Esteban Rodríguez Alzueta nos envía esta nota sobre la biografía de Corsini que escribió Pablo Dacal, Por qué escuchamos a Ignacio Corsini, que en palabras de Alzueta, no es un ensayo sobre Corsini sino una auténtica biografía, uno de los géneros más difíciles y acaso por eso mismo, más denigrado, una biografía donde la vida de Ignacio Corsini se confunde con la vida de Pablo Dacal.
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
(para La Tecl@ Eñe)
Conocí a Pablo Dacal allá por el 96 o 97 cantando “El cosechero” de Ramón Ayala y recitando poemas de Dylan Thomas. Iba vestido de negro, usaba camisa blanca y zapatos con tacos; cantaba a capela, empuñando una guitarra criolla y acompañado por el violoncello de Manolop. Pablo no sabía decir no, se subía a todos los escenarios donde lo invitaban. Siempre fue muy generoso, como su repertorio. Siempre había un lugar para el tango, el folklore y el rock; por eso en su cancionero se respira pluralidad: hay valcecitos, zambas, mazurcas, gualambao y mucho pop.
Con el paso del tiempo Dacal se convirtió en un militante de la canción rioplatense. Hizo de la canción un libro de historia y un laboratorio, la mejor excusa para ponerse a imaginar y experimentar nuevos rumbos para su repertorio y la música popular. No está sólo en esta travesía, Pablo, junto a Palo Pandolfo y Andrés Calamaro, todos preocupados por el acervo del cancionero argentino, continúan ese legado que quiere poner a la canción más acá pero también más allá de sus propios límites.
Quiero decir, los que conocimos a Pablo Dacal sabemos que no es extraño que se ponga a escribir una biografía, y que esa biografía sea precisamente la de Ignacio Corsini. Lo digo después de haber leído el libro Por qué escuchamos a Ignacio Corsini, editado por Gourmet Musical. Porque en verdad, hasta ahora, conocía sus contornos más generales, algunas canciones como “Adiós muchachos” o “La pulpera de Santa Lucía”, y otras que –prueba del olvido y mi ignorancia- siempre había cargado a la cuenta de Carlos Gardel.
Tengo una hipótesis: Pablo fue corsinista antes de conocer a Corsini. El libro de Corsini que escribe Dacal es un espejo donde mirarse. Cada uno tiene el derecho a inventarse un linaje, una tradición. Y el cancionero de Corsini, la vida de Corsini, es el repertorio previo que elige Pablo para contar las apuestas presentes que viene ensayando, el guante que recogió para pensar las tareas y disputas pendientes.
Pero que se entienda, la tradición no se dispone para la conservación. Por lo menos, y tal como la entiende Dacal, la tradición no está hecha para repetirse. La tradición, dice Pablo, haciéndose eco de las palabras de Igor Stravinsky “es como un bien familiar, una herencia que se recibe con la condición de hacerla fructífera antes de trasmitirla a la descendencia. Una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado muerto: es una fuerza viva que anima e informa al presente.”
Por eso agrega Dacal: “Corsini se propuso cuidar el legado criollo”, de la misma manera que ahora Pablo se propone cuidar el legado rioplatense donde Corsini tiene un lugar importante, aunque olvidado. Pero no para conservarlo en un frasquito de formol, sino para transformarlo en insumo, para que la canción siga creciendo. Porque Pablo es un defensor de la canción que rueda y en ese rodar se va llenando de otras experiencias, emociones, se va llenando de tiempo. Las canciones son una manera de guardar el tiempo, de modo que volver sobre esas canciones, abrirlas, implica recobrar el tiempo perdido, sepultado, arrinconado.
