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Los nuevos dioses del mercado global – Por Ricardo Forster

Ricardo Forster realiza una reflexión necesaria y profunda sobre las formas aniquiladoras de la subjetividad, la memoria, el tiempo y la historia en el neoliberalismo, con su correlato de máquina deseante invertida y anuladora de voluntades.

Por Ricardo Forster*

(para La Tecl@ Eñe)

 

 

“El universo simbólico del sujeto posmoderno ya no es el del sujeto moderno: sin gran Sujeto, es decir, sin referencias que permitan fundar una anterioridad y una exterioridad simbólicas, el sujeto no logra desplegarse en una espacialidad y una temporalidad suficientemente amplias. Queda atrapado en un presente dilatado que es el único tiempo en que se juega todo. La relación con los demás se hace problemática en la medida en que la vida futura personal está siempre cuestionada. Si todo se juega en un instante, el proyecto, la anticipación, el replegarse sobre uno mismo llegan a ser operaciones muy problemáticas. De tal suerte que hoy se atenta contra todo el universo crítico y todo eso que Kant llamaba el poder (crítico) del espíritu”.

Dany-Robert Dufour, El arte de reducir cabezas

    

Joseph Vogl es un filósofo y profesor de literatura alemán que, entre sus múltiples intereses, se detuvo a estudiar el carácter fantasmagórico de nuestra época dominada por la expansión ilimitada del capitalismo en su fase neoliberal. Buscó, recurriendo a una compleja amalgama de información financiera y de interpretación teórica y literaria, penetrar en la trama simbólica de un orden económico que vino a transformar, de manera radical, no sólo las estructuras materiales de la sociedad sino que también proyecta, y para muchos ya lo logró, modificar el sentido común y el horizonte de inteligibilidad que las sociedades construyen de sí mismas. Desentrañar el funcionamiento de la máquina financiera, penetrar en sus formas laberínticas y opacas, descifrar las telarañas de su lenguaje numérico y especulativo, es parte de su intento de comprender la actualidad de un sistema que penetra la totalidad de la vida. La digitalización del mundo de la información y el consiguiente abandono del paradigma analógico, constituye uno de los puntos cardinales de la nueva configuración de una humanidad que cada vez comprende menos el sentido de los cambios que vive cotidianamente. Un frenesí enloquecedor atraviesa cuerpos y fantasías, lenguajes y sentimientos hasta hacer estallar valores y creencias que hasta antes de ayer constituían las brújulas orientadoras de nuestras sociedades. Nada más erróneo, piensa Vogl, que subestimar la determinación de un sistema-mundo, como el capitalismo en su actual estadio, por penetrar en los intersticios del individuo hasta producir las transformaciones que desvanezcan la memoria de otro tipo de sociedad. Modelar un “hombre nuevo” es la utopía, cada vez más realista, de quienes han comprendido que se trata de capturar el fondo de la subjetividad adaptándola a las necesidades del flujo indetenible del capital. Y ese flujo apunta, entre otras cosas, a eternizar el instante haciendo estallar las antiguas pertenencias y filiaciones. Una nueva temporalidad que vacía de significado el pasado y que hace del futuro una mera extensión del aquí y ahora. Es la humanidad la que está siendo objeto de una radical mutación, uno de cuyos ejes centrales tiene que ver con el tiempo y la memoria, con esas formas de conciencia a través de las que se constituyó la experiencia y que hoy son desarticuladas penetrando en la intimidad del viviente. Existe una correspondencia entre la fugacidad y la velocidad propias del flujo del capital que opera desde lo virtual y lo abstracto y el vaciamiento del sentido al que son sometidos los individuos en la sociedad del consumo y del espectáculo. Sin comprender esta dinámica resulta imposible articular una disputa. Deconstruir los mecanismos de dominación supone penetrar en esa lógica evanescente y fragmentadora que caracteriza la expansión ilimitada del capital.

