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El Día de la Militancia en la perspectiva de los Movimientos Populares – Por Mariano Pacheco

Este 17 de noviembre se conmemora un nuevo aniversario del retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina (tras 17 años de exilio), y un conjunto de organizaciones del campo nacional y popular han convocado a una nueva jornada de expresión pública en donde se buscará repudiar los nuevos intentos del FMI de entrometerse en los destinos del país, y respaldar a la actual gestión del Frente de Todos, y en particular al presidente Alberto Fernández. En este contexto, afirma Mariano Pacheco, reivindicar un modo de vida militante implica un horizonte capaz de ejercer una crítica radical capaz de proponer y contribuir a gestar las condiciones para superar el sentido común que impone la era del realismo capitalista.

 Por Mariano Pacheco*

(para La Tecl@ Eñe)

 

Como todos los aniversarios importantes para cualquier proyecto popular de orientación emancipatoria, también el “Día de la Militancia” requiere ser puesto en perspectiva, y no sólo en retrospectiva. Sobre todo este año en que cada evento político estuvo atravesado por la crisis sanitaria mundial, y el modo en que cada país decidió enfrentar el COVID-19.

En Argentina, donde el Estado priorizó la salud de su población y mantuvo un largo proceso de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, las convocatorias a “ocupar las calles” con manifestaciones, contrariamente a la rica tradición en luchas populares que tiene este país, estuvieron más vinculadas a reivindicaciones reaccionarias, protagonizadas en general por sectores medios urbanos, entre los que cada día proliferan microfascismos y discursos de odio que estremecen, sobre todo, porque se expanden hacia el abajo y prende entre quienes supieron ser subsuelo sublevado de la patria.

El 75 aniversario del nacimiento del peronismo, de todos modos, lo cambio todo: la convocatoria del sindicalismo y los movimientos populares a movilizarse en transporte y no a pie, y luego, el décimo aniversario del fallecimiento de Néstor Kirchner donde la escena se repitió nuevamente, permitieron mostrar a la opinión pública que era un cuento corto y no una larga novela realista –como se pretendía presentar desde los medios hegemónicos de comunicación– eso de que el peronismo había perdido la calle, y que –como contraparte– la habían ganado esos sectores anti-todo.

Este 17 de noviembre se conmemora un nuevo aniversario del retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina (tras 17 años de exilio), y a días de efectuarse el pasaje de la situación de Aislamiento a la de Distanciamiento Social (Preventivo), el Movimiento Evita y un conjunto de organizaciones del campo nacional y popular han convocado a una nueva jornada de expresión pública, anque también en vehículos, para marchar hacia la Plaza Congreso, en donde se buscará repudiar los (nuevos) intentos del FMI de entrometerse en los destinos del país, y respaldar a la actual gestión del Frente de Todos –y en particular al presidente Alberto Fernández–, bajo la íntima convicción de que es esa la única forma posible, en este contexto, de construir una barrera capaz de frenar la tendencia arrolladora de los poderes hegemónicos del Nuevo Orden Mundial (Neoliberal), que pretenden profundizar las injusticias y desigualdades como único camino para superar la crisis mundial que produjo la pandemia.

 

Entre la ética y la estrategia, la política

Para quienes entendemos que la transformación, en sentido emancipatorio, requiere de la construcción de un bloque de fuerzas sociales que devenga cuerpo político capaz imponer su proyecto, nos resulta fundamental asumir una revalorización del rol militante. Porque si comprendemos la necesidad imperiosa que tenemos de reconstruir organizaciones políticas que contribuyan a que las militancias podamos repensar y problematizar algunas ideas predominantes en el siglo XX, y proyectar una estrategia de poder para el siglo XXI, resulta fundamental –asimismo–  asumir que las organizaciones no son una abstracción, y que se desarrollan siempre a través de sus integrantes.

Si algo puede ayudarnos revisitar la historia previa al golpe de marzo de 1976, es para poder entender que las militancias, sus perfiles, responden siempre a un momento histórico determinado.

