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Negatividades – Por Ricardo Rouvier

El Gobierno ha perdido credibilidad a partir de diciembre con la ley previsional y la oposición no  logra ofrecerse como una alternativa potente y organizada. Estamos en el laberinto de las negatividades donde la política sigue en deuda con el bien común. Es necesario afrontar el momento y configurar un proyecto político nacional de largo plazo destinado a atacar los problemas estructurales del país.

El Gobierno ha perdido credibilidad a partir de diciembre con la ley previsional y la oposición no  logra ofrecerse como una alternativa potente y organizada. Estamos en el laberinto de las negatividades donde la política sigue en deuda con el bien común. Es necesario afrontar el momento y configurar un proyecto político nacional de largo plazo destinado a atacar los problemas estructurales del país.

Por Ricardo Rouvier*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Hay momentos soleados y momentos nublados. Ocurre en la vida de los países como en la vida de las personas, con una diferencia de rango entre la colectividad de una Nación donde la política pendula entre lo agonal y lo arquitectónico. Hay una costumbre argentina que es hablar de la excepcionalidad nacional: o somos los mejores o somos los peores. Ambas cosas encandilan el logos que no puede desplegarse.

El relato tradicional y casi universal es que tenemos los enormes beneficios naturales y una potencialidad enorme, pero el nivel de desarrollo es mediano tirando a mediocre. Los indicadores de pobreza y la pobreza estructural son claves; y también lo es el futuro de jóvenes y niños que superan en 20 puntos el promedio total de pobres, y alcanza el umbral del 50%. Y la pobreza extrema afecta al 11% de los niños y adolescentes. Sólo el 41% de los jóvenes termina el secundario en el tiempo adecuado y si extendemos el tiempo crece al 61%. De cada diez que ingresan a la Universidad, siete no se reciben. Además muchos cursan carreras tradicionales y no estratégicas para el desarrollo ¿Cómo imaginar el porvenir con estos números?

Transitamos una decadencia generalizada y antigua a pesar de interregnos de crecimiento y entusiasmo, seguidos  de recesión y depresión. Lo previo anuncia lo posterior, aunque no suponga una explosión inminente; “el primer kirchnerismo finalizaría con un éxito rotundo en resultados económicos, pero también con la aparición del problema de la inflación sin un abordaje claro” – Matías Kulfas – Los Tres Kirchnerismos – Ed. Siglo XXI – pag. 29.  El mismo autor al principio nos advierte que en el 2008/9 la economía se vio afectada por la crisis internacional, y luego hubo una fuerte desaceleración en el ‘12/´13 y estancamiento en el ´14/´15. O sea, que cuando integramos un período de 12 años no pueden simplificarse en una sola adjetivación, “la década ganada”, sino que merece una mirada más objetiva y pormenorizada. Eso favorecería develar los límites que impone el sistema al o los gobiernos.

Las derivaciones del final de la convertibilidad explotaron en las manos de De la Rúa y provocó el 2001/2; y sin embargo Menem está ahí sentado y condenado en la Sala I en uno de los tronos de la República. El ex presidente es uno de los íconos de la negatividad nacional, y también lo posicionó ahí el kirchnerismo en el 2003 como el inicio de todos los males.  Luego quedaría la fecha vacía como símbolo sin personalización. Esta secuencia de gobiernos que se devoran a los anteriores y que, a su vez, les dejan el huevo de la serpiente a los que llegan, expresa nuestro canibalismo político. Lo que dejará de herencia Cambiemos para el futuro ratifica lo que decimos, será necesario una transición de emergencia, con fuertes condicionamientos políticos.   

