La dialéctica del poder: Las tentaciones en el desierto – Por Rubén Dri

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La dialéctica del poder: Las tentaciones en el desierto – Por Rubén Dri

“Entonces Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”, así comienza la narración de la tentación a Jesús por el diablo en el desierto. La narración tiene la finalidad de la representación simbólica del emperador, que recibe el nombre de “diablo”, el que divide, opuesto a “símbolo”, el que une. La dominación se realiza mediante la división. El mundo está dividido entre los amigos y los enemigos. El debate por la dialéctica del poder ha comenzado y ya no terminará.

Por Rubén Dri

(para La Tecl@ Eñe)

 

“Entonces Jesús fue conducido al desierto por el espíritu  para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1).

De esa manera introduce el evangelista Mateo el tema de las tentaciones a las que Jesús de Nazaret fue sometido por el enemigo que recibe diversos nombres: demonio, Satanás, diablo, tentador. La narración tiene la finalidad de presentar al héroe que debe enfrentar al enemigo, que no es otro que el imperio romano.

“Entonces Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo -así comienza la narración, para luego continuar- “Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre y acercándose el tentador le dijo: si eres el Hijo de Dios di que estas piedras se conviertan en pan. Él contestando dijo: escrito está que no de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4, 3-4)

El desierto, la soledad, es el lugar especial para que el héroe se enfrente a los poderes divinos y demoníacos. Debe salir victorioso para poder cumplir con su misión.

“Si eres Hijo de Dios”. Lo que aquí está en juego es nada menos que la “filiación divina”, categoría teológico-política de extraordinaria importancia. Se trata del poder, del máximo poder que detenta la autoridad en el sistema monárquico. El monarca siempre está emparentado con la divinidad.

San Pablo lo sabía. Por ello en el encabezamiento de la  “Carta a los romanos”, es decir, a la comunidad cristiana residente en Roma, expresa: “Nacido –Jesús el Cristo- del esperma de David según la carne, constituido-proclamado Hijo de Dios, con poder según el espíritu divino en la resurrección de los muertos”.

“Nacido del esperma de David”, es decir, un ser humano perteneciente a la dinastía real que ha sido “proclamado”, es decir, “consagrado” como “Hijo de Dios”. Naturaleza humana y naturaleza divina.

El tentador arremete, desafía, pone a prueba: “si eres el Hijo de Dios”. Está en juego la filiación dina, el documento que Jesús debe presentar si pretende ser reconocido como “Hijo de Dios”. El desafío consiste en, nada menos y nada más, que transformar en pan las piedras, esas enormes rocas del desierto.

El tentador va a fondo. Si pretendes que te reconozcamos como “Hijo de Dios”, debes demostrar que tienes el poder de transformar las piedras en pan. En otras palabras, “debes solucionar el problema a económico”.

El contexto de la tentación es el del imperio romano que estaba sufriendo una profunda transformación. Los campesinos  abandonaban sus propiedades y se refugiaban en Roma.

De ahora en adelante, el poder político debía solucionar el problema, conseguir el pan, traerlo desde lejanas regiones del imperio, para satisfacer el hambre de la multitud, al mismo tiempo que proporcionar la diversión que ahora era necesaria para una población en gran parte desocupada.   

Hasta el momento ese problema era solucionado por el poder del emperador, o sea, del tentador, que hacía traer el pan desde diversas regiones del imperio. Quien resuelve ese problema es quien detenta el poder, quien prueba que tiene el poder y, en consecuencia, es reconocido como emperador, como rey.

¿Puede ese “nacido del esperma de David” solucionar ese problema? Si lo logra prueba que es el “Hijo de Dios”, prueba que tiene el poder divino-humano que necesariamente debe tener el rey. ¿Qué puede contestar Jesús, exhausto por el ayuno de cuarenta días en el desierto?

La contestación es clara y tajante: “Escrito está que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. “Escrito está”. Así comienza la respuesta. No hay que buscarla lejos.