“Así como las sociedades de prevención modernas –escribe Joseph Vogl– alguna vez se formaron transformando los peligros en riesgos y domesticando la contingencia, ahora lo casual, lo peligroso y el torrente de sucesos indomables han regresado al centro de estas sociedades en forma de tyché, o casualidad, y lo han hecho adoptando un semblante arcaico: irregular, amorfo y ribeteado de no saber”[1]. En esta capacidad del sistema para apropiarse de aquello que supuestamente podía dañarlo radica su fuerza para desplegarse en condiciones cambiantes y desfavorables. Quizás no se trata de “nadar a favor de la corriente” –que en este caso estaría relacionado con la “novedad”, el “peligro”, la “casualidad”–, sino actuar bajo la demanda de un freno o de una recuperación de formas de convivencia social que remiten a una memoria de sociedades no tan lejanas pero amenazadas por la lógica de la innovación y de la “destrucción creativa” propias del capitalismo. Que la incomodidad y la vulnerabilidad experimentadas en lo cotidiano se conviertan en punto de partida de las rebeldías (algo de esto están expresando los “chalecos amarillos” en Francia: detener el cambio que aniquila sus formas tradicionales de trabajo y sociabilidad). Un movimiento que podría caracterizarse como “conservador” que, sin embargo, asume una potencialidad rebelde y hasta revolucionaria. Desacelerar la máquina del capitalismo parece haberse convertido en un oxímoron cargado de intensidad y provocación. Me recuerda el extraordinario comienzo del libro de John Womack, Zapata y la revolución mexicana, en el que el historiador estadounidense decía: “este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución. Nunca imaginaron un destino tan singular. Lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su lugar, lo único que querían era permanecer en sus pueblos y aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados, por centenas de años, vivieron y murieron…”[2]. Paradojas de una época en la que frenar, impedir, detener, recuperar, revalorizar se transforman en santo y seña de un nuevo combate contra la injusticia y la desigualdad. La acción “revolucionaria” del capitalismo neoliberal, y eso Joseph Vogl lo analiza con solvencia, constituye la mayor descarga de violencia y autodestrucción que un sistema ha ejercido sobre sí mismo y sobre la sociedad que contribuyó a construir. Ser anacrónicos es, tal vez, el mayor gesto antisistema que hoy se pueda concebir.

Para Vogl el neoliberalismo –porque de esto se trata– es mucho más que un giro en el patrón de acumulación, hay en él una potencia disruptiva que lo coloca, como en otros momentos de la historia del desarrollo del capitalismo, en la vanguardia de una colosal mutación de usos y costumbres apuntalada por una expansión tecnológica que vuelve obsoletas las prácticas y los saberes que definieron la autocomprensión de la sociedad en un pasado reciente. Así como Karl Marx explicó en apenas una frase –extraordinaria en su vuelo metafórico y anticipador– la esencia de la modernidad burguesa cuando sostuvo que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, Vogl que no es Marx, analizando el carácter de nuestro tiempo dominado por lo espectral del capital, dirá que lo fugaz, lo insustancial, lo veloz, lo inmediato, lo narcotizante, constituyen el meollo de una sensibilidad que expresa el rasgo volátil, inasible, fantasmal, despersonalizado, desterritorializado y descorporalizado del viaje por el éter de los flujos financieros que marcan los rasgos decisivos del capitalismo contemporáneo.   

 

