Por María Pía López*
(para La Tecl@ Eñe)
Duelen las piernas. Cierro los ojos. Y tras los párpados bullen imágenes de banderas, y caras, y cuerpos, y conversaciones. Las calles alrededor de la plaza: abrazos, cotilleos, discusiones, atisbos de pequeñas asambleas a cielo abierto. Ese estar en la plaza, conjurar entre lágrimas las ausencias y los reencuentros. Este 24, distinto y a la vez similar a otros 24. Este, el del fin (o suspensión) de la pandemia. Este, el de la angustia de ser parte de un frente político en crisis y una crisis económica y social de envergadura. Este, donde muches de quienes estuvimos en la plaza sentimos que es necesario dar un giro y ver qué pasa allá afuera. ¿Puede una plaza, un día, postular una idea de refundación? ¿O esa plaza no fue también alegre y machucada, fervorosa y partida, agobiada por los mismos dilemas irresueltos?
La marcha del 24 es un homenaje a las y los detenidos-desaparecidos, pero también un festejo de las madres y su tenacidad. Sabemos, cada quien, que ellas nos parieron a todxs como personas que alguna vez no temen, que pelean el espacio público, que saben que la justicia social es irrenunciable, que no estamos destinades a pelear solo sobre aquello que nos atañe en forma privada. Ellas nos parieron a todxs en esos instantes donde el valor nos organiza y la lucidez política nos conmueve. Su decir “no”, nos aloja en la plaza y en la historia y en la lucha colectiva. Son hospitalidad persistente a quienes llegan, cada vez, jóvenes a vincular su primavera con la historia. Alguna vez alguien dijo: no. Frente al terrorismo de Estado. Y se plantó. No frente a una posible tapa de diario adversa, sino ante el riesgo de secuestro, tortura y muerte.
La institucionalidad democrática se construyó en diálogo con esas militancias que no abandonaron la crítica. Desde 2003 los derechos humanos se convirtieron en umbral de una nueva legitimidad estatal que vendría a suturar una crisis social sin precedentes. Ese gobierno supo que reponer la idea de justicia frente a los crímenes del pasado debía ir acompañado de políticas de reparación y redistribución en el presente. No había lo uno sin lo otro, para evitar que la lengua de los derechos humanos y las memorias militantes devinieran un juego de símbolos sin carnadura. Una organización como la Tupac Amaru construía barrios populares y cooperativas y organizaba potentes movilizaciones para que el poder judicial jujeño se decidiera, alguna vez, a juzgar la responsabilidad civil de Blaquier. Su dirigente, Milagro Sala, sigue presa, porque ese nudo en el que se imbrican construcción de poder, lucha por derechos humanos, y justicia social materializada, es imperdonable.
La historia es, dijo alguien allá lejos y hace tiempo, la de las luchas. O sea, no solo la que laboriosamente intentamos construir quienes buscamos la igualdad; sino la que con crueldad e inteligencia, despliegan las derechas. Fogwill señaló, a la vera de los juicios por el terrorismo de Estado, que la capacidad de denuncia a los crímenes militares dejaba en la opacidad a sus beneficiarios, una clase empresarial que tendría más poder y ganancias a partir de la transformación brutal de la estructura social. Walsh lo había denunciado antes, en su precisa carta de 1977 a la Junta militar, en la que explicaba la magnitud del crimen social: desindustrialización, desocupación, pérdida de los salarios frente a las ganancias. No deja de mascullar nuestra plaza de ayer que ése es el nudo irresuelto, el que no terminamos de poner sobre la mesa, y que vuelve y tiene cada vez más poder en cada retorno, porque se presenta como naturalización de la desigualdad, tolerancia frente al empobrecimiento de amplios sectores de la población, llamado a aceptar el orden de las cosas como ineluctable. Y no todo el mundo tiene primavera…canta Fito, pero vuelve a mi memoria en la versión de Liliana Herrero.
No se trata de una cuestión discursiva, aunque esos grandes textos muestran que una palabra clara siempre pone en juego una posilibilidad de pensar, sino también de la construcción de fuerzas que puedan dar vuelta la tortilla. Con Milagro presa se pone sobre la mesa menos la apuesta a ese amasado de fuerza popular, que su condena cotidiana. Y al hacerlo, nuestras palabras de justicia quedan flotando en el aire, ahí sí disponibles para ser pensadas como pura legitimación, desgajadas del esfuerzo concreto de transformar lo inadmisible. Ese riesgo es hoy el de los feminismos, que habían mostrado una fuerza transversal y radical durante los años del macrismo, tensados y tentados a aliviarse como pura formalidad y expurgarse de la apuesta a construir otras lógicas del poder.
En los corrillos se mascullaba preocupación. Cómo no, si mientras andamos a los tumbos, las derechas sí cosechan continuidad, y van agregando temas a su agenda y se despachan contra las trans, las feministas, les militantes de derechos humanos, les activistas políticos. Internacionalización de las derechas, que juegan a reponer jerarquías brutales, corridas disciplinarias, ahogos financieros, poderes policiales. De este lado, un triunfo fundamental: Higui absuelta. Del otro, ataque masivo a todo lo que se encarna en esa posibilidad, en esa interrupción de una sistemática aplicación de injusticia. ¿Qué irrumpe cuando se produce un acto de justicia para una existencia que, en muchos sentidos, aparecía condenada? Una avalancha de esfuerzos intenta reconducir al orden: que lxs caídxs sigan estando bajo fuego.
Preocupación porque el ataque a la vida popular es violencia contra sus aristas desobedientes y es un ataque económico y financiero: se trata de desposeer, cada día, a más personas, en nombre de una lógica de acumulación de ganancias cuya avidez no se detiene. Ese ataque es pobremente respondido y la plaza dibuja, a la vez, el trazo de la preocupación y el de la esperanza. Porque cuando estamos allí, nos sentimos fuertes, juntxs, capaces de abrazarnos y seguir. Como siguieron ellas.
Diego Sztulwark escribió ayer: “Si hay una institución permanente en este país, un ritual político verdadero, una voluntad que persiste, una relación activa con la historia y con la calle, capaz de superar guerras y pandemias, esa institución -modelo de consistencia de lo múltiple- es la marcha de cada 24 de marzo, que hoy volvió con todo, generando emoción ahí donde la política frustra (lo que sugiere que la política podría encontrar en la Plaza un tema propio para su reconstitución)”. Me detengo en ese final: la política podría encontrar en la plaza un tema propio de su reconstitución. La plaza es el momento en que el conflicto se traza bien, los antagonismos se reconocen en particiones adecuadas, por eso al día siguiente, la tapa de los diarios que responden a los viejos golpismos se empeñan en partir la plaza, en leerla con el maniqueísmo banal de un contrapunto de poder.
Muchxs creemos que hay modos de hacer política que terminan siendo aliados de la defensa o la preservación de un orden excluyente. Lo sabemos bien en el momento en que estamos en la calle, por eso ha sido tan dramático el tiempo en que nuestro estar con otrxs requería de pantallas y salas virtuales y conversaciones a distancia. ¿Cómo pensar esa politicidad como exigencia para la política de todos los días? ¿Cómo construir una política frentista que respire plaza antes que sea instrumentada hasta quedar exangüe por mesitas, roscas y loteos? Pensemos, mientras nos dura la plaza en el cuerpo.
Buenos Aires, 25 de marzo de 2022.
*Socióloga, ensayista, investigadora y docente.
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Pensemos…es la tarea. Gracias Pía.