Cuando la gestión está en manos del progresismo como un castigo a la administración anterior, debe maniobrar sobre una estructura dada por la inclusión del país dentro del modelo mundial de acumulación capitalista, la globalización y la democracia liberal; esto genera una relación alienada entre estructura y política. Mayor tensión se produce cuando la retórica adopta un estilo maximalista al comunicar sus propósitos y sobre todo la  identificación del “enemigo”. Ahí asoma un desvío de la realidad, ya que la retórica gubernativa construye otra realidad como ideal, más superestructural sin afectar la base  estructural de la sociedad. Es una guerra declaracionista sin materialidad y sin capacidad autocrítica. También es difícil imaginar la construcción de consensos contando con Cristóbal López, Szpolski  y Garfunkel, como los ejecutores de la comunicación. Esto suena más a unidad de negocios que a una decisión calificada para contrarrestar la hegemonía cultural.

Mientras unos no alcanzan a poner los simientes de una transformación profunda que implique un verdadero plan de desarrollo (dice desarrollo no crecimiento); los otros, los que gobiernan hoy, lo que hacen es recortarse sobre lo dominante para asegurar un derrame que sólo beneficia al sector agropecuario y bancario. Se funden con la estructura hegemónica, inclusive cuando el bloque de poder mundial exhibe sus fisuras. Pueden jugar con Obama o más a la derecha pero siempre están dentro del rango dominante.    

Macri llegó al gobierno a través de la negatividad sobre el peronismo y el kirchnerismo y, posiblemente, se irá en el 2019 usando las mismas armas. Pero si llegara a ganar será usando los claro oscuros de los cuadernos de Centeno y su incidencia sobre un hecho indubitable. La corrupción es rechazada por la sociedad por un sentimiento puro o hipócrita de la misma y ese factor va a jugar en la campaña.  Confirma no  sólo sobre lo que piensa de la política profesional sino también de los grandes s que tampoco nunca fueron bien vistos.

Pero, es duro de soportar tantas “patadas en el estómago” como metaforizó Cristina sobre López, tantas que comprometen el dinero público para campañas políticas o para agrandar la pileta del country o para lucir un vehículo alta gama en el barrio. Y la humanidad retrocede algunos casilleros cuando López o De Vido dejan de ser “compañeros”, para ser innombrables e invisibles.

La corrupción orientada a destinar recursos públicos a optimizar la vida personal o familiar significa que el delincuente ha sido capturado por el capitalismo en su expresión más seductora y menos gloriosa: la sociedad de consumo. En definitiva se convierte en un esclavo de la hegemonía mundial, e inservible para luchar por la emancipación.  No puede dejar de observarse que esta disposición graciosa sobre la riqueza producida por el sudor del pueblo no haya tenido una fuerte respuesta de los representantes de los humildes, sino insistir en una estrategia de victimización.

Cuando hay real crecimiento como en el 2002/2007, y hay mayor distribución, el populismo encuentra su apogeo y suma gestión con justicia social, aunque no destruya el núcleo de la dependencia y el subdesarrollo. Y cuando se modifica la tendencia por razones endógenas o exógenas o finaliza el ciclo durante la gestión, se abre el camino a la alternancia de centro derecha. Luego gobierna su opuesto y lo hace para ordenar la economía bajo la férula del FMI, también sin plan de largo plazo. Su discurso es el de la normalidad recuperada frente a la barbarie vivida. Como se comprueba en la actualidad, la normalidad no le cabe a este gobierno sin rumbo y el fantasma ya no es Venezuela sino Grecia.  

Es muy difícil sostener la continua referencia a la felicidad del pasado o suponer que se dejó el gobierno con un 26% de pobres, que ahora, con Macri, llega a 32%. El psicólogo Rozitchner trabaja en la capacitación del nuevo hombre que no tiene la cara del Che ayudado por la meditación trascendental.

Pero a esta altura de la historia hay que ponerse los pantalones largos y no insistir con que la heteronomía es nuestro único infortunio, porque de esta manera la dirigencia vernácula queda salvada. Burocracias mediocres que impiden el verdadero trasvasamiento generacional reiterando el crédito a la vieja dirigencia del siglo XX. Todavía quedan parientes para acomodar bajo la hacienda pública. El nepotismo no es sólo un atributo de las oligarquías heredado de las aristocracias, es también de las elites populistas. Los canales de participación popular siguen obturados bajo un cesarismo que traba los motores del cambio, más que ponerlos en marcha.                    

Nuestro espacio vital es coyuntural y de pase corto. Nos apoltronamos cuando el índice PBI nos sonríe, y anunciamos a los 4 vientos que ya estamos en el camino de la redención. Pero, toda la historia demuestra que eso, a lo sumo, dura unos pocos años. Lo que viene es la crisis recurrente, una nueva crisis, denominada técnicamente como “estrangulamiento del sector externo” y que involucra los pagos internacionales comerciales y financieros.

El péndulo fatal de la economía señala que cuando hay gobiernos populares, y el producto bruto se expande, las importaciones de insumos, bienes de capital y servicios crecen más rápido que la producción y que las exportaciones. También se incrementa el consumo homologable a los países desarrollados, predominantemente importado de los centros hegemónicos; todo esto suele derivar en el estrangulamiento del sector externo.  Al lograr una mayor movilidad social, cambia la estructura de la demanda de los segmentos emergentes y esto, inclusive, se traslada a la demanda electoral. 

La desregulación de los movimientos de capitales y el sobreendeudamiento de las últimas décadas del siglo pasado agravaron este comportamiento. Esto hace síntoma y aparecen las recetas de ajustes ortodoxas basadas en comprimir la demanda interna y en tomar préstamos del exterior. Estas medidas disminuyen el crecimiento y aumentan la deuda en divisas, al tiempo que comprometen condiciones de mayor apertura comercial y financiera, agravando la fragilidad del sector externo. Finalmente se termina en recesión, desocupación, mayor pobreza e indigencia y crece la desigualdad, la que no supimos pulverizar antes.

Muchos argentinos están hartos de vivir en esa calesita. Hay una repetición de signos de una sociedad  que no logra dar el salto cualitativo para resolver la acumulación de riqueza y su distribución, la imposibilidad de definir una matriz productiva que ponga en movimiento el desarrollo por 20 años y asegure la distribución que históricamente ha sido  bandera del peronismo. La configuración productiva en relación con la  política y la sociedad ha llevado a que la producción primaria, generadora de contradicciones y privilegios, se convierta en el principal instrumento para proveer de divisas al erario público. 

Una vez más estamos resbalando hacia abajo, cada vez más desesperados por encontrar una salida. Hay un saber que siempre se proyecta en la autoridad (revisar el comienzo de Edipo Rey) para resolver los problemas de la comunidad pero el Gobierno demuestra, para propios y adversarios, una ineficacia rayana en la perplejidad.

Con este escenario nacional, el Gobierno ha perdido credibilidad y popularidad a partir de diciembre con la ley previsional, mientras simultáneamente las ventanillas de los inversores se cerraban y esto ocurrió lejos del alcance perceptual de la sociedad. Se van disolviendo los propósitos liminares y grandilocuentes del PRO de transformar la cultura política. Por el contrario, empezó a parecerse a un mal gobierno más.  En octubre del 2017 tuvo un envión para la consolidación de Cambiemos en la política nacional, pero a las pocas semanas se disolvió. Hoy la alianza del PRO y la UCR ha detenido su crecimiento político y cualquiera que tenga experiencia sabe que si al final del túnel está la nada, la historia posterior será implacable con Cambiemos.   

La ausencia de una oposición potente y organizada, es la otra negatividad. Eso comprende el panperonismo que lucha por sobrevivir como patrullas perdidas. El partido justicialista es una marca para aprovechar electoralmente y hoy, en manos del kirchnerismo, tratará de disciplinar a las provincias. Es una paradoja, el PJ está subordinado a CFK que lo ha negado hace pocos meses.  

En el panperonismo florecen las negatividades intramuros, los rechazos entre unos y otros,  y todo indica que no podrá unirse en forma completa, y sin duda que CFK es el factor principal en que se ordenan los amores y los odios. En esos rechazos de algunos gobernadores, legisladores y dirigentes nacionales a su figura pesan varias causas, algunas tienen que ver con el estilo de liderazgo, otros con la observancia de que es un obstáculo para ganar en el ballotage y otras por aspectos ideológicos (se observa al kirchnerismo en un posicionamiento más a la izquierda que lo que el peronismo tradicional puede tolerar). 