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En uno de sus libros, el que despertó mi interés desde su título con reminiscencias shakespereanas –El espectro del capital–, Joseph Vogl recurre a una novela de Don DeLillo –Cosmópolis– para introducir al lector en la psicología de los “emprendedores” de Wall Street, esos jóvenes aventureros que viven siguiendo el ritmo frenético de los bits de información y de los flujos etéreos de riquezas desmaterializadas capaces de cambiar el destino de millones de seres humanos en apenas un instante y de acuerdo al ingenio, a la toma de riesgo y a la amoralidad del agente de bolsa. “Sueña –el personaje de la novela de DeLillo– con la extinción del valor de uso, con el eclipse de la dimensión referencial de la realidad; sueña con que el mundo se disuelva en flujos de datos y con que se imponga la tiranía absoluta del código binario, y tiene su fe puesta en la espiritualidad del cibercapital, que se transpone en luz eterna a través de los resplandores y centelleos de los gráficos que brillan en innumerables monitores […]. Las palabras y los conceptos del lenguaje coloquial, dice en cierto momento, aún están demasiado cargados de restos históricos de significado, son demasiado ‘premiosos’ y ‘antifuturistas’. En contraposición, a una velocidad de nanosegundos, tal como lo dictan las oscilaciones de la maquinaria bursátil, se erradica todo rastro de la historia, que queda arrasada por el vendaval de los futures y sus derivados. El presente ‘resulta succionado del mundo para hacerle lugar a un futuro de mercados incontrolados y de un desmesurado potencial inversor. El futuro resulta insistente’. Así como el mercado no tiene ningún interés ni en el pasado ni en el presente y sólo hace foco en la perspectiva de ganancia a futuro, el sueño de este capital es el olvido. Habla del poder del futuro y se consuma en el fin de la historia”[3]. ¿Alguna relación con nuestra actualidad nacional? ¿Le recuerda, estimado lector, algunos de los golpes de efecto para resaltar la imagen de Macri construidos desde la ficción y la impostura por los agentes publicitarios del duranbarbismo? Pero más allá de este salto a nuestra realidad que nos devuelve una semejanza con lo que es propio del neoliberalismo y de su mundialización, lo que Vogl descubre, lo que busca priorizar en su análisis, es la hondura de esta búsqueda desesperada por comprimir todos los tiempos en la lógica del “nanosegundo” del mismo modo que se intenta reducir la multiplicidad de la realidad a la bigdata con su enloquecedor uso de los algoritmos a través de los que la infinita variabilidad de lo viviente queda aplanada y homogeneizada.

DeLillo nos describe, con minuciosidad no carente de perversidad, el terrible día de este joven que ha pasado una noche de insomnio, que sólo piensa en expandir sus inversiones especulativas hasta el punto de vivir en una suerte de realidad virtual que, sin embargo, determina el destino, glamoroso u horroroso –las diferencias entre una y otra posibilidad dependen del azar o del ingenio del inversor– de un sinnúmero de seres humanos de carne y hueso. Vértigo, violencia, armazones tecnológico-informacionales que controlan todo a través de cámaras y dispositivos comunicacionales que, de modo omnipresente, colonizan todos los aspectos de la vida (la enorme limusina blanca, suerte de oficina-casa-madriguera del joven agente de bolsa, es una máquina inconcebible en donde hay todo lo que necesita para desplegar su aventura financiera, su saber holístico de los meandros del universo del capital). Más allá de su itinerario psicótico y destructivo que finaliza en el cierre de su propio destino al encontrarse con su asesino, lo que DeLillo busca mostrar –y eso es lo que le interesa a Vogl– es el proceso caótico que caracteriza al capitalismo actual. Novela de iniciación y de final de viaje donde el tiempo fluye del mismo modo aniquilador al de un sistema económico que se mueve al ritmo de la obsolescencia permanente de las cosas-mercancías y, claro, de los seres humanos que apenas si son números descartables en el juego del mercado global. Creación fantasmal de riqueza que se consume en el altar de la especulación sin que nada ni nadie pueda frenar esta locura destructiva. Autonomizado del lenguaje humano, convertido en flujo y en cifras, el capital-mercancía, abstracto en su movimiento desmaterializador, desarma todo vínculo con lo real hasta ofrecerse como una lógica virtual y binaria que, como gigantesca tela de araña, atrapa los últimos movimientos de individuos-masa reducidos a ser parte de un flujo que no alcanzan a comprender. Esta radical apuesta a la abstracción tiene consecuencias destructivas en el orden de la vida social pronunciando los procesos de fragmentación y desocialización e hiriendo de muerte a la democracia y a sus instituciones que acaban siendo absorbidas por las exigencias e imposiciones del negocio financiero que supo encontrar en las tecnologías de la digitalización su energía y su nutriente.

