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La música de la oscuridad – Por Gabriel Rodríguez Molina

En su último libro “Cantos oscuros, días crueles”, Vicente Zito Lema desgarra el silencio para cantarle a la crueldad, madre de toda pobreza.

Por Gabriel Rodríguez Molina*

(para La Tecl@ Eñe)

 

En su último libro Cantos oscuros, días crueles (Ediciones La Cebra, 2019) el poeta dramaturgo y periodista hace un guiño directo a la apocalíptica obra que renovó la poesía francesa del siglo XIX, Los cantos de Maldoror de Isidore Ducasse (el El conde de Lautrémont). Obra que ha sido inspiración para varios escritores por su lírica crudeza y manifiesta crueldad y que ahora también sopla a través de Zito Lema. Pichón Riviere dijo alguna vez sobre Lautréamont, que al igual que Rimbaud, había sido tomado por el sufrimiento, la aventura y los cielos lejanos. Son esos mismos cielos los que en el último libro de Zito Lema cobran una presencia omnipresente, como si se formara, poema tras poema, la médula que hila delicadamente cada fragmento. Cielo lejano, crudo, litúrgico, bíblico, el que plasma Zito Lema. Un cielo, el de Zito Lema, repleto de fantasmas que circundan el misterio y la tristeza.

El libro empieza con una frase sencilla y oscura “Aquí en estos días, que de vivir, morimos” y luego da paso al primer fragmento La ciudad del malolvido donde se intuyen las primeras impresiones: Zito Lema escribe de pie. Escribe clamando por la redención del oprimido. Vicente abre un tajo de negrura, un orificio por el cual gotea la crudeza de la oscuridad y a la vez, su contradictoria belleza. “La ciudad fue bautizada con sangre de niños.” “La ciudad ya no camina el alba” dice.

Zito Lema escribe con la última voluntad del hombre al cual le arden las cicatrices que lleva en la memoria. Cicatrices de las cuales exprime la sangre de la belleza “Desde las livianas músicas del río de piedras en el verano/desde su esquina arbolada que alienta los jóvenes besos/aparece sin daños la belleza/ la belleza no es humana.” Caen sentencias poéticas como goterones en la oscuridad que aclimata el tejido de estos cantos. El ritmo aparece en la repetición, en el acento. Y nace la pregunta como hueso, como médula nutricia. “¿Quién escribirá las últimas palabras?” “¿Alguien se sentará a la vera del jardín agreste para ver cómo crece el duraznero?”.

La poesía de Zito Lema evoca el diálogo entre la belleza y la muerte, nace de esa tensión entre la que camina el ser. Y de allí exuda la extrañeza de lo cotidiano o lo absurdo que se sale de la exclamación para desanudar la acumulación de lo oscuro. En La ciudad del Maldolor segundo fragmento del libro, aparecen en contraste el mundo de la luz y el de las sombras y otra vez el cielo, la cruda sentencia y la interrogación forjando la carne del libro “Sonámbula se anuncia la mañana/la perfección del cielo se permite una nube pesada.” “La memoria es peor que la muerte” “¿Qué narran los pájaros de mil alas si arremete la lluvia con su puñal mientras ellos cantan?”. Y retorna a aquella sensibilidad que solo puede ofrecer la naturaleza: “Los árboles que rozaban el cielo eran la noche” o “el cielo se abre… el río se desnuda.”

 ¿Qué representa el cielo para el poeta? ¿Es un horizonte? ¿Es el vacío? ¿Es la idea platónica de la eternidad? ¿Es una simple tela donde proyecta sus sueños? Se desprende de Cantos oscuros, días crueles la esencia de la liturgia, de la ceremonia del canto que parece venir de las voces ausentes que son invocadas, se percibe el veneno de la calle, del tiempo, de la muerte, del dolor, de la injusticia. Aparece la villa, el lugar donde no hay mieles, donde “La única ley es no morir.” y “la muerte viste con andrajos”. Tras algunos poemas crudos y explícitos se puede decodificar el mensaje del poeta: La noche anuncia la muerte que se llevará consigo almas que no entrarán al cielo por haber sufrido la pobreza. Quién cargará el sudario sobre los párpados caídos de los jóvenes cuya vida se ha llevado la noche ¿El poeta? ¿Es la poesía una forma, aunque inútil, romántica, necesaria, de nombrar a aquellos que han nacido muertos y cuyos nombres nadie dirá nunca? ¿Le pertenece al poeta ese deber social? ¿Le está permitida esa clarividencia? ¿Ese rezo? Ante estas preguntas Vicente Zito Lema prefiere el grito antes que el silencio y concluye estos cantos con una visión lumínica que se asemeja a la que declaró Platón al decir “De noche, especialmente, es hermoso creer en la luz”, anunciando así una posible resurrección; escribe Vicente “La noche que amenaza eterna puede ser la víspera del día”.

