En esta nota, Darío Capelli sostiene que la burla de Milei sobre el apellido de Lali Espósito, en un país que hizo de la lucha por la identidad una de las vigas fundantes de la vida democrática, constituye un acto de lesa civilidad.
Por Darío Capelli*
(para La Tecl@ Eñe)
Los apellidos son acaso la única huella resistente de una infancia histórica de la humanidad en la que la que el carácter arbitrario del signo lingüístico no era una preocupación del conocimiento porque, al contrario, la relación entre palabras y cosas era aún de naturaleza motivada. Ni siquiera los nombres. Sí, en cambio, los apellidos. Imaginamos que, para distinguir a un Pedro de otro, a aquel que bajaba por la ladera se lo llamó Pedro de la Sierra y a aquel otro que llegaba caminando por el sendero verde entre dos montañas, Pedro del Valle. Los apellidos también denotan a qué casa pertenece cada quien o en qué oficios se especializaba. De allí que al hijo de Gonzalo se lo llamara González o al forjador de aceros, Herrero. Hay apellidos que evidentemente aluden a cualidades físicas que distinguían a los fundadores del linaje: Delgado, Calvo, Rubio o Moreno. Muchos apellidos italianos de este tipo son caricaturescos pues se constituyen a partir de algún aspecto físico en el primero de la familia o por alguna de sus carencias. Podemos intuir la capacidad auditiva del más antiguo de los Sordelli, el pelo enrulado del primer Ricci y la abundancia de bello (o su completa falta, si el matiz fuera irónico) del antepasado que me dio el Capelli.
Los apellidos son la marca de un origen y sólo en un retruécano borgeano o por bobería insustancial de pequeño burgués dedicado a perder el tiempo, alguien podría asumirlos como un destino. Si tal fuera la especie de los apellidos (digo: designar un destino más que portar un origen) amargamente se hubiera resignado el compositor austríaco Alban Berg a jamás poder componer más bellamente que su maestro Arnold Schönberg, ya que Berg es «Monte» en alemán y Schönberg, «Monte Hermoso». Pero miento: Borges podría obrar estos juegos con maestría y el pequeño burgués que pierde el tiempo puede hacerlo sin gracia. Son perdonables ambas distracciones. Pero hay un tercer tipo de sujetos que hacen de la burla sobre los apellidos un alarde de carencia absoluta de creatividad y, como consecuencia de ello, de crueldad espantosa, antincipatoria de otras peores. La representación paradigmática de esta clase de crueldades en la literatura argentina es El niño proletario de Osvaldo Lamborghini. Recordemos: lo primero que la narración nos dice del niño Stroppani es que, además de ser hijo de obreros (o precisamente por serlo) su propia maestra le había cambiado el apellido por ¡Estropeado! De Stroppani a ¡Estropeado!. A partir de allí, todo es la deshumanización más aberrante hasta que finalmente -condenado por su condición social- termine cumpliendo el destino que le fijó el apellido endilgado: un cuerpo enteramente estropeado por las abyectas vejaciones de sus compañeros de grado.
¿De dónde vienen los apellidos Milei, Trebucq o Majul? Es evidente que de diversos orígenes. Dos de ellos parecen ser europeos meridionales y el otro, de ascendencia árabe. Son apellidos cortos. Guturales. Algo trabados. No sabemos qué significan. Hemos visto, en cambio, que sus portadores se han burlado de la artista Lali Espósito, deformando su apellido para asociarlo a una maniobra improbable e, incluso, inverosímil por el monto de la transferencia supuestamente depositada. Con un agravante: el iniciador del denuesto fue el propio Presidente de la Argentina, es decir, la jerarquía más alta del ordenamiento jurídico de nuestro país. Los otros le siguieron el carro y, como unos chambones, festejaban la humillación: fueron cómplices de un acto de lesa civilidad.
El apellido de Lali, Espósito, comparte el origen con otro del cual es variante: Expósito, aquel que supieron engalanar dos glorias de nuestra cultura popular, los hermanos Homero y Virgilio, poetas de tangos notables como «Naranjo en Flor», «Trenzas», y «Afiches» o del bolero «Vete de mí» que compusieron juntos cuando ambos eran todavía adolescentes, que tiene infinitas interpretaciones entre la que destaca la del cubano Bola de Nieve y del cual se declaró fanático hasta el mismo Fidel Castro. El Presidente Milei ha dicho en alguna ocasión que su género musical favorito no era el tango ni el bolero sino el rock and roll (no el rock nacional -lo que no hubiera estado mal- sino el rock and roll). Y si bien parece que se emocionó con la «Balada para un loco» cantada por Raúl Lavió, digo Lavié, es presumible que debe aborrecer de los Expósito, máxime si Fidel gustaba tanto de una de sus canciones. Pero volviendo al origen de los apellidos: tanto el de Homero y Virgilio (Expósito) como el de Lali (Espósito) son, además de -como todos los apellidos- una marca de identidad (en un país donde el derecho a la identidad y la restitución de apellidos fueron luchas que acompañaron el proceso de consolidación de la vida democrática); además de ser marca de identidad, decíamos, el apellido Espósito (o Expósito) es una etiqueta que portaban los niños y las niñas que habían sido abandonados por sus padres. La Casa de Niños Expósitos fue una vieja institución virreinal que alojaba a huérfanos de toda clase y que está en el origen de lo que hoy es el Hospital de Niños «Pedro Elizalde», antes Casa Cuna, ubicado en el barrio de Constitución, frente a la Plaza del mismo nombre, nada lejos del enorme monumento en homenaje a Alberdi, un apellido que el Presidente se empecina en mancillar toda vez que lo menta para justificar una agresión contra las regulaciones del trato comunitario.
Al decir Depósito por Espósito, Milei se precipita al desbarranque moral. Y la bulla con que los otros festejaron la ocurrencia es el inicio de un camino que recuerda la atroz violencia de clase contra el niño proletario de Lamborghini ¿De quién se burla Milei cuando se burla de Lali por su apellido? De la artista, desde ya. Para ella, vaya nuestra solidaridad más genuina. Pero también se burla de la parte más débil de la sociedad que gobierna, de las instituciones que la protegen y de las normas que intervienen para que la vida no sea una mera lucha por la auto conservación, como probablemente fuera el mundo antes de que supiéramos darnos apellidos que nos distinguieran a unxs de otrxs y que al mismo tiempo informaran nuestro origen. No es sólo una humorada, como pretenden justificar los fantoches del canal de televisión que lo entrevistó. Es una burla macabra hacia nuestra historia, hacia las mejores tradiciones del liberalismo, hacia la cultura popular y el arte, hacia la identidad nacional; Milei, al cabo, se está burlando del pueblo para devastar su ánimo y poder aplicar luego las políticas de escarnecimiento que le dictan los sectores que representan el interés económico más concentrado.
¿El Presidente sabe lo que pone en juego cuando se burla del apellido de Lali? No tiene por qué saberlo y aun así lo hace. Pero así también se expone a que podamos sacar alguna conclusión sobre posibles proyecciones de su propia psiquis. Justamente él, que en relación a sus padres dijo en un programa televisivo «para mí no existen», burlándose del apellido Espósito. Vamos.
Este texto contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor.
Buenos Aires, 15 de febrero de 2024.
*Sociólogo, docente UBA-UNLaM, co-editor de la revista El Ojo Mocho.
4 Comments
Aclaratorio, instructivo , además un excelente texto de análisis,marcando puntualmente la desubicación de la burla de nuestro mandatario, tal vez como pantalla de otras cosas peores.
Gracias.
Bien Capelli!!!
Un personaje creado por los medios es el actual presidente. Una vergüenza para el país y su gente.
Un panelista televisivo y hater tuitero convertido, por voto popular, en presidente de la Nación. Argentina, el nuevo Macondo del Sur-