 

Perón, el legado. on Twitter: "“Le tengo más miedo al frió de los corazones de los compañeros que se olvidan de donde vinieron, que al de los oligarcas”. EVITA"

 

Hoy quizás se imponga la tarea de repensar y reelaborar los modos de intervención política tal como las conocimos durante las décadas anteriores, sea de parte de las militancias de los “nuevos movimientos sociales” –que sacralizaban el momento por abajo– como las militancias “oficialistas” que “bancaban” cualquier posición estatal por tratarse del propio gobierno –esencializando el momento por arriba de la construcción–. Ambas dinámicas mostraron ser unilaterales, y carecer de una mirada estratégica integral, que hoy necesitamos imperiosamente construir para poder salir del atolladero en el que nos ha colocado el propio proceso de los últimos veinte años; proceso exacerbado por la pandemia. De allí que postulemos el anhelo por encarar la nueva década con militancias capaces de reinventar una nueva disciplina, que asuman a través de cada integrante de la organización las distintas funciones (de educación, de organización, de difusión, de elaboración conceptual, de movilización, de producción y distribución de bienes necesarios para la reproducción de la vida y hasta de combate para defender esas vidas), no tanto como una tarea impuesta por una jerarquía acartonada que dice desde arriba lo que hay que hacer, sino como dinámica colectiva entretejida por mujeres y hombres que enfrentan cada día el “modo neoliberal” de estar en el mundo, que impone una concepción que centra toda la existencia en función de cada quien, es decir, que coloca al “Yo” como centro del mundo (pensar la intervención política como carrera profesional y no como militancia por la transformación social es uno de los modos más claros en que esta concepción se expresa).

En ese sentido, y más allá de las tareas específicas que cada militante pueda llegar a desarrollar en su cotidianeidad, entendemos que se hace necesario recuperar y recrear una perspectiva de integralidad que permita formar militancias capaces de garantizar funciones diversas (centralmente de organización, agitación, formación y comunicación); la formación integral de los cuadros de una organización de nuevo tipo debe ser, por lo tanto, una prioridad política de esta etapa, ya que la hiperactividad social sin formación política ha mostrado ya que lleva a que, con el paso de los años,  no se formen militantes y referentes territoriales, ni tampoco una masa crítica con comprensión e interiorización del proyecto en el que se está embarcando.

Pero es importante reparar en que ningún proyecto estratégico general vale nada sin la inscripción ético-singular. Si bien cada organización crea su cultura política, es a través de sus militantes como expresa el modo en que ve el mundo y ensaya perspectivas para transformarlo.

Ser militante, entonces, no es una simple tarea más de la vida cotidiana, porque implica entre otras cuestiones asumir algunas coordenadas existenciales. Entre ellas, entender que siempre –aún en las peores circunstancias– hay algo por hacer para transformar la realidad, por más agobiante que ésta se nos pueda presentar (porque siempre hay algo que se sale de la norma, se escapa o huye a las modelizaciones que impone la estructura en la que vivimos y nos condiciona); y siempre –por lo tanto– hay un espacio, aunque sea mínimo, para la desobediencia, la rebeldía, la impugnación a lo dado (siempre se puede resistir, o más bien, la militancia es el punto de vista que asume que siempre estamos resistiendo, aún siendo gobierno, porque cuando resistimos anunciamos ese inconformismo que asume que la vida es cambio perpetuo, conflicto, movimiento).

La militancia, entonces, como núcleo central del qué-hacer político, no es un trabajo, sino una actitud singular ante la vida, por más que en la militancia se trabaje y se estudie, o por más que haya momentos específicos del día en el que asumimos tareas políticas determinadas, la militancia implica –nos implica– modos de ser, que nunca es en soledad, sino un ser-con-los-demás, y no para un beneficio personal sino para nuestro crecimiento en la marco de una comunidad.

En este contexto, entonces, reivindicar un modo de vida militante implica un enorme desafío, frente a la idea hegemónica de que “hacer política” es “hacer carrera”, como decíamos anteriormente. Frente al creciente proceso de individualización en el que nos vemos formateados por el neoliberalismo, reconstruir un horizonte revolucionario para las militancias populares se torna vital: un horizonte capaz de volver a enamorarnos, junto a las grandes masas populares, de un proyecto que sea capaz de contagiar entusiasmo y transmitir confianza respecto de que es posible y viable (no utópico o soñador), ejercer una crítica radical frente a todo lo existente; una crítica radical en el sentido profundo de un materialismo realista, capaz de proponer y contribuir a gestar las condiciones para superar el horizonte de sentido que impone la era del realismo capitalista, en el que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Que este 17 de noviembre sea un día de fiesta y reencuentro, en las calles, pero también, un momento fundamental para volver a ejercitar la imaginación crítica, esa que nos permita plantarnos para cambiar todo lo que tenga que ser cambiado.

 

Buenos Aires, 16 de noviembre de 2020.

*Escritor, periodista, investigador popular. Director del Instituto Generosa Frattasi.

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