Fernando Fabris reflexiona acerca de si la elección de Javier Milei como presidente se debe a un cambio profundo de las identidades políticas o constituye una reacción desesperada e insólita a la “construcción de la fragilidad” y las defecciones políticas de los últimos años. Las consecuencias futuras serán distintas, según sea una y otra la respuesta a esta cuestión.
Por Fernando Fabris*
(para La Tecl@ Eñe)
El resultado de la elección presidencial de este 2023, ¿es producto de un cambio de las identidades políticas o una reacción entre histérica y desesperada ante las defecciones políticas del gobierno anterior?
Si volvemos hacia atrás tal vez recordemos que hace cuatro años se vivía la alegría de derrotar a un gobierno neoliberal sostenido por el país más poderoso del planeta, además del conjunto de las clases dominantes argentinas. El macrismo había llegado a tener la adhesión del 70% en la población, producto de una ambigüedad manipulada por una acción perversa que podría resumirse con la frase “te saco todo lo que tenés para que no disfrutes de lo que no mereces”.
Se vivió el asombro de derrotar esa experiencia. Habían existido marchas como la del 2×1 y ya en 2018, alrededor de diez manifestaciones de no menos de 300.000 participantes. Las PASO de 2019 pintaron el mapa de azul, quedando de color amarillo solamente la provincia de Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires. La virtud, mucho más que la fortuna, fue el factor clave. La voz principal del sector nacional y popular, Cristina Kirchner, propuso un candidato que fue aceptado por las mayorías populares y una parte de los sectores medios, que lo votaron masivamente.
A pesar de algunas inquietantes defecciones, Alberto Fernández y el Frente de Todos generaron una gran expectativa. El encuentro ecuménico con Macri en el mes de diciembre de 2019, y la espera de 100 días para tomar alguna decisión, no impidieron que, en el discurso de apertura de sesiones del congreso nacional en 2020, se generara una confianza imprescindible. Se escuchó decir que se comenzaría por los de abajo para llegar a todos y que se desarmarían los sótanos de la democracia.
La pandemia generó una situación inédita. El establecimiento de la cuarentena contuvo la situación creando una inevitable frustración, pero librando a la mayoría de la desesperación y zozobra. Medidas políticas sanitarias y económicas -que eran recomendadas en varios países del mundo- crearon una situación social relativamente buena.
Antes de la finalización de la pandemia se inició un camino político extraño que fue llamado de “construcción de la debilidad”. Un ceder sistemático y continuo ante las presiones de los poderes dominantes. La recordada frase “Héctor no me deja mentir”, permitía sospechar una situación paradójica y complicada, la defección política ante el CEO del más importante medio comunicacional del lawfare.
La actitud gubernamental, que persistió en esos carriles, llevó a una decepción y a un sentimiento de profundo abatimiento en los sectores populares. Las elecciones de medio término dieron señales claras del descontento. Los sectores medios pasaron de la queja al hartazgo, y del rechazo y al odio. Un pequeño grupo llamado Revolución Federal realizó todo tipo de provocaciones: bolsas mortuorias, guillotinas y pedradas a la oficina de la vicepresidenta en el senado sin que la policía intervenga para impedirlo. De modo más o menos simultáneo los medios hegemónicos televisaban el performático y teatral alegato de un ignoto fiscal contra la vicepresidenta.
Las sucesivas advertencias de Cristina Kirchner respecto de que la reactivación económica no se la debían quedar cuatro vivos, era desoída una y mil veces. El intento de asesinarla y la posterior impunidad de los responsables del hecho, fue un paso más en el devenir de defecciones continuadas del presidente y de la política en general.
Se le pidió a Cristina Kirchner que se acepte presentarse a elecciones. Y ella invitó a todxs a que tomen “el bastón de Mariscal”. Se evitaba, por ese camino, un sacrificio que podía ser individualmente heroico, pero socialmente improductivo y contraproducente. El 25 de mayo de 2023, cuando se conmemoraban los veinte años de la asunción de Néstor Kirchner, la líder dijo que «no le pidan a los demás que hagan algo que no estén dispuestos a hacer ustedes».
El gobierno de Fernández llevó la inflación del 40% al 100% y luego al 140 %, o más. En ese marco, Sergio Massa, ministro de Economía y candidato de Unión por la Patria, sacó 37% en las elecciones generales. Reunificada la derecha en el ballotage, triunfó un personaje farsesco y absurdo que propuso un programa neoliberal y oligárquico, al que muchos jóvenes entusiastas -evidentemente confundidos- vivaron en nombre de la “libertad”. Como dijo Rafael Bielsa, quien conoce bien al presidente entrante, ese programa solo podría traer más sufrimiento, que se agregaría al que ya se estaba acumulando desde hacía ocho años.
Votado por el 55% de la Argentina, el malentendido está funcionando a pleno. El futuro inmediato no es previsible en los detalles, pero lo es en sus líneas generales. En la peor distopía, el país dejaría de ser lo que es, para profundizar y consolidar su situación de colonia, de país sometido a la acción del imperialismo y no ya un país relativamente díscolo, como supo serlo en muchos momentos de auge popular del siglo XX.
