Bolsonaro: ¿pasado o futuro? – Por Ricardo Rouvier

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Bolsonaro: ¿pasado o futuro? – Por Ricardo Rouvier

AP Foto/Leo Correa

El mundo está viviendo una agitada y muy compleja transición que compromete no sólo al reordenamiento del poder internacional dominante sino a una modernidad líquida que incrementa la incertidumbre sobre el porvenir. Las sombras del pasado resurgen en el mundo. El problema es si ese pasado es el futuro.

Por Ricardo Rouvier*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La irrupción Bolsonaro es un acontecimiento que encuentra sus pistas culturales que se ahondan en el propio Brasil y descubre, también, huellas en la región que hacen pensar en una extensión convergente a nivel mundial entre la derecha europea, el pausado y seguro predominio asiático y los cambios en América Latina y el Caribe. Un cambio de época que termina y que obliga a una profunda revisión en el Partido de los Trabajadores de Brasil y en los sectores progresistas y de izquierda de todo el mundo. Otra época comienza e inicia otra configuración global que se está conformando. Es indudable que el mundo está viviendo una agitada transición, muy compleja, que compromete no sólo al reordenamiento del poder internacional dominante y sus rechazos, sino a una modernidad líquida, como señala Bauman, pero que en realidad son torrentes, cataratas de corrientes que van y vienen, incrementando la incertidumbre que calificaba al porvenir. Hemos hablado mucho del futuro como incertidumbre, bueno el futuro ha llegado. Las incertezas florecen en todo el arco de lo público, donde el sentido común se convierte en un objeto seducible.

Por ejemplo, el mundo que dejó Cristina Fernández de Kirchner en diciembre del 2015 ya no era el mismo pocos meses después. Si bien hay encuadres ideológicos generales que mantienen vigencia, el mundo de hoy exige un pragmatismo que obliga a replanteos respecto a la democracia moderna y los actuales caminos para la inclusión y la igualdad. Y ahora, ¿por dónde es el camino?, se preguntan los insurrectos de ayer.

Todavía hay mucha hojarasca del siglo XX dando vueltas en la cabeza del progresismo y del populismo, qué habrá que interpelar para separar la paja del trigo. Ha llegado la hora de cumplir el cambio en las propias filas, y cuestionar el idealismo que impone sus creencias como si fueran la realidad. Se aclara que la “realidad” es una categoría a problematizar, pero eso requiere un debate democrático que no está en la agenda.

Brasil nos golpea especialmente por la proximidad geográfica, la empatía cultural, los intereses  comerciales y la coparticipación en una utopía continental. Esa utopía fue sostenida por el progresismo y el populismo en la región, para generar alianzas y neutralizar la influencia norteamericana en el “patio de atrás”, mientras que los conservadores se apoyaron en el destino manifiesto de la República Federativa del Brasil. Gran parte de la alta burguesía argentina, en el pasado, aliada de las FFAA creyeron esa aspiración y vieron a Brasil como una hipótesis de conflicto. Un Brasil no comprometido integralmente con la subregión sino como un jugador protagónico en el concierto mundial. El mismo Lula en su primera presidencia tuvo una porción de la base de apoyo de una población que lo admiraba como Estadista y no como Socialista. Hoy, muchos de esos electores cuya aspiración es más nacionalista que clasista, integraron el 55% de Bolsonaro en la segunda vuelta. Habrá que ver si esos costados nacionalistas, con mucha presencia de militares retirados, no le angostan el camino al nuevo ejecutivo brasileño que quiere convertirse en un auxiliar de Trump, en una región a la cual los norteamericanos no prestan atención. Pero, está claro que con cualquier gobierno Brasil y la Argentina son espacios atractivos, especialmente el primero, para la confrontación comercial entre los EEUU, que produce el 25% del PBI mundial, y China, el segundo en importancia, con el 15%.  En este sentido la clásica postura antiimperialista heredera del opúsculo de Lenin, denunciando el vínculo de sometimiento entre la Gran Bretaña imperial, EEUU y los países emergentes e inclusive países desarrollados aliados, debe ser reformulada a partir de la presencia china en la disputa por el poder mundial. Ya el proceso de globalización capitalista de última generación, incentivado desde el final de la guerra fría, que hoy tiene sus detractores, había puesto en jaque el concepto de soberanía. Basta comprender que hoy una economía cerrada es una economía ahogada y sin destino, para pensar el mejor modo de estar en el mundo; por supuesto sin ser Bolsonaro o sin ser países populistas sin futuro. Si no hay futuro, entonces, no podemos ofrecer nada en la esperanza de construir la equidad. Si no hay futuro quedamos condenados a la coyuntura. 

