El Doctor en Ciencias Sociales Daniel Feierstein analiza la homologación que el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, realizó entre los sintagmas plan sistemático de desaparición de personas y plan sistemático de “ocupación del espacio público”. Y se detiene en el horror de Larreta ante las parrillas humeantes en el corazón de la Recoleta, una imagen que, entre otras, convoca aquel otro horror ante las “patas en la fuente”.
Por Daniel Feierstein*
(para La Tecl@ Eñe)
Vivimos el día sábado una jornada de extrema tensión, producto de una represión desatada por la policía de la Ciudad de Buenos Aires en el domicilio de la vicepresidenta de la Nación por segunda vez consecutiva en una semana. Hechos que tienen gravedad por sus consecuencias institucionales y que requerirían una reformulación en relación al uso del espacio público y a las estructuras de protección de los funcionarios electos por el voto popular.
Es en ese contexto es que el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, salió a dar una conferencia de prensa con posterioridad a los hechos de violencia institucional, flanqueado por gran parte de los dirigentes de su alianza política.
En su alocución, algunas expresiones llaman la atención y es en esas expresiones que quiero detenerme. La secuencia de justificación y reivindicación de la represión a una manifestación ciudadana se estructura con la referencia a un “plan sistemático de ocupación del espacio público” que consistiría en “ruidos hasta muy tarde, parrillas en la calle y fuegos artificiales” y que habrían implicado una “alteración de la vida de los vecinos”.
No parece casual la elección del sintagma “plan sistemático”, que se hiciera conocido por referir a la calificación planteada por primera vez en el juicio a las juntas militares de la última dictadura en tanto “plan sistemático de desaparición de personas”, figura con la cual fueron condenados algunos de sus principales responsables allá por 1985. La insistencia de homologar el histórico enjuiciamiento a los genocidas de aquel reinicio del funcionamiento institucional argentino con la parodia de Comodoro Py en su supuesta cruzada contra la corrupción cobra entonces un nuevo capítulo con una homologación (esta vez no explícita como en otros casos pero sí implícita en la utilización del mismo sintagma) entre un plan sistemático de desaparición de personas y un plan sistemático de “ocupación del espacio público”.
Sin esa referencia tan directa ya se había planteado en el propio gobierno nacional de Juntos por el Cambio, entre 2015 y 2019, la voluntad (disputada por las distintas fuerzas del campo popular) de impedir las manifestaciones de protesta con esta acusación de la “ocupación del espacio público”, en especial en numerosas declaraciones y acciones de la ministra de seguridad de aquellos años, Patricia Bullrich. Aunque, para el caso, ya había aparecido también por parte del ministro de seguridad anterior, hoy en la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni.
Pero el pensamiento del jefe de gobierno porteño se hace más transparente cuando se explicita en qué consistiría para él dicho “plan sistemático”. De una parte, menciona “amenazas e insultos” supuestamente proferidos por los manifestantes pero que no son explicitados, siendo que las amenazas e insultos más graves fueron emitidos numerosas veces exactamente en el mismo lugar (el domicilio de la vicepresidenta de la Nación) pero dirigidos hacia ella de modo explícito y directo sin que dicha “ocupación del espacio público con amenazas a insultos” ameritara jamás intervención alguna de las fuerzas policiales de la Ciudad. ¿Cuáles fueron las amenazas e insultos proferidos por los manifestantes que apoyaron a la vicepresidenta en estos últimos días? ¿A quién o a quiénes fueron dirigidas? ¿Cuál fue su nivel de gravedad en comparación con las reiteradas amenazas de muerte sufridas por las mayores autoridades de la Nación?
Sin embargo, es la continuidad de la frase la que desnuda, en cruda expresión de las fantasías de quien habla, lo que resulta más intolerable, que no son esas amenazas o insultos sino las “parrillas en la calle”. En aquel octubre de 1945, las “patas en la fuente de la Plaza de Mayo” resultaban inaceptables (al punto de ser impensables) para una clase dominante que observaba estupefacta la “ocupación” de “su ciudad” con aquellos seres fantasmales que habían cruzado los puentes. Del mismo modo, ahora son “las parrillas en la calle” lo que da cuenta de algo inaceptable para los habitantes de la Recoleta: el desagradable olor de las achuras sólo puede tolerarse con un buen tiraje en los restaurantes de Puerto Madero y no de este modo salvaje con el que impregna las costosas cortinas o tapizados que ninguna lavandería logrará expurgar del despreciable tufo choriplanero.