Wolfgang Streeck, siguiendo un camino próximo al de Vogl, nos ofrece una descripción dura y cruda de aquello que ya no aparece como una amenaza lejana en el horizonte del capitalismo sino como lo propio de la globalización, ya que en “el ámbito micro de la sociedad, la desintegración sistémica y la indeterminación estructural resultante se traducen en un modo de vida infrainstitucionalizado, una vida sumida en la incertidumbre, siempre en riesgo de verse trastornada por acontecimientos sorpresivos y disturbios impredecibles, dependiente del ingenio, la improvisación hábil y la buena suerte de los individuos. Ideológicamente, la vida en una sociedad infragobernada de ese tipo puede ser alabada como una vida en libertad, sin restricciones institucionales rígidas y construida autónomamente mediante pactos voluntarios entre individuos, que acuerdan libremente perseguir sus preferencias peculiares. El problema de esa vida neoliberal es, por supuesto, que descuida la distribución muy desigual de riesgos, oportunidades, ganancias y pérdidas, que se deriva del capitalismo desocializado…”[4]. Síntesis oscura que nos ofrece una descripción incontrovertible de aquello que está suscitando la expansión indetenible del capital. Sucede que esa promesa de “sociedad infragobernada” lejos de ampliar las experiencias de la libertad lo que termina por producir es una multiplicación patológica del estallido atómico y anómico de la sociedad llevándola a niveles de desolación y desasosiego nunca antes registrado. La rebelión de “los chalecos amarillos” en Francia puede ser leída como un intento casi desesperado por frenar la potencia destructiva de las políticas neoliberales, políticas que han golpeado, centralmente, el corazón de la Francia profunda, campesina y provinciana que ve como día a día sus vidas se precarizan mientras que los ricos se vuelven más ricos (la decisión de Macron de aumentar los combustibles y la energía, además de profundizar la caída del poder adquisitivo de los asalariados y de empobrecer a los pequeños productores y comerciantes, encontró su núcleo perverso en la eliminación de los impuestos a la riqueza que terminaron por soliviantar a miles y miles de francesas y franceses que comprendieron el núcleo perverso y sádico del neoliberalismo. Lo llamativo es que Macron fue víctima de su autoconvencimiento, la certeza de una sociedad domesticada en sus núcleos íntimos e incapaz, por lo tanto, de rebelarse ante la brutal provocación del capital. En este caso fue la gota que rebalsó el vaso del descontento y la injusticia, la evidencia de lo impropio que amenaza con hacer saltar en mil pedazos la lógica del ajuste que hoy domina a la Comunidad Europea). Una rebelión de los incontables, de los invisibles para la cuenta de las finanzas, de aquellos que, al moverse interrumpiendo la pasividad de una sociedad que parecía dejarse dominar y destruir, gritan sin encontrar, todavía, una representación política y hasta descreyendo de que eso fuese necesario. En esta época de retornos oscuros, de resonancias neofascistas, no deberíamos sorprendernos si es la extrema derecha la que logra sacar rédito de las protestas. Y esto puede llegar a ser así ya que las consecuencias desocializadoras del neoliberalismo, certeramente destacadas por Streeck y por Vogl, amenazan la posibilidad de darle una canalización progresiva, igualitarista y libertaria a la rebelión de esa Francia que se siente abandonada  y amenazada pero que encontró, en la rebelión, una identidad en construcción cuyo destino todavía no está escrito. Subjetividades dañadas y capturadas por el neoliberalismo que tienen que desaprender el bombardeo continuo de la industria de la cultura y de la información –brazos ejecutores de la subjetivación del establishment–, pero que tienen que hacerlo inventando nuevas palabras y nuevas gestualidades que no acaben siendo absorbidas por las gramáticas neofascistas que están allí, agazapadas, para aprovecharse del desconcierto y del vaciamiento social, cultural y político de las últimas décadas. Todo parece indicar que “los chalecos amarillos” comenzaron a desatar el nudo de la injusticia sin que las consecuencias de esa acción puedan ser anticipadas en sus últimos resultados. Dependerá, entre otras cosas, de que surja una lengua política capaz de sustraerse al abrazo de oso del resentimiento y que redescubra el valor del igualitarismo. Lo cierto, me atrevo a escribir, que nada será igual y que nuevos desafíos seguirán a la rebelión de los franceses. Pero, ahora, regreso a DeLillo y a su aguda comprensión de la sociedad global, digitalizada y financiarizada.     

