Laboratorio Jujuy: La detención de Milagro Sala fue el punto de partida para destruir el contrapoder popular que continúa con el intento de dirimir la política electoral en un plano y las luchas por la tierra y los bienes comunes en otro. El Tercer Malón de la Paz llegó a la ciudad de Buenos Aires con sus carteles caseros que nombran cada comunidad, negándose a ser ornamento turístico; hoy acampa frente de Tribunales y corre la suerte de los desposeídos: un colchón, un plástico, una plaza. La intemperie.
Por María Pia López*
(para La Tecl@ Eñe)
En una feria del libro en San Salvador de Jujuy conseguí un libro sobre los quipus y los quipumayos. Un sistema de escritura incaica, la mayoría contables, que en cada color de hilo sintetiza una clasificación (maíz, personas, oro) y en cada nudo una cantidad. Pero también había nudos narrativos, que debían activar un relato en quien los reconocía. Así, una historia podía transmitirse, anudada. En la casa de Milagro, en estos tiempos de cárcel, hablamos de los quipus y Raúl me mostró uno que habían traído de Perú. Al aludir a los quipus pienso en esas historias, en las muchas que se mueven en esa tierra que anda y que hoy se nombra Malón de la Paz. El tercer malón llegó a la ciudad de Buenos Aires el 1° de agosto. Marchaban con carteles caseros que nombraban cada comunidad. Una y otra y otra, y otra más. Caminando sobre el pavimento de la 9 de julio. Negándose a ser atributos de un paisaje u ornamento turístico. Porque se sabe: en el laboratorio Jujuy no se trata de borrar lo indígena, sino de transmutarlo, de producir con violencia un pasaje de un modo de vida -una economía, una relación con los bienes comunes, una cosmovisión- a la situación vaciada del espectáculo. Lo hemos visto: personas de los pueblos originarios puestas como entorno decorativo de rituales del gobernador que simula todas las adhesiones a la Pachamama. La operación es bien compleja: no se trata de borrar sino de utilizar, de convertir lo indígena en parte de la marca Jujuy, en atractivo turístico y en fundamento de legitimidad.
Por eso resulta intolerable la rebelión: los rostros no son mudos, hablan y en su voz hay un programa que es el de la preservación del modo de vida. John Womack abre su precioso libro sobre Zapata y la revolución mexicana con una frase inolvidable: “Éste es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución”. No querer cambiar, en la voz del malón, es preservar unos lazos con la tierra, los cultivos, los animales. No querer cambiar para no subsumir la vida bajo la lógica de la extracción del litio.
Caminaron en distintas ciudades (como Rosario o Córdoba), mientras otro grupo mantiene el corte en la Quebrada. Llegaron al corazón político del país, gobernado por el más cercano aliado de quien los persigue. Decidieron acampar frente a Tribunales y algo de esa escena tiene una resonancia kafkiana: la espera en las puertas de la ley. Porque esa Corte a la que le piden intervención para declarar la inconstitucionalidad de una Constitución provincial aprobada entre gallos y medianoche, sin consultas ni acuerdos, sabemos que suele intervenir en la vida legal de las provincias cuando se trata de mover la balanza en contra de otra fuerza política. ¿Justicia? ¿quién conoce ese nombre en el edificio de Talcahuano y Lavalle? José María Arguedas, que además de ser un escritor fundamental dejó preciosos textos de antropología, describe la danza de los Sijllas en los Andes peruanos: en esa fiesta se escenifica la ridiculización de los funcionarios judiciales: “es el baile de los jueces, de los ajusticiadores. Indios vestidos de capa o levita, con tongo o chistera, y armados de voluminosos pergaminos o libros antiguos y de sendos fuetes o látigos de cuero, y todo viejo y raído. (…) todos rostros que provocan la risa violenta e irresistible de los transeúntes y de los espectadores. Bailan batiendo las alas y mostrando los látigos y los libracos; parecen vampiros enormes y raídos. Bailan así hasta atrapar a algún transeúnte desprevenido”. Al que encuentran le leen el código y lo castigan con latigazos. Arguedas piensa esa danza como la ridiculización de una función judicial que consiste en atrapar y castigar a los más pobres. La expresión: jueces, ajusticiadores.