Estamos ante un nuevo momento de crisis de la hegemonía mundial; se ha producido una fisura en el bloque con un desplazamiento geopolítico a favor del Asia, una pérdida relativa del poder norteamericano y un fuerte debilitamiento de la UE. La alianza atlántica se está haciendo pedazos y China avanza con su Ruta de la Seda, casi silenciosamente frente al estridente Trump. Pero el modelo político asiático no es exportable al resto del mundo, sobre todo a Occidente.

La situación con pronóstico negativo para los EEUU, explica el ascenso de Trump para reponer el orden nacional e internacional de los Bush, intentando reinstalar la unipolaridad. Su nacionalismo suscita los resabios reaccionarios de la primera potencia mundial: el esclavismo y el exterminio del diferente. 

Esta crisis está mostrando la acción y reacción de facciones que disputan la primacía en el mundo financiero (las plazas de Londres vs. New York), como el nuevo rostro del capitalismo, por una parte, y las diferencias con que se enfrentan los problemas que las sociedades presentan y que los dominadores no han solucionado. Es indudable el problema migratorio que va, principalmente, del África hacia Europa, que conmueve al equilibrio poblacional y también cultural, contraviniendo los valores liminares de Occidente. Dichos valores se pulverizan ante los incómodos “extranjeros” que se constituyen como  un “otro” enemigo. La dinámica amigo-enemigo de Carl Schmith, se está difundiendo entre sus no lectores; Bolsonaro es uno de ellos.

La globalización que se presentaba como un salto cualitativo del capitalismo, y como un “final de la historia”, ha encontrado una reacción de parte de los que quieren representar a los desplazados del progreso; las víctimas de la crisis del 2008 están presentes y no quieren la partidocracia. Es un buen momento para que aparezcan líderes que recojan el guante y caminen por las grietas. Pero es un momento difícil para el progresismo que, en la contradicción dominante, se puede encontrar más cerca de la globalización que de la reconfiguración del Estado Nacional Industrial/Militar que propone el presidente norteamericano acompañado por muy pocos. En posiciones más extremas está el rechazo total a cualquiera de los contendientes, adoptando una actitud insular de pureza ideológica e insignificancia fáctica. Acá, en la lucha antisistema pueden unirse en el fragor de la calle la izquierda y la derecha en momentos en que la derecha tiene más para ganar como pasa en Francia.      

Para nosotros, la globalización continuará sobre todo la fundada en la innovación y difusión tecnológica, la actualización de los mercados y los flujos planetarios de los capitales. El tecnoliberalismo continuará, habrá algunos obstáculos nacionales, intentos de regulación y demás, pero no se detendrá ninguno de los tres ejes de desarrollo que EEUU y China privilegian: robótica, inteligencia artificial e Internet. No creemos en la consolidación de un mundo particular de nacionalidades y cierre de fronteras, porque la marcha del capitalismo requiere necesariamente del mercado global. La profecía de Marx de que el capitalismo iba a llegar a todos los rincones de la tierra, mantiene su vigencia.  

Vemos con la evolución de las contradicciones que la democracia, en el mundo, que se expandió mucho en los últimos 70 años, ahora se acota en su interioridad, se limita. Emerge el peligro de autoritarismo en los populismos de derecha. Es indudable que el incumplimiento de las promesas de la democracia liberal, como señalaba Norberto Bobbio, se están presentizando con todo su dramatismo en la Europa paladín de la institucionalidad democrática.  No hay duda, que la democracia burguesa es un régimen político que ofrece mayores posibilidades respecto al mundo premoderno. Aunque fue fuertemente cuestionada en la primera y segunda guerra mundial por la contradicción entre Autoritarismo y Democracia. Se logró el mejor resultado posible para la expansión de las sociedades en consonancia con la ampliación de sus principales pulmones: el capitalismo, la democracia formal, y también el socialismo real. Hoy la avanzada de la derecha en los países centrales y las reacciones anti inmigratorias llevaron a reflotar el fantasma del fascismo o con su actualización: neofascismo.

 

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La crisis de paradigmas también, y sobre todo, se refleja en el lenguaje y en las formas del conocimiento. El neoliberalismo como concepto está en cuestión, inclusive se adjudica a diversas cosas al mismo tiempo.  No solamente como impugnación ideológica, sino también en el aspecto semántico. El neoliberalismo no es una sola cosa, es una configuración, tal vez una civilización que es afectada por su propia evolución. Es decir que vamos a advertir diferencias con sus postulados originales. Remite a un modelo económico, a un régimen político, a una postura filosófica.  Se reconoce su triunfo en la construcción de un mundo con estructuras productivas de bienes y servicios, modos de distribución de los bienes materiales y culturales. Y agrega, su dominio militar extorsivo, sus triunfos bélicos en combate o en la postguerra, incluidas las guerras perdidas. También observamos que cada salto cualitativo o cuantitativo va acompañado de la racionalidad que lo comprende. Genera conocimiento, pensamiento, reflexión o contenido curricular para el aprendizaje formal. 