 

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“No sólo de pan vive el hombre”. Sí el hombre necesita pan, necesita alimentarse, pero también los animales, las ovejas, los pájaros necesitan ese insumo material simbolizado por el “pan”, el alimento por excelencia, pero no basta, porque el ser humano no es sólo cuerpo, no es sólo estómago. Es también, y por esencia, sujeto que piensa, habla, comunica.                                      

No vive sólo de pan, no tiene sólo necesidades materiales, sino también, y esencialmente, necesidades espirituales, todo eso que “sale de la boca de Dios”, especialmente ese proyecto que se sintetiza en las diez palabras.

El problema del pan había sido resuelto de una manera clara mediante el plan de las “diez palabras”, que conocemos con el nombre de los “diez mandamientos”. Se trata de un proyecto integral que contempla las satisfacciones de las necesidades tanto corporales como espirituales y que tuvo vigencia por el espacio de doscientos años.   

Mediante el proyecto que se sintetiza en las “diez palabras” Jesús le ha respondido al demonio, las piedras se han transformado en panes.

“Entonces lo lleva el diablo a la santa ciudad, lo pone sobre el alero del templo y le dice: si eres el Hijo de Dios, échate abajo, porque está escrito que encomendará a sus ángeles que te lleven en sus manos para que no tropieces con las piedras. Díjole Jesús: de nuevo está escrito: No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4, 5-7)

Lo que aquí se critica es la ostentación del poder. Las piedras se convierten en panes por el cumplimiento del proyecto integral que se sintetiza en las “diez palabras” y no por la ostentación de un  súper poder que resolvería el problema de manera milagrosa.

“De nuevo lo lleva el diablo a un monte elevado en extremo y le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: todo esto te daré si postrado me adorares. Entonces le dice Jesús: Apártate Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás. Entones lo dejó el diablo, y he aquí que llegan unos ángeles y le sirven” (Mt 4, 8-10)

“Un monte elevado en extremo”. El monte es símbolo del poder, es el imperio. Allí arriba de todos está el emperador, el máximo poder. De él dependen todos los poderes de la tierra, todos los reinos del mundo.

El emperador aquí recibe el nombre de “diablo”, el que divide, opuesto a “símbolo”, el que une. La dominación se realiza mediante la división. El mundo está dividido entre los amigos y los enemigos.

El diablo divide el mundo entre amigos y enemigos. Los primeros son los que aceptan la dominación y los otros son quienes la rechazan y obligan al emperador a utilizar la fuerza para someterlos.  

La propuesta del diablo, el que divide, es darle a Jesús todo el dominio del mundo, para lo cual es necesario no sólo que acepte ese dominio sino que directamente se someta a él, realizando la proskýnesis, el “arrodillarse” ante el emperador, ceremonial que había introducido el emperador Calígula.

En la célebre controversia de las investiduras del año mil entre los emperadores y los papas que se disputan el poder, el monje Hildebrando, que como papa adopta el nombre de Gregorio VII, promulga el célebre “Dictatus Papae”, que reclama para el papado el sumo poder.

Efectivamente, el artículo octavo establecía que “sólo el papa podía usar las insignias imperiales”; el noveno, que “sólo los pies del papa debían ser besados por todos los príncipes” y el décimo, que “sólo su nombre podía ser pronunciado solemnemente en las Iglesias”.

La respuesta de Jesús es terminante: Apártate Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás –proskynéseis- y a él sólo servirás –lautréseis-.

La respuesta de Jesús es clara. Va en contra del poder de dominación que había sido aprobado y bendecido por Dios según la teología davídica de dominación.

Efectivamente, “Anunciaré el decreto del Señor –dice el salmista- pues él me ha dicho: Tú eres hijo mío; hoy te he dado a la vida. Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad, los confines de la tierra. Las podrás aplastar con vara de hierro y romperlas como cántaro de greda” (Salmo 2).

Como conclusión de la narración de las tentaciones, dice el evangelio de Mateo: “Entonces lo dejó el diablo y he aquí que unos ángeles llegaron y le servían”

El demonio, diablo, tentador, Satanás,  ha sido vencido. “Y dando fin a toda tentación, el diablo se retiró de él hasta un tiempo oportuno”.

No está dicha la última palabra. El debate ha comenzado y ya no terminará. Habrá épocas de pausa, pero las tentaciones volverán. La guerra es interminable.

 

Buenos Aires, 31 de marzo de 2021.

*Filósofo y teólogo.

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