Sebastián Plut sostiene en esta nota que la violencia de los trumpistas que asaltaron el Capitolio en EE.UU., la de aquellos que en 2019 desplegaron la furia destituyente de Evo Morales en Bolivia, o la indiferencia banal de quienes desafían toda premisa sobre el cuidado propio y ajeno durante la actual pandemia, nos ponen en alerta sobre las intensas pulsiones que bajo una euforia triunfalista atentan contra la preservación colectiva.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
Hace más de diez años observé un tipo de configuración clínica que invierte la célebre proposición freudiana sobre los sujetos que fracasan al triunfar. En efecto, si la insidiosa culpa puede activar una incredulidad que no deja más opción que arruinar el propio logro, en ocasiones ocurre algo diverso: el masoquismo, precariamente disfrazado de una ilusión de omnipotencia, prepara otro desenlace, el de los sujetos que triunfan al fracasar. En ellos el displacer opera como guía central para el incremento de una tensión que culmina en aplaudir las propias derrotas. Tiempo después, y por fuera del campo clínico, el estudio de los resortes subjetivos que enciende y aprovecha el neoliberalismo nos permitió identificar una lógica similar en su masa de votantes (1).
La violencia de los trumpistas que asaltaron el Capitolio en EE.UU., la de aquellos que en 2019 desplegaron la furia destituyente de Evo Morales en Bolivia, o la indiferencia banal de quienes desafían toda premisa sobre el cuidado propio y ajeno durante la actual pandemia, nos ponen en alerta sobre las intensas pulsiones que, nuevamente, bajo una euforia triunfalista, atentan contra la preservación colectiva, incluida la de aquellos que protagonizan los actos mencionados.
Freud advirtió en El malestar en la cultura que no solo el individualismo y la violencia constituyen una oposición a la cultura, sino que desde esta última también pueden surgir las herramientas de su propia aniquilación. A través de procedimientos que intervienen por ambas vías, precisamente, se entrama la enigmática maquinaria neoliberal que opera nutriendo lo que en esta misma Revista dimos en llamar “la moritecracia” (2). Si bien resulta una simplificación sintetizar aquí la compleja red de recursos económicos, jurídicos, afectivos y cognitivos que se emplean para tales propósitos, es posible destacar ahora una de las estrategias nucleares, a saber, la de incitar abrumadoramente los afectos displacenteros cual si fueran la vía regia para la consumación de todo proyecto presuntamente vital. De hecho, no en vano se advierte incansablemente sobre el peligro que anida en el poder de los odiadores, los haters.
No hace mucho tiempo la Ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, estigmatizó a los docentes y convocó a los padres de alumnos a delatarlos. Imaginemos por un instante las consecuencias que tendría la suma de silenciar el pensamiento crítico en la educación, perseguir a trabajadores por su identificación política, que los padres “denuncien” a los maestros de sus hijos y una sucesión de sumarios con más incidencia por trabas burocráticas que judicial.
La violencia tiene tanta historia como la especie humana, pero solo bajo determinadas condiciones se intensifica, sale de la clandestinidad y se ostenta sin pudor. Negacionismos de todo tipo se enseñorean republicanamente, como en el ejemplo recién mencionado o en el buzo con la leyenda “Camp Auschwitz” que exhibía uno de los asaltantes del Capitolio estadounidense.
Un lenguaje desquiciado es incentivado por el magma político-empresarial-judicial-comunicacional, cuyos efectos precisó Chomsky al afirmar que ya no se cree en los hechos. Claro que si los hechos ya no tienen crédito alguno, tampoco importan las opiniones y el pensamiento, pues lo que se diga en ese contexto serán solo frases carentes de todo nexo coherente con la realidad. Un lenguaje desquiciado que no configura meramente una desprolijidad sintáctica, sino un profundo atentado contra la cultura y la vida humana.