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Siguiendo los movimientos erráticos y aparentemente irracionales –del mercado y de la economía mundial–, en Cosmópolis DeLillo “trae a la memoria las crisis financieras que se sucedieron a gran velocidad desde el siglo XX hasta el XXI: desde el colapso de Wall Street de 1987 y la crisis de Japón de 1990, la debacle de los mercados de bonos en 1994 y la crisis rusa de 1998, hasta lo que se dio en llamar la burbuja tecnológica o burbuja puntocom de 2000 y el desastre de 2007 y 2008 y los años posteriores, todos hechos que, de acuerdo con las probabilidades económicas, nunca deberían haber ocurrido o a lo sumo podrían ocurrir una vez cada varios miles de millones de años”[5]. Esa profusión de inesperados cimbronazos, que se parecen a vientos huracanados que golpean con furia la supuesta solidez de los mercados globales, constituyen una extraña dialéctica, al decir de Vogl, a través de la cual el sistema se sigue reproduciendo exacerbando su potencial disgregador, pero también son la evidencia de la anarquía que hoy domina lo que supuestamente era una lógica económica que prometía la racionalidad como núcleo de su despliegue y que sin embargo dibuja los trazos de un final posible. Recurriendo nuevamente a una metáfora literaria, Vogl dirá que al igual que “el Fausto de Goethe, este homo economicus (actor central de la fase actual del anarco-capitalismo financiero) pasa a ser entonces un tipo que siente la carencia en la abundancia y que, en la falta, reconoce el condicionamiento de su deseo para manejar, finalmente, el arte de la insuficiencia: querrá, desde el anhelo infinito, bienes finitos y siempre escasos. Esa sería la máquina deseante del homo economicus, que, con sus preferencias egoístas, efectos involuntarios, conocimientos limitados y, finalmente, un deseo que no conoce límite, quiere lo que no puede y hace lo que no quiere” (resonancias de otra frase de Marx en la que el autor de Das Kapital decía que los seres humanos desatan fuerzas que no controlan y que “lo hacen pero no lo saben”). “Eso implica, en primer lugar, que ese homo economicus moderno no entra en escena como mero sujeto racional, sino como sujeto pasional que a lo sumo regula sus pasiones aplicando una mecánica de intereses. En segundo lugar, actúa como sujeto ciego, con un saber reducido. Gesta, precisamente desde su ceguera (sin voluntad ni conciencia), la armonía de la interacción social. Por eso su hoja de vida es particular, intramundana: adquiere sabiduría desde la falta de saber y avanza con una conciencia reducida y desde un horizonte estrecho”[6]. Así como las sociedades de una remota antigüedad creían que las fuerzas de la naturaleza remitían a poderes anímicos y a potencias sobrenaturales, los hombres y mujeres de la actualidad se sienten pequeños e insignificantes ante las tormentas que los dioses del mercado desatan sobre sus frágiles cuerpos. Que el amigo lector haga las comparaciones que crea convenientes entre este análisis de un filósofo alemán que se inspira en un novelista estadounidense y la vertiginosa entrada de nuestro país, de la mano de Macri y de sus ceos amorales, en ese doble movimiento de apropiación por unos pocos de la riqueza generada por los muchos y la puesta en funcionamiento de una tómbola en la que esos muchos son los que pierden sin terminar de comprender quién ni cómo desató esa tormenta que los deja, una vez más, desamparados ante los dioses inescrutables del mercado.