Nadie puede dudar, guste o no guste, que se ha alcanzado el mayor desarrollo económico y cultural de la historia, y que esto se inicia desde mediados del siglo XVIII sobre las vías del modo de producción, de acumulación y sobre la ampliación de consensos y actores a través del fortalecimiento de la democracia. Fue considerado por la historiografía marxista como una etapa en la historia de la humanidad, una etapa a ser superada. Hoy, no sabemos si este sistema es eterno o no, y si es no, no sabemos cuál es la próxima, considerando la capacidad resiliente de la hegemonía demostrada en este período de la historia.

Nadie duda tampoco que este sistema tiene cuentas pendientes como las diversas desigualdades, las necesidades básicas insatisfechas (según el Banco Mundial, el progreso económico indica que hay menos personas que viven en la pobreza extrema. Pero, casi la mitad de la población mundial, es decir, 3.400 millones de personas, aún tienen grandes dificultades para satisfacer necesidades básicas). El avance mundial sobre derechos humanos ocurrido en las últimas décadas sufrirá, seguramente, retrasos, demoras o una vuelta atrás.

Observando la evolución y comparando con un siglo atrás, vemos, entre muchas otras cosas, que lo colectivo se disuelve en una individuación cada vez más afirmada y perfeccionada por la incidencia tecnológica en la vida de la gente. Se captura la subjetividad de los pueblos por los dispositivos hegemónicos, que tienden a separar a los individuos de la configuración de lo social. Tal vez sea este el mayor éxito del neoliberalismo.    

Es imprescindible poder conocer e interpretar el nuevo mundo en que estamos. Hay muchas cosas a las que llamamos Neoliberalismo y podemos encontrar sus signos en la doctrina económica clásica, pero también en otras más pragmáticas y más heterodoxas. Quién puede dudar que el gobierno de Macri se alinea más con dicha doctrina que el gobierno kirchnerista, pero durante el populismo no deja de haber sobre la mesa de las decisiones muchos instrumentos de origen neoliberal, que son utilizadas. A veces, esta contradicción llega a sus límites extremos, como fue durante el gobierno de Dilma Rousseff, que decidió poner en práctica un recetario de economía liberal sufrida por la sociedad brasileña. Obviamente no la usó porque le gustaba, sino por el condicionamiento político y económico que se vive cuando uno está subordinado a las estructuras de la hegemonía mundial. Esos son los límites del reformismo. Hay momentos de mayor autonomía y hay momentos en que uno no puede escapar a los condicionamientos estructurales.

Se observa también el liberalismo en el subsistema político, siendo la base institucional de regímenes políticos conservadores, pero también de los progresistas o populistas.  Hay países que indudablemente han eliminado su régimen político pero a partir de un proceso revolucionario, como en la URSS, como en la República Popular China o como en Cuba. Por supuesto que esto genera tensión, contradicciones y limitaciones, en el plano del orden jurídico y en el disciplinamiento electoral.  

También se observa lo hegemónico en la cultura de la mayoría de los países del mundo, sobre todo en Occidente. Este aspecto es fundamental para naturalizar el dominio y la subordinación, que fabrica una subjetividad resignada, contemplativa o consumista.  Marx formuló la metáfora del “enterrador” respecto a la clase obrera y al sistema económico de la historia. Una gran paradoja es que el capitalismo, en su última generación, es el que está enterrando a la clase obrera. Es tan prepotente la realidad que no es posible evitar una revisión del modo en que intervenimos críticamente en ella.

El peronismo, el movimiento político más trascendente de la historia nacional, no quiso desprenderse en forma total del esqueleto hegemónico mundial; ni en cuanto a la economía ni en cuanto al régimen político. Sí desplegó un intervencionismo estatal, para construir una economía con responsabilidad social, una distribución más equitativa, un empoderamiento de la clase trabajadora organizada, un proyecto de alianzas regionales independientes de los EE.UU y una tercera posición internacional ante la bipolaridad. De algún modo el kirchnerismo extremó, en lo discursivo, estas posiciones tradicionales del peronismo, en un mundo diferente al que surgió del acuerdo de Yalta, pero no alcanzó a producir estructuras políticas ni la cooptación ideológica, inclusive del propio peronismo, que pudiera mantener el intento emancipatorio por largo tiempo o que pudiera asegurar su continuidad a través de la delegación democrática.