 

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Retrato de Vicente Zito Lema por Luis Felipe Noé

 

Luego nos encontramos con Cantos proféticos escritos en prosa poética, donde la profecía (del griego φαινος, aparición) impregna de imágenes la ciudad que antes ha sido descripta. “Ese niño del hambre, esa luz sacrificada del hambre, con su boca bien abierta en plena desmesura del espanto que devora en la cresta de las aguas primero sus huesos, pobrecito, y más tarde su alma… todavía irredenta, dicen en los cielos, cuando el crespúsculo se cierra.” Y un dejo de sabiduría que se imprime de a frases breves que se camuflan en la prosa de los cantos, por ejemplo “Así andamos. Tratando de escuchar las músicas que aún no han nacido.” Y otra vez la pregunta que tensa “¿Alguien imagina a los dioses del amor llorando?” o “¿Solo se interroga lo que el alma sabe?”. En la profecía el poeta encuentra su fuente y espera que de ella se desprenda una sombra que lo proteja de su propio rostro frente al espejo.

En Cantos de las palabras y los perros de la noche se percibe otra conciencia, otra búsqueda que sin apartarse del lenguaje que ha construido, toma otra musicalidad, otro ritmo para sondear territorios filosóficos que atraviesan a la –palabra- como idea (desde el punto de vista, si se quiere, platónico). Un canto oportuno que formula una pausa necesaria, como cuando amaina la tormenta. «Hay palabras que nacen como el recuerdo de la eternidad» dice, posicionando a la palabra como memoria y como origen, sintetizando: La palabra como alma. La palabra como fuente de sentido del dolor de una identidad que se afirma en el grito, una palabra que sostiene a un pueblo; la palabra como la voz del sueño y del delirio, como artificio, como cuchillo que limpia la tristeza. La palabra como la herramienta que evoca la belleza para llenar los vacíos de la historia.

Llegando al final están Los cantos del espanto donde se acentúa la condición litúrgica y la relación entre la poesía y la pobreza, entre la verdad y el dolor, se lee: “Se busca que el niño pague/por el hombre que mató/quién pagará por el niño/que matando ya murió.”

Por último, algo que resume las preocupaciones que han movilizado a Zito Lema durante toda su vida: Los cantos del mal, el dolor social y la locura. Se lee un Zito Lema más reflexivo. Como si escribiera con la energía que ha quedado en el aire tras el extenso diluvio. Como si de esa calma aún se pudiera extraer algo del perfume del mal. Dice el dramaturgo “Un cuerpo sin alma es más triste que un alma sin cuerpo”, “Siento venir el oro del alba/preparo mi corazón en el lecho del río”, “Yo no purgo. Yo no me sirvo de los cielos. Yo no necesito musas para mis cantos. Yo no tengo entrañas.” Ya en las últimas páginas aprovecha para dedicarle un poema a Aldo Pellegrini (escritor surrealista autor de La valija de fuego entre otros) y cristalizar aquellas vibraciones que han dejado las rapsodias de la pobreza, dice el poeta, para despedirse, como si esa frase sintetizara la intención de los cantos, como si la tormenta pudiera condensarse en una sola gota que cae, como una lágrima, de sus ojos: “Perdón para mí, que sin piedad puse música en lo atroz”.

 

Buenos Aires, 30 de noviembre de 2019

* Narrador, cronista, poeta y dramaturgo.

 Publicó -El despertar de los ojos glaucos- -Lágrimas de un pájaro- y –Un cielo que llaman muerte. Forma parte de la Antología de poesía Contemporánea Latinoamericana (Buenos Aires Poetry). Participó en la residencia 2019 del TACEC (Teatro Argentino Centro de Experimentación Contemporánea). Trabajó en la Clínica Final de Obra (auspiciada por la Biblioteca Central de la Provincia de Buenos Aires) con su novela -Ensayo sobre la intimidad- bajo la tutela de Fernanda García Lao. También ha escrito La sed y Severino -sobre la muerte de Severino Di Giovanni- Un gato en un almacén extraño, Tracción a sangre (Novelas), El descanso de los animales (Cuentos) y La máquina Audivert (Crónica – Ensayo). Estudió dramaturgia con Mauricio Kartún y es cronista en el Teatro Estudio El Cuervo dirigido por Pompeyo Audivert. También ha escrito las obras de teatro Civilización (Sainete), La calle de los naranjos (Una alternativa a la masacre de León Suárez), La venganza (continuidad de Las Troyanas de Eurípides). Colabora en el suplemento cultural del Diario El Día. 

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