En el mejor de los casos, la farsa actual tendría la virtud de mostrar que el capitalismo nunca podría llegar a ser algo serio, porque en su naturaleza está la expropiación de la fuerza de trabajo ajena, como mecanismo básico, práctica social que requiere la desestima del papel decisivo de los y las trabajadoras en la historia.
Previamente a un cambio, todo empeora, y muestra sus mecanismos ocultos: la motosierra, la admiración por quien dio la orden de hundir el Manuel Belgrano y el permiso para perseguir a los zurdos y los progres, son la explicitación de un programa cultural y económico.
Las condiciones objetivas actuales son crueles, pero no hay condición social y económica que por sí misma genere las respuestas colectivas necesarias. Las defecciones y los puntos de estancamiento, con índices de desigualdad que pasaron del 8 veces en 1975, a 25 veces en la década del noventa (entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre de la población) es un dato incontrastable de los problemas de la democracia que tenemos.
En términos de proyecto colectivo, nada garantiza que los trabajadores y el pueblo saquen esta o aquella conclusión de lo que, por otro lado, está a la vista. La barbarie libertaria o la transformación popular no derivan de las características de una estructura: son el resultado de las decisiones y acciones colectivas. Como decía Hegel y recuerda Lukács: antes de la aparición de lo nuevo, el viejo estado cualitativo muestra su verdad ocultada en tiempos en los cuales era todavía capaz de existir del mismo modo.
Pero entonces, y retomando, ¿estamos en un estado de trasmutación profunda de las identidades políticas o en un estado situacional de desorientación y desesperación?
Es conocido que la subjetividad colectiva actual conlleva los efectos acumulativos de la prolongada influencia de la cultura posmoderna y neoliberal. También sufre los efectos de las redes antisociales y sus algoritmos macabros. El impacto de la pandemia, aún no estimado con suficiente precisión, es un factor indiscutible tanto como las nuevas formas de trabajo -precario- que se vinieron instalando en las últimas décadas.
Todo ello podría dar lugar a una fragmentación y desestructuración subjetiva, como la que existió en los noventa. Pero según observamos, no es eso lo que está ocurriendo ahora. La subjetividad no aparece dañada en su estructura más profunda, según lo muestran estudios de campo que realizamos desde hace varios años. Lo que está afectado es la superficie más neurótica, más histérica, más superficial e impostada de las identidades sociales. Y si esto se confirma, podría ocurrir que se produzca una reconfiguración política inesperada y súbita, distante de los acontecimientos que hoy parecen tener un peso enorme.
El trastrocamiento político y cultural es muy fuerte, desde ya: nunca se votó como presidente a un payaso, un farsante, un ridículo. Nunca se tomó tan en serio, confundiéndolos como periodistas, a personas que apenas son saltimbanquis e impostores (con perdón de los venerables saltimbanquis). La tinellización que viene de los noventa surtió un enorme efecto y estamos en un tiempo de evidente decadencia La degradación de la palabra y del pensamiento, así como de las acciones cotidianas, se corresponde con el deterioro de la conciencia política y aun la simple razonabilidad.
Pero si es correcta la hipótesis de que las capas más profundas de la subjetividad colectiva no están fragmentadas y colapsadas, como sí lo estuvieron en los noventa, es posible que la vida social se dirija a un lugar muy distinto al de los últimos ocho años. Es posible que se retome la virtud de la política que se implementó entre 2003 y 2015, en un tiempo donde predominó una economía crecientemente igualitaria y una subjetividad razonablemente transformadora. Podría ocurrir que todo ello se profundice. Todo depende de la correlación de fuerzas, de la emergencia de liderazgos nuevos y de que el pueblo quiera y pueda llevar adelante, en condiciones cada vez más empeoradas, que se dirigen a toda velocidad hacia un abismo.
Mientras tanto, preparémonos para una “economía de guerra”, para contener y “reducir daños” de propios y ajenos, para expresar nuestro descontento y rechazo, planificando una opción política nacional, popular, humanista y crítica con la que se puedan identificar los millones de personas que buscamos caminos nuevos para los problemas de siempre.
Buenos Aires, 23 de diciembre de 2023.
Lic. y Dr. en Psicología. Psicólogo social. Autor de Subjetividad colectiva y realidad social y Psicología social: teoría y praxis.
4 Comments
Estimado Fernando: agudo análisis el tuyo. Creo que muchas subjetividades están dañadas. El triunfo de Milei nos habla de que cada año va degradándose la capacidad analítica de la población, y quienes tenemos urgencias pero no mucho tiempo por delante, vemos con desesperación este momento político.
Si coincido . No hay conciencia analítica de lo transcurrido.
Más claro imposible. Coincido en un 100%. En particular, con el «temita» del tiempo. Ya hemos vivido demasiadas veces situaciones similares. Y el tiempo (lo único que no podemos recuperar, de ninguna manera) se nos acaba.
Estimado Fabris, clarísimo. Coincido. Viene bien este análisis en esta época.Un abrazo