El psicoanalista Sebastián Plut afirma en esta nota que el neoliberalismo impone un mundo de sujetos irreflexivos, desconectados entre sí, desligados de su propio contexto inmediato que los habilita a exponerse sin pudor y a desarrollarse sin freno. La escena donde dirigentes del macrismo primero repudiaron y denunciaron la vacuna Sputnik V, y luego reclamaron por la falta de dosis suficientes, es un ejemplo, entre otros tantos, de esa arrolladora exposición sin freno.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
1. La escena, una más entre muchas del mismo tipo, se conoció y se subrayó. Dirigentes del macrismo que, primero, repudiaron y denunciaron la vacuna rusa, que exigieron que se la apliquen solo los funcionarios del Gobierno Nacional, luego reclamaron por la falta de dosis suficientes.
La gravedad de aquella conducta se hizo pública, por ejemplo, cuando nos enteramos de una médica que falleció pues, inicialmente, se había sumado a la desconfianza y, lamentablemente, cuando decidió vacunarse fue tarde. Con efectos menos dramáticos, la inconsecuencia neoliberal se replicó en miles de sujetos.
A mí me sucedió, en mis vínculos cotidianos, que aún no terminaba de salir de mi asombro al escuchar las mayores invectivas contra la Sputnik, cuando de las mismas bocas oí la urgencia por disponer de ella.
Sería tan fácil como desacertado suponer que sencillamente ocurrió un saludable cambio de opinión.
¿En qué difieren los errores que todos podemos cometer de la conducta descripta? De entrada, digamos que dos rasgos estuvieron ausentes en el pasaje desde la denuncia hasta el reclamo por mayores dosis. Primero, la rebeldía contra la Sputnik no tenía ningún fundamento consistente, se exhibía como un rechazo irracional. Luego, el cambio de posición no incluyó en ningún caso una autorectificación. En efecto, no escuchamos de los detractores una reflexión sobre por qué habían tenido una impresión inicial negativa y cómo o por qué posteriormente pudieron transformarla.
2. Pese a que en la historia reciente del macrismo, funcionarios y votantes nos colmaron de escenas semejantes, no deja de producir asombro que puedan afirmar una incoherencia mayúscula y a posteriori lleguen a expresar todo lo contrario cual si nunca se hubiesen manifestado en otro sentido.
Analizar este tipo de episodios tiene relevancia no solo para comprender la peculiar retórica de un grupo de dirigentes, sino sobre todo por su eficacia en la subjetividad de sus propios votantes.
La cifra es la irracionalidad, el caos cognitivo que habilita a formular asertos insostenibles y, luego, abandonarlos sin que, en apariencia, dejen marca alguna en quien los profirió. Sin embargo, hay un tercer rasgo que no se hace esperar, el estado de urgencia y desamparo en que los deja la primera parte de la secuencia, orfandad que resulta no sólo de la irracionalidad desplegada sino de la violencia que aquélla contiene. Para decirlo según el episodio de mediados del siglo pasado: si proclaman “¡Viva el cáncer!” deberán saber que la metástasis también los alcanzará a ellos.
3. Gritan hasta el cansancio que CFK responda ante la justicia, y lo mencionado en los párrafos previos se cumple punto a punto. Si las denuncias contra la actual vicepresidenta tienen o no algún asidero importa poco y nada; la gravedad institucional que implica el lawfare no los inquieta en absoluto (pese a que por cualquier otro motivo cuestionan a “los jueces”); que CFK se hubiera presentado antes los tribunales en cada ocasión que se lo demandaron (no sin una mezcla de crueldad y absurdo) no les modifica el supuesto de que evade la justicia. Y el corolario dijo presente: cuando la ven responder ante cada expediente, la agravian diciendo que “sólo le preocupan sus problemas con la justicia”.