En Europa, se observa el fracaso de la socialdemocracia y del propio liberalismo de derecha, que no pudo satisfacer las demandas de sus pueblos, mientras que la expectativa sobre la unidad continental superó ampliamente sus magros resultados. Las políticas de inmigración no lograron resolver la integración cultural.

Bolsonaro es un emergente de un pasado donde el desarrollismo local y el progresismo no lograron una eficacia mayor. No se pretende desconocer la enorme recuperación social que se produjo durante los gobiernos del PT, pero la movilidad social genera otras demandas que requieren mucha creatividad política. La negatividad de la corrupción inundó inevitablemente a la principal fuerza política brasilera. Convergen en el escenario brasilero relatos religiosos y militares, todos reaccionarios, que implicaban la predominancia de un orden natural sobre la historia. A todas luces el presidente brasilero nos remite al fondo de los tiempos, en que entorchados frailes condenaban a Juana de Arco o a Galileo Galilei. Nos trae los malos recuerdos de las dictaduras militares, y los dogmas difundidos con castigos corporales. Ahora, están estallando, de una buena vez, otras formas de sometimiento como la pedofilia en ámbitos decorosos del poder espiritual. 

El problema, y de ahí la pregunta del título, es que en Brasil, Italia, Hungría, Polonia, Austria, Bélgica, Finlandia, Dinamarca, y Letonia crecen, en la actualidad, estas sombras del pasado. Si fueran sólo pasado, sería de esperar que duraran un tiempo y se esfumasen, pero el problema es si realmente son el futuro.

 

Buenos Aires, 14 de enero de 2019

*Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario. Titular de R.Rouvier & Asociados.

3 Comments

  1. Nora Merlin dice:

    Muy buen artículo de Rouvier, crecen nuevas formas del pasado, que nunca fueron del todo pasado, nunca dejaron de manifestarse en el presente aunque con límite o mecanismos de regulación , que no es poca cosa, que hoy no contamos. Sin embargo la novedad son las nuevas apariciones de la resistencia, por ejemplo el feminismo.
    ¿El futuro? Habrá que vivir en la incertidumbre como sostiene el «filósofo» Esteban Bullrrich, al menos por ahora

  2. Claudio Javier Castelli dice:

    ¡Es realmente muy buen artículo de Ricardo Rouvier! Y que tiene muchos puntos para el debate. En ese sentido el primer punto que quiero señalar es sobre la imposibilidad de copiar el modelo chino, aquí es necesario tener en cuenta no el combo completo sino cierta estructura del estado que controla activamente a la actividad económica privada, al poder económico. Desde luego que lo pienso desde el peronismo y creo que acá no tenemos futuro sino planteamos un estado interventor en economía con nacionalización del comercio exterior -por el déficit permnente de divisas- y reforma bancaria y financiera que ponga las finanzas al servicio de la nación. Hay muchas cosas del pasado que hienden sus ramificaciones en el futuro como muchas conquistas económicas del 45 al 55, me dirán que el mundo es otro, pero la pobreza es mucho mayor, y la exclusión peor. Para ello hay que pensar un mercado interno integral con pleno empleo, digo pleno empleo. Y con todos los derechos laborales y humanos a fondo, sabiendo que se vota cada dos años. Es por eso que creo que la globalización es un proceso al que se le puede poner límites nacionales, sino fuera así no hay futuro, y no es así, en este punto discrepo con Rouvier. Quién lo puede hacer: unicamente Cristina. Lamentablemente los 90 marcaron mucho a los dirigentes peronistas. Muchos nos quedamos en el 45 y creemos en el voluntarismo de Nëstor Kirchner. Muy buena nota. Para el debate.

  3. Claudio Javier Castelli dice:

    ¡Es realmente muy buen artículo de Ricardo Rouvier! Y que tiene muchos puntos para el debate. En ese sentido el primer punto que quiero señalar es sobre la imposibilidad de copiar el modelo chino, aquí es necesario tener en cuenta no el combo completo sino cierta estructura del estado que controla activamente a la actividad económica privada, al poder económico. Desde luego que lo pienso desde el peronismo y creo que acá no tenemos futuro sino planteamos un estado interventor en economía con nacionalización del comercio exterior -por el déficit permnente de divisas- y reforma bancaria y financiera que ponga las finanzas al servicio de la nación. Hay muchas cosas del pasado que hienden sus ramificaciones en el futuro como muchas conquistas económicas del 45 al 55, me dirán que el mundo es otro, pero la pobreza es mucho mayor, y la exclusión peor. Para ello hay que pensar un mercado interno integral con pleno empleo, digo pleno empleo. Y con todos los derechos laborales y humanos a fondo, sabiendo que se vota cada dos año