“Hacete amigo del Juez” rezaba el Viejo Vizcacha en el poema nacional. Ezequiel Martínez Estrada intuyó que la verdad del poema estaba en esos enunciados, que reconocían el orden injusto y enseñaban a moverse en él. Justicia, lo que conocemos bajo ese nombre, difícil es que tome decisiones a favor de las comunidades movilizadas. Jujuy fue la provincia en la que más tarde comenzaron los juicios de lesa humanidad. Cajoneados por años. Olga Aredez recorría, a veces solita, la plaza con su pañuelo blanco. Otra madre de Plaza de Mayo, Inés Peña, le pidió ayuda a la Tupac Amaru. La Tupac movilizó y la acompañó, no sin algunas puertas forzadas, hasta el despacho del juez que estaba sentado sobre la causa. El juicio comenzó. Años después, uno de los responsables civiles del Apagón de Ledesma -el dueño del ingenio- era condenado. Luego fue absuelto en la siguiente instancia. Al mismo tiempo que Milagro, la que conducía la organización que intervino para presionar por los juicios, era detenida. Laboratorio, Jujuy: esa detención fue el punto de partida, sagaz y veloz, para destruir el contrapoder popular. No hay orden de negocios sin esa destrucción.
Nudos para narrar esta historia: ¿olvidamos que el terrorismo de Estado, como señaló Rodolfo Walsh al año del golpe, estuvo al servicio de la recomposición de la estructura social argentina? Y que, si nos podemos sentir muy orgullosos de los juicios realizados contra los militares que lo llevaron adelante, no deberíamos dejar de pensar los límites con los que se encaró la comprensión de esa transformación brutal del país. Por eso, Blaquier era palabra clave. Porque si puso las camionetas y las instalaciones del Ingenio para sacarse de encima a lxs trabajadorxs más díscolos, lo que esa alianza materializaba estaba en el corazón mismo de la dictadura. Y que no es sólo complicidad civil, sino apuesta a recoger las ganancias que se expanden de modo creciente cuando la indisciplina social se castiga, impide, cercena. Fogwill, en un artículo de la revista El Porteño, allá por 1986 (“La herencia cultural del proceso”) llamaba a no encandilarse con el show del horror: quedarse pasmados ante la evidencia de una crueldad sin límites, mientras los flujos financieros de los verdaderos beneficiarios seguían engrosando. Y deberíamos agregar: no encandilarse por el show del law fare. Porque eso pasó cuando se expandió el silencio ante la detención de Milagro y militantes tupaqueros, convertidos en mancha venenosa en aquel diciembre donde todo era anticipación de lo que vendría.
Entonces: de Calilegua y Ledesma al litio. Camionetas blancas, en estas semanas, para detener gente. Propiedad de empresas que tienen contratos con el estado provincial. Represión, balas a los ojos de los manifestantes. Detenciones y torturas. En la calle se cantaba: Morales vos sos la dictadura. Quizás a muchas personas ese atributo las entusiasma, parte de lo que se juega en esta elección tiene que ver con la nostalgia de las disciplinas cruentas y una idea de seguridad que existe como ajusticiamiento.
El Malón está, ahora, enfrente de Tribunales. El gobierno de la ciudad le niega el derecho a acampar. Mientras algunos diarios -poquitos, claro- publican sus nuevas cesiones de tierras públicas a amigos empresarios. El primer Malón de la Paz, en 1946, fue acompañado y luego destratado por el gobierno de Perón, y sus integrantes obligados a radicarse en el Hotel de Inmigrantes (más irónico no podía ser ese gesto) para luego ser despachados en trenes casi en secreto. El tercer Malón corre la suerte de los desposeídos: un colchón, un plástico, una plaza. La intemperie. ¿El gobierno nacional no tiene nada para decir, ofrecer, acompañar? ¿O es el malón la nueva mancha venenosa, la mácula en un mapa que se quiere ofrecer limpito para las decisiones de negocios? Militancias feministas, activismos culturales, algunas organizaciones sociales, tratan de rodear al malón. Pero hay ausencias que retumban, que hacen de la Plaza de Tribunales un cierto hueco abismal y ensordecedor. El intento de que la política electoral se dirima en un plano, y las luchas por la tierra y los bienes comunes en otro. Pero no es así. ¿De qué se trataría lo que llamamos política sino a una acción colectiva sobre la disposición de lo común: las tierras pero también los espacios verdes, los bosques y los combustibles?
