Una de las verdades por las que la práctica filosófica se cultiva y transforma, es la política. Y en Argentina, la política de Derechos Humanos, la lucha de Abuelas, Madres e Hijos de Desaparecidos constituye un paradigma de subjetivación militante. Aquí encontramos el nudo justo de lo real en su historicidad presente.
Por Roque Farrán*
(para La Tecl@ Eñe)
1. ¿Por qué los sujetos de derecha ahora se hacen pasar por críticos y rebeldes, asumen posiciones “políticamente incorrectas” y hasta se proclaman “antisistema”, capaces de decir cualquier barbaridad con total libertad e impunidad? Pues, porque hemos dejado que la crítica y el pensamiento se empobrezcan al punto de devenir mero criticismo y juzgar valorativo. Lo real, en este kantismo pauperizado y generalizado, permanece inaccesible. La crítica materialista sólo tiene sentido y oportunidad si se orienta afectivamente, no sólo por la supuesta inteligencia o erudición, sino por los nudos sintomáticos donde se ahoga una palabra, un gesto, una acción, y se abre la posibilidad de actos concretos de liberación guiados por lo que aumenta la potencia de obrar. Lo real como afecto y acto, no simple proposición o argumento. Si sólo nos dedicamos a adorar ídolos y establecer tribunales del buen gusto, siempre podrán venir otros bárbaros a demolerlos con desparpajo y nos encontraremos en la difícil posición de justificar nuestra reacción policial.
2. Noto un problema real en la transmisión, que no encuentra su despeje adecuado al reponer solamente argumentos, conceptos o ideas, para confrontarlos entre sí y ver quién lleva la razón última (o el relativismo en que los puntos expuestos se anulan mutuamente); ni tampoco se aclara mejor al contextualizar las ideas, darles un marco histórico a las discusiones, contando las trayectorias diversas y las biografías (donde todo lo vivido y pensado queda, en el mejor de los casos, como una vieja película más o menos simpática). El problema es cómo eso que se ofrece a la consideración puntual, lectura o estudio, implica a los sujetos que lo enuncian o reciben en el mismo acto de enunciación: el valor práctico y formativo de una verdad cualquiera. Hemos perdido los marcos referenciales y quizá no sea tan malo como parece, pues no se trata de añorar ahora los “buenos y viejos tiempos” en que había criterios más rigurosos que la exigua medida del narcisismo contemporáneo para evaluar obras, gestos, pensamientos. En esta crisis irremediable, nos encontramos con una oportunidad única para acceder a los saberes que importan y decidir en nombre propio la asunción del riesgo que implica plantear una verdad en la formación. Es el momento de crear, no de banalizar o venerar. Por supuesto que esto no se puede hacer solo, pero entraña asumir la irreductible soledad de lo real que nos singulariza.
3. A veces, no siempre, somos eternos: “experimentamos la eternidad”, diría Spinoza. La eternidad no dura demasiado porque consiste nada más y nada menos que en acceder, por un instante, al conocimiento de lo absolutamente singular y su conexión con lo infinito que se abre en todas las direcciones. No es el “sentimiento oceánico” de Rolland ni la “sublime fuerza de la naturaleza” de Kant, sino la captación en un pliegue cualquiera de la materia (o del pensamiento) de todas las conexiones necesarias por las que existe en el seno del universo. La absoluta necesidad de una brizna o mueca insignificante “cuya inexistencia haría vano el universo” (retomando una frase lacaniana). En este punto las cuestiones epocales se vuelven indiferentes, no porque existiría una idea de lo real plasmada en un plano superior que declinaría luego en los distintos sustratos históricos, sino porque lo real nos encuentra en cualquier parte y momento, es sorpresivo. La sorpresa del encuentro se develará pronto, no obstante, como un engaño: habrá sido necesario que así suceda; la eternidad de cada cosa singular se muestra retroactivamente por el conocimiento afectivo, y no de manera a priori o esquemática. La historia y el pasado se resignifican en esos gestos materiales.
4. Igualmente, hay ejercicios de preparación para el encuentro con lo real: ejercicios de imaginación materialista, prácticas de sí, etc. Existe un pequeño contrapunto entre Hadot y Foucault respecto a los antiguos que tiene que ver justamente con la memoria, el pasado y las tradiciones. No debería extrañarnos, y quizás ese sea el prejuicio de Hadot, que Foucault el archivista, incluso en su estudio de las prácticas de sí, haga un uso particular del pasado. Pero no es el que Hadot le atribuye para desmerecer un poco su lectura de los venerados antiguos. Cuando Foucault trabaja y resalta la importancia de la escritura de sí (hypomnématas y cartas), en un sentido mucho más enfático que el especialista en filosofía antigua, muestra que el uso de las tradiciones y del pasado se hace para constituir un cuerpo (corpus) presente: un lugar de ejercicio no sólo de la memoria, sino de la constitución de sí atenta a lo que sucede, para adquirir una voz y pensamiento propios. Nada hay más ajeno para los antiguos que la avidez por la novedad y el futuro que nos asola hoy día (en términos apocalípticos y poco meditativos o imaginativos, cabe decir), en eso concuerdan ambos, pero la concentración ascética en el presente, en vivir cada día como si fuese el último, se nutre selectivamente de legados y tradiciones que se incorporan al modo de quien filosofa. Hacer un cuerpo, una voz y un pensamiento propios, para abordar con el coraje de la verdad el arduo vivir en el presente, exige una relación con el pasado y las tradiciones, no de veneración o imitación, sino de cuidado y uso para liberar la palabra justa.
5. En la filosofía práctica que propongo, la ontología cumple una función fundamental o elemental (literal) y no fundamentadora o aseguradora de las proposiciones (consistencia lógica argumental); se trata de realizar ejercicios de meditación racional que nos hagan perder la forma humana y sus valoraciones meridianas. Tratar las pasiones como puntos, líneas o planos en el espacio (Spinoza); tomar cada cosa que se nos presenta en su conjunto, nombrar sus elementos y descomponer sus partes hasta que no quede nada más valioso que el resto (Marco Aurelio); remontarnos hacia la cima del mundo o del universo para contemplar la insignificancia de nuestras gestas en el ínfimo espacio en que nos debatimos, o la infinita repetición de los gestos históricos que han quedado sepultados en el olvido (Séneca); considerar cada ente como una serie de conjuntos de conjuntos, vacíos e infinitos, o distintos tipos de infinito (Badiou). Una serie de ejercicios materiales que nos disponen a leer los nudos históricos críticamente, y así, poder detectar caso por caso cuáles son los puntos sintomáticos olvidados en las valoraciones humanas, demasiado humanas; como también practicar en cada situación concreta modos de reflexividad ética que nos permitan formarnos a nosotros mismos en función de preceptos que tomamos como verdades mundanas, no porque las consideremos absolutas e infalibles, sino en tanto prácticas delimitadas por el ejercicio de lo ab-soluto (vacío e infinito). En definitiva, propongo una filosofía práctica sistemática que anuda y se nutre de tres fuentes distintas: ontología, crítica y ética. A esa práctica le llamo Nodaléctica.
6. Sucede que a veces no sabemos lo que hacemos ni entendemos cuál es el material adecuado para hacerlo. La filosofía no da respuestas definitivas, pero nos ayuda a orientarnos. Cuenta Valéry que el pintor Degas andaba lleno de ideas y no lograba hacer un poema, hasta que Mallarmé le dijo: “No es con ideas, mi querido Degas, con lo que se hacen versos. Es con palabras.” Me imagino igualmente a un amigo con ganas de hacer política, también lleno de ideas, y a un militante que con sabiduría práctica le responde: “No es con ideas, mi querido amigo, con lo que se hace política. Es con cuerpos movilizados y organizados que desean mejorar sus condiciones reales de existencia.” Y así con cada práctica: se trata de encontrar el material adecuado y la eficacia específica. Porque es cierto que todos tenemos ideas, pero hasta la más abstracta -en apariencia- de todas las prácticas: la filosofía, encuentra su materialidad, no en la idea, sino en las verdades que cuida y de las cuales se nutre para transformarse a sí misma.
7. Una de las verdades por las que la práctica filosófica se cultiva y transforma, es la política. Y en Argentina, la política de Derechos Humanos, la lucha de Abuelas, Madres e Hijos de Desaparecidos constituye un paradigma de subjetivación militante. Aquí encontramos el nudo justo de lo real en su historicidad presente. Siempre digo que Memoria, Verdad y Justicia hacen un nudo que es irreductible en sus términos y condiciones. La Memoria nos conduce a un pasado vivo: las huellas de una herida inmensa que no es mero archivo o monumento, sino indagación en el presente por medio de actos concretos de selección y rememoración activa; la Verdad, por eso mismo, se despliega como una militancia inventiva: conecta la indecidibilidad propia del acontecimiento (la potencia y el horror) con los múltiples presentes afectados por su ocurrencia, decidida como tal y hecha sujeto, cada vez; pero no es sólo presentismo y militancia local, si no hay una apertura incondicional hacia la Justicia, siempre por venir: en la cual las heridas de la humanidad y su reinvención radical encuentren el modo de hacer otro cuerpo, sin excluidos, marginados ni desaparecidos; porque, si no es así, habremos sido derrotados definitivamente (ni siquiera nuestros muertos están a salvo). Por eso, tenemos que reinventar los modos de anudar Memoria, Verdad y Justicia en las condiciones actuales, cada vez, atendiendo a nuestra singularidad histórica y a los cambios mundiales; pues entre lo virtual y lo real, lo individual y lo colectivo, el adentro y el afuera, siempre pasa ese tercer hilo sutil que permite anudar y hacer las conexiones solidarias en las que se cumple la máxima materialista y amorosa irreductible: si uno se suelta los demás también lo hacen. Es así, ahora y siempre.
Córdoba, 1° de abril de 2021.
*Filósofo