El arte de la novela y el encierro – Por Juan Terranova

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El arte de la novela y el encierro – Por Juan Terranova

El novelista Juan Terranova nos envía este texto donde reflexiona sobre los desafíos de escribir en tiempos de pandemia, encierro y cuarentena.

Por Juan Terranova*

(para La Tecl@ Eñe)

 

1. Martin Amis decía que, para un escritor, el periodismo se trataba de salir de casa, y el arte de la novela, de quedarse. La definición, precaria, parte de una verdad y son muchos los que ven en esa simple dicotomía un sistema que puede alimentar la realidad del encierro. Siguiendo al bueno de Martin, el encierro obligatorio y voluntario sería productivo para el novelista. Sin embargo, y como suele pasar, las cosas no son tan simples.

2. El aislamiento del novelista también es voluntario y cuanto más tiempo pase sobre el escritorio y la computadora, más crecerá su proyecto. Escribir textos de largo aliento se parece a labrar una tierra dura y extensa. A veces el arado funciona, corre y fluye, otras veces el recorrido está lleno de piedras. A veces el labrador se cansa. Pero mientras trabaja tiene una certeza, el mundo sigue funcionando a su alrededor. Día y noche se alternan, el mercado espera su fruto, la tierra impulsará lo que en ella se siembre y vendrá el tiempo de la cosecha. El buen novelista, y quizás el malo también, sabe que el mundo no se detiene cuando él escribe. Más bien al contrario. Una vez terminado el día de trabajo, puede ir a tomar una cerveza, ver otros novelistas, encontrarse con una mujer, jugar al tenis. Hemingway recomendaba hacerlo. Después de esas páginas ganadas a la nada, se impone la distensión volviendo a la vida, a la experiencia. Este momento de esparcimiento tiene dos funciones. Primero, asear la mente, descomprimir la neurosis obsesiva, y, al mismo tiempo, oxigenar y relajar el cuerpo. Pero también funciona en un segundo plano. El novelista sale para saber que el mundo sigue ahí y que entonces sus refinados mecanismos narrativos, sus elucubraciones sobre la existencia, en definitiva, sus ideas y su arte, van a ser recibidos por una sociedad que, si bien no lo espera, porque nadie espera una novela más, sigue tal cual la dejó. Esta constatación, la afinidad entre el retrato y el modelo, le permite escribir y no perderse en su propia selva de signos. En una tercera instancia, el novelista puede alimentarse de eso que pasa mientras no escribe. Si se enamora en ese momento, su novela tendrá más melancolía o pasión. Si tiene un accidente doméstico, puede incorporarlo a su trama. Si se traba, un poco de felicidad externa puede ayudar.

3. Frente a un aislamiento forzado y colectivo esta situación cambia. Ya no nos sustraemos del mundo buscando la soledad para armar universos privados en los que somos el dios miserable o genial que domina a los personajes. El mundo se esconde con nosotros. De golpe hay demasiada gente encerrada y aislada. Ya no somos los únicos excéntricos que se separan de la civilización para narrar. Corremos a escondernos para escribir, y todos corren con nosotros. Y luego, esto resulta clave, los escondidos que conocemos, apiñados en sus huecos, cubiertos de sombra, quieren empezar a hablar de su escondite, del acto de esconderse y de cuántos son los que se esconden y cómo. Proliferan así especulaciones de todo tipo, sociológicas y antropológicas, incluso psicoanalíticas y estéticas, se citan libros sobre pestes y pandemias, se hacen documentales, expertos y artistas hablan incansablemente sobre lo que conocen y no conocen, y ese hastío que destruye toda rutina hace que el novelista pierda los parámetros de su oficio.

4. Es muy difícil escribir si todo el mundo sabe que estás ahí y quiere contactarte por cada uno de los medios tecnológicos de los que dispone. Al mismo tiempo, resulta muy difícil imaginar dentro de esos medios continuos y su abrasivo poder de mitologización. La televisión es una máquina de sorpresas en medio de su propio tedio. Internet nos baña en miles de datos que van entretejiendo una saga planetaria con millones de personajes y situaciones. Los ataúdes de cartón en Guayaquil, los muertos en la calle o convertidos en una cifra deportiva, las fosas comunes de Hart Island y su millón de fantasmas, los conventos zombificados de Italia, el hombre lobo suelto en Chiapas, Alberto como un personaje firme de la serie Law & Order, el papa Francisco mostrando la épica de la resistencia católica, Brasil probando una vacuna y matando diez personas… ¿Cuál es la salida? La paranoia, uno de los mejores insumos del novelista, nos ha sido arrebatada. Por mi parte, yo escribo una novela de viajes. Esa es mi salida. A ir contra la hiperrealidad, a ser destruido por el insuperable caudal de relatos que giran hoy en el mundo, prefiero la fuga interior a lugares externos. A eso le agrego YouTube, un buen aliado para generar la basculación necesaria entre dispersión y concentración.

5. Escribir una novela, o intentar escribir una novela, es un acto de egoísmo narcisista. Nada nos lleva a escribir novelas y no hay por qué escribirlas. No dan dinero, no dan prestigio, solo las leen nuestros amigos y algunas almas piadosas que nos confían su tiempo, un tiempo que nosotros desperdiciamos en nombre de nuestros deseo más tontos o esa vaporosa institución conocida como “literatura argentina.” Pero quizás en medio de una epidemia mundial que hace que todos se quedan en casa, el novelista, si logra concentrarse, pueda ser el más libre, el más cuerdo, el que pueda emerger más fresco, cuando todos alrededor estén definitivamente hastiados y mustios. Nuestra caja de herramientas, que incluyen la paciencia, la soledad y la emoción, no es la peor para afrontar esta situación. El desafío está planteado. ¿Quién de nosotros escribirá en cuarentena? Las cosas parecen más simple para el lector, el otro héroe, el verdadero comandante, al que, después de las quejas, le llegó ese tiempo que tanto deseaba para volver, una vez más, a su biblioteca.

 

Buenos Aires, 18 de abril de 2020

*Escritor y periodista

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