El sujeto pasional ha desplazado, dice Vogl, al sujeto racional transformándolo, como no podía ser de otro modo, en un sujeto ciego, carente de capacidad para comprender y analizar aquello que le ocurre en un mundo que se le ha convertido en un caos indescifrable. Invirtiendo los términos de la idea deleuzeana de “máquinas deseantes”, nuestro autor establece una relación entre el homo economicus que habita la época del capitalismo espectral y el dominio que sobre él ejercen los afectos y las pasiones. Entre ciego y carente de voluntad para indagar sobre las condiciones de sus dificultades, este homo economicus se pliega acríticamente a las determinaciones del mercado hasta el punto de renunciar a sus derechos mientras sigue creyendo que sus problemas son el resultado, no de la arbitrariedad del sistema, sino de su incapacidad para realizar sus potencialidades. El triunfo del neoliberalismo es invisibilizar este proceso de internalización subjetiva de la sujeción deseante, es decir, del mecanismo a través del cual el individuo acepta gozosamente sus limitaciones. En determinadas ocasiones, que no suelen ser frecuentes, se rompe este sortilegio, esta forma espectral de la ideología, y se suele desgarrar el velo de lo real. Cuando eso ocurre algo importante conmueve las estructuras del orden sin que haya garantías respecto a la orientación o al resultado de ese desgarramiento. A veces, que también son contadas, se abre el horizonte de la rebeldía creadora que reformula las condiciones del ser social; otras, que también habitan esos momentos, la frustración de lo desvelado, el límite del cambio, pueden conducir a la exacerbación del resentimiento y de nuevas formas de autoritarismo.

Como enseña lo que advino inesperadamente en Francia nada está escrito de una vez y para siempre en la historia. La ilusión del capitalismo es terminar con el trabajo corrosivo del tiempo histórico, es eternizar su actualidad hasta vaciar de contenido memoria y futuro. Joseph Vogl nos mostró la potencia autodestructiva que se guarda en el interior del viaje enloquecido del capital; pudimos ver de qué manera se suceden las crisis y se acelera la descomposición al mismo tiempo que también volvimos a descubrir que nada está garantizado y mucho menos el camino hacia la emancipación. Que lo que hoy está en juego en el mundo de la vida es, nada más y nada menos, que la continuidad o no de formas de socialización que rescaten a los seres humanos de ser definitivamente atrapados en los engranajes de la digitalización y el binarismo aniquilando, en ese movimiento maquínico y algorítmico, la potencia rebelde que, cuando menos lo esperamos, rompe las cadenas de la alienación y el sometimiento (a veces, esa dominación, bajo la forma espantosa de la represión y otras, las actuales en el corazón del capitalismo neoliberal, apuntalando la expansión de la servidumbre voluntaria). El personaje de la novela de DeLillo viaja hacia la consumación de su libido autodestruyéndose como si fuera una metáfora de un sistema que acelera su camino hacia el precipicio. Viajamos, aunque no nos demos cuenta, en el Titanic.

 

Referencias:

[1] Joseph Vogl, El espectro del capital, Buenos Aires, Cruce, 2015, pp. 193-194.

[2] John Womack, Zapata y la revolución mexicana, México, Siglo XXI, 1978, p. XI.

[3] Joseph Vogl, Op. cit., pp. 14-15.

[4] Wolfgang Streeck, ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid, Traficante de Sueños, 2017, p. 55

[5] Joseph Vogl, Op. cit., p. 23

[6] Joseph Vogl, Op. cit., pp. 48-49

 

Buenos Aires, 11 de diciembre de 2018

*Filósofo, profesor y ensayista argentino. Es doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba.

2 Comments

  1. Nora Merlin dice:

    Muy buen artículo.
    frente a la posibilidad de que la subjetividad, identificada al ordenador, quede atrapada en los engranajes de la digitalización y el binarismo aniquilando también al sujeto, los lazos sociales se convierten en herramientas de resistencia

  2. Leandro dice:

    Vi una entrevista reciente a Sloterdijk en La Biblioteca Nacional en Chile y la imagen de su modernidad como «nave» ayudado por el entrevistador, termlnaba por cerrarse en la del Titanic. Estos cinicos después nos van a decir que fue un error, wue del desastre no son responsables. Claro, ellos son totalmente irresponsables.. 2019 fecha clave para poner el «freno de emergencia» y cambiar el destino de lar región. Todas nuestras fuerzas tienen que estar ahí para en adelante poder operar los cambios descicivos paea construir otra cultura Otra vez todo se juega denuevo acá.Si gana la vanalidad no va a haber chances….

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