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Cuando escucho la palabra Grieta – Por Horacio González

La palabra Grieta lanzada por los intelectuales de la Televisión, los politólogos y las Grandes Redes, pasó a ser parte del lenguaje político habitual, tanto en el oficialismo como en la oposición. El desafío del ser político es analizar críticamente los dispositivos lingüísticos de la administración neoliberal, que es la forma en que hablan los grandes medios de comunicación.

La palabra Grieta lanzada por los intelectuales de la Televisión, los politólogos y las Grandes Redes, pasó a ser parte del lenguaje político habitual, tanto en el oficialismo como en la oposición. El desafío del ser político es analizar críticamente los dispositivos lingüísticos de la administración neoliberal, que es la forma en que hablan los grandes medios de comunicación.

Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)

No creo equivocarme demasiado si a estos tiempos marcados por la urgencia política, igualmente los considero como de una serena pero exigente discusión sobre el punto en el que estamos en ciertas materias de actualidad política. Ellas reclaman rápida resolución. Pero como digo, no sin abandonar la idea de que aún no sabemos enteramente qué es lo que tenemos enfrente. Al macrismo me estoy refiriendo. Como está en las vocaciones de todo opositor conjugar fuerzas, surge la conciencia inmediata de forjar una entidad múltiple de oposición (“un frente”) ante la capacidad destructiva de este fenómeno tan dañino y escurridizo que se apoderó de los nervios del gobierno y de las conciencias. Así arribamos enseguida a un pensamiento de sumatorias y cosidos rápidos de varias piezas que le presenten un eficaz antagonismo. Lógicamente se precisan definiciones de todas las palabras que acabo de emplear. En qué consiste el daño que produce el macrismo y cómo se constituiría la fuerza que consecuentemente lo desafiaría.

Son necesarios entonces un conjunto de conceptos operativos que permitan definir el qué o la modalidad capital del macrismo, en tanta epistemología general de la época. Uso deliberadamente estos rimbombantes conceptos que incriminan de academicismo vulgar a cualquiera que los mente, para que a través de esta desmesura pueda percibirse a dónde quiero llegar. El macrismo es una combinatoria de piezas resbaladizas que presentan dificultades en su  detección; se ajustan con mucha servicialidad a esta época mundial, pero es evidente que más allá de generalizaciones no carentes de importancia sobre la globalización tecnológica y las administraciones novedosas del lenguaje neoliberal, aún resta la impresión de que el macrismo –quizás haciendo honor a las voces de ritual anónimo de las sociedad que bautizó al presidente como “gato”-, tiene varias sobrevidas y trabaja sobre varios paños, evitando el cerco final.

No sería desaconsejable intentar definir el macrismo a partir de sus varias continuidades de sedimentos preexistentes en la inmediata historia nacional. En primer lugar, del peronismo. Coincidiendo con la inevitable labor de un tiempo que carcome y adelgaza la memoria –su continuidad y eficacia-, el peronismo fue progresivamente roído por rituales sabidos y cristalizaciones conservadoras, en el mejor de los casos, con su único reparo en su anclaje en la vida popular. Es cierto que en los 90 hubo un Leonardo Favio que recordó de qué modo los grandes fetiches nacionales sacudían la imaginación colectiva y hacían de lo popular un profetismo trágico, una ópera que canta siempre el pasaje circular y fúnebre de la felicidad al sufrimiento, y vuelta otra vez. Y hoy un Santoro que con su alegorismo de teologías esotéricas, hace estremecer poniendo en escena un peronismo vivo porque es una sección del milenarismo de ciertos íconos propiciatorios.

Pero no hay nada de eso; son nombres despellejados que permiten que personajes diversos que se proclaman peronistas, actúen en cargos de gran importancia en el macrismo, y que el macrismo se vea como superestructura final de abrigo a importantes sectores de las masas populares que fueron peronistas y aún se perciben a sí mismas como tales. Son vastas parcelas que están acosadas por la pobreza, la economía del sub-capitalismo de la droga y por formas delincuenciales especializas en la acumulación primitiva, en alianzas con diversas secciones policiales, ejerciendo controles territoriales en zonas de carencias. Que aun así tienen una existencia basada en la circulación de mercancías bajo el poderoso influjo de una ilegalidad controlada.

 Todas esas franjas sociales fueron acosadas por una producción simbólica –debe haber mejores formas de denominarla, que las llevó a considerar que era preferible un gobierno que se mostrara cabalmente policialesco antes que socialmente cauteloso al analizar las raíces sociales del mundo de las ilegalidades.

Es conocido el hecho de que el gobierno introdujo sus cuchilladas semánticas en esos sectores agraviados que, por razones  diversas, se  fueron alejando de los solidarismos de clase o  de condición carencial. La ayuda estatal fue considerada una subvención a los “vagos y malentretenidos” y una amenaza a los que sostenían precarios trabajos venida desde sus mismos cantones, del vecino de al lado. El macrismo se presentó no solo con un programa respecto al trabajo –cuyo costo se debía disminuir-, ante el Estado –cuyo personal era tratado desdeñosamente como supernumerarios o aprovechadores-, ante los empresarios de todo tipo –a los que le aseguró exenciones y privilegios, desde que el gobierno integraba sus mismas filas-, ante el mundo como un ente poroso a la intervención de cualquier núcleo de ultra poder financiero, desde que ellos mismos los integraban como socios minoritarios y desde luego usufructuando la ilegalidad a gran escala de la “globalización”.