Cabe imaginar un ejercicio contrafáctico para preguntarnos si la represión hubiese sido ordenada del mismo modo si el domicilio de la vicepresidenta estuviera ubicado en Barracas, Pompeya, Mataderos o Soldati, allí donde el hedor procedente del conurbano ya ha avanzado irremediablemente sobre la ciudad blanca. Pero el hecho ocurrió en pleno Recoleta, el corazón de los “vecinos” a los que el gobierno de la Ciudad busca representar. Este hecho, que parece nimio, desnuda otras preguntas como por qué los domicilios de los principales dirigentes de fuerzas populares se encuentran en sitios tan acomodados (Recoleta o Puerto Madero), siendo que otros barrios más populares como Monserrat, San Cristóbal o Balvanera están igualmente cerca de las oficinas ejecutivas o legislativas y quizás resultarían más interesantes políticamente. Pero esas preocupaciones hoy no vienen a cuento, ya que cada quien tiene derecho a vivir donde quiera. Simplemente abre posibles reflexiones sobre imaginarios y representaciones que no dejan de ser interesantes para un momento menos urgente.
Hoy quiero destacar ese horror del jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ante unas parrillas humeantes en el corazón de la Recoleta. Una imagen que no sólo convoca aquel otro horror ante las “patas en la fuente” de los trabajadores morochos del otro lado de los puentes sino que también rememora las declaraciones de algunos representantes del “campo” en relación al precio de la carne y al acceso a la misma por parte de los sectores populares, un retroceso que este gobierno que se concibe como popular no sólo no ha logrado revertir sino que ha profundizado.
Las fantasías inconscientes de nuestros sectores dominantes son tan transparentes que los llevan a pegarse, afortunadamente, estos tiros en los pies. Declaran explícitamente, y seguramente sin escuchar a sus experimentados asesores de imagen, que buscan aniquilar a toda organización de los trabajadores (a las que se homologa a caballos desbocados en una clarísima metáfora), retroceder más de un siglo (ya no solo antes de Perón sino incluso antes de Irigoyen y quizás otro siglo hasta la propia esclavitud) en la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, liberar a la ciudad blanca del tufo hediondo de los barrios populares. Sin percibir que incluyen a muchos de sus potenciales votantes en esos gestos de desprecio.
Sin embargo, para revertir las correlaciones de fuerzas no sólo alcanza con los tiros en el pie del adversario. El desprecio de nuestras clases dominantes por cada uno de nosotros es un paso útil para una toma de conciencia acerca de quienes somos. Pero esa toma de conciencia sólo podrá prosperar si el gobierno comienza a darle respuestas a su propia gente, que las necesita cada vez más desesperadamente, en lugar de seguir haciendo gestos conciliatorios y genuflexos hacia quienes los odian, los amenazan y los quieren ver definitivamente desterrados de la escena política.
Los recuerdos afectan al corazón pero no al estómago, Y esos gestos que le reclama al gobierno su propio corazón de fuerzas propias son tan sencillos que se dejan cobijar en la misma metáfora utilizada por Rodríguez Larreta. Aquello que necesitan las grandes mayorías del pueblo argentino se sintetiza paradójicamente en la misma imagen: que vuelvan a florecer las parrillas en las calles de nuestros barrios, que el salario permita el acceso al alimento que producimos pero no nos dejan consumir. Si al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires lo desvelan las parrillas en el corazón de la Recoleta, lo que el pueblo argentino está esperando del gobierno al que votó es que esas parrillas vuelvan a encenderse en José C. Paz, La Matanza, Catamarca o Santiago del Estero.
En definitiva, la contradicción se resume en la necesidad de elegir entre distintos humos: el de los campos quemados por la codicia insaciable de los poderosos que envenena el sistema respiratorio de millones de argentinos o, por el contrario, el de las parrillas populares en las calles que, mientras a unos pocos les resulta hediondo e invasivo cuando contamina a sus barrios, a las mayorías nos permite ir abriendo el apetito.
Buenos Aires, 28 de agosto de 2022.
*Investigador del CONICET. Profesor en UNTREF y UBA.
7 Comments
Muy bueno!!
Excelente artículo!!!
Espero que lo lea el Presidente
Excelente nota, un lucido análisis, Gracias
Excelente reflexión
👍👏👏🎉
Gracias Profesor!!
Saber que existen otras miradas. Es saber que no estamos solos!!
Muy bueno su artículo. Hay humos que dañan y otros que alegran, depende claramente de quien huela.