Hemos escrito largas páginas procurando comprender por qué la gente vota contra sí misma (3), es decir, anticipando que no se trata de una pugna en el marco de los antagonismos, siempre irreductibles, sino de un camino sin salida, de una destructividad que arrasa a propios y ajenos. Como aquellos que gritaban “prefiero cagarme de hambre antes que votar al kirchnerismo”, más recientemente fuimos testigos de cuántos desafiantes de la cuarentena pagaron con su salud la pandemia. Resulta notable el sentimiento ya no solo de inferioridad sino de autodenigración de aquellos que no cesan de proclamar, cual victoria, que Argentina “es un país de mierda”. Si vamos un poco más allá, no es pura contingencia que Carolina Píparo, Secretaria de Asistencia a las Victimas en la ciudad de La Plata, haya protagonizado, junto a su esposo, un hecho en que atropella a un motociclista y abandona a la víctima sin compasión alguna. Solo unos pocos ejemplos pero que forman parte de la misma cartografía subjetiva.
¿El amor vence al odio?
“El amor vence al odio” es un lema político cuya perdurabilidad en el tiempo es notable y su función cohesionadora se funda en la apelación afectiva que expresa. Sin embargo, la frase ha sido objeto de revisión y cuestionamientos de distinto tipo. Señalemos dos de las principales objeciones que recibió. Por un lado, hay quienes se preguntaron en qué medida es posible (válido, necesario o conveniente) amar al que odia: ¿cuánto se justifica destinar nuestro amor a quien, quizá, no lo merece? La segunda crítica es la de quienes procuran demostrar la posible falsedad del aserto: no sería cierto que el amor venza al odio.
Recurramos a Freud para responder a ambas inquietudes:
1) Sobre el argumento que señala que no se justifica amar al que odia.
Freud dedica varias páginas a diseccionar el mandamiento que reza “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Comienza interrogando la sentencia e, incluso, cuestionando su posible injusticia (¿por qué debería amar a un desconocido, que quizá es hostil o que, cuanto menos, no conozco? ¿No sería injusto distribuir, por igual, mi amor entre mis seres queridos y aquellos para quienes soy indiferente?).
Sin embargo, concluye que la agresividad de los seres humanos constituye una permanente amenaza de disolución de la comunidad y “de ahí el recurso a métodos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida… de ahí, también, el mandamiento ideal de amar al prójimo como a sí mismo, que en la realidad efectiva solo se justifica por el hecho de que nada contraría más a la naturaleza humana originaria” (4). De este modo, el amor al otro no consiste en “amarlo aunque sea hostil” sino en que dicho amor es una de las vías para sofocar aunque sea parcialmente la agresividad. Y agreguemos que no solo podríamos disminuir algo de la hostilidad ajena, sino incluso la que albergamos también dentro nuestro.
2) Sobre el argumento que señala que es falso que el amor venza al odio.
Además de lo recién planteado, veamos otra cita de Freud de su nota dedicada a Romain Rolland: “Muchos años antes de que lo viera personalmente, yo lo veneraba como artista y apóstol del amor entre los seres humanos. Yo mismo adhiero a esto último, no por motivos sentimentales ni por exigencia de un ideal, sino por sobrias razones económicas: no he podido menos que declararlo tan indispensable como la técnica para la conservación de la especie humana, dadas nuestras disposiciones pulsionales y el mundo que nos circunda” (5). Lo que inferimos de todo ello no es la verosimilitud de un ilusorio triunfo absoluto del amor sobre el odio. Más bien se trata, en principio, de una suerte de premisa lógica. En efecto, decir que el amor vence al odio exhibe particularmente que el primero (amor) es la respuesta a la hostilidad, quizá su consecuencia. Si se quiere es como decir, en el terreno de la autoconservación, que el alimento es lo que vence al hambre. Amar al prójimo, entonces, aunque no sea merecedor de nuestros mejores sentimientos, es la forma de contraponer nuestras energías a la irreductible agresividad originaria que anida en el ser humano. A su vez, y pese a esto último, también como dice Freud, es lo que debemos aportar si deseamos contribuir a la conservación de la especie.