Necesitamos un quipu con estos nudos, que traiga esas viejas historias, y las cante entrelazadas. Que las disponga en sus resonancias, para que sepamos, cuando algo ocurre que lo que suena en Jujuy nos pasa a todxs. El malón no es un grupo de inmigrantes. Y si lo son es porque pertenecen a otro tiempo. No el de un pasado originario -no sólo- sino el del futuro que nos espera. El del enclave, la zona de sacrificio, la elaboración de leyes represivas y persecuciones judiciales para evitar que los movimientos sociales sean obstáculos para el despliegue del capital. Claro que hay que pensar estas cuestiones en un orden signado por la escasez, por la subordinación a la gestión de la deuda, por la contundencia necropolítica del capitalismo contemporáneo. Pero hay que pensarlas democráticamente, con las personas y comunidades, con el cuidado sobre los modos de vida existentes, con la imaginación necesaria para ampliar la autonomía relativa de la política y de la gestión pública.
Buenos Aires, 7 de agosto de 2023.
*Socióloga, ensayista, investigadora y docente.
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«Todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo; va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar de este hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder».
El filósofo y jurista francés Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, aun en plena conciencia de la manifiesta (aunque, quizá, difícilmente previsible 274 años atrás) imperfección con la que postuló la división de poderes, jamás hubiera imaginado esta deriva.
Para Montesquieu era preciso confiar la vigilancia de los tres poderes entre ellos mismos, ya que cada uno vigila, controla y detiene los excesos de los otros para impedir, por propia ambición, que alguno de ellos predomine sobre los demás. El Poder Judicial, para el señor de la Brède, debía controlar “los excesos de la democracia”.
Ese poder es hoy, en la Argentina, ninguna otra cosa que la más grande, la más fuerte y la más extendida organización criminal realmente existente. Y eso no solo y no tanto porque efectivamente es el papel que desempeña —en plena e indubitable conciencia de sus actos— sino porque lo hace en nombre de la República (esa palabrita), es decir en nombre de la “cosa oficial”, de la “cosa pública”, de “lo público”.
El crimen es brutal, cruel, artero, impiadoso, porque lo perpetra una organización creada para protegernos, precisamente, del delito. No tener conciencia de ello nos torna tanto más indefensos/as, tanto más vulnerables, tanto más blancos móviles para que acierten el tiro con el que nunca dejan de soñar: quebrar el espinazo de la patria que es su tradición nacional-popular, eso que nos gusta llamar peronismo.
Y es que en algo siguen al pie de la letra al jurista francés: en este sur del mundo no hay mayor exceso de la democracia que el peronismo.
Así están las cosas.
En un breve texto titulado «Noticia», que precede a la primera novela de esa pentalogía insuperable que dio en llamar La Guerra Silenciosa, Manuel Scorza escribió:
«Ciertos hechos y su ubicación cronológica, ciertos nombres, han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la justicia».
Pues bien, para eso debemos ganar la calle, una vez más: para proteger a los justos de la justicia
Es incomprensible que hayan llegado hasta la Ciudad de Bs. As. Y que el pueblo entero no estén en la calle acompañando a los pueblos originarios, en esta lucha que es de todos y que también sabemos que la prueba de Laboratorio es Jujuy.
Y nuestro gobierno Nacional? hasta cuándo esperamos que reaccione?
Valiente, brillante. El pueblo necesita de intelectuales así, que no mientan, que no boludeen, que no se vendan al confort (material, político, intelectual), que no se sumen a la decadencia, al discurso plano y vergonzoso del posibilismo cómplice de los poderosos.
Yo quisiera que María Pia nos dijera con quien resistir sin ganar las próximas elecciones. Pero no con Grabois, que aunque tenga, eventualmente, las intenciones de hacerlo, no tiene la fuerza suficiente. Entonces vayamos por más fuerza. Massa-Rossi