4. Recordemos que Freud distinguió dos tipos de juicios, el de atribución y el de existencia. El juicio de atribución permite juzgar algo como bueno o malo, útil o perjudicial, en tanto el juicio de existencia decreta si aquello que tengo en mi mente coincide (o no) con la realidad. Puedo decir que un libro es muy bueno o muy malo, pero siempre bajo la condición de que el libro al que me refiero exista.
No obstante, si tal como señaló Freud, el juicio de atribución es anterior al juicio de existencia, no se trata únicamente de un dato del desarrollo evolutivo, sino que nos indica que un sujeto puede juzgar algo negativamente (o positivamente) sin preguntarse si aquello existe. Por esta vía, la exageración neoliberal, su desmesura, excluye toda coherencia, desiste de todo rastro de objetividad y abomina de la complejidad de toda singularidad.
Nada quedará de la representación política en la medida en que tampoco emplean un lenguaje que los represente.
5. Cuando Freud indagó el pensamiento infantil y la génesis de la pulsión de saber señaló que resulta determinante un conjunto específico de tres teorías, a las que denominó premisa universal del falo, parto por deposición y concepción sádica del coito.
La primera conduce a la construcción de los particulares modos de clasificar realidades internas y externas; la segunda supone la admisión o rechazo de ciertas identificaciones; la última por fin, implica la creación de diversos códigos de intercambio.
Cada uno de estos sectores es atacado por la infatuada verba neoliberal. Rompen toda clasificación de la realidad y, sobre todo, imponen una severa confusión entre pensamiento y percepción. Asimismo, descalifican y encienden el odio sobre cualquier identificación (por eso se presentan diciendo lo que no son, “no soy de izquierda ni de derecha”, “soy apolítico”, etc.). Por último, tornan imposible cualquier intercambio, sobre lo cual ya expusimos previamente.
6. Cuando nos esforzamos por evidenciar sus mentiras nos estallan las categorías. No solo porque mienten mucho, sino porque sus falsedades son de todo tipo.
Disfrazan pensamientos y deseos crueles, encubren sus deseos vengativos, ocultan cómo inducen acciones en sus votantes, manipulan afectivamente, disimulan cómo introducen creencias falsas en sus destinatarios o cómo se apropian del pensamiento ajeno, encubren la propia falta de subjetividad por vía de un discurso inconsistente que no los representa, y explotan cruelmente la ingenuidad de muchos de sus votantes.
7. “¿Quién puede prever el desenlace?”, se preguntó Freud, en la década del ’30, con inocultable pesimismo. Hoy tampoco lo podemos prever, pero ello no nos exime de pensar e interrogarnos. El neoliberalismo impone su fuerza económica, comunicacional y judicial. Cuando gobierna no duda en emplear la represión así como imponer las más severas restricciones al horizonte vital de la mayoría de los ciudadanos.
Sin embargo, nos preguntamos si los modelos con que pensamos el imperio del poder siguen vigentes. ¿Se trata de la sociedad de control? ¿Queda algo de la llamada sociedad disciplinaria?
La hipótesis que resulta de las conjeturas expuestas, y sobre la que invito al lector a reflexionar, es que si bien aún persisten y coexisten fragmentos de cada modelo, si bien cada uno de ellos tiene actualmente sus zonas de ejercicio y vigencia, el neoliberalismo hoy ha impuesto otro modelo que difiere del control y que, más bien, corresponde al caos. El neoliberalismo impone un mundo de sujetos dispersos, irreflexivos, desconectados entre sí, desligados de su propio contexto inmediato. En suma, su retórica arenga una irracionalidad obscena, habilitada a exponerse sin pudor y a desarrollarse sin freno.
Su objetivo es la ganancia económica; la persecución judicial es su arma; sus estrategias combinan la pasión egoísta y hostil con el caos cognitivo. Por nuestra parte, el objetivo será el bienestar económico de las mayorías; nuestras armas se construyen sobre la ampliación de derechos; mientras las estrategias serán el afecto solidario y la coherencia.
Buenos Aires, 19 de marzo de 2021.
*Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI).