El tamaño de las preguntas – Por Esteban Rodríguez Alzueta

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El tamaño de las preguntas – Por Esteban Rodríguez Alzueta

Esteban Rodríguez Alzueta nos envía este ensayo sobre la facultad de las palabras para nombrar una realidad que es cada vez más compleja, cruda y amenazante. Palabras que encierran preguntas que tienen la misma capacidad de multiplicarse exponencialmente como el Covid 19 que nos asola.

Por Esteban Rodríguez Alzueta*

(para La Tecl@ Eñe)

 

“No somos libres de evitar la catástrofe, pero en ella hay libertad. La catástrofe es una de las pruebas que nos toca soportar”.

Ernst Jünger, en La emboscadura.

 

 

Voy a escribir en primera persona, no porque me crea importante, sino porque estoy perplejo, habitando la perplejidad. No quiero ceder a las redes sociales que me conminan a llevar en vivo y en directo mi intimidad. Pero me gustaría convidarles este momento de perplejidad. La perplejidad es un estado de asombro consciente. Y que conste que no digo anonadado o abrumado sino perplejo. Aquello que intuyo no lo puedo asir, se me escapa de las manos y, sin embargo, lo siento porque estoy atorado en sus hilos. Sé que no es la imagen que he estado dando en estas semanas que pasaron. De hecho fui el autor de unos cuantos artículos y algunas charlas donde me presentaba como alguien que sabía dónde estaba parado. Aquello que emergía no me sorprendía o no me podía sorprender o no me permitía estar asombrado. Pero lo cierto es que la perplejidad me ha puesto bajo la sombra, a tener que leer o escribir haciendo un esfuerzo porque las sombras me confunden.    

No es fácil quedarse sin palabras cuando vivimos de ellas, cuando nos pagan para tallar las palabras más o menos precisas que tienen que tener la capacidad de nombrar la realidad con las que nos medimos todos los días. Una realidad, se ha visto, cada vez más compleja, cruda, amenazante. Escribo en primera persona cuando avanzo a tientas, sin horizontes, para no endosarle mis pesimismos a nadie, pero si con ganas de contagiarlo con otros interrogantes. Esa suele ser la manera en que llevo mi diario, pero ahora las palabras que tanteo tienen un destinatario o al menos lo buscan.

Porque acaso lo que escribo lo hago pensando siempre con los otros, poniéndome en el lugar de los otros. Hace unos días le respondía a un amigo que me preguntaba “cómo estaba”: “Escribiendo y leyendo, leyendo y escribiendo. Si mi  mundo fuera el mundo hasta te diría que soy feliz, pero como formo parte de aquellos que entienden que los problemas de los otros también son mi problema, llevo todo con mucha preocupación”. La respuesta no era impostada. Reconozco que formo parte de los privilegiados que saben que tienen un salario que aguardará a principio de cada mes en el cajero automático. Como decía otro amigo mío: “los trabajadores universitarios somos como los viejos trabajadores de YPF”. Privilegios que, está visto, tendrán fecha de vencimiento cuando el Estado imponga la distribución. Pero dejemos eso ahí, que no me gane el intelectual que llevo adentro.  

Llevo la cuarentena en silencio, no solamente porque estoy aislado y solo, sino porque las respuestas aprendidas me quedaron cortas. Busco en lo que leo alguna punta para empezar a tirar, pero la madeja es tan grande que corro el riesgo de terminar más enredado todavía. Por eso leo y pienso, en silencio, siempre en silencio, sintiendo la respiración de las palabras que balbuceo y no salen todavía, como queriéndoles hacer un espacio para acoger las palabras que no tengo todavía.

Hablo de palabras que tengan la capacidad de poner no sólo a la realidad en su lugar sino de correrla también. Pero intuyo que esas palabras no llegarán con tanto ruido alrededor. Las preguntas crecen en silencio. Y decir “silencio” quiere decir escuchando a los otros, pero también escuchando a la naturaleza. Tal vez haya llegado el momento de apagar el televisor y desconectarse un rato de las redes, por lo menos intentarlo varias veces al día. Ese es un ejercicio que practico en paralelo a otras prácticas ascéticas que me mantienen en estado de alerta. Por lo menos eso es lo que a mí me pasa. Me repito que tengo que dejar de distraerme con esa máquina de diversión que llamamos Netflix. Dejar de estar “en vivo y en directo” o pendientes del “último momento”. Dejar de reenviar los memes que nos llegan el loop. Es cierto, me hacen reír, pero también me distraen. 

Recuerdo que mi abuela Mai siempre decía… “lo tengo en la punta de la lengua” y al decirlo me estaba invitando a hacer un esfuerzo con ella. Porque esas palabras que busco no caerán del cielo y tampoco serán el producto de una revelación divina o inspiración intelectual. Serán palabras animadas con las palabras de la amistad.  

Dije que estaba solo y aislado, pero nunca en soledad. De hecho el lector se habrá percatado que este escrito tiene muchos aliados, o mejor dicho fue escrito con otros, pensando en otros, con los amigos siempre presentes con los que tuve diálogos reales e imaginarios también.

Le decía los otros días a otra amiga que no eran estos momentos para ponerse a aventurar programas. Porque los programas, se sabe, están hechos de respuestas anticipadas y lo que necesitamos son preguntas. Los programas nos proyectan hacia delante pero lo que necesitamos es habitar la espesura de las palabras, comprender el tamaño de las preguntas que vamos haciendo con aquellas palabras. Por lo menos lo que yo necesito ahora son preguntas, nuevas preguntas. Aunque tal vez no sean tan nuevas que digamos. Tal vez son las mismas preguntas de siempre. Pero son las cuestiones que ahora empiezan a encarrilarse, nos llegan en cadena, todas juntas. Preguntas que tienen la misma capacidad de multiplicarse exponencialmente como el Covid 19 que nos asola. Tal vez son las preguntas de siempre que finalmente adquirieron su vocación para interrogar, para con/moverme, para correrme y sacarme de mis zonas de confort ideológicas, allí donde me muevo como pez en el agua, donde sé cómo puedo hacerme trampa. No lo sé, tal vez.  

No formo parte de aquellos que creen o piensan que será el fin del capitalismo, sus referentes presentarán batalla. De hecho nunca se rindieron que yo sepa. El capital tiende a apropiarse de todo aquello que lo pone en tela de juicio. Esta ha sido siempre su fortaleza: la capacidad para recrearse, reapropiándose de la potencia de los hombres y mujeres y de la energía de la tierra que ha puesto en jaque. Sin embargo, y parafraseando al Indio Solari, sospecho que esta vez les tocará a ellos, pero también a nosotros, pagar toda esta puta fiesta, o por lo menos gran parte de esa joda que llamamos siglo XX que se cargó no sólo a unos cuantos millones de personas sino a la mismísima Tierra. No creo entonces que estemos ante el umbral del capitalismo, sobre todo -también- porque nuestros puntos de apoyo cotidiano están enraizados a sus mercancías encantadas y a los modos de habitar que aquel impuso. Tal vez sea el límite del neoliberalismo, pero sospecho que habrá capitalismo para rato. El capital siempre ha encontrado un enemigo para distraernos y volver a estirarse.  

Por eso, las preguntas con las que nos vamos a medir como comunidad se volverán, y está visto y probado con esta pandemia global, cada vez más urgentes: el calentamiento del planeta y la contaminación ambiental, producto de la desforestación, los monocultivos, el exterminio de otras especies animales, la modificación de los ecosistemas, el extractivismo minero, el turismo frenético, el consumismo desaforado y la producción de chatarra como consecuencia de la obsolescencia programada y percibida; y, por supuesto, la desigualdad social y la segregación espacial; los desplazamientos poblacionales, etc. Son muchas las preguntas que tenemos que desagregar. Preguntas que nos llevarán a más preguntas. Y la pregunta del millón seguirá siendo ¿quiénes serán los que empuñen esas preguntas, los que tramiten esas respuestas?

Las preguntas son difíciles de responder, porque las respuestas estarán llenas de desafíos. No será fácil pero tenemos que saber que el Planeta tiene fecha de vencimiento, y ya nos está empezando a pasar factura. No es el momento de ponerse apocalípticos, pero como están hoy las cosas estamos muy lejos de sentir seguridad.

Es evidente que empieza a manifestarse un cambio en el modo de hacer las preguntas. En este nuevo orden que llegará con el día después no existirá seguridad. Las preguntas arremeten contra nosotros con un rigor y una urgencia pocas veces visto. Por eso las respuestas a semejantes cuestiones se vuelven cada vez más urgentes. Y acaso sea esta otra cuestión que no se podrá desdeñar. Porque la urgencia introduce otras preguntas, con la urgencia llegan otros desafíos, nuevos problemas: el miedo al miedo, el resentimiento social; las políticas de la enemistad (y la cultura de la vigilancia, la delación y la degradación moral); las “trampas de la diversidad” o las competencias de las identidades; las habladurías de la televisión, la radio y las redes sociales; los punitivismos de arriba y abajo, el aplastamiento de las libertades individuales, la tentación autoritaria, la pasión linchadora y escrachadora. ¿Qué haremos con todo esto? Porque sabemos que las sociedades no se pueden resetear de un día para el otro, mucho menos los estados, que están hechos para durar en el tiempo. Acá también hay un montón de cuestiones que aguardan ser interrogadas. Como escribió alguna vez Ernst Jünger en La emboscadura: “Mientras nos dedicamos a meditar sobre rutas extremas descuidamos los caminos transitables. Tampoco aquí una cosa excluye la otra. (…) En nuestra situación actual estamos obligados a contar con la catástrofe; para que no nos sorprenda de improviso por la noche, debemos seguir pensando en ella también mientras dormimos.”

Se habrá dado cuenta el lector que cambie de persona y pase a la primera del plural. Sucede que a la hora de tantear aquellas cuestiones, las palabras que iba eligiendo me quedaban demasiado grandes. Pero… ¿acaso los cambios no son colectivos? ¿No se trata de averiguar cómo podemos vivir juntos?

Hablo con palabras que tienen que servir para construir esas preguntas que fragilicen aún más a un sistema lleno de grietas. Sé que nadie se dispara nunca en el pie. Y tampoco pretendo que volemos por los aires el suelo que, me guste o no, sigo pisando todavía y continuare pisando un buen rato. Pero lo cierto es que este fango ya empieza a heder y cada vez más. Me muevo sobre arenas movedizas y sin embargo sé que no se puede construir nada en el aire. Necesito esas preguntas para seguir intentándolo otra vez, como siempre.

Escribí este ensayo, como todo lo que escribo, con música de fondo. Dio la casualidad que estaba sonando After Bach de Brad Mehldau, pensando mientras el disco daba vueltas. Después de un buen rato, cuando llego la última pieza, “prayer for healing” (oración para la curación), encontré no sólo el tono sino el ritmo para perseguir las palabras y sobre todo abarcar el tamaño de las preguntas que me quedan infinitamente grandes para responderlas solo y aislado.   

 

Buenos 16 de abril de 2020

*Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control; La máquina de la inseguridad y Vecinocracia: olfato social y linchamientos.

1 Comment

  1. Ayala Laura dice:

    Tremendo ensayo me encanta leer todo lo que escribe ,y si se ve en sus textos es que me pasa lo mismo de involucrarme y no dejar de preocuparme por lo de todos ,me incluye y me hace mejor persona.Me encanta compartirle estos textos a mi viejo y empatizar con el.Ojalá pronto lo puedo a conocer y escucharlo en vivo en algunas de sus charlas !

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