 

Esto último, que merece un análisis más pormenorizado, se hace más ostensible con el reflujo del progresismo regional y la situación internacional. En este punto sumamos otra negatividad: es una gran defección de la dirigencia peronista no abordar el estudio de estas cuestiones tan caras al método de pensamiento estratégico de Perón. El kirchnerismo es la porción más activa del panperonismo y de mayor consenso cuando lo traducimos a lo electoral. Con una aclaración importante: alcanza su máxima potencialidad cuando CFK es candidata. La transferencia hacia otro podría producirse, pero no en forma completa e implicaría una campaña con la ex Presidenta como protagonista (como hizo Lula con Dilma). Es más, pensamos en una exclusividad que puede ser una negatividad, el kirchnerismo sin CFK vería seriamente comprometido su significación a futuro. Su eventual candidatura opaca a los otros candidatos ya definidos.

El kirchnerismo tiene por delante el dilema de ser una fuerza antisistema de carácter testimonial, con mayor aproximación a la izquierda, o apuntar más a la captura del centro expresado por los sectores medios. La composición cultural de estos segmentos es más sensible a los “cuadernos de Centeno” que a la recesión económica en función de la competencia electoral. Cristina está creciendo en los segmentos medios bajos y bajos, aunque todavía estamos lejos de las elecciones.

El peronismo federal sería la tercera fuerza después de Cambiemos, y con Unidad Ciudadana bajo las condiciones ya señaladas. No está aun suficientemente estructurado y no tiene un candidato/a con capacidad competitiva.  Sí aparece como un protagonista de las versiones que refieren una salida, en el caso eventual de empeoramiento de la situación económica del gobierno de Macri, a través de una concertación u otra salida del laberinto.

Para colmo, tiembla el sistema político con un hallazgo de corrupción que abre más brechas y diferencias. Es verdad que hay corrupción; eso repugna y debe ser castigada, pero también es cierto que esto da razón a las corporaciones que consideran excedentaria a la política y apunta a una limpieza política parcial. La patria contratista es antigua y transversal, y la investigación y castigo no debe detenerse en las puertas del oficialismo.

También hay renegación de muchos militantes y dirigentes peronistas, esto en el kirchnerismo se convierte en una épica. Sobre todo cuando todos los cañones apuntan a Cristina Fernández de Kirchner, en una maniobra que tiene de judicial y búsqueda de la verdad y también tiene de político en función de que el gobierno considera que la ex Pta. es la llave para el continuismo.

Tarde o temprano la corrupción emergerá como un problema político y habrá que evitar que al final del camino no esté esperando un Berlusconi o un Bolsonaro.  Viene Odebrecht y ahí aparecerán más nombres del oficialismo; también en el peronismo este proceso se  puede extender a gobernadores e intendentes.  ¿Cuál será el destino del sistema político?

Estamos en el laberinto de las negatividades, y hay un esfuerzo por no salir. Todo indica que no podremos, que hay que seguir hundido y la política seguirá en deuda con  el bien común. El deseo de muchos opositores al oficialismo es que el gobierno de Cambiemos  se hunda, aunque no haya una alternativa ordenada y con un plan de gobierno concreto. Es decir hay alguna idea sobre el hundimiento, pero nada sobre el día después. No hay un poder alterno con la suficiente homogeneidad para hacerse cargo.

Sobre tantas negatividades no se puede construir una propuesta consistente de transformación. Es necesario afrontar con valentía y verdad el momento y configurar una política nacional de largo plazo destinada a atacar estructuralmente la desigualdad y lograr que nuestro país alcance un lugar en el concierto internacional, que hoy no tiene. Porque tantas vulnerabilidades nos entrega mansamente a los intereses del sistema-mundo capitalista.

 

Buenos Aires, 23 de agosto de 2018

*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.

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