Corolario 1
Más arriba indiqué que el neoliberalismo se vale de una estrategia: alimentar los afectos displacenteros en sus adherentes. Al estudiar las neurosis de guerra Freud sostuvo que la mentada neurosis es la forma en que el yo-paz del soldado se protege de los riesgos a los que lo conduce su yo-guerra. Ese conflicto, afirmó, “se torna agudo cuando el yo-paz advierte claramente qué gran peligro de perder la vida le deparan las osadas empresas de su doble parásito” (6). Posteriormente, en un apéndice al texto, Freud cuestiona la aplicación de la electroterapia aplicada a los soldados con el objeto de que puedan volver al frente de batalla (este texto, digamos de paso, fue expuesto ante una comisión que investigaba las violaciones militares). En su argumentación, además de objetar que el acto médico no persiguiera un fin ligado a la salud sino al restablecimiento de la aptitud para la guerra, Freud mostró que el criterio utilizado para dicha práctica se basaba en hacer sentir al soldado que salir de la guerra era más penoso que lanzarse hacia ella. Es decir, se menoscaban en el soldado el sentido de la “angustia por la propia vida, [y la] renuencia ante la orden de matar a otros”.
La evocación que nos despierta no se hace esperar. De inmediato recordamos a quien confesó que durante el kirchnerismo hicieron “periodismo de guerra”. Esto es, despabilaron las angustias mortíferas, y arengaron para que el yo-paz de cada uno de sus lectores se excite al perder la vida en manos de su doble parásito, el yo-guerra.
Corolario 2
Me permito una doble insolencia: cuestionar el ya citado mandamiento (amarás a tu prójimo como a ti mismo), establecido y convalidado hace siglos y, en simultáneo, indicar una omisión de Freud.
Si la violencia está arraigada en el ser humano y, como hemos observado, vía el masoquismo, la agresividad puede resultar tan abarcativa que alcanza a sus propios ejecutores, ¿no será momento de acotar aquel imperativo y proponer, solamente, “amarás a tu prójimo”? Es decir, si la medida del amor que el otro dará es el amor a sí mismo, ¿cuánto debemos confiar que ese otro se ama a sí mismo lo suficiente como para suponer que lo que recibiré de él es amor?
En síntesis, el espanto que nos provocan ciertas escenas de las que somos testigos y las alarmas que nos encienden, no deben paralizarnos en nuestro trabajo de pensar cómo afrontar la deletérea potencia neoliberal en sus intentos de disociar la destructividad del fracaso para asociarla a un falso y efímero éxito.
Referencias:
(1) Plut, S.; (2018) El malestar en la cultura neoliberal, Ed. Letra Viva.
(2) Plut, S.; “La moritecracia”, La Tecl@ Eñe, https://lateclaenerevista.com/la-moritecracia-por-sebastian-plut/, 4 de enero de 2019.
(3) Plut, S.; (2018) Op. cit.
(4) Freud, S.; (1930) El malestar en la cultura, Obras Completas, Vol. XXI, Amorrortu Editores.
(5) Freud, S.; (1926) A Romain Rolland, Obras Completas, Vol. XX, Amorrortu Editores.
(6) Freud, S.; (1919) Introducción a Sobre el psicoanálisis de la neurosis de guerra, Obras Completas, Vol. XVII, Amorrortu Editores.
Buenos Aires, 14 de enero de 2021.
*Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI).
1 Comment
Me parece que no hace falta invertir una formula freudiana porque trastocamos una teoría fundamentada. Se reúnen un montón de fracasados/os… ¿Cuál es el fracaso? mantener la fantasía de ser únicos. Vale para Argentina se desea una tradición con privilegios desde la domesticación por la educación hasta las políticas de Macri o de Larreta en CABA