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Meditación de la Pistola Taser – Por Horacio González

Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Estoy llegando a la Argentina en buen momento; se me elogia como lo que soy, un instrumento técnico, emanado de investigaciones sobre el cuerpo humano, la lógica del movimiento y la corriente eléctrica dadivosa que paraliza los músculos del rebelde. Yo también en mi juventud fui rebelde, lanzaba piedras a los carros de asalto de las infanterías policiales, y recibía como envío recíproco una bomba de gas lacrimógeno. Detengámonos un momento en esta expresión, señores progresistas. (Porque yo también lo era, ¿eh?). Hoy estoy maduro y cuando se pronuncia la palabra Taser siento un susurro de respeto alrededor mío, casi un sentimiento de admiración verticalista.

Es que hay gente que no se da cuenta hasta qué punto humanizamos la represión. ¿Se olvidaron de aquella escena mundialmente conocida de los cosacos del Zar frente a la multitud disparando fusiles con saña tenaz? Mucho después se inventaron los gases lacrimógenos. ¿Qué preferían? Los humanistas somos nosotros. Suavizamos “la repre”, como dicen ustedes, los argentinos. Y nos dicen que no los respetamos. ¿Qué preferían, el máuser modelo zarista o lagrimear un poquito mientras salían disparando?

Excluyo a algunos que se hacen los valientes y patean desencajados y neuróticos, el envase inocente de gas, devolviéndoselo a las fuerzas del orden que lo han arrojado con actitud ascética, profesional. Incluso, son ustedes que a veces, previsores o malignos, salen con pañuelos protectores y también, ilegales, con máscaras caseras, y la pasan mejor que nosotros, que de confiados y complacientes, vamos a nuestras obligaciones laborales desprotegidos y salimos llorando con los ojos ardidos por la devolución del envase gasífero.

Créanme, no es fácil todo esto. Ahora estamos en la mejor fase de nuestro adminículo paralizante. El aparatito es como un celular, se confunde con un celular y, es más, futuros perfeccionamientos pueden considerarse como una aplicación al celular. Un Celular-Taser. Imagínense. Usted llama y en determinado momento, todo está tranquilo. Pero de repente hay algo incontrolable en la calle. Y ante cualquier eventualidad, puede usar el Celular Taser. Sueñe con el momento en que todos tendrán una Taser, con una aplicación en su celular. Es la sociedad organizada y pacífica que vengo a inaugurar. Cualquier problemática indeseada se acaba con un toque en la pantallita táctil. Consideramos este pasaje Taser a la aplicación celular un enorme progreso civilizatorio. Argentina va a ser un antes y un después de mí.

Pero es necesario usarlo con prudencia, y por eso haremos nuestros protocolos. Porque podría ser que Usted desee hacer una llamada en el subterráneo y dispare un rayo eléctrico a la pasajera del asiento de al lado. Error. Recomendamos entonces mucha cautela. No equivocarse de botón. Porque puede ser que haya un riesgo que no siempre podremos conjurar con nuestras radiaciones sedantes, y mientras el peligro acecha, en vez de la imprescindible centella fulminante, al revés, lo que le sale es una conversación con su tía que no veía hace cinco años. Estamos trabajando para corregir estos pequeños deslices. Ya probamos Taser en miles de voluntarios, bien pagos, porque después quedaban un rato aullando en el suelo y algunos al borde de la pataleta final. La ciencia tiene sus mártires.

Lo cierto es que somos la última manifestación del humanismo occidental. Mi nombre proviene del personaje de una novela de Victor Appleton, llamada Tom Swift and His Electric Rifle. De ahí mi sigla, el sugerente nombre: Taser. Inspirado en esa novela, me diseñó un piloto de bombarderos de la segunda guerra mundial. Tengo así como presentarme en sociedad. Soy un personaje de novela que dispersa manifestaciones. Imagínense si no tengo prosapia, soy producto de unas páginas literarias y de los efectos de una bomba reducida generosamente a su mínima expresión. Como les decía, se quejan que de la represión directa con misiles de un B-1 o un B-2, hayamos pasado a la disuasión a través de una electricidad de novela. ¿Quieren más o menos daño? Señores, somos el minimalismo del daño, no los maximalistas del miedo. Ustedes eligen.

 

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Sin embargo, trataremos de comprender a los progresistas. Ellos creen que lo son haciendo de señoritas desconfiadas de las policías y servidores del orden, que provienen de las clases populares, trabajadores mal pagos que se enfrentan a los jóvenes con ideologías, pero que son hijos de las familias ricas. ¿Leyeron a Pasolini? ¡Esa se la pasaron por alto! No se asombran de que una pistola eléctrica los venga a ilustrar con esta idea del gran poeta italiano, el Rimbaud de Italia -como alguien le dijo-, que opinaba que ese enfrentamiento era la lucha de clases al revés. Era el policía el que era el pobre y el estudiante el que era el rico. Me dirán ¿cómo el nuevo revólver policial con electrodos pensantes, puede resolver este problema del policía pobre y el “libre pensador” rico? Para que me tomen en serio, les voy a citar lo que escribió Pasolini luego de visitar la tumba de Gramsci en el cementerio inglés de Roma. Y heme aquí a mí mismo… pobre vestido con la ropa / que los pobres / ojean en escaparates.

 ¿Contradictorio? Él era el pobre vestido como los ricos que los pobres no cuestionan, sino que admiran. Me dirán que esos dramas poéticos no son válidos para justificarme a mí, la Taser que los hace retorcer de dolor en las calles, pero no te mata. Pero ya les dije que mi nombre viene de una novela. Un poco de terror infundo. Nunca se me va la mano, pero el voltaje del electrodo puede estar mal regulado. Toda ciencia es probabilística.

No le gusto a los progres porque soy la prueba de fuego para juzgar a las sociedades. El instrumento de los policías pobres contra los militantes bienudos. Por eso, soy algo más que una digna arma electrificante para prevenir disturbios en nombre de la civilización. Me menosprecian si creen que solamente dejo a los manifestantes tirados en el suelo gritando por la parálisis de sus músculos, ahorrándoles las asfixias por gas o la bala perdida de una 45 extraviada, manejada por inexpertos. Hacemos eso, pero somos mucho más.

Así como soy, encarno una solución integral para la sociedad argentina, esta sociedad que veo desmenuzada, en pleno desconcierto. Vengo a enderezarla con un llamado a un orden paralizante pero duradero. Traigo mis buenas ondas, ondas de choque que los progresistas jamás  entenderán. Creen que la ciencia eléctrica al servicio del orden policial es mala, se hacen los poseedores de las luces, creen que defienden a los pobres, pero los pobres quieren seguridad, quieren hacerse ricos, quieren, en suma, ser como yo, Tom Swift and His Electric Rifle, TASER… Recuerden mi nombre, somos el vestido de lujo de la picana eléctrica, el rostro presentable del bofetón improvisado en la oscuridad de los destacamentos, esas penumbras sin ciencia. Nos necesitan, confiésenlo. Señores que se dicen progresistas, ¡escuchen!, los progresistas somos nosotros. Con nuestros “electric rifles”, símbolos de orden y progreso, infundiremos a esta sociedad descontrolada los necesarios espasmos de subordinación y valor. ¡No soy un arma, soy un símbolo!

 

Buenos Aires, 3 de octubre de 2020.

*Sociólogo, escritor y ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional.

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