud tenía una visión más compleja y de mayor valoración sobre las masas. Sinteticemos algunas de las cosas que plantea:

1. La masa irracional y violenta es solo una de las alternativas que menciona Freud: “Es probable que bajo el nombre de masas se hayan reunido formaciones muy diversas, que deberían separarse” y agrega que las masas de Le Bon son “efímeras, se aglomeran por la reunión de individuos de diversos tipos con miras a un interés pasajero”.

2. Freud cuestionó la visión despectiva de los autores que cita: de Le Bon dijo que no aporta nada novedoso y que todo lo que plantea sobre el alma de las masas “en el sentido de su desprecio y vilipendio ya había sido dicho por otros con igual precisión y hostilidad”. Sobre McDougall dirá que su juicio “sobre el rendimiento psíquico de una masa simple, «no organizada», no es más amable que el de Le Bon”; y de Trotter: “solo lamento que no se haya sustraído del todo de las antipatías desencadenadas por la última Gran Guerra”.

3. Freud alude a la unidad de la masa, no obstante distingue unidad y homogeneidad.

4. Cuando afirma que “la masa piensa por imágenes”, Freud lo enlaza con el fantaseo y el pensamiento onírico, que no constituyen un producto psíquico digno de juicio crítico.

5. También destacó la conducta ética de la masa: “mientras que en el individuo aislado la ventaja personal es a menudo el móvil exclusivo, rara vez predomina en las masas”.

6. Al supuesto rendimiento intelectual bajo, contraponemos dos preguntas y una afirmación del propio Freud: a) ¿se ha medido el nivel intelectual en la masa? b) ¿es el rendimiento intelectual un requisito esencial de la participación en la masa? La siguiente cita de Freud esclarece más este punto: “las grandes conquistas del pensamiento sólo son posibles para el individuo que trabaja solitario. Pero también el alma de las masas es capaz de geniales creaciones espirituales, como lo prueban, en primer lugar, el lenguaje mismo, y además las canciones tradicionales, el folklore, etc. Por otra parte, no se sabe cuánto deben el pensador o el creador literario individuales a la masa dentro de la cual viven; acaso no hagan sino consumar un trabajo anímico realizado simultáneamente por los demás”.

7. En cuanto a la afectividad intensa (asociada con la supuesta irracionalidad), al hablar del contagio afectivo Freud distingue el contagio patológico del que deriva de la vitalidad ambiental: “en estados excepcionales se produce en una colectividad el fenómeno del entusiasmo, que ha posibilitado los más grandiosos logros de las masas”.

8. En cuanto al líder, Freud subraya la diferencia entre que el objeto ocupe el lugar del yo o bien se ponga en el del ideal del yo.

9. Para Freud el factor de cohesión es la libido, “el amor cuya meta es la unión… vínculos de amor constituyen también la esencia del alma de las masas”. Más importante que la sugestión es que Freud considera la “tendencia que arranca de la libido, a formar unidades cada vez más amplias”.

Retornar a las masas

Desde luego, se podrá argumentar que la crítica al concepto de masa deriva de una definición específica de la misma y, ciertamente, cada quien tiene derecho a delimitar los conceptos como mejor le parezca. Precisamente por ello, incluso, nos preguntarnos de dónde provino la necesidad de dotar al concepto de masa de un sentido negativo, qué razones intervinieron para que una categoría, que tiene una historia y un lugar tan singular en el antagonismo político, haya sido excluida del diccionario que nos representa.

La hipótesis que intenté desarrollar, pues, es que la supresión y la descalificación de la noción de masa expresa el efecto de la intrusión de la ideología neoliberal dentro del campo popular, ya que no es posible comprender de otro modo su exclusión ni la reduccionista lectura del texto freudiano.

Y concluyamos con un juego de palabras: ¿el lugar prominente que recientemente cobró Massa, acaso será la expresión del retorno ominoso de lo desmentido (la masa) solo que bajo el signo del espíritu oligarca?

Buenos Aires, 11 de agosto de 2022.

(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).

1 Comment

  1. Silvia dice:

    Excelente artículo!!! Hacía mucha falta un planteo tan claro y agudo!!!