Las palabras que Pablo utiliza para contar a Corsini son las palabras que yo hubiese elegido para describirlo a él. Por ejemplo: “guitarra viajera”, “una cosa lleva a la otra”, “trovador misterioso”, “el payador es un cantor que usa rima como flechas”, “hay que aislarse, ir a contrapelo de lo establecido o vivir refugiado, en la fantasía o el espectáculo, para comenzar a imaginar”, “en la curda de la noche nadie pregunta nada”, “todo lo que siente tarde o temprano se transforma en canción”, “hay cantores que no pueden estarse quietos, necesitan acumular experiencias, traducen, de un lenguaje a otro todo lo que oyen”, “hay que dar voz al tiempo y a la tierra que se camina”, “hay que hallar la melodía que está flotando en el viento y darle forma”, “hay que cantar bien para que los versos lleguen lejos”, “los cantores se adaptan a las posibilidades para seguir adelante, el grupo se arma cuando las agendas coinciden y si surgen problemas se busca un remplazo”.
Todas estas frases las leí como una declaración, otro manifiesto. Porque la biografía de Corsini que escribe Pablo es un manifiesto, otra declaración de guerra. Los que conocemos y seguimos a Pablo sabemos de su devoción por los manifiestos. Pablo hizo de Corsini otro manifiesto, no solo porque lo pone en la mano para hacerlo palpable, evidente, sino porque encontró en la vida de Corsini, la oportunidad de pasar en limpio lo que piensa y siente sobre la canción y los cantores, el lugar que tiene la canción en la vida de la gente.
Contar la música de Corsini no es una tarea sencilla. La música de Corsini es una música original, que está en los orígenes del repertorio rioplatense y argentino. Y como el propio Pablo señala “los comienzos siempre son confusos”, están llenos de diálogos tensos y cordiales a la vez. En los estrenos los géneros se enredan, por eso los valses, las vidalitas y milongas conviven sin culpa, sin llamar la atención, sin tener que rendir cuentas a nadie.
Ir detrás de Corsini, entonces, implica ir detrás de un repertorio generoso, pero lleno de malentendidos. Porque los diálogos entre el campo y la ciudad, entre lo gauchesco y los inmigrantes, entre la pulpería y la radiofonía, la tertulia y el cinematógrafo, la música y la poesía, son tensos y cordiales a la vez.
En la vida de Corsini el teatro se confunde con el circo, no se sabe dónde termina la actuación y empieza la canción. Hay que contar la vida de Corsini con esos diálogos, con ese telón de fondo que es, entonces, un telón ampliado, porque Buenos Aires le quedaba chico a Corsini. Demasiado grande es la Argentina para encerrarse en una ciudad que, en aquella época, tenía el tamaño perfecto para conspirar y dar el batacazo. Con Corsini el campo llegaba a la ciudad, el desierto entraba finalmente a la ciudad y la vida arrabalera tenía que medirse con otros derroteros, soledades, traiciones.
Además, una vida es una comunidad de amigos. Dice Pablo: “La historia de una vida, en realidad, son muchas historias entremezcladas, cada persona es un torbellino de gente.” Por eso, hablar de Corsini es hablar también de los amigos, hablar de los Podestá, de Gardel, de Enrique Maciel, del Indio Aguilar, de Gabino Ezeiza, de Pesoa y Pages, de Héctor Pedro Blomberg, de Vicente Geroni Flores, Manuel Romero, Benjamín Tagle Lara.
Y eso es lo que hace Pablo: se mueve con amigos que, siendo aliados, no son necesariamente aplaudidores o compinches. Pablo es un trotamundos porque cultiva la amistad que después hay que saber sostenerla. Una amistad que se convierte en el mejor pretexto para seguir viajando, visitando, componiendo, escribiendo.
Dacal nos dice que una de las hipótesis centrales del libro es que Corsini es la contracara de Gardel, que entre Corsini y Gardel hay un contrapunto, que la figura de Ignacio Corsini está en la vereda opuesta a la de Carlos Gardel. Si Gardel sobreactúa las emociones que se ponen en juego en cada canción, Corsini, prefiere despojar a las canciones de cualquier impostación. Si Gardel buscaba la aprobación de los oyentes, la complicidad de la audiencia, Corsini no hacía concesiones, no le cantaba a la gente lo que esta quería oír. Si Gardel se dedicó a la conquista, Corsini al descubrimiento.
Corsini eligió el bajo perfil para estar en el campo de la cultura. Corsini fue un “caballero cantor” no por falsa modestia sino porque fue un cultor del bajo perfil, porque cantaba “sin declamaciones”, sin aspavientos, sin alardes ni golpes de efectos, “sin gestos ni muecas innecesarias”. Porque cantaba sin pensar en las fotografías, en las próximas entrevistas, en la futura gira que lo llevara por el mundo. Es decir, Corsini evita el lunfardo, la pose de compadrito, no tiene que exagerar una borrachera ni graduar la tristeza, y tampoco celebra la viveza criolla. No le interesa encarnar el personaje arrabalero de macho maleante.
Sin embargo, y dicho sea entre paréntesis, volver sobre el cancionero de Corsini o Gardel, pero también sobre el repertorio que supieron cuidar Julio Sosa, Edmundo Rivero o el polaco Goyeneche, implica volver sobre las palabras prohibidas, esos versos que vamos tachando, cancelando, que se fueron volviendo políticamente incorrectas, objeto de denuncia y escrache, sobre todo en la gran ciudad blanca e ilustrada. Estoy pensando en la “patria”, en “la mazorca”, en “Juan Manuel”, pero también en el mundo del delito y la cultura misógina de la que hoy hay que huir como de la peste.
Pero no nos vayamos de tema, lo que nos dice el Corsini de Dacal es que para contemplar no hay que declamar, que la contemplación reclama silencio, que las canciones de Corsini crecieron en silencio, necesitan del silencio que aprendió en el campo para levantar vuelo. Ese mismo silencio que ahora cuesta encontrar en la gran ciudad cada vez más ruidosa, voraginosa y correcta.
Porque a Corsini, nos dice Dacal, le sobraba campo. Sus canciones estaban hechas de paciencia, de metafísica y mucha imaginación. Son canciones sencillas cantadas en un estilo simple, como la vida en el campo, ese campo que nos queda cada vez más lejos, ese campo despoblado, talado, al que le hemos dado la espalda.
Este libro no es un ensayo sobre Corsini sino una auténtica biografía de Corsini. La biografía es uno de los géneros más difíciles y acaso por eso mismo, más denigrado. No basta con reunir la información suficiente para ponerse a escribir. No basta con leer los diarios de la época, consultar la correspondencia, hacer las entrevistas de rigor… ¡Hay que saber ponerse en el pellejo del otro! De hecho, se puede escribir una biografía interesante sin leer los diarios de la época, desconociendo la correspondencia o releyendo esas entrevistas. Y digo esto porque, sospecho, uno no escribe ni lee cualquier biografía, las biografías no se eligen al azar. Es más, agregaría que no somos nosotros los que elegimos a la biografía, sino que es el biografiado el que nos elige a nosotros para que las escribamos. Siempre hay un llamamiento para quien sabe escuchar, de la misma manera que siempre suele haber un mandato en cada canción destinada a durar. Quiero decir, cada uno elige la biografía que necesita, se mide con una biografía que esté a la altura de sus expectativas, de la vara que se fue poniendo en su propia vida. Uno lee y escribe la biografía con la que se identifica, en la que puede reflejarse, pero también en la que puede encontrar un horizonte, un estilo y una ética, es decir, un sentido para la acción.
En otras palabras, la vida de Ignacio Corsini se confunde con la vida de Pablo Dacal. Ya no sabemos quién habla, si es Corsini o Dacal. Porque resulta que Pablo encarna a Corsini, un Corsini que interpela y reta a Dacal. Al fin y al cabo, uno lee y escribe la biografía que también vivió, como un largo deja vú.
La Plata. 13 de enero de 2022.
*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención. Su último libro es Esa piedra.