Pero agregándole a todo esto una presentación ante los sectores populares como propia de los que traían orden al  desorden, neutralidad profesional ante las ideologías y combate policial ante los focos de inseguridad, prácticamente convertidos en motivos de una guerra interior.

El tono general de extorsión que tiene el gobierno, va unido a renovadas astucias embebidas del desenfado de una nueva derecha. Al contrario de las tradicionales, no tiene obstáculos mentales para tomar temas “populares” o “progresistas” o de “bienestar urbano”, sostenidos por un individualismo utópico que provoca signos de aprobación conservadora en sectores populares muy amplios, tocados también por un lenguaje de seca intensidad angélica sobre el Mal, donde se incluye a corruptos, drogadictos, kirchneristas, es decir, los arteros enemigos de la sociedad y del pueblo. Ni es fácil decir porqué esto prosperó ni resulta liviana ahora la tarea de explicar esta falta de coincidencia –no enteramente novedosa pero siempre sorprendente-, entre los viejos intereses sociales de las clases trabajadoras y sus comportamientos en la esfera política. Ocurre en todo el mundo, y desfibrar estos nudos será fruto de nuevas modulaciones de la imaginación política.

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La condición es no tratar de parecerse al modo en que el macrismo hizo su campaña –lamentablemente eso se ha hecho-, apelando a ejemplificaciones sobre el mérito, la emulación al individuo triunfante o a la inmersión del político en una indiferenciación con los rostros populares, de modo a simular que el guía es guiado. Impostura siempre rendidora.

La magnitud que tiene el macrismo como empresa disgregadora del vínculo social, la memoria común y el estilo político argumental con la idea de conflicto fecundo en su centro, es muy grande, sumamente inaudita. Usa los implementos políticos tradicionales, incluso invoca la ley, pero para vulnerarla sistemáticamente. Ante eso hay un tipo de oposición, con recambio imaginado en 2019, que no consigue elevar sus miras respecto a sus hábitos adquiridos en prácticas políticas profesionales, poco dispuestas a descifrar lo que hay que por delante, y por el contrario, a pispear como pueden emularse las técnicas de persuasión que han utilizados los actuales triunfadores. Mi reino por un focus group.

Lo que tenemos enfrente es un ejercicio profundo, cínico y sistemático por revertir los resortes heredados de las conciencias políticas. Estas se debaten en discordancias y conflictualidad, y por eso  emergen como una parte quebrada y tachada de una totalidad que nunca se cierra sobre sí. Cuestión de la fluidez de las luchas sociales entre intereses (y pulsiones) opuestas que fueron brutalmente sustituidas por otro lenguaje. Se trata ahora de la grieta. Ellos inventaron la palabra que equivale al Mal.

¿Qué es la grieta? ¿Por qué una vez lanzada por los intelectuales de la Televisión, las Grandes Redes, las contaminaciones lingüísticas acogidas bajo nombres con Hashtag y Trendic Topics, pasaron a ser parte del lenguaje político habitual e incluso hay personas que hacen tesis universitarias, no para ver cómo se ejerce la invención de palabras en las usinas retóricas de los GM (grandes medios) sino como si fuera un concepto serio? Por intelectuales de la televisión –como decía Oscar Landi-, me refiero a entrevistadores, editorialistas, locutores, chimenteros, toda emisión verbal allí acontecida, que a veces parece trasladarse en un rápido patinaje sobre hielo a la verba siempre escueta de nuestros  políticos, por no decir de los académicos.

Es decir, toda recomposición de una fuerza popular debe reaprender un idioma, y saber qué partes importantes del anterior –el tercermundista, el de la emancipación, el  de la democracia participativa –fue incautado y destrozado por el macrismo, adoptando en los Orfanatos o Casas Cunas Oficiales a los desamparados de estas lenguas que parecerían prehistóricas. Lo serían si estuvieran apenas enfocadas con una mirada plana, es decir la política iluminada a pleno y de frente, como si no hubiera arrugas, olvidos, oscuros rencores, líneas quebradas, imposibilidades a la “acumulación”, que parece tan a la mano, y sin embargo está recubierta de baches que se tornan inexplicables. Mucho más lo son si nos ponemos mordazas voluntarias en la lengua, acordes a la deshistorización general que campea.

Debido a esto, los eventos de 2019 que se presentan como una posibilidad y un obstáculo, no pueden ser tratados con el mismo sistema de símbolos y concepciones frentistas que ya fueron todas voladas por dentro. El macrismo inaugura el Día de la Violación de la memoria política argentina. ¿Qué hicieron muchos? Los que podían protegerse, a pesar de haber estado en lugares expuestos, lo hicieron. Si estuvieron en las márgenes, en fronteras de exploración, vestidos de nuevos progresistas o centro izquierdistas del peronismo, rápidamente volvieron a los hangares de refugio, donde las carpetitas, los carpetones y los carpetazos a croché hacen con muchos un paréntesis extorsionador. No hablo de nadie en especial. Me fijo apenas en estilos y métodos.

En torno a esta situación, entonces, no cabe un pan- peronismo previo a cualquier otra revisión de los tiempos históricos recientes y las lenguas específicas que usamos para tratarlo y formular proyectos de distinta índole. Si el peronismo está en juego –mucho más por sus importantes zonas de superposición con el macrismo- lo está también el radicalismo –por lo que ya parece imposible de recuperar, salvo las dignas excepciones conocidas, ciertamente muy minoritarias.- y la izquierda, que si tratada genéricamente debe ser también nuestro punto de vista, y vista partidariamente, el mantel servido de una discusión difícil pero a la que debemos disponernos. Otra cuestión fundamental es la de la iniciativa, la voluntad de despegue de las rutinas de aquello que parece una planicie dominada por la estulticia macrista, que hace décadas hubieran sido llamados los “vendepatria”, rápidamente denunciados, y hoy tenemos que esperar que de las canchas de fútbol salga un lanzazo de disconformidad, y que, acaso equivocándonos, lleguemos a decir que ya todo comenzó de nuevo, que es momento de sacarnos de encima el más comprometido “vamos a volver”.

No me parece, son parte de algo onírico, pues la política de composición realista, con lo necesaria que es, no es lo único que hay. ¿O no tenemos papistas entre nosotros? Nos falta un examen más minuciosos de los movimientos de la economía popular, los lazos con las formas hoy mucho más complejas de la religiosidad popular, la redefinición de la expresión “pueblo”, la creación de una voz poderosa que exprese la desazón y al mismo tiempo la bienaventuranza –esa voz hoy lamentablemente no está-, la formulación de un horizonte intelectual que no le tema a esa palabra y que no ceda a las simplificaciones que surgen del achatamiento que abate al país, y el rechazo de las lenguas inventadas por agencias de creación de íconos de rapiña lingüística. Es lo que hace  que compañeros y compañeras tomen sin examen previo las mismas palabras del analista de turno de la televisión para analizar nuestro caso.

Es el momento de los politólogos, y esta palabra, en su expresión mayoritaria, ha provisto análisis aparentemente rigurosos del macrismo, que resultan luego en sus mejores  justificaciones. La tarea es inmensa y no vale el concepto que recorre por todos lados las bocas parlantes, que “con esto estamos ante lo necesario pero no ante lo suficiente”. Que “no alcanza”. Lo que no alcanza es decir que no alcanza. No hay acumulación lineal como quien enfila granitos de más en una fila infinita hasta que Hansel y Gretel lleguen a la Rosada. No va a ser así, hay que estudiar en verdad todos los vientos que desordenarán siempre, todos los días esa filita de granitos inocentes o no. Debemos ser a veces tan exactos y a veces tan inexactos como los meteorólogos, porque el tiempo no se pueden encasillar con talles de sastrería.

Y cuando escuchamos la palabra grieta, como si alguien escondido ante nuestro paso sugiere de repente y dice ¡Buhhh!, no nos asustemos y no la empleemos nosotros mismos, porque ya viene envuelta en celofán venenoso, con ponzoña de politólogo oficial. Es una palabra tortuosa, viene del mundo gótico, habla de un fondo oscuro y dantesco, donde se despeñan los réprobos, maldecidos por una teología burlona que se preparó para infamarnos deliciosamente. Por eso cada vez que la usamos descriptivamente, nos hundimos conceptualmente.

Pero hay que saber que buena parte del ser político es comenzar a hablar de otro modo que no sea el de ellos, por lo que nuevamente debemos volver a los diccionarios del pueblo-nación y del hombre y la mujer crítica, los que critican su propia vida para criticar el dispositivo que nos abochorna y nos anula. No hablo de tener una “política cultural”, que sin embargo no la tenemos. La verdadera cuestión es salir de la malla del político profesional en la que estamos envueltos, que es casi la misma con la que escuchamos hablar en los grandes medios de comunicación. No tienen la culpa. Pero su tema más sigiloso e importante, desde siempre, fue la Culpa. Hacer política profunda hoy, es deshacernos de ella merecidamente.

Buenos Aires, 7 de marzo de 2018

*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional

1 Comment

  1. nora merlin dice:

    Excelente artículo, Horacio Gonzalez.
    Una fuerza popular debe construir un nuevo discurso con la lengua común , saliéndose de la prepotencia y odio que propone Cambiemos. Agrego: siendo capaces de trascender nuestros Intereses «corporativos» (de cada grupo), en pos de lo que emerja como novedad de la voluntad común.
    » Debemos volver a los diccionarios del pueblo-nación y del hombre y la mujer crítica» , afirma Horacio Gonzalez. En pocas palabras: menos marketing, espectáculo moralizante y más política

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