Cómo pensar la idea de Patria en tiempos de neoliberalismo financiero, y cómo pensar, a través de los tiempos, la relación de los hombres con el mercado y de los hombres con el suelo patrio, con la tierra, con la Matria y su naturaleza.
Por Conrado Yasenza*
Hace ya unos años leí “Vivir afuera”, gran libro de Enrique Fogwill. De alguna manera, aquel libro manifestaba un clima de época que auguraba la consolidación globalizadora mercantilista, con una idea sencilla que hasta pudo haber pasado desapercibida: los cuerpos, los ciudadanos, las personas, no pueden circular libremente por rutas y caminos ya que la territorialidad del mercado ha sembrado sus retenes. El recorrido o la circulación por los territorios es tal si el mercado accede a ello. Allí están, nacen y se reproducen las autopistas. El viaje, el traslado, la circulación es sólo posible si antes se paga el peaje. Para ello se proyectan y se construyen, y es ahí donde se impone la idea de mercado como organizador espacial y territorial del movimiento de los cuerpos, cuerpos objetivados, cuerpos líquidos, intercambiables y descartables; cuerpos que se realizan en la venta de sus cualidades de consumo bajo una ornamentación posmoderna, una pátina de subjetividad acorralada. Eso que los filósofos del siglo XXI denominan sistema neoliberal, ese ir por las almas, como lo expresó Margaret Thatcher.
Es así como el mercado nos roba el cuerpo objetivo, el cuerpo de la Patria. Esa Patria, que es necesario pensar como idea o noción aún más antigua que la de Nación o Estado.
¿Qué es la Patria? Podríamos decir que supone la pertenencia a un territorio, a un suelo, implicado en una historia diferencial, una historia propia y común, que produce las condiciones para que surja un pueblo que culturalmente se diferencia y se acerca a otros. Pero la palabra Patria, como lo expresó León Rozitchner, pudo ser la palabra Matria, ya que el suelo patrio es el suelo materno, la pachamama, que en la cultura de gran parte de nuestra región significa la primera y más profunda relación con la tierra. Patria o Matria: Quizás es en esta primera occidentalización donde emerge el dominio patriarcal, donde comienzan a esbozarse las primeras diferencias de clase: los que están incluidos y los que no; los que están arriba y los que están por debajo, los que pueden desear y los que no; y también aquellos que en tiempos amables son contenidos por el concepto de Patria: los extranjeros.
Entonces la Patria sería ese lugar primario donde las relaciones humanas son abarcadas y compartidas. La Patria ligada a la noción de comunidad pero también al territorio, a la tierra, al recorrido del suelo patrio y a la historia de ese recorrido. Pero cuando toma forma el concepto de Patria se tejen suposiciones: la existencia de una tierra, la satisfacción de necesidades básicas, la cooperación entre los habitantes de esa tierra, y la producción que satisfaga esas necesidades que alteran la relación con la naturaleza y las relaciones entre los hombres.
Habrá que pensar entonces en cómo la idea de Patria se conjuga con la de mercado, y cómo a través de los tiempos, el mercado ha dominado la relación de los hombres entre sí y de los hombres con el suelo patrio, con la tierra, con la Matria y su naturaleza. Allí el desafío de armonizar ese paño habitable donde también entra en juego el goce.
Aquella alusión inicial a la novela de Fogwill remite a las complejas relaciones que los hombres y mujeres han establecido con su cultura, su economía y su historia. Esa demarcación de peajes mercantilistas que delimitan el recorrido, la habitabilidad y la comunión con el territorio, es lo que simbólicamente manifiesta la idea de vivir afuera, la distinción entre estar incluido y estar excluido. Las restricciones del mercado en su faceta neoliberal-financiera sólo hablan de dominio y reducción de esas condiciones necesarias para que exista la Patria, para que haya historia. Y para que haya historia y Patria debe haber un Estado que oficie de garante y articulador del bienestar general para que el pueblo pueda organizarse en comunidad, sin desentenderse de la conflictividad de intereses y desigualdades que genera el capital financiero. De no existir un Estado fuerte y eficiente, la Patria es devorada por un sistema que se autoreproduce ilimitadamente.
Convalidar el imperio total del mercado -porque de ese dominio no hemos salido: es más, aceptamos ese sino como ineludible- es restablecer las condiciones de reducción cultural, política e histórica de una Patria -y de un suelo materno- que en sus más de doscientos años ha vivido escasos momentos, raros momentos de felicidad y relativo dominio de las variables socio-económicas enlazadas a la idea del mayor bien común posible. Y ello es así porque la Patria se asienta en una materialidad que las izquierdas desconocen o desatienden luego de descubierta, mientras que la derecha siempre supo de ella, fue en su búsqueda, la conquistó y reservó para sí.
Por ello es que habitamos un mundo y una región que no ha podido modificar esa relación material, cultural y política cuyo lenguaje hegemónico es la prevalencia de la producción de bienes que exceden lo necesario.
Un nuevo signo lingüístico debe oponerse a esas estructuras económicas para que las relaciones de sociabilidad, solidaridad y cooperación se establezcan al calor de comunidades para las cuales el peaje para acceder a la vida no sea exclusivamente el consumo de bienes económicos efímeros ni la pregnancia del individualismo hedonista, sino la realización colectiva en el marco de condiciones dignas de trabajo, salud, educación y también recreación. Es decir, la comunidad organizada.
A partir de aquí, el desafío de pensar la Patria, su cultura, sus lenguajes, sus relaciones de producción y su historia; la pasada y la que debemos construir para realizarnos en ella.
*Esta nota fue escrita para Télam y publicada originalmente en la agencia.
Periodista, director de la Revista La Tecl@ Eñe, y docente en UNDAV